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CUBA Y LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA Una mirada anarquista Daniel Barret

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Page 1: Cuba, Una Mirada Anarquista, De Daniel Barret

CUBA Y LA REVOLUCIÓN

LATINOAMERICANA

Una mirada anarquista

Daniel Barret

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ÍNDICE A modo de presentación: ¿por qué hablar de Cuba?.........................................................................................3 Capítulo 1 Cuba, el socialismo y la libertad…………………………………………………………8 Capítulo 2 Cuba: un debate en La Haine…………………………………………………………...50 Capítulo 3 Cuba: una polémica entre la crítica y la contra-crítica…………………….….……92 Anexo La “leyenda negra” de los anarquistas cubanos……………………………….…128

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A MODO DE PRESENTACIÓN: ¿POR QUÉ HABLAR DE CUBA? Han transcurrido ya más de 48 años desde el 1° de enero de 1959, del desmoronamiento sin atenuantes de la dictadura de Fulgencio Batista y del consiguiente y augural triunfo popular cubano; y todavía hoy se experimenta un cierto sentimiento de incomodidad al referirse críticamente a las orientaciones largamente cristalizadas de un proceso revolucionario en el que se depositaron las expectativas y la euforia de todos aquellos que, en América Latina y más allá de ella, se conducían entonces en el sentido de cambios sociales profundos y que trajeran consigo un vendaval de posibilidades más libertarias, más igualitarias y más solidarias para los pueblos del mundo. Esa incomodidad se impone incluso sobre quienes saben sobradamente que el proceso cubano estuvo -y su desembocadura está- muy lejos de haber ofrecido realizaciones plenamente satisfactorias a todas las esperanzas depositadas en él; algo que, más recientemente, el propio gobierno de Fidel Castro no ha vacilado en reconocer y que sus ecos monocordes se han encargado de amplificar en un lado y en otro. Pero las interdicciones, las molestias y hasta los complejos de culpa sobreviven en una maraña inextricable e incomprensible de justificaciones. Para algunos, todas las responsabilidades en materia de retrasos y desviaciones son y serán imputables a condiciones externas desfavorables que se han renovado incesantemente, una y otra vez; para otros, se tratará de extender aún más la espera y la confianza en que la dirección política cubana sabrá por sí misma corregir los eventuales rumbos fallidos no bien se presente la ocasión propicia; para los más, todo se explicaría a partir del hostigamiento de los EE.UU., la interminable “guerra” correspondiente y la situación de excepcionalidad que ello conlleva. Mientras tanto, las críticas deberían ser atenuadas, anodinas y superficiales, mantenidas en la más estricta reserva o sencillamente acalladas; so pena de “hacerle el juego al enemigo” y debilitar al más firme y perdurable bastión de lucha anti-imperialista con que todavía contaría el continente. Desde cierta óptica, todo ello podrá seguir pareciendo sumamente válido para algunas corrientes revolucionarias y no ha habido ni habrá fuerza terrenal capaz de modificar sustancialmente una decisión tan raigal; pero también es evidente que esa actitud pertinaz y completamente refractaria ha impedido hasta ahora a sus sostenedores adoptar un mínimo gesto de curiosidad a fondo y de conocimiento cabal frente al proceso isleño y, sobre todo, ha obstaculizado la asunción de los lineamientos político-prácticos que resultan imperativos desde hace décadas y que se vuelven cada vez más urgentes ante las nuevas exigencias de nuestro tiempo. Es preciso, entonces, pensar seriamente a Cuba y hablar luego de ello en voz bien alta. Y es preciso hacerlo con absoluta sinceridad, sin complacencias vanas y sin pueriles expectativas que hace rato largo se han extraviado en tanto tales. Ya está sobradamente demostrado que el proceso cubano y su desembocadura no pueden tener una explicación completa por la sola acción de los EE.UU., que no responden en sus trazos fundamentales exclusivamente a condiciones externas desfavorables y que sus dramas no son errores menores y circunstanciales que su conducción política habrá de rectificar a su debido tiempo. Perseverar en esa línea de razonamientos es negarse a admitir una realidad mucho más cruda y perpetuar indefinidamente las condiciones de incomprensión que hasta ahora han predominado entre los acólitos más fieles y también entre quienes se han refugiado

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en un “prudente” pero infructuoso silencio. Y por añadidura, más allá de las intenciones declaradas y de identificaciones espurias, es una actitud que ya no puede realizarse en nombre de la revolución y del pueblo cubanos sino para el exclusivo beneplácito y la inequívoca conveniencia de su liderazgo vitalicio. Precisamente, si de lo que se trata es de rescatar los elementos revolucionarios sobrevivientes y de defender las potencialidades autonómicas del pueblo cubano, el camino a seguir no puede ser otro que el de distinguir meticulosamente ambas cosas de lo que representó y representa el gobierno isleño; y, por supuesto, acto seguido, también emprender con éste una crítica merecidamente impiadosa. Aunque la propaganda oficial se empecine en sostener otra cosa, aunque los más fieles continúen haciéndole coro y aunque cierta reluctante nostalgia de las viejas gestas se niegue todavía a reconocerlo, la única alternativa revolucionaria razonable es ni más ni menos que la del antagonismo. Se trata, entonces de hablar de Cuba y del estado en que desembocó su vieja revolución; y no desde el encomio y la fe sino desde la crítica. Y esto no sólo es obviamente fundamental para los cubanos mismos sino que, a quienes no lo somos, un discurso a calzón quitado nos resulta absolutamente esencial también en la ardua tarea de rescatar una perspectiva revolucionaria latinoamericana. Y recrear esa perspectiva exige hundir a fondo el bisturí en lo que fue su proceso más emblemático. Es cierto que ese proceso ya no es más -y no lo es desde hace un buen tiempo- el modelo revolucionario por excelencia en esta región del mundo ni en ninguna otra; pero continuar guardando silencio es significativamente sospechoso de que las lecciones no están suficientemente bien aprendidas y que habrá por delante otras veces en que las mismas o parecidas voces nos propondrán nuevas indulgencias respecto a las concepciones jacobinas, vanguardistas y, de última, velada o desembozadamente autoritarias. Porque lo que está en juego es precisamente la recreación de un modelo revolucionario latinoamericano que responda -ahora sí- a una matriz clara y definidamente libertaria; sin vacilaciones, sin postergaciones y sin mediatizaciones; sin retoques cosméticos y sin juegos de manos. En definitiva, la conclusión y el aliento más fuertes que atraviesan estas páginas en todas las direcciones concebibles es la convicción de que la edificación de una sociedad socialista y la conmoción revolucionaria que la acompaña se han vuelto impensables sin devolverle al problema de la libertad su carácter básico y de impulso generatriz. Ya no se trata de imaginar febrilmente una legalidad histórica que justifique por sí misma una sucesión de etapas prefijadas y transiciones interminables como tampoco se trata de abandonarse perezosamente a los mesianismos de turno o a un sofisticado algoritmo de ingeniería social que no se dice en qué consiste pero sí que habrá de estar en manos de los poseedores incuestionables de la conciencia y el saber. Las revoluciones de nuestro tiempo, si es que efectivamente habrán de ser un revulsivo de las relaciones de poder y no una mimetizada renovación de las mismas, sólo pueden estar animadas por aquella impronta que sepa vincular desde el aquí y el ahora a hombres libres, iguales y solidarios al margen de toda jerarquía construída o por construir. Ésa es también la principal razón por la cual sigue siendo oportuno hablar del recorrido y del punto de estancamiento de la vieja revolución cubana. Los trabajos que siguen fueron escritos, salvo el Anexo, durante los años 2002 y 2003. Si bien el liderazgo cubano ha conseguido desde entonces renovar su cuota externa de oxigenación, la trama básica de relaciones de dominación se ha conservado en formol y en forma imperturbable; razón por la cual consideramos que

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los textos mantienen la debida actualidad. No obstante ello, cabe dejar constancia que los elementos detonadores fueron, en todos los casos, circunstancias bien precisas. Por esa razón, no creemos que los mismos tengan la dedicación y la densidad teóricas que el tema merece sino que bien pueden ser considerados como una literatura beligerante, controversial y de ocasión. En el caso de Cuba, el socialismo y la libertad -Capítulo 1 de este trabajo-, esa excusa fue, en el transcurso del año 2002, la ruptura de relaciones con Uruguay y la exaltada e irrefrenable mitificación que se puso de manifiesto inmediatamente después. El momento, pues, pareció oportuno para repensar si existían o no bases reales en las que asentar esa recidivante devoción. La situación fue propicia, entonces, para convencernos una vez más que el camino seguido por la conducción política cubana representó y representa una desviación importante tanto respecto a la construcción del socialismo como en cuanto a valores esenciales que las corrientes revolucionarias defienden a capa y espada en cualquier otro lugar del mundo. Definido como un espacio de incoherencia, cabía volver a preguntarse cuáles eran -y son- las coartadas y justificaciones que configuran la “excepción cubana”; un territorio en el que todos los conceptos parecen quedar interrumpidos y que en los años 60 afectó incluso al movimiento anarquista internacional. Un movimiento fracturado entonces en torno al tema y cuyos recelos constitutivos respecto a las andanzas gubernamentales quizás debieron dotar de otro aplomo, a sus fracciones más optimistas, en cuanto a la interpretación básica del proceso de cambios iniciado en la isla caribeña. Cuba: un debate en La Haine y Cuba: una polémica entre la crítica y la contra-crítica -Capítulos 2 y 3 del presente folleto-, mientras tanto, recogen las idas y vueltas argumentales del rico intercambio que se generó a partir del mes de marzo de 2003; inmediatamente después de la reactivación en la isla de la pena de muerte -como recurso represivo que se torna increíblemente “disuasorio” en la justificación gubernamental- y de una serie de apresamientos colectivos a periodistas y bibliotecarios acusados de ser funcionarios a sueldo de los Estados Unidos. El primero de los artículos mencionados repasa someramente pero con cierta amplitud los diferentes tópicos de una polémica que empezó a librarse con fuerza al interior de la “izquierda”. El segundo artículo, por su parte, intenta hilar más fino alrededor de la estructura de razonamiento puesta de manifiesto en la defensa de la “revolución cubana”; una muralla de interdicciones, en definitiva, que condena en forma refleja y destemplada cualquier intento, por mínimo que sea, de reflexión en profundidad. Por último, La “leyenda negra” de los anarquistas cubanos -ubicada aquí como Anexo- es un módico conato, escrito durante el año 2006, que procura ilustrar las tonterías extemporáneas que siguen acumulándose en la desacreditación de una corriente de pensamiento y acción que tuvo la lucidez de anticipar tempranamente la deriva caudillista, militarista y elitista de su conducción política; una corriente que hoy busca re-encontrarse plenamente con el activismo libertario internacional y cuya entrañable sobrevivencia es el mejor testimonio de que para el anarquismo militante no hay nada parecido a una “excepción cubana”. En el más limitado de los casos -y con la modestia propia de quienes arrastran décadas de ostracismo no siempre reconocido como tal-, lo que demuestra la existencia misma del anarquismo cubano es que una interpretación y un proyecto libertarios siguen siendo en la isla tan pertinentes como el primer día. En buena medida, la segunda gran razón de estas páginas radica en el convencimiento de que quienes trabajan en esa dirección merecen el más amplio respaldo del movimiento anarquista internacional.

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A todo esto, la situación cubana no deja de presentar, al día de la fecha, algunas confirmaciones y también algunas novedades que ahora cabrá señalar en un vuelo apenas rasante. Las confirmaciones no pueden menos que situarse, como ya lo dijimos, en el carácter inmutable de su trama de relaciones de poder; la cual ha continuado avanzando, con las mixturas estatales del caso, hacia un formato de capitalismo privado y transnacional que muchos ya identifican con la adopción del “modelo chino”. El embargo estadounidense continúa presentándose como el origen indisputable de todas las privaciones y penurias sin importar demasiado que informaciones oficiales contradigan su intensidad; como, por ejemplo, la creación de una Asociación Comercial Estados Unidos-Cuba de la cual da cuenta la edición del 27 de abril de 2005 del mismísimo Granma. El discurso de raigambre militar que sitúa a Cuba en el epicentro de una epopeya bélica sigue campeando a sus anchas e impide percibir a quienes mantienen en el lugar de siempre sus fosforescentes anteojeras que la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias no es la vanguardia de otra cosa que de un empresariado “nacional” que afila sus armas en la expectativa de negocios más suculentos. Pero, como no podía ser de otra manera, la sempiterna preparación de la “guerra” sigue siendo la excusa preferida. Por cierto, los Estados Unidos doblan sus apuestas y han definido un presupuesto de 80 millones de dólares para el bienio 2007-2008 para apoyar su anhelada “transición a la democracia“ en Cuba; lo cual lleva a suponer a los lúcidos y “revolucionarios” estrategas que ¡ahora sí! la invasión es una posibilidad real e inminente. No importa en absoluto, por supuesto, que las demandas financieras de las guerras reales estén disponibles para los ojos y oídos del mundo y que la presencia de las tropas estadounidenses en Irak haya representado hasta ahora un gasto de 183.000 dólares por minuto; es decir, la friolera de 96.185 millones de dólares anuales y, por lo tanto, 2.405 veces más por año que en Cuba. Naturalmente, ningún innecesario cálculo barroco de especie alguna es óbice para que Fidel Castro continúe siendo el “comandante en jefe”; e incluso, tal como puede deducirse de las palabras pronunciadas por su hermano Raúl el 1º de julio de 2006, durante el V Pleno del Comité Central del Partido Comunista, seguirá siéndolo después de muerto. Las novedades, mientras tanto, se sitúan precisamente en torno al propio Fidel Castro. En su discurso del 17 de noviembre de 2005, tomó a contrapierna a su vasta pléyade de seguidores con dos “noticias” que hace mucho tiempo debieron estar en posesión de todos los interesados: en primer lugar, que el “socialismo” cubano no es irreversible sino que puede sucumbir en manos no de los enemigos externos sino de la desidia propia y, en segundo término, que el Estado cubano es un cuerpo gangrenado por una incontenible e intersticial corrupción burocrática. Y, claro, si “es Fidel quien lo dice”, la incansable procesión de creyentes no puede menos que suscribir incluso tales “pronósticos reservados” y agorerías; aun cuando quedaran sumidos en la perplejidad inmediata y demoraran varias semanas en hacer oir su coro de fondo. Luego, el 31 de julio de 2006, Fidel Castro se vio forzado por primera vez en 47 años y 7 meses a ceder, en principio “provisoriamente” y por razones de salud, las prerrogativas formales del mando. Desde entonces, las preguntas son más numerosas y más estridentes que las respuestas. No obstante, sea cual sea el desenlace biológico del asunto y de no mediar ningún exitoso pase de magia, parece claro que la trama cubana de poder pierde definitivamente ese componente carismático y caudillista que le ha sido vital y en el que ha fundado buena parte de su maltrecha credibilidad. En principio, todo lo

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demás es igual y las aguas superficiales están en calma, pero quizás el silencio no sea otra cosa que un rumoroso mar de fondo. No es posible precisar, “a ciencia cierta”, cuál habrá de ser la evolución de esta situación tan peculiar y, sin embargo, sí es posible realizar una lectura del presente; una lectura de ese organismo vivo, complejo y contradictorio que sin duda es la sociedad cubana. En principio, es evidente que se han abierto algunas rendijas en las compuertas del sinceramiento y ya casi no quedan obstinados que sean capaces de negar que el Estado cubano se ha macerado de corrupción y de falta de ideas. Quizás los discursos y los desfiles continúen cultivando la mística del “heroísmo” pero la legislación se apresta a afrontar un problema bastante más pedestre: la indisciplina laboral. Los cantos homéricos a los logros en salud y educación seguirán su curso habitual pero ya se hace imprescindible reconocer oficialmente que algunos temas sociales básicos están a una distancia cósmica de su resolución: la sustentabilidad alimentaria, la matriz energética, la vivienda, los transportes, las comunicaciones y hasta la canalización del agua. No hay todavía nada parecido a una glasnost gorbachoviana, pero una pequeña chispa fue suficiente para que algunos intelectuales comenzaran a recordar los “excesos” del llamado “quinquenio gris” y se auto-convocaran a un debate en profundidad; a un punto tal de “peligrosidad” que se hizo precisa una declaración de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba que acotara las cosas al estado de moderato y ma non troppo. Mientras tanto, la gente cubana misma, aquella que no está sujeta a un obediente encuadramiento, se perfila como un convidado de piedra; un tejido social desgarrado, controlado y disciplinado durante décadas parece estar olfateando un poco a tientas la posibilidad nerviosa y debutante de su expresión autónoma. Sea del modo que sea, se presiente que algunos cielos están escampando y que las esquinas ya alojan -tal vez a voz en cuello- cantos que el poder hoy no está en condiciones de armonizar. Seguramente son los temblorosos trazos del caos y es probable que entre ellos se divisen caminos o líneas quebradas de libertad. Y, como siempre, como cada vez que los orfeones están a punto de desafinar, los anarquistas han de tener una nueva oportunidad de concurrir con sus propias disonancias. Las incertidumbres son muchas pero es seguro que ésa es una razón más para dedicarle a Cuba estas palabras. Cuba, el socialismo y la libertad mereció su primera publicación en la web de El Libertario de Venezuela (www.nodo50.org/ellibertario) siendo recogido luego por diversas páginas electrónicas. También fue publicado anteriormente en el formato gráfico tradicional en Venezuela y en México y un fragmento del mismo acompaña como anexo la traducción italiana del libro de Frank Fernández El anarquismo en Cuba. Por su parte, Cuba: un debate en La Haine, también fue recogida inicialmente en la web de El Libertario y fue alojado en otras páginas con posterioridad. La “leyenda negra” de los anarquistas cubanos, mientras tanto, fue publicada primero en A las barricadas (www.alasbarricadas.org) e inmediatamente después en La Haine (www.lahaine.org) y en Kaos en la Red (www.kaosenlared.net). Cuba: una polémica entre la crítica y la contra-crítica ve ahora la luz por primera vez. Y, naturalmente, ésta es también la primera vez que estos textos son presentados en forma conjunta, con correcciones mínimas e insignificantes y respondiendo a un mismo y ya explicitado fin.

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CAPÍTULO 1 CUBA, EL SOCIALISMO Y LA LIBERTAD

Libertad ilimitada de propaganda, de opinión, de prensa, de reunión pública o privada...Libertad absoluta para organizar asociaciones, aunque sean con manifiestos fines inmorales...La libertad puede y debe defenderse únicamente mediante la libertad: proponer su restricción con el pretexto de que se la defiende es una peligrosa ilusión. Como la moral no tiene otra fuente, ni otro objeto, ni otro estimulante que la libertad, todas las restricciones a ésta, con el propósito de defender a aquélla, no han hecho más que perjudicar a una y a otra.

Mijail Bakunin Queremos libertad, y creemos que es incompatible con la existencia de cualquier poder, cualesquiera que sean su origen y su forma, impuestos o elegidos, monárquicos o republicanos, inspirados en el derecho divino o en los derechos del pueblo. Piotr Kropotkin

A los anarquistas les compete la especial misión de ser custodios celosos de la libertad, contra los aspirantes al poder y contra la posible tiranía de las mayorías.

Errico Malatesta Los pueblos no rompen relaciones y los gobiernos pueden hacerlo todas las veces que lo deseen; siempre y cuando sea en nombre propio, sin más invocaciones que sus ocasionales y mezquinos intereses, no mediando argumentos y “representaciones” que pretendan cubrir un radio más amplio que el de sus dominantes caprichos y en cada circunstancia que ello no involucre, directa o indirectamente, perjuicio alguno para la gente común y corriente: he aquí una máxima probable, a partir de la cual evaluar desde un punto de vista anarquista las escaramuzas verbales de los meses de abril y mayo de 2002 entre las cancillerías de Uruguay y Cuba y la consiguiente ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países o cualquier otra situación de idéntico o aproximado tenor. Máxima que, sin embargo, quizás debamos desechar parcial o totalmente en el momento mismo de formularla, en tanto cualquier escarceo teórico -por ingenuo que sea- nos informará inmediatamente que es imposible separar o poner a buen resguardo a la gente indefensa de las acciones en las que sus gobiernos pretenden preservar, en el plano de las relaciones internacionales

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como en cualquier otro, sus insignificantes y arrogantes dignidades; algo de lo cual toda guerra convencional constituye un ejemplo magnífico y extremista. Pero, no interesa demasiado en este momento abundar en el asunto1 y -a efectos de ahorrarnos la exposición detenida de reflexiones varias sobre el punto- bien podemos nosotros ahora plegarnos a pies juntillas a buena parte de las posiciones sostenidas por la “izquierda” uruguaya en torno al tema. Por lo pronto, nos resulta enteramente condenable y digna del mayor de los desprecios esa conducta propia de los anélidos que consiste en barrer la tierra con el pecho y transformarse en el oscuro y genuflexo brazo ejecutor de los antojos destemplados, las arbitrariedades sin cuento y los desplantes inmisericordes del más poderoso de los Estados contemporáneos. Estamos dispuestos, por lo tanto, a sostener en forma convencida y convincente que el gobierno uruguayo fue estimulado por los Estados Unidos -vaya uno a saber cómo y exactamente a cambio de qué-2 para adoptar la conducta diplomática que finalmente adoptó: proponer, en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la realización de una visita inspectiva del organismo a efectos de registrar la situación por la que atraviesa tal problemática en la Cuba actual. Estamos dispuestos, también, a sostener que la posición uruguaya no está animada por ningún genuino sentimiento principista, que no existe coherencia diplomática que la sostenga -la actitud respecto a los acontecimientos recientes en Venezuela y Palestina alcanzan y sobran para demostrarlo- y que, ni este gobierno ni los anteriores, pueden constituirse en paladines y ejemplos de un reclamo político y vital que no les pertenece. Además, por extensión, agregación y transitividad, compartimos o auspiciamos o defendemos la idea de que la Organización de las Naciones Unidas posee una escasa autenticidad ética -o de cualquier otra especie- para intervenir y pontificar en los momentos y los lugares en que se lo propone, siendo como ha sido, es y seguramente también será la pila bautismal y la coartada de un orden mundial esencialmente injusto. Nada de esto, entonces, constituirá para nosotros un motivo demasiado incitante como para dejar asentadas aquí algunas diferencias teóricas de fondo o tan siquiera los matices a través de los cuales podríamos marcar un perfil singular y distintivo. No obstante; habida cuenta de la cerrada y cerril defensa del gobierno cubano que suele aflorar sin tasa ni medida en circunstancias como la actual, teniendo presentes las gruesas simplificaciones y las tonalidades panfletarias que están implícitas en dicha actitud y considerando que la misma no contribuye a

1 Repárese que no estamos diciendo que el asunto sea irrelevante, mínimo o banal ni osamos suponer que el mismo no habrá de tener ninguna consecuencia mediata o inmediata, profunda o superficial, sobre la que valga la pena pensar y actuar; como podría ser, por ejemplo, un para nada descartable sino incluso probable crescendo agresivo de la diplomacia norteamericana, sea éste directo y de protagonismo exclusivo o a través del sistema estatal interamericano. Por lo tanto, debe entenderse que cuando decimos que el asunto no interesa demasiado “en este momento”, simplemente estamos haciendo referencia a este escrito, que -como quedará inmediatamente claro- pretendemos centrar en torno a ejes diferentes y que, a nuestro modo de ver, trascienden el acontecimiento puntual y se constituyen en un nodo de derivaciones desde el cual pensar ahora mismo las prácticas revolucionarias en América Latina. Por este motivo, esperamos que las reflexiones que aquí se recogerán trasciendan el plano de las preocupaciones y los movimientos políticos locales y permitan un intercambio que se ubique bastante más allá de ellos. Las referencias a temas y sucesos específicamente uruguayos, por ende, deberán ser entendidos como un mero apoyo a la elaboración que sigue. 2 Seguramente puede concebirse que estos interrogantes son meramente retóricos y los favores recibidos posteriormente por Uruguay de parte de Estados Unidos constituirán, entonces, una respuesta terminante a los mismos.

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una propuesta completa y en profundidad, lo que aquí queremos situar como centro del debate con la “izquierda” uruguaya y latinoamericana es otra problemática, que ya mismo puede presentarse simplificadamente bajo la forma de las siguientes preguntas:

1) en primer lugar ¿el Estado y el gobierno cubanos, así como sus correspondientes titulares, sí son realmente respetuosos de los “derechos humanos” tal y cómo éstos son habitualmente concebidos en tanto rasgo “universal” de la “civilización” y el “progreso” y en cuanto regla rara y difícilmente cuestionada de reconocimiento de la integridad de las personas y de la inviolabilidad de sus prerrogativas y facultades?;3

2) en segundo término y suponiendo que la respuesta fuera negativa ¿hay alguna razón de peso, alguna excusa o alguna justificación que lleven a dejar en suspenso las exigencias en la materia o reducirlas a una mera confidencia entre íntimos y conjurados?;

3) de inmediato -más incluyente, influyente y definitorio aún- ¿merece seguir siendo visualizado o percibido el camino cubano, tal como lo fuera más fuertemente en tiempos idos, el modelo de la construcción latinoamericana del socialismo y encontrarse así con la coartada inmejorable de toda eventual violación?;

4) por último, ¿las realizaciones efectivas habidas en Cuba -se pretendan socialistas o no- son inteligibles en tanto desviación demorada de la ruta original o, por el contrario, la comprensión de su dinámica interna sólo es posible a través de una impugnación a fondo de sus mismos orígenes y, por lo tanto, también de la eficacia de aquello que en algún momento se concibió como “transicional”?

Es, precisamente, de tales cosas que querremos hablar de aquí en más; extrayendo las conclusiones que correspondan y deduciendo las orientaciones políticas a adoptar; y no sólo desde un punto de vista que, por muy discutible que parezca, debiera ser compartido por amplios sectores de la izquierda revolucionaria sino, también y sobre todo, como anarquistas convictos y confesos que de una vez por todas queremos saber qué hacer con Cuba y en Cuba, purgando nuestros errores de cálculo y nuestras medias voces de un pasado que quizás esté todavía demasiado cerca nuestro y que, en alguna medida, sigue marcando buena parte de nuestro entorno familiar y de nuestros pasos. Y querremos hablar de ello, reflexionar sobre ello y definir los correspondientes cursos de acción por cuanto entendemos se trata de una temática extraordinariamente importante y de vastas derivaciones ideológico-políticas, en la cual, tal como se ha dicho, los anarquistas no estamos exentos de responsabilidad. El conjunto de la “izquierda”, mientras tanto, va más allá aún; extravía sistemáticamente el horizonte y el norte; oculta y escamotea situaciones, procesos y dilemas; se escabulle detrás de los mitos y las añoranzas; elude los problemas de 3 En el contexto de una elaboración ideológica específica y propia, difícilmente conservaríamos la expresión “derechos humanos”; excesivamente marcada como está por su primitiva formulación liberal. No obstante, tratándose como se trata de una expresión de manejo amplísimo y cuyos contenidos son sobradamente conocidos, hemos optado por mantenerla y no distraer ahora nuestra atención en una discusión pormenorizada de sus articulaciones y alcances doctrinarios que desbordaría ampliamente los límites de este trabajo. Sin embargo, debe entenderse que ello no tiene otro objeto que la demarcación de un espacio común de diálogo, puesto que, como inmediatamente se verá, no queremos referirnos a otra cosa que a la libertad en el más amplio y luminoso sentido del término.

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fondo y, por último; bloquea toda posibilidad de entendimiento parapetándose detrás de los muros de la confianza ciega y de la fe. Más aún: el bagaje argumental que aquí pretendemos cuestionar parece sostenerse sólo sobre la base de una cierta nostalgia de la integridad perdida,4 que aflora casi exclusivamente cuando se habla de Cuba y que, en esos casos, quiere seguir siendo integridad sin aspirar ya a ser coherencia.5 Porque, en efecto, no parece haber coherencia alguna en una política que se despliega de tales y cuales formas en lo que respecta a todos los mundos y galaxias conocidos -Uruguay incluído- y se llama prodigiosamente a silencio cuando se trata de aplicar al gobierno cubano los mismos criterios que se le aplicarían a cualquier otro gobierno. Querremos hablar de ello, entonces, por cuanto seguimos sintiendo -tontamente, quizás- que la coherencia es un componente fundamental de la acción política; un componente que la jerarquiza, la enaltece y la configura como uno más entre los campos de preocupación y de modelado esencialmente ético. Para nosotros, no hay ni puede haber admisión y mucho menos pregón de duplicidades o ambigüedades de discurso, sino la aplicación a rajatabla de principios que no admiten negociaciones ni mediatizaciones ni postergaciones oportunistas.6 Todo ello debería formar parte de un estilo, de un modo de hacer las cosas y hasta de una sensibilidad social y política que no pueden pasarse por alto ni minimizarse a la hora de bosquejar proyectos revolucionarios, de mirarse cara a cara con un futuro deseado e intuído de tonalidades libertarias y de resolver si lo hipotecamos o seguimos, consistentemente, apostando y jugándonos por él. 4 Cuando hablamos de integridad perdida, en este caso, no aspiramos a dotar a la expresión de ninguna resonancia moralizante. Antes bien, a lo que queremos hacer referencia es a la desintegración del paradigma político distintivo de la “izquierda” uruguaya y de gran parte de la “izquierda” latinoamericana durante los años 60 y 70 del siglo pasado. Ese paradigma ya estaba deshilachándose en los años 80 y probablemente la derrota electoral del Frente Sandinista nicaragüense haya representado un decisivo punto de inflexión; pero, curiosamente, sus ecos reaparecen cada vez que se trata de tomar posición respecto a procesos y situaciones que encuentran significación y rescate en ese contexto teórico-ideológico. 5 Es de hacer notar aquí que la integridad del paradigma político al que nos referimos se basa -como luego tendremos oportunidad de exponer más detenidamente- en una cierta concepción de la historia y del cambio social de raíz marxista-leninista, en la cual convergió, de palabra o de hecho, el grueso de la “izquierda” latinoamericana. Afirmar esto no implica desconocer que el mismo contó con una bifurcación estratégica y metodológica notoria que separó, por un lado, a quienes abocaron sus afanes a la estructuración de amplios frentes electorales que, al menos en lo programático, resultaran expresivos de una cierta alianza de clases y, por el otro, a quienes entendieron que el vector principal de articulación debía asumir la forma de la guerrilla y manifestarse fundamentalmente a través del derrocamiento armado de aquellos gobiernos que se concebían como representativos de los intereses “imperialistas” en la región. 6 La discusión en torno al principismo político es obviamente más compleja de lo que aquí tendremos oportunidad de desarrollar. No obstante, en líneas generales, toda vez que la elaboración y la adopción de perfiles político-prácticos quede marcada por la alternativa excluyente entre principismo y oportunismo entendemos que no pueden quedar demasiadas dudas pendientes. Y, contrariamente a lo que habitualmente se supone, ello es así no sólo por razones éticas -aunque éstas alcanzaran y sobraran- sino también por la constatación teóricamente relevante de que el oportunismo político, en los términos propios a la construcción del socialismo y no a los de la captura del poder, no es más que un recurso de corto vuelo que tarde o temprano habrá de pagarse a precios exorbitantes.

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1.- Cuba y los “derechos humanos” Ahora bien, ¿cuál es, entonces y finalmente, la situación de los “derechos humanos” en la Cuba de hoy; un tema que para nosotros sólo puede vincularse -digámoslo prontamente para evitar malentendidos, conjeturas y medias tintas- con el nombre y la imagen, el nervio y la sangre de la más completa libertad históricamente posible? El discurso pronunciado por Fidel Castro en el acto del último 1º de mayo7 -respuesta directa y obvia a la situación diplomática planteada entre Cuba y Uruguay- nos ofrece las primeras pistas, los primeros esbozos, respecto a las percepciones y orientaciones sobre el tema de la clase dirigente cubana; y nada de ello parece apuntar a una prevalencia o tan siquiera a un reconocimiento específico en el sentido que acabamos de definir y jerarquizar. La operación intelectual primera que nos propone Fidel Castro consiste en la deslegitimación de sus detractores: los países latinoamericanos que votaron a favor de la visita inspectiva en la reunión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Lo que básicamente sostiene Fidel Castro es que, en un continente arrasado por siglos de expoliación -con niños hambrientos o exponiéndose al riesgo de una muerte prematura, con legiones de desempleados y sub-empleados, con políticos corruptos y entreguistas, con medios de comunicación en manos oligopólicas, etc., etc., etc.-, difícilmente puedan darse las condiciones para la realización medianamente plena de la “libertad”, la “democracia” y los “derechos humanos”: una afirmación contundente y a la que podríamos endosarle ahora mismo nuestras propias convicciones y nuestros más encendidos entusiasmos. Bastante más discutible y oscura resulta ser su afirmación de que “una persona que es analfabeta”, “que vive en estado de pobreza o de pobreza extrema, o carece de empleo, o radica en barrios marginales” -esas “enormes masas de ciudadanos en lucha desesperada por la vida”- difícilmente esté “en condiciones de comprender los problemas complejos del mundo y de la sociedad” en que vive o de “ejercer la democracia” o “decidir cuál es el más honesto o el más demagógico e hipócrita de los candidatos”. Ahora sí; Fidel Castro perdió el rumbo, el ritmo y la pisada y extendió las limitaciones orgánicas de los modelos sociales, políticos y económicos latinoamericanos8 a la capacidad de discernimiento de la gente. Frente a estas premisas y estos razonamientos: ¿cómo concluir el silogismo si no es a través de alguna otra fuente de discernimiento o de algún otro tipo de protagonismo heterónomo

7 Reproducido por Granma en su edición del 2 de mayo de 2002. Allí se detalla, como es habitual, que el discurso fue pronunciado por “el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros”. Granma no explicita si el “comandante en jefe” es además -como insustancial agregado a sus restantes investiduras- Primer Secretario o Presidente de la Central de Trabajadores de Cuba y pronuncia su discurso en calidad de tal. No parece ocioso, además, reparar que a la hora de señalar los títulos de Fidel Castro se comience haciéndolo por el sospechoso costado de sus honores castrenses, en forma tal que es casi como si se tratara de un nombre propio o de un don congénito; algo que de por sí ya está delatando el encumbramiento de la institución militar, a la que luego nos referiremos con implicancias más fuertes que ahora. 8 Respecto a las formas políticas predominantes en América Latina en períodos dados, es de destacar que las agudezas críticas de la dirigencia cubana sólo se manifiestan tan rotundamente en circunstancias bien concretas. Debe recordarse, por ejemplo, que los procesos políticos y las variables alianzas que dibujan han obligado muchas veces a la dirección del Partido Comunista cubano a pronunciarse favorablemente sobre la viabilidad del reformismo electoralista y, por extensión, sobre la institucionalidad correspondiente. Ni qué hablar, por otra parte, de pifias bastante más groseras, como el reconocimiento que se le tributó a Fujimori en 1999.

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que -así sea por simple descuido- acabe sustituyendo a la gente misma? ¿quién, con qué “derecho”, con qué legitimidad, con qué respaldos, con qué fuerza o con qué lógica privada, misteriosa, infalible y excluyente discierne sobre la capacidad de discernimiento ajena? A esta altura, como vemos, la exposición ya comienza a deslizarse por esa pendiente anfractuosa, laberíntica y zigzagueante donde las críticas más justas corren el riesgo ominoso de transformarse en propaganda.9 Inmediatamente, nos aguarda, como no podía ser de otra manera por los antecedentes discursivos inmediatamente vistos, una típica operación del poder: los valores deseables -los “derechos humanos”, en este caso- resultan ser un espacio de intersección entre los objetivos sociales prioritarios y los logros reales de un régimen político dado. Así, Fidel Castro se detuvo largamente en la enumeración de los indicadores a través de los cuales se expresaría el respeto de la clase dirigente cubana por los “derechos humanos”, exponiendo un conjunto de realizaciones difícilmente discutibles: tasa de analfabetismo, tasa de escolarización -desglosada en pre-escolar, primaria y secundaria-, cantidad de habitantes por personal docente, mortalidad infantil, expectativa de vida, proporción de camas hospitalarias, tasa de partos con atención médica, cantidad de médicos y enfermeros cada 100.000 habitantes, tasas comparativas de rendimiento escolar en matemáticas y lenguaje, etc, etc. Se trató, en una palabra, de una detallada puntualización -con las comparaciones correspondientes a nivel latinoamericano- de aquellas cifras que estarían en mejores condiciones para expresar los avances cubanos en materia de educación y de salud; dos persistentes y compartibles preocupaciones de su conducción política. No obstante, lo que el procedimiento sustrae hábilmente es, por un lado, la realización de las comparaciones desventajosas y, por el otro, el hecho mismo de que no se trata de establecer rankings y cotejos a través de cifras que rara vez tienen un significado simple, despojado, directo y unívoco.10 En efecto, los “derechos humanos” no constituyen una materia que pueda iluminarse mediante el uso de una calculadora; y los propios avances cubanos en los campos de la educación y la salud pueden relativizarse severamente si se considera que ambos niveles de actuación han sido también contínuamente instrumentados como mecanismos de vigilancia y control estatal, como canales de disciplinamiento y normalización profundamente autoritarios. Por lo pronto, es necesario reconocer enfáticamente que mucho de lo que hoy ya está planteado y experimentado, en otros lugares y en clave de ruptura, en las áreas de la educación y de las políticas sanitarias, apuntando al protagonismo y a la autonomía de los “usuarios” de esos servicios e impugnando el monopolio decisional de sus cuadros 9 Como es obvio, no es nuestro interés realizar una vivisección analítica del discurso de Fidel Castro sino extractar solamente aquellos aspectos que guardan relación con nuestro asunto. Si así no fuera, sería necesario reparar en ese particular pero conocido estilo de comunicación donde se fusionan los mensajes de un líder con los sentimientos de la multitud. Ello es lo que permite que sobrevivan impasibles y provoquen inmediatas reacciones de aprobación algunos dardos efectistas con escasa elaboración y una muy débil capacidad probatoria. 10 Por ejemplo, ¿Uruguay sería más respetuoso de los “derechos humanos” que Cuba si consiguiera demostrar que el acceso a la vivienda propia presenta tasas comparativamente más altas que las del país caribeño? En los hechos, los uruguayos debieron soportar estas estupideces argumentales durante la última campaña electoral, en 1999 y con el Banco Hipotecario como estrella publicitaria. Peor aún: debieron poner a prueba su capacidad de resistencia a la idiotez frente a las recurrentes monsergas de Julio María Sanguinetti, cada vez que se le ocurría ejemplificar lo maravillosas que caminaban las cosas de este país detallando la cantidad de teléfonos celulares y la venta de autos 0 km.

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jerárquicos, está muy por encima de las pretensiones y de los logros cubanos en dichas materias.11 Y ello es así porque la libertad raigal de los actores de un hecho educativo o de un hecho sanitario no constituyen motivo de desvelo alguno para la conducción política cubana sino que dicho lugar ha sido ocupado, sin competencia ni alternativa posible, por una planificación central que no deja margen reconocible para las iniciativas y, sobre todo, para el protagonismo de base. En otras palabras, lo que Fidel Castro y la clase dirigente cubana no pueden llegar a aquilatar es que los “derechos humanos” sólo se sostienen si se los concibe no como una acción de gobierno sino precisamente como una vasta operación resistente, en el máximo grado de energía y radicalidad, contra los gobiernos.12 Luego de haber trazado, entonces, un eventual enfoque “alternativo”13 sobre la temática de los “derechos humanos”, el discurso de Fidel Castro ingresa de lleno en el territorio de los cuestionamientos principales. Por muy extenso que sea el pasaje conviene reproducir textualmente el mismo:

A los que tontamente hablan y repiten las consignas imperialistas de que no existe democracia ni respeto a los derechos humanos en Cuba, les respondo: nadie puede cuestionar que, a pesar de ser muy pequeño, nuestro país es hoy el más independiente del planeta, el más justo y solidario.14 Es también por largo trecho el más democrático. Existe un Partido, pero éste no postula ni elige. Le está vedado hacerlo: son los ciudadanos, desde la propia base, quienes proponen candidatos, postulan y eligen. Nuestro país goza de una envidiable y cada vez más sólida e indestructible unidad. Los medios masivos son de carácter público y no pertenecen ni pueden pertenecer a particulares, no realizan publicidad comercial alguna, no promueven el consumismo; recrean e informan, educan y no enajenan.

11 Sólo un par de preguntas entre infinidad de interrogantes posibles del mismo tipo, como mera ilustración de lo que queremos decir y de las orientaciones en materia de salud y educación que querríamos defender si ése fuera el tema: ¿qué importancia puede tener la cantidad de camas hospitalarias cada 100.000 habitantes en un tiempo que ha llegado a la conclusión de que, al menos en una cantidad importante de facetas, lo realmente progresista es la des-hospitalización de la salud? ¿qué valor asignarle a la extensión de la cobertura pre-escolar sin haber precisado previamente si la misma se orienta a la concepción propia de las “guarderías” -“garages” para niños, en definitiva- o a la de los “jardines”? 12 Para una posición orientada en tal sentido, vid. de Michel Foucault, “Face aux gouvernements, les droits de l’Homme”, publicado en Liberation, en sus ediciones del 30 de junio y el 1º de julio de 1984. En nuestro medio, dicho artículo se encuentra reproducido en La vida de los hombres infames. Ensayos sobre desviación y dominación; coedición Nordan-Altamira, 1992 y en el Nº 5 de la Revista Alter, primavera de 1999. 13 El enfoque, en realidad, tiene muy poco de alternativo. Conceptualmente, el planteo de Fidel Castro no va mucho más allá de los “derechos económicos, sociales y culturales” reconocidos como tales -y de deseable “desarrollo progresivo”- en el Capítulo III de la Convención Americana sobre Derechos Humanos suscrita en 1969 en San José de Costa Rica. Por añadidura, apunta a confundir el abordaje de la temática nuclear e insustituible de los “derechos humanos” con instrumentos de amplia circulación a nivel de los organismos inter-gubernamentales más edulcorados; como es el caso, por ejemplo, del Indice de Desarrollo Humano, cuyos mejores registros se corresponden con una lista de élite de los países capitalistas avanzados. 14 Repárese, por un momento, en la lógica de asimilaciones con la que se maneja y seduce Fidel Castro: sostener que en Cuba no se respetan los “derechos humanos” transforma a la fuente emisora no en un interlocutor respetable y con el que vale la pena tener algún tipo de intercambio polémico sino en una mera estación repetidora del imperialismo; es decir, un vocero del enemigo. Por otra parte, la respuesta -el país es “pequeño”, “independiente”, “justo” y “solidario”- nada tiene que ver con el interrogante de origen sino que constituye una distracción retórica por la vía de las compensaciones auto-conferidas.

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Dejemos de lado la inicial invocación patriótica, destinada a reafirmar la identidad nacional de los concurrentes al acto y pasemos rápidamente a la defensa, por parte de Fidel Castro, del esquema de Partido único que, por el simple hecho de no permitir que el tal Partido postule y elija, constituiría a Cuba -en las percepciones o en los mensajes de su conducción política- en el régimen más democrático del mundo. Ante esta afirmación, cabe decir que lo realmente importante aquí no es que el Partido no postule ni elija a quienes habrán de ser los ocupantes de los cargos de representación sino a que ello, de todos modos, se da en un contexto de exclusividad en la acción política y, además, que tal cosa ha sido así no durante algunos días, semanas o meses sino a lo largo de más de cuatro décadas en las que la población ha sido compartimentada y cuadriculada por supervisiones de tipo policíaco. En ese marco, la virtual fusión entre el Partido único y el Estado -hasta que la muerte los separe y sin que haya antes o ahora ningún atisbo de modificación- no puede constituir otra cosa que el contexto incuestionado e incuestionable de reclutamiento y formación de una clase dominante; sin importar demasiado que lo sea no por la propiedad de los medios de producción sino por ese elemento configurador decisivo que consiste en la posesión, validada jurídicamente en lo interno, de prerrogativas políticas diferenciales y permanentes. En ese marco, por lo tanto, no hay ni puede haber posibilidad real alguna de avanzar en la socialización de las decisiones ni de coexistir con ninguna subjetividad política colectiva que contradiga los dictados del Partido único.15 Ergo: ese contexto, ese marco, no es ni puede ser, bajo ningún aspecto racionalmente concebible, ya no un campo de realización de la libertad en sus formas más extremas y acabadas sino ni siquiera de las libertades civiles básicas o, si se prefiere, de los “derechos humanos”. Menos puede ser todavía un campo de realización de la libertad si, además, “los medios masivos de comunicación son de carácter público”, puesto que en ese marco de articulaciones ello sólo quiere decir que los mismos se inscriben, precisamente, en el territorio de fusiones entre el Estado y el Partido y, por lo tanto, se conforman no como un espacio social abierto sino como propiedad privada de la clase en el poder.16 Situación con agravantes, también, toda vez que se considere que el complejo Estado-Partido es la única instancia legitimada, en esa específica configuración de poder, para hacer usos y abusos, para extender prohibiciones y permisos, en todo cuanto tenga que ver incluso con las libertades más elementales. Expresarse -a través de un fanzine, una radio o una pared; por medio de una novela, una canción, una mesa redonda o una simple catarsis callejera-, asociarse -con quien sea y por la razón que mejor le venga en gana

15 Nikolai Bujarin lo decía con claridad e impudicia inigualables en tiempos de la construcción del poder soviético: “Bajo la dictadura del proletariado pueden existir dos, tres, cuatro partidos a condición de que uno de ellos esté en el poder y los otros en prisión” (publicado en Pravda del 19 de noviembre de 1927 y recogido en El terror bajo Lenin de Jacques Baynac, Alexandre Skirda y Charles Urjewicz; Editorial Tusquets, Barcelona, 1978). Sin extrañeza de ninguna especie, habrá que recordar ahora que los huesos de Bujarin también acabaron entre rejas no bien a Stalin se le ocurrió que el susodicho no merecía integrar los cuadros de la vanguardia proletaria. 16 Sólo quien intente entreverar las barajas hasta extremos indecibles querrá ver en esta frase una defensa de los regímenes de tenencia oligopólica sobre los medios de comunicación, predominantes en el resto de América Latina. Antes bien, de lo que se trata es de cuestionar puntualmente cada una de esas formas como imposibilidades, como límites y como escollos a una libertad de expresión y de prensa genuina y auténtica que todavía no acabamos de descubrir en ningún lugar.

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a cada cual- desplazarse -de una provincia a otra, de un país a otro o a Jauja y Cucaña si alguien se encaprichara en realizar tal viaje- o hacer con el cuerpo propio las contorsiones, muecas y gestos que cada persona tenga a bien imaginar en la circunstancia que mejor le plazca son tan sólo algunas de las propiedades y capacidades sociales y hasta biológicas básicas que, en Cuba, han sido subsumidas en ese omnipotente agujero negro de atribuciones y privilegios en el que sólo los altos funcionarios del Estado y los principales dirigentes del Partido Comunista -y ni siquiera todos ellos, llegado el caso- están relativamente a salvo de los análisis, los exámenes, las inspecciones, las radiografías y las censuras del poder.17 Una vez ubicado el punto decisivo de la cuestión en torno a los “derechos humanos” vale la pena dejar el discurso del 1º de mayo de lado, extender un poco más nuestras consideraciones y realizar ahora una observación de cercanías sobre algunos de los mecanismos que habitualmente entran en juego en estos casos y abren espacios de malabarismos retóricos en los que Fidel Castro ha demostrado ser un maestro impar. De tal modo, podremos constatar que la propia Constitución cubana ofrece generosamente un conjunto de libertades que nada tienen que envidiar a las que son habituales en las constituciones liberales o en las múltiples declaraciones históricas conocidas sobre los “derechos humanos”. Así, por ejemplo, la libertad de palabra y de prensa resulta garantizada por el artículo 53, donde se afirma que “las condiciones materiales para su ejercicio están dadas por el hecho de que la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros medios de difusión masiva son de propiedad estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada”; algo que -según se sostiene allí mismo- “asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad”.18 Sin embargo, todo el capítulo constitucional en el que quedan establecidas las libertades elementales19 se desmorona estrepitosamente al llegar a su artículo 62, el cual nos brinda la información contextualizadora y determinante de que “ninguna de las libertades reconocidas a los ciudadanos puede ser ejercida contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo”. Esto, por supuesto, debe ser leído conjuntamente con el artículo 5, que reza así: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”. Ahora, finalmente, nos

17 El fusilamiento de Arnaldo Ochoa -héroe de las campañas africanas- y la reciente degradación pública de su ex Ministro de Relaciones, Roberto Robaina, resultan ser, entre tantos otros, ejemplos rotundos de esta afirmación. No son los únicos, claro está, sino que una larga saga de dirigentes “comunistas” les hace ilustre compañía; entre los cuales habrá que mencionar a Aníbal Escalante, Joaquín Ordoqui o Edith García Buchaca. Demás está decir que idénticos señalamientos pueden hacerse -en calidad y cantidad mayores todavía- cuando se trata de destacados militantes de la primera hora revolucionaria entre aquellos que nunca pertenecieron al Partido Comunista local -conocido en Cuba, en ese entonces, bajo la denominación de Partido Socialista Popular- como Huber Matos, Pedro Luis Boitel, David Salvador, Efigenio Amejeiras y un interminable etcétera. 18 Constitución de la República de Cuba, proclamada el 24 de febrero de 1976 y posteriormente modificada por la Asamblea Nacional del Poder Popular en el XI Período Ordinario de Sesiones de la III Legislatura celebrada los días 10, 11 y 12 de julio de 1992. 19 Idem, ibídem; Capítulo VII sobre Derechos, Deberes y Garantías Fundamentales; arts. 45 al 66.

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percatamos que las libertades graciosamente concedidas sólo pueden ser usadas en esa estrecha franja de sociabilidades y quehaceres sobre los cuales el Partido Comunista no haya impartido todavía las directivas correspondientes ni se sienta particularmente molesto por el contenido de aquellas opiniones o iniciativas que no han tenido lugar en su propio seno. Considérense, adicionalmente, disposiciones como las contenidas en el artículo 39 donde se dice que el Estado “fundamenta su política educacional y cultural en los avances de la ciencia y la técnica, el ideario marxista y martiano, la tradición pedagógica progresista cubana y la universal” o que “es libre la creación artística siempre que su contenido no sea contrario a la Revolución”20 y tendremos ante nosotros una trama jurídica de efectos perversos, que rubrica y consagra una cierta forma de ejercicio del poder en la que todo aquello que acontece por fuera del Partido único y gobernante es inmediatamente sospechoso, escasamente merecedor de confianza y susceptible de condena y punición. El pueblo y su revolución han sido, conceptualmente y en los hechos, incorporados, cooptados y asfixiados en el Estado, el Estado se ha fusionado con el Partido y el Partido está sujeto a un liderazgo unipersonal vitalicio, inmarcesible, capaz de identificarse con la sabiduría misma y que interpreta a voluntad y sin objeciones todo cuanto pueda decirse de “revolucionario”, legítimo y provechoso sobre la política y la economía, el trabajo y el ocio, la familia y la educación, la ciencia y el arte, el deporte y la sexualidad: he aquí, frente a nuestra incapacidad de entendimiento, una auténtica teocracia laica que persiste en arrogarse la construcción del “socialismo” y monopolizar sus definiciones y sentidos. Esta trama articulada y cerrada de concepciones fuertemente estatistas y autoritarias ha sido, históricamente, el sustento teórico-ideológico de la represión a todos aquellos que intenten oponerse de palabra o de hecho a las directivas gubernamentales. Los anarquistas cubanos, como corriente claramente definida de pensamiento y acción, bien lo saben -al igual que tantos otros-, no han sido ajenos a esos extremos y, prácticamente desde los comienzos mismos del proceso de cambios, han sido perseguidos, encarcelados e incluso “ajusticiados” por haber planteado orientaciones poco gratas a una conducción política que rápidamente se desembarazó de algunos de los más caros sueños revolucionarios de la inicial gesta anti-batistiana. De ello hay abundantes y confiables testimonios; algunos de los cuales pueden considerarse todavía relativamente próximos, aun cuando luego se extravíen en la larga noche de los tiempos. Así, por ejemplo, pese a las enormes dificultades de comunicación y a una recurrente nebulosa informativa se hizo posible saber que a principios de los años 80, en medio de algunos conatos de organización de sindicatos independientes, fue reprimido el llamado Grupo Zapata, bajo la pueril acusación de “sabotaje industrial”. El saldo de las acciones punitivas del Estado no pudo ser más lamentable y, de acuerdo a ciertas fuentes, hubo que computar la muerte por torturas, en el centro de detención de Villa Marista, de Caridad Pavón o el asesinato de Ramón Toledo Lugo y Armando Hernández o la condena a 30 años de prisión de los hermanos Carlos, David y Jorge Cardo, de Jesús Varda, de Israel López Toledo y de Timoteo Toledo Lugo. Un trabajoso flujo de noticias apenas si podía dar cuenta, en 1989, que todavía sobrevivía, probablemente en el Combinado del Este, próximo a La Habana, el militante libertario Ángel Donato Martínez.21 20 Idem, ibídem: literales a) y ch) del artículo 39, en el Capítulo V, correspondiente a Educación y Cultura.

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A pesar de estas cosas, una y otra vez reafirmadas y confirmadas, la marmórea e imperturbable elocuencia de Fidel Castro seguirá repitiendo, como lo hiciera en el acto del último 1º de mayo que “Cuba ocupa ya lugares cimeros en el mundo muy difíciles de superar en un creciente número de esferas fundamentales para garantizar la vida y los más esenciales derechos políticos, civiles, sociales y humanos, a fin de asegurar el bienestar y el porvenir de nuestro pueblo”. No obstante, más allá de las permanentes prédicas, las incesantes locuacidades y las invencibles vocaciones propagandísticas, el hecho incontrastable es que la única respuesta que podemos dar a la primera pregunta que delimita nuestro asunto es que la clase dirigente cubana -como cualquier clase dirigente, por otra parte, aunque con derroteros históricos y particularidades intransferibles de una a otra- no respeta los “derechos humanos” de su gente ni muestra mayor disposición a confiar en su libre albedrío, en su voluntad individual y/o colectiva, en su autonomía y en su capacidad de decidir en cada momento y como parte de un proyecto histórico instituyente sobre sus vidas, sus preferencias y sus muertes. 2.- El porqué de la “excepción cubana” Pero, entonces, si de acuerdo a ciertas pautas convenidas tácitamente y más o menos comunes no podemos encontrar allí el respeto y la consideración que habitualmente exige la “izquierda” para los “derechos humanos”, ¿cuál es la razón por la que aquello que es inaceptable o insuficiente en cualquier otra parte del mundo puede ser aceptable y suficiente en Cuba? ¿cuál es la concepción subyacente y no siempre explícita que permite sostener indignaciones hemipléjicas e incoherencias varias? En principio, parece claro que la peripecia cubana sigue exponiendo a su modo -y no sin algún tipo de razón- el enfrentamiento mítico entre David y Goliath; entre la entereza y el coraje de los débiles y la arrogancia y la prepotencia de los absolutamente fuertes. Más aún: una vez estallara en mil pedazos el bloque soviético y se extraviara la proyección histórica de un campo “socialista” política y económicamente integrado, la imagen que Cuba comenzó a irradiar, como complemento del embargo norteamericano, fue similar a la de la heroica y solitaria resistencia de Numancia frente al imperio romano.22 Esa innegable situación de desvalimiento unida a la decisión de continuar su propio camino de construcción del “socialismo” dotaron a la experiencia cubana -ya en los años 90 del siglo XX- de atractivos redoblados, de admiraciones y solidaridades abroqueladas y poco dispuestas a una aproximación crítica con respecto a algunos derroteros que, si bien no eran enteramente nuevos,

21 La información, hasta donde se nos hizo posible rastrearlo, fue inicialmente recogida como artículo en el número 195 de la revista inglesa Black Flag, correspondiente a noviembre-diciembre de 1989. Dicho artículo fue posteriormente traducido y reproducido en la publicación venezolana Correo A, Nº 12, pág. 15, de febrero de 1990. En Uruguay, información coincidente con ésta puede hallarse en el Nº 3 de la Revista Alter, correspondiente a la edición primavera-verano de 1993. Inicialmente, supusimos que la información primaria procedía de la revista Guángara Libertaria, órgano de prensa del Movimiento Libertario Cubano en el Exilio; hoy sabemos que el origen de la misma radica en el Volumen I Número 2, Verano 1989 de la Revista A Mayor, páginas 17-18 de la sección en español. 22 Como se sabe, la localidad celtibérica de Numancia fue asediada por los romanos entre los años 153 y 134 a.C., ofreciendo una resistencia de contornos holgadamente épicos y siendo vencida por hambre en esta última fecha, en la que finalmente consiguieron entrar en ella las tropas de Escipión Emiliano.

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encontraban ahora una justificación adicional. Entonces, dadas ciertas manifestaciones -tanto de corrientes políticas opositoras o resistentes y más o menos organizadas como de cubanos comunes y silvestres sin otras necesidades que los simples gestos de “indisciplina”-, la represión subsiguiente, inmediata o más largamente pensada, siguió ubicándose en un cuadro compuesto por tres tipos de explicaciones alternativas o complementarias. En primer lugar, la represión se justificaría porque -aún asignándoles escasa gravitación y tratándolos como un mero producto ficcional de la propaganda enemiga- los objetivos de la misma no son más que “enfermos sociales” sin capacidad para integrarse armónicamente con las formas establecidas de ejercicio del poder o minorías necesitadas de un intenso proceso de “re-educación”. Se sostiene, también, que la represión estaría justificada por cuanto se aplica sólo contra elementos decididamente “contrarrevolucionarios”, “gusanos”, “servidores del imperialismo” y otros fascinerosos de idéntica calaña. Por último, la represión se justificaría también -y he aquí la formulación políticamente más sofisticada- como una práctica provisoria y preventiva del Estado sobre la cual no es sostenible ningún pronunciamiento externo y de pretensión superior que violente el principio absolutamente innegociable de la “autodeterminación de los pueblos”: así, la represión se conocerá y será nominada como represión en cualquier lugar del planeta, mientras que en Cuba tendrá el privilegio de transformarse en el legítimo ejercicio de la soberanía.23 Sin embargo, cada uno de estos supuestos difícilmente se sostendría por sí mismo de no ser por la recurrente invocación a las agresiones norteamericanas; ubicuas, omnipresentes, causa primera y realidad última, según las explicaciones oficiales, de todas las desgracias. Sin embargo, sostener aquí -como lo haremos- que dicha explicación es, en su cansadora monotonía, absolutamente insuficiente, no quiere decir que los Estados Unidos no hayan ofrecido en el correr del tiempo sobradas razones para el mantenimiento de tal discurso. Los Estados Unidos vuelven, perseverantemente, a enrostrarle a América y al mundo su inacabable batería de crueldades y de guarangadas, tal como lo hicieran recientemente al acusar a Cuba de la fabricación de armas biológicas, a modo de antesala de eventuales represalias directamente militares en el marco de su campaña universal de lucha contra el “terrorismo”. La propia persistencia del embargo económico norteamericano -abonado y engordado en los últimos tiempos por las leyes Helms-Burton y Torriccelli- no puede explicarse más que como el efecto combinado de una saña de proyecciones absolutistas en lo que hace al “nuevo orden mundial” y de la necesidad de congraciarse con el “radicalismo” político de algunos grupos de exiliados cubanos; los que, hace ya bastante tiempo, reportan importantes réditos electorales y a los que George Bush junior debe agradecer nada menos que su acceso a la presidencia de los Estados Unidos que, como es notorio, se resolvió precisamente en la Florida.

23 Pero el propio argumento que apela a la “autodeterminación de los pueblos” también es usado por la “izquierda” de modo que se dificulte el rastreo de las líneas de coherencia. Por ejemplo: se invoca con presteza -y con justicia- si se trata de palestinos o saharauis; se omitió cautelosamente en su momento cuando fue reivindicado por lituanos o croatas; se presta a marchas, contramarchas y circunvoluciones varias toda vez que la apelación es pronunciada en lengua vasca. En definitiva, daría la impresión que el beneficio de la autodeterminación se concede toda vez que el gobierno o la autoridad representativa eventual en cuestión resulten especialmente afectos en cuanto a sus orientaciones en materia de política internacional; actitud que, por supuesto, resulta ser un patrimonio compartido por la derecha, aunque previa inversión de las referencias.

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El cuadro de interminable y torpe intolerancia diplomática que han dibujado los Estados Unidos -con sus correspondientes e indigeribles materializaciones- ha permitido que la conducción política cubana pudiera presentarse frente a su pueblo y al orbe todo como la dirección militar de un país en guerra. Así, Cuba resulta ser una sociedad en estado de alerta, inflamada por el patriotismo y fuertemente movilizada toda vez que resuenan los clarines de la agresión externa. De tal modo, la diversidad, la disidencia y la disonancia que la dinámica innegablemente interna de la sociedad cubana produce -a partir de sus propias y específicas relaciones de poder- son decodificadas y resignificadas en el contexto de beligerancias previamente trazado, alineadas involuntariamente junto a las fuerzas del enemigo y combatidas como si realmente se tratara de una división regular del Pentágono. Cuba está, entonces, en guerra; y si, además, esa guerra es librada por David contra Goliath o por Numancia contra el imperio romano nunca habrán de faltar simpatías que inmediatamente estén dispuestas a justificar el conjunto y la parte en aras de la unidad nacional que haga posible la resistencia y la victoria. La guerra es, por ende, la excusa mayor y el trasfondo de unificación y uniformización societal necesarias que todo lo justifica; incluso si se percibe y se acepta que la misma ha tenido fases perfectamente diferenciadas. La guerra actual no es aquella que comenzara con el asalto al cuartel Moncada ni exactamente la misma que pudo visualizarse cruentamente en Bahía de Cochinos o la que ostentara su virtual aureola atómica cuando la crisis de los misiles en 1962, ni es idéntica a la que se libró en los tiempos en que se creía posible “crear dos, tres, muchos Vietnams”, ni es tampoco la que llevó a miles de soldados cubanos a los campos de batalla africanos. Sin embargo, sea como sea, para la conducción política cubana es absolutamente vital trazar un arco de continuidades y acoger bajo el manto de una misma epopeya todo lo acontecido desde el asalto al cuartel Moncada hasta nuestros días: la guerra es contra el imperio, “patria o muerte” y “venceremos”.24 No obstante, cabe recordar ahora que no a toda nación perseguida y en guerra la “izquierda” estará dispuesta a justificarle cualquier cosa ni a suscribir de inmediato sus acrobáticas explicaciones. A la hora de juzgar, por ejemplo, las recientes acciones bélicas del Estado de Israel nadie en la “izquierda” vacilará demasiado en calificarlas como crímenes de guerra y es harto dudoso que alguien pueda considerarlas como dispositivos “defensivos” que se justificarían en la incalificable barbarie nazi sobre el pueblo judío.25 Para cualquier analista u observador en sus cabales y animado por elementales sentimientos de respeto hacia las personas, la guerra desatada por los Estados Unidos contra Afganistán no 24 Cabe acotar, sin embargo, que -aun cuando la épica fundacional se remonte inobjetablemente al asalto del cuartel Moncada- la lucha guerrillera cubana no se realiza bajo la impronta del anti-imperialismo; un perfil que sólo adquiere trascendencia mayor y absolutamente determinante probablemente no antes de los épicos combates de Playa Girón. Asignarle a esa historia de medio siglo la unidad y la coherencia que el discurso oficial le atribuye es un ejemplo más de la fusión y la confusión entre la revolución y el Estado, el Estado y el Partido, el Partido y su liderazgo personal: una vía infalible para que Fidel Castro pueda identificar sin mayores escozores un proceso de cambios con su autobiografía. 25 Habrá más vacilaciones, sin duda, a la hora de calificar los atentados suicidas que se han vuelto costumbre a nivel palestino; pero, aun así, no parece haber demasiadas justificaciones éticas para acciones cuyas principales víctimas se localizan entre población no combatiente, indefensa y cuya única responsabilidad -si es que hay alguna- sólo consiste en habitar territorios dominados por el enemigo identificado o pertenecer, muy grosera y prejuiciosamente, a sus mismas tradiciones culturales.

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justificaba bajo ningún aspecto concebible que las mujeres afganas no pudieran, durante el gobierno de los talibanes, cursar estudios superiores o se vieran drásticamente limitadas en su posibilidad de abocarse a vulgares paseos callejeros. No: las guerras ni explican ni justifican solamente por sí mismas aquellos exabruptos o excesos que en cualesquiera otras circunstancias serían tenidos como violaciones a los “derechos humanos”; de la misma manera que no constituyen, tampoco, una secuencia lineal de causalidades capaz de abarcar también los procesos internos que poca relación guardan con las cadenas de potencialidades que aquéllas liberan. Porque, en definitiva, no debería haber demasiado lugar a vacilaciones para concluir que la disidencia o la resistencia cubana no es meramente un reflejo de “enfermedad social” alguna ni se agota en las conspiraciones “imperialistas” ni se resuelve en el marco de prestidigitaciones retóricas de la mentada “autodeterminación de los pueblos”. Entre otras cosas, porque las “enfermedades” y las “conspiraciones” no constituyen más que una explicación pueril y simplista -una burda reducción de la realidad social al formato de la guerra- y, además, porque la propia autodeterminación de los pueblos no puede ser confundida, bajo ningún aspecto, con la autodeterminación de los gobiernos; salvo bajo aquella intrigante operación intelectual en la que unos y otros son escandalosamente identificados y tomados como si se tratara de un mismo actor. En definitiva, es el propio andamiaje hegemónico de auto-referencias discursivas el que permite que una minoría dirigente se reserve, por sí y ante sí, las prerrogativas de realizar diagnósticos médicos y militares, al tiempo que dice expresar y administrar cuanto pueda haber de sano en el pasado, el presente y el futuro de un pueblo al que se le ha secuestrado su capacidad de autodeterminación real. No hay violación alguna a la “autodeterminación de los pueblos” si se acepta que delegaciones de otros pueblos visiten Cuba, se pronuncien sobre Cuba y, eventualmente, también puedan hacer llegar su solidaridad -de la forma que sea necesaria y posible- a los diferentes sectores de la oposición o de la resistencia. En definitiva, no puede dejar de llamar la atención que haya un antagonismo tan cerril a una visita inspectiva de la ONU cuando a ninguno de los protestones de turno se le ocurrió colgar sus alaridos del cielo en ocasión de los viajes expedicionarios realizados por personajes de dudosísima imparcialidad como Juan Pablo II y James Carter. ¿No será que la “autodeterminación de los pueblos” sólo parece invocarse en toda aquella ocasión en que el gobierno cubano no haya hecho las correspondientes invitaciones o admisiones oficiales? ¿Es que en Cuba sólo el gobierno y no el pueblo tiene la facultad de abrir las puertas cuando se le ocurre o de cerrarlas a cal y canto si así lo desea? Y, por supuesto, desde nuestro punto de vista y tal como lo hemos dicho desde un principio, no se trata de defender la facultad inspectiva de la ONU, cuyas orientaciones están permanentemente sujetas, en primer lugar, a sus diagramas internos de poder y, acto seguido, a consideraciones coyunturales sin posibilidad de maquillaje. De lo que sí se trata, en cambio, es de defender la facultad de “injerencia” de las organizaciones populares de base de cualquier lugar del mundo o de organismos probadamente independientes en todo cuanto tenga que ver con la formación de condiciones para una práctica autónoma de sus homónimas cubanas. Y se trata de que sea así por cuanto ello también ha sido así en infinidad de otras ocasiones y porque la experiencia ha permitido aquilatar que tales “injerencias” han tenido muy saludables efectos toda vez que han sido necesarias y posibles. Una vez más, para nosotros sólo se trata de ser coherentes y de aceptar que en Cuba tengan lugar las mismas cosas que se han saludado y aplaudido con efusión en otras partes y no replicar aquellas infaustas

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clausuras mentales al estilo del genocida Jorge Rafael Videla cuando respondió -frente a intentos investigativos externos a su criminal dictadura- que los argentinos no necesitaban aval alguno puesto que eran probadamente “derechos” y “humanos”.26 Sin embargo, seguimos encontrando que la “izquierda” uruguaya -y buena parte también de la latinoamericana- salva olímpicamente todos esos escollos y continúa defendiendo a capa y espada las orientaciones del Partido Comunista cubano. No obstante ello, desde nuestro punto de vista, ¿es posible sostener indefinidamente que sólo son atendibles, creíbles y confiables las explicaciones dadas por la conducción cubana suprimiendo así toda posibilidad de construir un módico código común y de librar un debate racional en torno a cualquier punto concebible, reduciendo así los gestos políticos sucesivos a triviales actos de fe? Llegados a este punto, cabe hacer un repaso de las conclusiones que hemos ido extrayendo. Desde nuestro punto de vista, ha quedado dicho y probado que la clase dirigente cubana no respeta los “derechos humanos” de su gente en los términos convencionales en que tales cosas son entendidas por la izquierda en cualquier otro lugar del mundo. Hemos visto, también, que el trasfondo de justificaciones se reduce a una situación de guerra entre el inconmensurablemente fuerte y el infinitamente débil, con toda la carga de emocionalidades y apasionamientos que ese trazado convoca en forma prácticamente instantánea. Pero, hemos concluído además que la disidencia cubana responde en última instancia no al escueto y dicotómico trazado de la guerra sino a razones inconfundiblemente endógenas y bastante más complejas de lo que se está dispuesto a reconocer; algunas de las cuales sólo guardan una relación tenue o inexistente con las acciones de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, aun cuando se aceptara textualmente el formato que la dirigencia cubana quiere para su guerra, tampoco esa situación hipotética permitiría extender un salvoconducto de eternas impunidad y autarquía que impidiera una observación crítica y a fondo. Por último, asumiendo a título expreso que la “izquierda” ha resuelto convivir con un margen amplio y cierto de incoherencia y que a la dirección del Partido Comunista cubano se le extiende un cheque en blanco y se la saluda por aquello mismo que en cualquier otro caso merecería una enérgica condena, seguimos sin encontrar una respuesta que nos resulte enteramente satisfactoria sobre las razones de tal actitud política. Una vez más, nos preguntamos: ¿por qué? ¿por las glorias del pasado -el romanticismo de la Sierra Maestra y la mística de los barbados combatientes o el heroísmo de los milicianos que enfrentaron la invasión de Playa Girón- y/o por encarnar el destino de la historia? Esta última, precisamente, parece ser la respuesta y la explicación que hemos estado buscando: el elemento articulador subyacente de todas las justificaciones que la “izquierda” uruguaya y latinoamericana está dispuesta a ofrendar a la conducción política cubana es una cierta concepción del cambio social y de los procesos revolucionarios en los países dependientes -con sus 26 A modo de ejemplo: cuando, a principios de los años 80, la reorganización del movimiento popular uruguayo experimentó el respaldo notorio de organizaciones sindicales europeas o sacó el imprescindible provecho de los pronunciamientos de Amnistía Internacional o de la Cruz Roja, nadie en la izquierda dejó de felicitarse por tales cosas -sin perjuicio de las objeciones que tales organizaciones puedan merecer- y jamás se le ocurrió a sector alguno sostener que se trataba de “injerencias” que atentaban contra la “autodeterminación de los pueblos”. Y decir esto no implica asimilar las dos situaciones -la cubana actual y la uruguaya de principios de los años 80- sino aceptar que, en cualquier circunstancia, quienes tengan una visión y una práctica distintas sobre cualquier país cuenten también con la posibilidad de dialogar con los interlocutores externos que les plazcan y cuando mejor les parezca.

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correspondientes y predeterminadas fases “transicionales”- que fuera paradigmática durante los años 60 y 70, comenzara a desdibujarse en la década de los 80 y acabara por ubicarse, en términos relativos y en su forma concreta, fuera del escenario histórico real luego de la espectacular y repentina implosión del bloque soviético. Según esa concepción, en su versión marxista original, el socialismo se actualiza como posibilidad histórica real a partir de una fase de contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que hasta ese momento las han encauzado. Pero, contrariamente a lo que Marx y Engels habían supuesto, las contracciones del parto no habrían de plantearse primeramente en los países capitalistas más avanzados sino que, de acuerdo a las correcciones y aportes de Lenin, ello habría de darse en “los eslabones más débiles de la cadena imperialista”; una convicción que, en los años 50 en forma embrionaria y en los años 60 de manera contundente, pasó a identificarse territorialmente con los procesos de descolonización o de liberación nacional que se planteaban con fuerza extraordinaria y considerable extensión en Africa, Asia y América Latina. Las revoluciones sobrevinientes, entonces, tendrían un formato preconcebido con una etapa inicial de “realizaciones democráticas avanzadas” -acordes con el desarrollo de las fuerzas productivas y con la necesaria confluencia de las burguesías nacionales o incluso de mesianismos militares “progresistas”-, para abrir luego, como en el caso cubano, un rápido tránsito a la construcción del “socialismo”. La historia no tenía, entonces, reversibilidades ni misterios y el único enigma que debían resolver la estrategia y la práctica política era la formación de los frentes nacionales de liberación, reduciéndose así las soluciones standards a una dialéctica de acumulación de fuerzas en torno y en contra del “enemigo principal”. Todo aquel que se enfrentara al “imperialismo” era, por lo tanto, un aliado real o potencial y un inconfundible compañero de ruta en la edificación de un mundo nuevo que, inexorablemente, habría de llegar. Esa concepción mecanicista y evolucionista de la historia -excusa teórica mayor para una nueva variante de imposición del viejo adagio maquiavelista de que el fin justifica los medios- conduce al absurdo de que la principal regla de evaluación no consiste en determinar las “bondades” de los amigos sino las “maldades” de los enemigos:27 basta con aislar y derrotar a quien en cada coyuntura se presente como el “enemigo principal” para que las leyes intrínsecas a los procesos de cambio favorezcan como por casualidad y descuido la llegada redentora y milenarista del socialismo. Mientras se esté enfrentando a quien en cada etapa haga las veces de “enemigo principal”, el trabajo concienzudo y directo en pos de los objetivos fundamentales -de cuño claramente socialista y libertarizante- puede tranquilamente postergarse para las calendas griegas. Esa concepción, por supuesto, fue bajo su forma anti-imperialista la infraestructura teórico-política sobre la que se cimentó una multitud de derrotas y retrocesos de los movimientos populares a lo largo y a lo ancho del mundo entero durante los años 60 y 70 hasta el momento de su crisis letárgica en la década de los 80. Sin embargo, es la misma concepción que vuelve a manifestarse de manera refractaria y reluctante toda vez que se suscita alguna emergencia o algún “ataque” a propósito del proceso cubano.

27 Un ejemplo reciente y grotesco de esta forma de razonar y de definir orientaciones políticas puede encontrarse entre quienes son capaces de justificar las atrocidades de Slobodan Milosevic en la ex Yugoslavia, o entenderlas como preferibles y menores, por cuanto ésa sería, a su modo de ver, la única manera -o, al menos, la vía rápida- de oponerse a los intereses geo-estratégicos de los Estados Unidos en los Balcanes.

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Y ello es así por cuanto Cuba, cual Numancia rediviva, es todavía el recuerdo vivo y palpitante de aquellas gestas sobre las cuales se apoyó el enfrentamiento anti-imperialista de los años 60 y la promesa sobreviviente de la construcción “socialista”. Sin embargo, esas convicciones y sus correspondientes actitudes políticas no suponen más que la restauración retardada y ahistórica de una práctica que ha conducido una y otra vez al fracaso y que ha dejado librado al azar -o, lo que es lo mismo, a la entelequia de una vaporosa “legalidad” histórica- el problema capital de la construcción socialista.28 Digámoslo ahora, entonces, en forma absolutamente rotunda: la construcción socialista se vuelve una quimera irrealizable si la misma está permanentemente supeditada a esquemas deterministas de evolución histórica que todo lo cifran, etapa tras etapa, en la acumulación de fuerzas al estilo leninista en torno al “enemigo principal”. Persistir en ello no es hoy más que un sarpullido de nostalgia, necesitado del anti-imperialismo a la antigua usanza como instancia superior de legitimación pero también de cierta inimputabilidad gratuitamente adquirida. Entonces, si la clave de todo el asunto consiste en discernir si efectivamente se está construyendo el socialismo en Cuba, ha llegado el momento de tomar ese esquivo toro por sus correspondientes guampas. 3.- Cuba y el “socialismo” Friedrich Engels decía, en una de sus habituales polémicas teórico-ideológicas con sus compañeros alemanes, que no había que confundir el socialismo con la nacionalización de las cloacas, y ahora nosotros debemos comenzar sosteniendo que tampoco debería confundirse con la tasa de escolaridad o la cantidad de camas hospitalarias por habitante: el socialismo, si es que todavía habrá de seguir pareciéndose a la utopía y constituyendo un objeto de deseos y de sueños no puede ser intuído de otra forma que como una nueva relación de convivencia; igualitaria y solidaria, naturalmente, pero en la que, también y sobre todo, se interrumpen, se esfuman o se descuartizan expresamente todas las formas de explotación y dominación y que, por ello y para ello, es capaz de brindar el marco orgánico en el que realizar cabalmente la confirmación o la búsqueda cotidianas de la más intensa y extensa libertad históricamente posible y concebible. Decir que el socialismo debe verificarse, por sobre todas las cosas, como una relación de convivencia inédita implica desembarazarlo ya mismo de su hipotética dependencia del desarrollo de las fuerzas productivas y también de esa concepción que supone que los sacrificios del presente -habitualmente los ajenos y muy raramente los propios- están justificados si los mismos son el reclamo de una vanguardia política que, por sí y ante sí, dice encarnar el sentido de la historia. El socialismo es, entonces, también una construcción colectiva conciente, capaz de instituir un tiempo histórico diferente a partir de los 28 No obstante, hay que reconocer que la concepción de base y las prácticas a que da lugar se metamorfosean perseverantemente en diferentes cuadros históricos y, así como el anti-imperialismo sucedió al anti-fascismo de los años 30 y 40, hoy parecería que el anti-neoliberalismo o la anti-globalización ocuparan su lugar. Sin embargo, más allá de superficiales parecidos y significaciones variables pero aproximadamente similares, la crisis teórica de la concepción histórica profunda parece ser irrecuperable. Hay que aclarar, además, que nuestra crítica no pretende menospreciar la necesidad de prácticas anti-fascistas, anti-imperialistas, anti-neoliberales o anti-globalización sino que sólo apunta a señalar que los frentes o las alianzas que se constituyan en torno a ellas no resuelven los problemas de fondo de la construcción socialista; los que sólo pueden asociarse a prácticas radicales anti-estatales, anti-capitalistas y anti-autoritarias.

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compromisos y las convicciones autónomas de las multitudes, de las organizaciones variables y cambiantes en que éstas se articulan y de los individuos que las componen, les dan vida y las alientan. Además, en tanto construcción colectiva conciente, esas relaciones libertarias que están en la base de cualquier socialismo realmente pensable no pueden ser un corolario remoto sino una premisa en tiempo presente, una condición que no puede subordinarse a las supuestas exigencias de un período al que convencional y tramposamente se le ha llamado de “transición” pero que, en los hechos y en la experiencia, se ha consumado siempre como el espacio histórico de conformación de nuevos esquemas de dominación que han tendido a adquirir un carácter más vitalicio que pasajero. El socialismo no es, por lo tanto, el promisorio resultado a largo plazo de gobiernos de intencionalidad y proclamas socialistas que, excusados en la administración supuestamente temporaria de las reglas de juego que harían posible esa nueva convivencialidad libertaria, acaban realmente construyendo los horizontes concretos, la agenda, las etapas y los ritmos según su propia lógica, su propio albedrío y su propia dinámica interna; y haciendo, en definitiva, que sus confesos y declarados objetivos iniciales se vuelvan perpetuamente imposibles en ese marco. Entonces; si, a nuestro modo de ver, el socialismo no puede ser intuído ni diseñado de otra manera que como la construcción colectiva conciente -en el aquí y el ahora y no en tiempos o lugares impredecibles e inubicables- de relaciones de convivencia libertarias, igualitarias y solidarias en las que se evaporan y desaparecen todas las formas de explotación y dominación -las propias del ancien régime y también las que se postulen como “transitoriamente” sustitutivas-; Cuba ¿es socialista? De acuerdo a nuestras definiciones, la respuesta automática y refleja seguramente podría adoptar sin mayores vacilaciones alguna de las formas variables de la negación; no obstante lo cual creemos que es especialmente oportuno analizar el asunto un poco más detenidamente y reparar en los distintos elementos que componen el campo de fundamentaciones. El tema de la conciencia socialista, en particular, reclama con fuerza nuestra atención inmediata. Ello es así por cuanto a ese nivel quedó situado desde un principio el rasgo distintivo primordial del “socialismo a la cubana” y porque, además, todavía hoy continúa sorprendiendo el caudal de adhesión movilizativa -aparente, al menos-29 que la clase dirigente habrá de computar entre sus logros o entre sus refractarias permanencias. En líneas generales, puede decirse que la intensidad y la densidad que adquirió la exaltación de la conciencia socialista en los primeros tramos de la revolución cubana está más o menos asociada a la obra de Ernesto “Che” Guevara y que bien podrían puntuarse sus diferentes líneas evolutivas en torno a temas como el de la formación del hombre nuevo, el predominio de los estímulos morales sobre los materiales y la independencia relativa de los criterios de distribución e intercambio con respecto al desarrollo de las fuerzas productivas.30 No 29 René Dumont -agrónomo francés que colaboró técnicamente en varias oportunidades con las transformaciones que tuvieron lugar en el campo cubano durante los años 60- sostiene sin vacilación alguna que la concurrencia desde los lugares de trabajo a las grandes concentraciones públicas era obligatoria en aquellos años y nada permite suponer que haya dejado de serlo en tiempos más próximos al presente. Vid., del autor, Cuba ¿es socialista?, pág. 90; Editorial Tiempo Nuevo, Caracas, 1971; libro que constituye una de las referencias básicas para este apartado. 30 Guevara sostenía, por ejemplo, que la conciencia se sobreponía a las condiciones de producción y que, por sí misma, bastaba para volver inaplicables las categorías propias del capitalismo -ley del

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obstante, esa preocupación por el fortalecimiento de una conciencia socialista entre el pueblo cubano quedó rápidamente oscurecida y mediatizada por el cariz político que el proceso fue adquiriendo paulatina pero persistentemente. Por lo pronto, no parece ser la misma una conciencia socialista que se desarrolla en forma autónoma entre la gente y sus organizaciones diversas, plurales e independientes de toda injerencia estatal que aquella que florece como acompañamiento y en el contexto de una centralización política progresiva. Si la primera es capaz de manifestarse a través de productos múltiples y disonantes de las directivas del poder, la segunda se encuentra acotada y casi obligada a hacerlo como abnegación, empeño y hasta solidaridad pero también trasvistiéndose rápidamente en disciplina, en obediencia y en lealtad. Los contenidos de la conciencia son suministrados por el poder central y la utopía del hombre nuevo agota sus buenos augurios en uno más de los tantos modelos sacrificiales de comportamiento conocidos o por conocer. Y tal cosa no es -como puede tender a creerse- una desviación post-guevariana sino que el propio Guevara, en sus análisis económicos, tendía a concebir la primacía de la conciencia como una consecuencia de la planificación centralizada.31 Únase a este tipo de consideraciones la rápida secuencia de formación de una estructura política en régimen de exclusividad y prontamente nos encontraremos con ese indeseable dibujo en el que la conciencia ya no es la síntesis voluntaria, imperfecta, provisoria y revisable de infinitos puntos de elaboración, debate y aun conflicto sino el reflejo, punto por punto, de las decisiones y directivas del partido único. Si la primera forma que adopta la conciencia es capaz de renovarse a sí misma en el propio flujo de su problemática y de su historicidad radical, su expresión segunda y bastarda sólo puede entumecerse y fosilizarse en el correr del tiempo. Parece cierto, sin embargo, que la dirección cubana ha conseguido mantener -hacia dentro tanto como hacia fuera- una presentación de multitudes movilizadas en gesto de respaldo a su conducción política. No obstante ello, es notorio también que nada de eso parece espontáneo y que sólo expresa la profunda inserción por capilaridad de los organismos estatales y su capacidad -sin duda, de carácter coactivo- para organizar las grandes concentraciones públicas a que la dirección cubana nos tiene acostumbrados. En ellas podrá apreciarse todavía la lógica de un país en guerra y susceptible aún de justas crispaciones frente al “enemigo principal” y de sus concomitantes manifestaciones de sentimiento nacional. Pero estos episodios esporádicos no pueden ocultar un hecho bastante más permanente: la conciencia social ha continuado un proceso de escisiones que no comenzó precisamente ayer y persevera en la producción de expresiones de rechazo, de duda o de apatía. La conciencia social real, la que bullía en el marco del proceso revolucionario cubano en sus orígenes, fue plural desde un primer momento

valor, mercancía, cálculo económico contable, etc.- incluso en los primeros tramos de la construcción socialista. Una derivación radical de dichas concepciones se encuentra en el aserto de que, en esas condiciones, es incluso posible ir forjando experiencias comunistas aisladas. Vid., por ejemplo, su polémica al respecto con Charles Bettelheim en “La planificación socialista, su significado“, recogido en la selección de escritos guevarianos Condiciones para el desarrollo económico latinoamericano; El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1966. 31 Según Guevara, “la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía hacia su meta, la plena liberación del ser humano en el marco de la sociedad comunista”; Op. cit.; pág. 132. Vid., también Nuestra Industria. Revista Económica Nº 5, pág. 16; La Habana, febrero de 1964.

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y como tal se manifestó a lo largo de los años 60 en los planos político, económico, sindical, cultural y hasta militar. Esa diversidad, sofocada y ahogada tramo por tramo, severamente reprimida y conducida hacia el silencio, la cárcel o el exilio, concluyó por opacarse y disolverse detrás de los acordes monocromáticos del Partido Comunista y del incuestionable liderazgo personal de Fidel Castro; un proceso ciertamente dramático y en el que la revolución cubana acabó hipotecando por un buen tiempo las latencias de un recorrido alternativo efectivamente socialista y libertario que alguna vez incubó en el seno de las generaciones directamente anti-batistianas. Pero, a pesar de la meticulosa extirpación de todo vestigio opositor o simplemente disonante, lo que la política de la conducción cubana acabó generando fue el extendido descreimiento de las generaciones post-revolucionarias que, cada vez más alejadas de la inicial exaltación de ánimo, sólo pudieron conocer esa paz social autoritaria y anodina propia de un Estado policial y, para colmo, sin que éste fuera capaz de resolver sus objetivos expresos de alcanzar un desarrollo económico auto-sustentable. El tiempo histórico, entonces, muy a pesar de los controles estatales, terminó produciendo una sociedad fragmentada en la cual -según algunas de las evidencias disponibles- se ha elaborado una conciencia que, en sus vertientes definidamente opositoras, oscila entre la bronca y el miedo pero que también, en espacios más amplios, seguramente se mueve entre la indiferencia y la espera. El proceso de segregación de la conciencia social se despliega más allá de las imágenes de uniformidad que la dirección política cubana persiste en querer brindar, cuenta con referentes sub-culturales bastante obvios y también -como marca mayor de heterodoxias y herejías teóricas- con raíces clasistas que sólo una inigualable terquedad se niega a reconocer.32 Esquemáticamente, puede decirse que las clases sociales se constituyen a partir de agregados institucionales y afinidades estructurales entre ciertos papeles prefijados y articulados en una determinada relación de dominación y se distinguen, entre otras cosas, por una concreta y normalmente asimétrica distribución de posibilidades y privilegios. En lo que a nosotros nos interesa directamente en este momento, las relaciones de dominación básicas que ahora se hace preciso destacar son aquellas que se entablan alrededor del ejercicio del poder político; un poder político que rápidamente inicia su fase de concentración y, progresivamente, también su superposición y su identificación plena con esa trama de organicidad partidaria que primero se conocerá como Organizaciones Revolucionarias Integradas, luego como Partido Unificado de la Revolución Socialista y, finalmente, como Partido Comunista. Ese nivel es el que, desde un comienzo, se imbrica y se confunde con los ocupantes y transeúntes de los impenetrables laberintos de la organización estatal y, muy particularmente, de sus instancias de planificación económica y de sus fuerzas armadas. Es en ese nivel de fusiones entre el Estado y el Partido único donde comienzan a producirse absurdas prohibiciones “moralizantes” o “purificadoras” -como la interdicción de escuchar jazz, la de vestir pantalones ceñidos y la de usar el pelo largo, por ejemplo- y a disfrutarse de posibilidades difícil o nulamente disponibles para el pueblo llano; entre las cuales habrá que destacar el acceso amplio a las informaciones internacionales y a tarjetas de racionamiento más

32 Sólo podremos aquí dar por conocidos o por tácitos los referentes sub-culturales de una conciencia social diversa a la propuesta y difundida desde el poder central. El tiempo y el espacio disponibles, mientras tanto, no nos permitirán abordar de lleno y en profundidad tampoco el problema de la formación de nuevas clases sociales; razón por la cual sólo nos contentaremos con brindar ciertos elementos impresionistas susceptibles de ilustrar algunas de sus líneas constitutivas.

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generosas que las comunes o la ridícula prerrogativa de usar barba, que en ciertos momentos sólo estuvo reservada a los veteranos combatientes de la Sierra Maestra pero en modo alguno a jóvenes que quizás desnudarían así sus apresuradas pretensiones de ostentar un símbolo de status “revolucionario”.33 Más directamente cuantificables fueron las diferencias establecidas entre las remuneraciones de quienes ocuparon inmediatamente cargos de gobierno y, por ejemplo, las de los “comandantes rebeldes”; para no mencionar aquellas bastante más pronunciadas que existían respecto a los obreros de las industrias nacionalizadas o a los campesinos ocupados en los establecimientos rurales del Estado.34 La sedimentación y la institucionalización a lo largo del tiempo de esos privilegios “transitoriamente” acumulados -a los que se accede a través de la ocupación de cargos estatales y nada menos que en un marco que oficialmente rechazaba la implantación de estímulos materiales- constituyen los rasgos fenoménicos a través de los cuales pasa a expresarse y a distinguirse una clase dominante; primero en su proceso de formación y, posteriormente, en su adquirido estado de irremisible permanencia. Pero es absolutamente preciso transitar algunos pasos más allá, realizar las distinciones correspondientes y reconocer en el ejercicio del poder político, en los caminos de acceso al mismo y en las formas cambiantes pero siempre irrefutables de su legitimación los elementos explicativos básicos de la nueva configuración societal clasista.35 En tal sentido, parece importante en términos impresionistas y empíricos -e incluso ofensivo para cierto contexto de privaciones generalizadas e invocaciones al sacrificio- que las jerarquías del Estado viajaran en autos Alfa Romeo o pudieran disfrutar de vinos franceses y bombones suizos;36 no obstante lo cual, lo decisivo, lo que sí habrá que considerar como definitorio es que tales cosas no hicieran más que traducir materialmente un cuadro institucionalizado de distribución asimétrica de posibilidades y de atribuciones. En otras palabras: la ostentación, el sibaritismo y la gula no forman por sí mismos una relación de clase, pero sí habrá 33 Las referencias están contenidas -más como anécdotas que como reflexión teórica- en el libro de Ernesto Cardenal, En Cuba; págs. 28 y sgs., 45 y 46; Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires 1972. Cabe recordar que Ernesto Cardenal -posteriormente ministro del primer gabinete de gobierno en la Nicaragua sandinista- es insospechable de animosidad alguna respecto a la dirección cubana, que mantuvo con ella cordiales relaciones y que sólo se limita a dejar algunas constancias al pasar en un libro que, genéricamente, puede considerarse de tono básicamente admirativo. 34 Según las disposiciones adoptadas por el propio “Che” Guevara, en su función de encargado de la economía cubana, los “comandantes rebeldes” tuvieron una asignación salarial de 125 pesos, mientras que la de los ministros y la del propio Fidel Castro ascendía a 750 pesos; es decir, seis veces más. Las cifras se mencionan en el libro de Carlos Franqui; Camilo Cienfuegos, pág. 38; Editorial Seix Barral, Buenos Aires, 2002. 35 El drama ideológico-político del “Che” Guevara se construye precisamente en torno a la imposibilidad teórica de realizar esta distinción absolutamente imprescindible. El célebre episodio en el que Guevara comprueba que su tarjeta de racionamiento es efectivamente privilegiada y la rompe frente a un grupo de obreros que no contaban con las mismas posibilidades alimenticias es una ilustración ejemplar. Lo que Guevara no llega a aceptar y no admitirá jamás es que el socialismo no consiste simplemente en su honesto y sincero gesto de compartir o nivelar la comida sino fundamentalmente en esa operación bastante más complicada y radical de compartir y nivelar el poder; algo que, por su propia definición teórica, equivale exactamente a la negación del mismo. 36 René Dumont; op. cit., pág. 202 y sgs., hace referencia a la posesión de autos Alfa Romeo de lujo como símbolo de status de la clase dirigente. La mención a los vinos franceses y a los bombones suizos como parte del ajuar de uso inmediato de Fidel Castro está contenida en Carlos Franqui; op. cit. pág. 139.

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que pensar seriamente en su formación cuando tales cosas se plantean dentro de un esquema permanente de contingencias y de derechos diferenciales. Ese esquema básico no se ha formado en torno a la propiedad jurídica de los medios de producción sino, como ya se ha insinuado, en el tejido de imbricaciones entre el Estado y el Partido único. Y esto es así por cuanto la estratificación de clases reproduce a su modo y en su nivel la estructura jerárquica del Estado; y los desempeños y el destino que se pueda tener en ella están virtualmente identificados con las carreras dentro del Partido; con las decisiones, las orientaciones y las directivas de éste. Veamos algún caso que nos permita ilustrar los mecanismos que entran en juego. Así, encontraremos que las cooperativas formadas en el proceso de reforma agraria, desde 1960 en adelante, nunca a llegaron a ser tales en sentido estricto y que, en realidad, funcionaron como granjas del Estado en las cuales los consejos de empresa elegidos no suponían contrapeso alguno para la gerencia real designada por el INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria) y sobre la cual recaían los procesos efectivos de toma de decisiones.37 De tal modo, las directivas de la conducción política quedaron permanentemente sobreimpresas a los procesos concretos de trabajo, restándoles toda autonomía, sustituyendo y subordinando cualquier lógica espontáneamente emergente de ellos y ejerciendo sobre los mismos una relación que no cabe calificar de otro modo que como dominante.38 Una vez más, habrá que recurrir a la proverbial sinceridad del “Che” Guevara y recordar sus palabras: “El grupo de vanguardia está más avanzado ideológicamente que la masa. Los primeros se sacrifican en su función, los segundos son menos concientes y se deben someter a presiones...la dictadura del proletariado se ejerce no sólo sobre la clase vencida sino también, de manera individual, sobre la clase victoriosa”.39 Es precisamente sobre la base de esta lógica que pasa a constituirse un grupo social al que, a priori, se le asignan prerrogativas decisorias; un grupo que se auto-legitima a sí mismo, se consolida y se clausura a medida que se asciende en los sucesivos niveles de los organismos de planificación económica, desde las unidades productivas básicas hasta las instancias centrales de decisión nacional. Pero, en el caso cubano, este rasgo común a los “socialismos” burocráticos y estatistas se especifica nítidamente a partir de su impronta militar y de la presencia recurrente de las fuerzas armadas en las responsabilidades más diversas: variables,

37 René Dumont; op. cit. pág. 29. Cabe aclarar aquí que elegimos ejemplos extraídos de los primeros tiempos de la revolución como parte de nuestro intento por demostrar que los procesos de formación de clase se dan también en el arranque mismo de la “transición” y no resultan simplemente de una inflexión posterior y lejana que se haya encargado de torcerla y desvirtuarla. 38 Existe una precoz crítica libertaria a las granjas del Estado realizada por un observador directo de los primeros pasos de la experiencia. Vid., al respecto, de Agustín Souchy, Testimonios sobre la revolución cubana, Reconstruir, Buenos Aires, diciembre de 1960. 39 Recogido en René Dumont; op. cit., pág. 53. Vale la pena hacer notar las drásticas inconsecuencias existentes en el razonamiento de Guevara y preguntarse cómo es posible que el proletariado ejerza una dictadura en términos colectivos y lo haga sobre sus propios elementos considerados luego en tanto individuos. Si la clase -la proletaria como cualquier otra- sólo puede “existir” a partir de las conexiones de sentido entre sus referentes individuales ¿cómo considerar victoriosa a una clase sobre la que se ejerce la dictadura subsecuente? ¿No será, acaso, que los titulares de esa misma dictadura de la que se habla no son ellos mismos proletarios, ya sea porque nunca lo fueron o sencillamente porque han dejado de serlo en el momento en que se constituyen en su nueva función institucionalizada de dominación?

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algunas de ellas, a lo largo del tiempo; pero permanentes también en cuanto tenga que ver con la movilización productiva y la disciplina del trabajo. Inmediatamente más adelante, y en relación con el proceso histórico en tanto tal, consideraremos necesario extendernos mínimamente sobre este punto en particular y ahora nos conformaremos con el simple hecho de afirmar que la dinámica de clases de la sociedad cubana ha estado históricamente asociada en forma rigurosa con la estructura jerárquica del Estado; que ello ha sedimentado y estratificado internamente una clase dominante y privilegiada cuyos vectores fundamentales de constitución se desplazan en sentido ascendente en la trama tecno-burocrática de los organismos de planificación económica y de las fuerzas armadas. Complementariamente, dicha clase se redondea a sí misma a consecuencia de las carreras partidarias propiamente tales; un componente de necesaria distinción por cuanto, aun cuando también habilita prolongadas permanencias en su seno para los militantes más encumbrados, está mucho más librado al juego de los “talentos” y las “virtudes” y a los cambios de rumbo característicos del escenario político. En términos generales, la conclusión que se impone es conocida por los anarquistas desde los lejanos tiempos de la 1ª. Internacional: el ejercicio del poder no es una mera formalidad ni un simple reflejo de la estructura económica sino un nodo de derivaciones strictu sensu y él mismo formador de clases sociales; encargadas, ahora a través del Estado y del Partido, de garantizar la estabilidad y el orden jerárquico de la sociedad y también de las funciones de apropiación y distribución de los excedentes “socialistas”. Ahora bien: alguien hubiera podido suponer que, durante el lapso en que Cuba se mantuvo dentro del área de influencia soviética y recibió por ello suculentos subsidios, hubo impedimentos de esa procedencia que postergaron la inmediata puesta en práctica de las virtualidades libertarias embrionariamente resguardadas. Si así hubiera sido, podría suponerse también que la implosión del bloque soviético habría permitido a Cuba despojarse de muchos de sus lastres burocráticos y emprender un camino de transformaciones más abierto a la participación popular y más vinculado a la toma de decisiones reales -en los aspectos más gravitantes y no en aquellos de porte casi doméstico- por parte de las organizaciones básicas de los trabajadores. Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió sino que la inflexión adoptada con la aprobación de la reforma constitucional de 1992 sí supuso la legitimación plena de un proceso de reconversión capitalista llamado a estimular el incremento de la inversión extranjera. Veamos lo que nos dice un testigo de primera línea:

La amplia reforma constitucional de 1992 se adelantó a la necesidad de cambios estructurales impuesta por la crisis y por la búsqueda de reinserción de la economía de Cuba en el mundo actual. Después se establecieron instrumentos como los ajustes del aparato del Estado; la descentralización del comercio exterior; mayores atribuciones a las empresas; legalización del uso del dólar por la ciudadanía, del trabajo por cuenta propia y de mercados de oferta privada con precios no regulados; masiva cooperativización de granjas agrícolas estatales; nuevos mecanismos como los aranceles a importaciones de empresas mixtas y nacionales; implantación de un sistema tributario (que excluye a los salarios); ley de inversiones extranjeras; transformación de la banca; el plan de reformas llamado Bases Generales del Perfeccionamiento Empresarial, entre otros.40

40 Fernando Martínez Heredia, Punto y final; enero de 2000; reproducido en la publicación electrónica española Rebelión del 1º de febrero de 2000. El autor fue director de la revista cubana Pensamiento Crítico y actualmente se desempeña en el Centro Juan Marinello de La Habana.

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El propio Granma, en su introducción a la publicación de la Constitución cubana, sostiene que las reformas, “de acuerdo con los intereses del país, flexibilizan el carácter de la propiedad sobre los medios de producción o la dirección y el control del comercio exterior” orientándolas “a dar garantías a la inversión extranjera y a la operación de empresas mixtas, sociedades y asociaciones”.41 El sentido de las reformas, por lo tanto, no respondió a un cambio profundo de percepciones y perspectivas sino a la necesidad imperiosa de otorgar un respiro a las exhaustas arcas del Estado -las exhaustas arcas de la clase dominante, por lo tanto-; ya sea directamente -por venta de activos, por tributos, por aranceles, etc.- o bien indirectamente -a través de la reanimación de un mercado interno que ahora podría disponer de las abundantes remesas familiares de divisas procedentes de las numerosas colonias cubanas en el exterior y muy especialmente en los Estados Unidos.42 Además, bien puede decirse que el sentido de los cambios tampoco provocaría excesivos disgustos a un economista ortodoxo y que sus consecuencias, en los términos clasistas en que veníamos expresándonos, implican, por un lado, la formación de una raquítica pequeña burguesía autóctona43 y, por el otro, la creciente injerencia en la vida del país de algunos segmentos reconocibles de la burguesía transnacional. A todo esto ya nos es posible responder contundentemente a nuestro interrogante original respecto al carácter del régimen cubano y sostener que el signo de la respuesta no puede menos que ser negativo: Cuba no es socialista; y no lo es en tanto exhibe un cuadro de clases que expresa nuevas relaciones de dominación constituidas, en primer lugar, a partir del ejercicio del poder político, pero también, en segundo término, renovadas y ampliadas a partir de las licencias concedidas a los movimientos de capital, incluso extranjero -licencias no extendidas, naturalmente, a los movimientos de las personas-; no lo es por cuanto ha desarrollado desde siempre tendencias no precisamente igualitaristas; y, sobre todo, no lo es ni puede serlo porque la convivencialidad societal profunda y permanente, tal como se ha generado y desplegado en sus 43 años largos de existencia “revolucionaria”, no ha conseguido purgarse en ningún momento de su visceral impronta autoritaria. 4.- El lastre militar y caudillista Estas afirmaciones pueden considerarse como concluyentes por sí mismas; sin embargo, desde un principio nos hemos propuesto también analizar si la configuración social, política y económica a la que finalmente ha conducido el 41 El tema está especialmente previsto en el art. 17 de la Constitución, cuya redacción es bastante más elíptica, en tanto se sostiene que “el Estado administra directamente los bienes que integran la propiedad socialista de todo el pueblo o podrá crear y organizar empresas y entidades encargadas de su administración”. De tal modo, la idea oficial, tal como es constitucionalmente presentada, consiste en el delirio literario de suponer que es el Estado quien “podrá crear” la inversión extranjera. 42 El propio Martínez Heredia, op. cit., da cuenta que las remesas de divisas, como fuente de ingresos externos, sólo son superadas en volumen por las exportaciones de azúcar y por el turismo. Cabe acotar que, siendo las remesas de divisas de difícil control y cuantificación, es bastante probable que las mismas se encuentren subvaloradas en la apreciación anterior. 43 Por “raquítica pequeña burguesía autóctona” queremos significar a aquella que reside efectivamente en el país pero no así a la que titulariza los capitales cubanos radicados en Miami, que nada parecen tener de raquíticos y sobre cuya influencia actual en la marcha de la economía de la isla no nos es posible avanzar demasiadas conjeturas.

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derrotero de aquella vieja revolución victoriosa habida en Cuba en los años 50 se explica a partir de causas externas y ajenas al proceso mismo o si, por el contrario, se hace necesario, y aún imprescindible, apelar a un cierto campo “interno” de fuerzas ampliamente condicionantes que, de todos modos -es decir, incluso aislando los efectos atribuíbles a factores de otra procedencia- hubiera conducido de una forma o de otra a estados más o menos asimilables con el actual. Hemos dado a entender que este tipo de consideraciones es absolutamente fundamental porque allí se constituye un conjunto de derivaciones políticas de la máxima importancia en torno a los procesos de cambio en América Latina y, muy particularmente, porque esto será lo que nos permita ubicar teóricamente el problema de la llamada “transición” al socialismo. En otras palabras, lo que ahora intentaremos situar críticamente son dos aspectos que han acompañado y pautado el proceso revolucionario cubano desde sus inicios mismos; dos aspectos que son previos a cualquier insinuación de agresión imperialista, que son anteriores al momento en que la conducción política cubana se reclina en el regazo soviético, que anteceden a todas las dificultades que hubo que atender y a todas las rectificaciones que fue preciso adoptar; dos aspectos que quizás asomaran por primera vez sus narices en ocasión del asalto al Cuartel Moncada, que probablemente merecieran un fortalecimiento cualitativo durante el refugio mexicano, que seguramente hicieron su travesía marítima en el Granma y que, con toda certeza, se consolidaron como garantía de eficacia y mística de victoria en la misma Sierra Maestra: el componente militar y el componente caudillista. Las conclusiones pueden ser anticipadas desde este preciso instante: no hay “transición” posible al socialismo y a la libertad si la misma no se conduce decididamente desde un primer momento de acuerdo a una preceptiva que sea ya propiamente libertaria y socialista; no hay “transición” medianamente confiable que trascienda el nivel de las patrañas y las declaraciones de buena voluntad si se parte por acentuar indolentemente aquellos rasgos que son definitivamente indeseables en el cuadro de la utopía; no hay camino o “transición” a la libertad si no es -parafraseando demoradamente al Bakunin del Catecismo- en alas de esa misma libertad que está en el centro de nuestros anhelos y nuestros proyectos. Pero ahora corresponde que veamos estas cosas en concreto y más de cerca. En el origen más remoto del proceso de centralización política y burocratización encontraremos, entonces y sin duda posible, a los referentes militaristas del propio recorrido revolucionario. Desde los tiempos de la Sierra Maestra en adelante -como guerrilla primero, como Ejército Rebelde después y como fuerzas armadas altamente institucionalizadas finalmente- la política revolucionaria cubana se ha conducido predominantemente según una impronta fuertemente militarizada, en la cual la apelación a los “comandantes” encuentra su definitivo punto de sazón. En efecto, las indudables prerrogativas de que disponen los institutos armados cubanos y sus reiteradas responsabilidades protagónicas no son casuales ni se plantearon como una necesidad específica de la construcción socialista sino que tienen su raíz en esa centralidad de que las ha dotado el propio proceso de gestación revolucionaria. Hay en el mismo una simbología y una mística que, conciente o inconcientemente en un principio y luego a través de las sucesivas redefiniciones de la guerra, han producido una preeminencia que, a la postre y gracias a la propia lógica interna de las concepciones y perfiles del quehacer militar -amateur o profesionalizado- vuelven extraordinariamente dificultosa, si es que no imposible, una reversión radical. De tal modo, en Cuba se dieron y se

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mantuvieron dos secuencias de acontecimientos perfectamente identificables y conceptualizables: por un lado, la tendencia a considerar como propias de los institutos armados actividades que les son completamente ajenas y, por el otro -mediante una cadena de asociaciones históricas-, la propensión a conferirle legitimidad a dichas intervenciones a partir de la mística, los sacrificios y los heroísmos del período guerrillero.44 Así, la Cuba de hoy podrá tener su propia e innegable historia posterior, pero buena parte de sus raíces y de sus condicionamientos se encuentran en ese crisol y en esa matriz de realizaciones futuras que fueron la Sierra Maestra y el original diseño guerrillero que en su momento acogió. Un conocedor de proximidades de las guerrillas latinoamericanas que adoptaron el modelo castro-guevarista anota con especial agudeza algunas de las indeseables consecuencias, en términos de percepciones y conductas, que se desprenden del mismo:

En todo caso, interesa en este punto nombrar una veta de la moral guevariana que, a mi modo de ver, conecta con su visión tutelar y salvífica de la sociedad. La idea de vanguardia ejemplar y conductora aparece una y otra vez como garante de la línea correcta, como instrumento de la educación del pueblo y del propio ejército libertador. El revolucionario y el partido son apóstoles reformadores necesarios que, fusionando lo público y lo privado en un nudo de armonía, deben imponer a toda costa, con inflexibilidad puritana si hace falta, un proyecto vertical destinado a mejorar la condición humana en el partido y en la sociedad. La moral convertida en normativa nos remite entonces a una idea y a una práctica peligrosas: los filósofos o líderes políticos determinan lo que conviene en nombre de un finalismo que han capturado y gestionan. Entonces surge la necesidad de actos ejemplares que empiezan por la unión en uno mismo entre lo que se dice y lo que se hace; a continuación, los actos ejemplares para con los demás se administran entre premios y castigos. Y los castigos pueden llevar al ajusticiamiento de los que "no cumplan con su deber”.45

La guerrilla se constituye en paradigma y patrón de medida; y lo hace no sólo en su relación consigo misma sino que, al desplazar, proyectar y volver imposición normativa la ética grupal, lo hace también en su relación con los círculos concéntricos que la rodean: lo que comenzó siendo un ejemplo de desprendimiento y de arrojo se transforma en un código espartano y acaba generando un derecho adquirido sobre los demás; un derecho que habrá de ejercerse tanto en lo que tenga que ver con la disciplina del trabajo y sus resultados como en cuanto a las actitudes básicas de sociabilidad y a la disposición de la vida misma. Y lo que torna estas cosas particularmente relevantes, perdurables y pasibles de institucionalización, lo que le otorga su capacidad de transformarse en un centro gravitatorio puro y duro, es que todo ello ocurre en el marco de la estructura jerárquica piramidal propia de las organizaciones armadas y con su peculiar distribución interna de prerrogativas y de privilegios.46

44 La apelación histórica no tiene nada de extraño y, en cierto modo, con las variaciones a que dé lugar cada caso particular, es común a todos los ejércitos latinoamericanos. El ejército uruguayo, por ejemplo, sigue situando su gesta fundacional en la Batalla de Las Piedras -18 de mayo de 1811-; primer jalón bélico de las luchas por la independencia de la corona española. 45 Iosu Perales; “Entrega y tragedia en la izquierda de América Latina: una explicación ideológica” en Rebelión del 13 de agosto de 2002. 46 Debería resultar absolutamente claro que lo que estamos discutiendo aquí no es el abuso, el uso o el desuso de las armas sino el hecho teórica y políticamente relevante de que la disposición y la

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Hay aún un elemento más que le confiere al “socialismo a la cubana” una originalidad con la que no contaron sus antecedentes de invocación marxista-leninista: esa combinación de raíces en el caudillismo hispano-árabe y en el realismo mágico latinoamericano que encuentra su síntesis perfecta en la figura de Fidel Castro. No se trata, por cierto, de recurrir aquí a esas versiones novelescas al estilo de Mario Vargas Llosa que todo pretenden explicarlo a partir de la intrínseca crueldad de una jefatura capaz de agusanar una manzana fresca y apetitosa a su influjo exclusivo y excluyente; incluso aunque no haya prácticamente dudas que pocas veces existe la oportunidad de apreciar un liderazgo tan fuerte y en tal estado de pureza.47 Mezcla de Cid Campeador, Robin Hood y Stenka Razin, alejado ya de los campos de batalla en sentido estricto y llegada la hora de la rutinización del carisma, Fidel Castro representa -por mucho que la expresión se mantenga discretamente en reserva- el caso más prolongado de culto a la personalidad de que tengan recuerdo los recorridos de construcción “socialista”; a cuya duración Stalin, Mao y Tito apenas si se aproximaron. Hipnotizador, histrión, profeta, chamán y milagrero al tiempo que también experto en temas militares, agrónomo vocacional e ingeniero de rutas y caminos, Fidel Castro ha sido durante medio siglo el propietario monopólico de la revolución cubana; y no sólo en cuanto a la atribución de su significación profunda y sus orientaciones fundamentales sino también en la definición de asuntos de detalle e instrumentación que en cualquier otra situación medianamente racional y caracterizada por la elaboración colectiva habrían sido delegados a diferentes instancias descentralizadas de decisión y de poder. “Fidel Castro decidirá la orientación del porvenir”, según espetó confidencialmente y sin demasiados rubores décadas atrás un funcionario de rango medio pero de encumbrada posición intelectual48. Y, por muy ridículo y antidemocrático que ello parezca, por más expresivo de una devoción que de un pensamiento crítico-revolucionario que tal cosa resulte, lo cierto es que Fidel Castro no sólo ha sido y es el arquitecto del futuro sino que también practica sin demasiadas limitaciones ni comedimientos los oficios de maestro mayor de obras y diseñador de interiores, hasta un grado en que resulta difícil encontrar situaciones parecidas en cualquier

orientación de los recursos técnicos sean administrados por una estructura militar que, aun cuando tenga orígenes no convencionales, tiende a volverse permanente en cuanto a sus pautas de organización y de actuación -o, dicho de otra manera, en cuanto a las formas de ejercicio del poder y de generación de relaciones de mando y obediencia. Al mismo tiempo, debemos decir también que no nos rechina la guerrilla por sí misma -una práctica que los anarquistas han asumido convincentemente cuando así lo entendieron oportuno- sino el hecho de que las armas como tales sean elevadas a la categoría de formulación ideológica y de principios: como libertarios, lo que nos importa es la lógica del enfrentamiento al poder -la acción directa y la insurrección en sentido amplio- y no el énfasis en el tipo de recursos técnicos a que se apele; algo que, en definitiva, como es el caso de la tan mentada “lucha armada”, no debería ser más que un complemento históricamente circunstancial y nunca el elemento de definición propiamente dicho. 47 De la misma manera, nos parecen torpes y abusivas esas visiones psicologistas que insisten en buscar similitudes de personalidad, temperamento y conductas entre Fidel Castro y los típicos dictadores latinoamericanos al estilo de Trujillo, Somoza o Pinochet. Entre otras cosas, porque tales caracterizaciones resignan toda explicación posible de las especificidades del proceso cubano y se niegan a reconocer o tan siquiera a indagar las profundas raíces sociales, políticas y culturales del fenómeno; detrás o debajo de las cuales se hallan, con toda seguridad, las razones de su perdurabilidad. 48 La frase fue pronunciada por Hermes Herrera, director en ese entonces, 1969, del Instituto de Economía de la Universidad de La Habana, en conversación con René Dumont; recogida en op. cit., pág. 78.

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otro proceso de construcción “socialista” que se nos ponga por delante. En este punto del análisis, la revolución cubana y su “socialismo” sólo pueden ser entendidos y calificados como totémicos. En efecto, ese emblema protector, ese ascendiente genealógico, ese progenitor mítico que es Fidel Castro para el pueblo cubano, es también el espacio biográfico en el que se reúnen y se entrecruzan aspiraciones y deseos virtualmente arcaicos, identidades y proyectos confirmatorios, referencias históricas y orígenes colectivos. Es en ese espacio caudillista donde residen la conciencia del pasado y del futuro; donde adquieren su sentido la revolución, la guerra contra el imperio y la construcción del socialismo; donde se resumen con destellos propios la verdad y la justicia. También es el espacio en que se resuelve la administración de los asuntos terrenales y el manantial del que surgen las ocurrencias de la hora; las que pueden ir desde la cría de cocodrilos hasta la fijación de metas record para una zafra azucarera pasando por la construcción de autopistas, la adopción extemporánea de algún fertilizante o la ubicación y el trazado caprichosos de cultivos varios.49 No hay síntesis ni condensación de ideas y de prácticas que se mantenga al margen de su mirada o de sus mensajes redentores; no hay historia autónoma que pueda sobrevivir a la intemperie y sin que antes cuente con sus amplios y discriminatorios cobertores y salvoconductos. Un ejemplo mayor de esto último -que empalma magníficamente con nuestra reflexión anterior sobre las instituciones armadas- es la visión oficial castrista que configura ex post un protagonismo absorbente de la guerrilla en el proceso de luchas contra la dictadura de Batista; desplazando hacia los roles propios de la periferia y el acompañamiento al Directorio Revolucionario y a las ramas urbanas del Movimiento 26 de Julio; recortando su luminosidad cegadora sobre el fondo invisible, oscuro y anónimo de la multitud; y asegurando mediante esta purga historiográfica, por lo tanto, las condiciones de fortalecimiento de su propio liderazgo caudillista en detrimento de las potencialidades políticas colectivas que, en los años augurales, estuvieron permanentemente en ciernes.50 Fidel Castro, entonces, como personalidad avasallante pero también como punto de cruce en el que es absolutamente imprescindible reconocer un aparato, un dispositivo de intereses conjugados y capaces de servirse de su figura y, además, profundas raíces culturales del propio pueblo cubano que no ha podido todavía ir más allá de su canonización cotidiana ni labrar los caminos que le permitan despojarse de su tutela ni transitar por ellos sin otro manto ni otro amparo que el de su intransferible autonomía. Sea como sea, entre su militarismo refractario y su caudillismo omnipresente la “transición” cubana no ha podido ser otra cosa que un movimiento circular que regresa perpetuamente al punto de su mitología fundacional y de su institucionalización posterior; tal como ha ocurrido -aproximadamente y con las singularidades que correspondan- con todas las “transiciones” de idéntico signo y de su misma inspiración. Cuba no es socialista y no ha podido serlo porque su 49 René Dumont, op. cit., proporciona una cantidad abrumadora de ejemplos sobre las múltiples “inspiraciones” de Fidel Castro y del modo en que éstas son puestas inmediatamente en práctica; puntos éstos sobre los que no vale demasiado la pena insistir. 50 Carlos Franqui desliza la hipótesis de que ya Camilo Cienfuegos se había mostrado temeroso, en el propio año de 1959, respecto a los recortes historiográficos que Fidel Castro operaba sobre el proceso previo, de modo de dibujar nítidamente su figura sobre un fondo de opacidades y de sombras. Vid., op. cit., esp. págs. 106 a 109. Cf., también, para una óptica diferente, de Marcos Winocur -historiador argentino y no cubano, en definitiva-; Las clases olvidadas en la revolución cubana; Editorial Crítica, Barcelona, 1979.

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propia estrategia de construcción acogió desde un primer momento rasgos y elementos de rápida cristalización que contradicen tanto en términos lógicos como en los rigurosamente prácticos cualquier avance de signo libertario, igualitarista y solidario. Además, esos rasgos, esos elementos, no fueron una importación forzada, que sólo quepa explicar y justificar a partir de la gravitación irreversible de factores exógenos, sino que los mismos estuvieron presentes como insinuación y como virtualidad en los mismos tramos iniciales del proceso revolucionario, son parte naturalmente constitutiva del mismo y le confieren un carácter del que no ha podido y no parece querer desprenderse. Cuba es, entonces, una sociedad en la que -repitámoslo ya mismo sin vacilaciones ni justificación posible- no se respetan los “derechos humanos”; una sociedad, además, que ha recompuesto una trama clasista singular, en la que asoman los segundos y terceros fulgores de revival capitalista y en la que un Estado paternalista, policial, autoritario y, por añadidura, fuertemente militarista, juega un papel hegemónico excluyente y de imposible modificación en su propio marco de nociones y de sentidos; una sociedad, por último, que ha encontrado una insólita y duradera pero igualmente frágil amalgama en un culto totémico que ya comienza a mostrar no los primeros sino los séptimos u octavos signos de su arbitrariedad y su desgaste. Frente a este panorama, y estando como estamos absolutamente convencidos de que cuanto ocurra en Cuba de aquí en más no podrá dejar de repercutir de un modo o de otro, favorable o desfavorablemente, en la agitación que otra vez atraviesa la América Latina, es de la mayor importancia reflexionar nuevamente -pero ahora sin pasar por los viejos lugares comunes- a propósito de una política que dé cuenta acabadamente y sin escondites de esa situación. A ello querremos dedicar, tanto en lo que tiene que ver con las posiciones susceptibles de adopción compartida con sectores ampliados de la izquierda revolucionaria como en cuanto a aquéllas de nuestras propias y familares tiendas libertarias, los últimos tramos de este trabajo. 5.- Los anarquistas y Cuba Decíamos al principio que el punto de vista desde el cual elaborar orientaciones políticas respecto a Cuba era en cierto modo dual y pretendía contemplar tanto aquellas posiciones sostenibles desde una visión de izquierda revolucionaria relativamente amplia como las propias de una ubicación específicamente anarquista; de las que ahora ha llegado, finalmente, el momento de ocuparse. Para los anarquistas, además, Cuba ha sido, desde los años 60, algo más que un guijarro en nuestros zapatos; en Uruguay, muy especialmente, pero también a lo largo y a lo ancho del movimiento libertario internacional. La idea general que hoy puede sostenerse es que, durante la década del 60, la ausencia de nexos y acuerdos internacionales amplios y sólidos que englobaran al movimiento anarquista -incluyendo, naturalmente, a las expresiones cubanas del mismo- operó efectos devastadores en cuanto a la claridad, la profundidad y la pertinencia de las posiciones luego adoptadas sobre la marcha. No existía todavía la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA) -que recién se formaría en la localidad italiana de Carrara, en 1968-, en América la Comisión Continental de Relaciones Anarquistas (CCRA) no constituía una red excesivamente densa y regular de articulaciones, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) tenía francamente disminuído su funcionamiento y la trama más vigorosa de vínculos multilaterales estaba constituída por el exilio español, efectivamente

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disperso por el mundo pero con su propia carga de focalizaciones nacionales y problemas como para constituirse en un nodo que pudiera ejercer cierto influjo gravitacional y coherentizador de extensión apreciable. El movimiento anarquista, además, se encontraba, a escala internacional, en un prolongado período de reflujo, repliegue y expectativa, aproximadamente vigente desde la derrota revolucionaria española. La propia guerrilla de la Sierra Maestra no fue anticipada ni aquilatada en sus alcances y una Conferencia Anarquista Americana reunida en Montevideo, en abril de 1957, limita sus consideraciones sobre el caso a saludar y manifestar su apoyo a las fuerzas enfrentadas a la dictadura de Fulgencio Batista.51 Por añadidura, desde 1959 en adelante, las muy escasas informaciones disponibles resultaron confusas y contradictorias, se libraron en forma personal e íntima pero por fuera de los planos orgánicos de confianza y de los compromisos colectivos que hubieran sido imprescindibles, se distrajeron y perdieron entre consideraciones de oportunidad que no se dirigían al centro de la cuestión y redujeron toda elaboración ulterior a conjeturas voluntaristas, a credibilidades virtualmente dispuestas a priori y, en última instancia, también a actos de fe. Así las cosas, no resulta extraño que la revolución cubana victoriosa haya producido un fuerte desconcierto adicional, una irreparable dispersión y un franco desencuentro de posturas; tanto a nivel del conjunto del movimiento como también en muchas de sus expresiones locales. En líneas muy generales, y como no podía ser de otra manera, el movimiento anarquista internacional observó con simpatía el proceso revolucionario cubano, aun cuando no pueda decirse que sus expectativas inmediatas fueran extraordinariamente entusiastas respecto al rumbo y al radicalismo que finalmente le imprimieran al asunto los guerrilleros que en enero de 1959 ingresaban en La Habana, derrocaban al dictador Batista y promovían la instalación de un gobierno provisorio de amplio espectro.52 Sin embargo, la pronta definición socialista y el carácter enérgico que adoptó el proceso revolucionario respecto a los Estados Unidos aceleraron la necesidad de posturas bastante más precisas por parte del

51 La lacónica moción aprobada -“Declaración ante los sucesos de Cuba”- dice textualmente: “Cuba se ha levantado en armas contra la dictadura. Los pueblos de América y el mundo contemplan con dolor y admiración la conducta heroica de un pueblo que sabe decir ¡no! a los tiranos. Estudiantes y obreros enfrentan las fuerzas militares y policiales de Batista, sacrificando sus vidas en gestos suicidas que únicamente puede inspirar el amor a la libertad”. Los sucesos a los que se alude están constituídos por el cruento asalto al Palacio Presidencial batistiano -acaecido el 13 de marzo inmediatamente anterior- y es interesante reparar en que la moción habla de “estudiantes y obreros” enfrentados a las fuerzas militares y policiales, pero no se hace referencia alguna a la guerrilla. Es de hacer constar, además, que en la mencionada conferencia se hallaban presentes dos delegados de la Asociación Libertaria Cubana. La referencia está contenida en el folleto 1ª. Conferencia Anarquista Americana. Pronunciamientos, acuerdos, recomendaciones, declaraciones; editado en Montevideo durante el mismo año de 1957 por la Comunidad del Sur. 52 Vid., por ejemplo, de Hugo Cores, Memorias de la resistencia, pág. 62; Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2002. Allí se narra cómo el equipo redactor del periódico Lucha Libertaria -órgano de prensa de la Federación Anarquista Uruguaya- concurrió a un acto público, en abril de 1959, cuyo orador era Fidel Castro, por entonces de visita en Montevideo. Cores enfatiza que se concurrió “con escepticismo de libertarios” y que él, personalmente, se convenció en ese momento y no antes“ de la originalidad y el valor de la revolución que estaba en curso en Cuba”. Más adelante -pág. 69-, Cores relata que recién más de dos años y medio después, en diciembre de 1961 -ocasión en la que Fidel Castro se define como marxista-leninista-, su apoyo a la revolución y al gobierno que con ella se había instalado agotaban su permanencia en el campo de las ideas anarquistas. Las posiciones de la Federación Anarquista Uruguaya, mientras tanto, distaban todavía de ser tan homogénea y colectivamente claras como la suya; tanto en un sentido como en el otro.

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movimiento libertario internacional; las que habrían de adoptarse en un contexto teórico, ideológico, político, organizativo y hasta de informaciones disponibles que -tal como ya se ha dado a entender- no era precisamente ni el más fértil ni el más favorable. Los resultados fueron catastróficos y sus ecos llegan prácticamente hasta nuestros días. Algunos agrupamientos se pronuncian en el sentido de un “apoyo crítico” a las orientaciones reconocibles del proceso cubano -las de su gobierno, por lo tanto, aun cuando nunca haya sido planteado en esos términos- y otros se encargarán de marcar las distancias correspondientes, lo cual, simultáneamente, equivalía a dar la espalda o respaldar a los anarquistas isleños que en esos iniciales momentos ya eran objeto de persecución: entre los primeros, destacan prestigiosas publicaciones como Umanitá Nova de la Federación Anarquista Italiana, Monde Libertaire de la Federación Anarquista Francesa o la italo-norteamericana Adunata dei Refratari; entre los segundos, habrá que alistar a la Federación Anarquista Mexicana, a la Federación Libertaria Argentina, a la históricamente gravitante CNT española y a un conjunto de individualidades de amplio reconocimiento.53 Mientras tanto, la Federación Anarquista Uruguaya representará un caso especialísimo, puesto que, al calor de los debates propiciados en torno a las eventuales derivaciones latinoamericanas del proceso revolucionario cubano, comienza a deshilacharse y acabará dividiéndose prácticamente en mitades; una de las cuales -la que continuara actuando bajo el nombre de F.A.U.- se plegará a las concepciones del “apoyo crítico”, en tanto la otra -la Alianza Libertaria Uruguaya- mantendrá respecto a la situación isleña una postura crítica a secas.54 Por la razón que sea, en el contexto de desinformaciones -y, sobre todo, de apasionamientos, expectativas y esperanzas- de la época, no hay duda posible en cuanto a que el callejón central por el que comenzaba a transitar la revolución cubana en los primeros años 60 ejerció un influjo innegable y provocó una gama variable de adhesiones, por lo menos tácitas, que fueron desde cierta fascinación de

53 La lista que corresponde a cada una de las posiciones -lista que aquí sólo reproducimos parcialmente- se encuentra mencionada en el artículo de Carlos Estefanía “Liquidación del socialismo libertario en Cuba: ¿fin de una utopía?”, reproducido en la revista de exiliados Cuba Nuestra, disponible en la dirección web http://hem.passagen.se/cubanuestra. Una diferencia adicional de nuestra propia enumeración consiste en que Estefanía ubica a la Federación Anarquista Uruguaya entre los partidarios del “apoyo crítico” pero -vale la aclaración y el matiz que inmediatamente haremos- ello se acentuará de tal modo, formal y nítidamente, luego y no antes de su escisión. Es cierto que, antes de la escisión, en la F.A.U. ya se habían emitido pronunciamientos de apoyo; pero entendemos que lo correcto es interpretar los mismos como un genérico respaldo al acontecimiento revolucionario per se y no a las orientaciones concretas que perfilaba su gobierno. Tanto es así que una de las primeras declaraciones de apoyo a la revolución cubana habla de “defenderla del riesgo interno de un centralismo estatista que (la) frustraría” y también “de la acción del comunismo”…”que procurará hacer de ella un instrumento de la política exterior imperialista de la Unión Soviética”. 54 La división de la F.A.U. sigue mereciendo, todavía hoy, diferencias interpretativas irreconciliables entre los exponentes de una y otra fracción. Por un lado, la tendencia que continuó actuando como F.A.U. ha sostenido a lo largo del tiempo que las razones de la división deben situarse en torno a las concepciones organizativas, a la adopción o no de un perfil más rotundamente clasista y al alcance de las prácticas de acción directa. Por otra parte, quienes luego se agruparon en la A.L.U. le asignan relevancia y centralidad mucho mayores al vector cubano de la discusión interna. De cualquier manera, parece claro que la revolución cubana operó bien como focalización expresa o en tanto inevitable telón de fondo de la polémica y que determinadas definiciones no hubieran adquirido el carácter rupturista que finalmente tuvieron de no haber sido por la percepción de que aquélla condicionaba decisivamente los rumbos que habría de seguir el proceso de cambios en Latinoamérica; una hipótesis de trabajo que luego sería ampliamente desbordada por la historia subsiguiente.

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ascendiente casi jacobino55 hasta la mediatización de aquellos que, pese a sus reservadas críticas en profundidad, se guardaron de manifestarlas expresa y enérgicamente, so pena de verse lastimosamente confundidos entre el séquito cortesano de la diplomacia estadounidense. De todos modos, fuera cual fuere el matiz finalmente adoptado, la indeseable consecuencia consistió en que el movimiento libertario internacional, como cuerpo globalmente considerado, jamás consiguió aproximar posiciones tan siquiera medianamente comunes respecto a Cuba, se acomodó resignadamente a un cierto vacío, al menos parcial, de iniciativas propias y perfectamente distinguibles en torno a los procesos de cambio revolucionario en curso durante ese período y generó -o, al menos, admitió- una atmósfera de sospecha y de desconfianza respecto al movimiento libertario isleño. De tal modo, se aceptó también que sobre el mismo recayera el inmerecido mote condenatorio de la “contra-revolución” y se privó así de un enfoque específico y familiar que pudiera articularse con los acontecimientos del proceso que tenían lugar dentro de la propia Cuba. Para colmo, los contrastes se hicieron tan fuertes y virulentos, tan en blanco y negro, tan a favor y en contra de unos o de otros, que la cesura interna al movimiento libertario se extendió con facilidad a terrenos originalmente diversos. Ya no se trató sólo de ese gratuito y desnorteado intercambio de epítetos falaces según el cual unos se habían vuelto partidarios de la “tiranía castrista” y sus adversarios “cómplices del imperialismo”56 sino que, en el voltaje y la temperatura que fue adquiriendo una polémica librada en esos términos, el movimiento anarquista hipotecó buena parte de sus lazos internos de solidaridad y comprensión y extravió los caminos de búsqueda de su propia renovación y de la actualización con los nuevos tiempos que le tocaba vivir; genéricamente, a lo largo y a lo ancho del mundo y, muy especialmente, en América Latina. Hoy, sin embargo, el tiempo transcurrido y los hechos capitales que el mismo fue decantando nos permiten una re-evaluación considerablemente más ajustada, tanto de los caminos seguidos por la revolución cubana y de sus proyecciones hacia el resto del continente como del papel que en los años augurales -y, con menor peso y particularmente a través del exilio, también en los posteriores- le cupo jugar al movimiento libertario isleño. Sobre el primer aspecto creemos haber dicho ya lo suficiente -al menos si se lo piensa desde el punto de vista de lo estrictamente necesario para nuestras presentes reflexiones- y parece llegado el momento de realizar una observación más detenida sobre la tragedia histórica específica del

55 En este caso particular y aplicado a la situación cubana, entendemos por jacobino a aquel perfil político capaz de identificarse con la “profundización” de los recorridos revolucionarios, no en el sentido de sus logros socialistas reales sino en el de sus rupturas institucionales y efectos de poder, incluso, o sobre todo, prescindiendo de los niveles de conciencia colectiva que pudieran resultar imprescindibles en tales circunstancias. 56 Es proverbial, en tal sentido, la acusación de estar al servicio de la CIA que, en 1968, el entonces creativo y pintoresco pero también sobredimensionado Daniel Cohn-Bendit hiciera recaer sobre los anarquistas cubanos exiliados. No mediando demostración alguna de tan grueso juicio de valor, sólo cabe interpretarlo como un ejemplo en filas libertarias de ese equívoco razonamiento por el cual “los enemigos de mis enemigos son mis amigos” y, por lo tanto, todo aquel que se oponga o contradiga a los amigos recientemente adquiridos habrá de ser, sin duda posible, un enemigo o un cretino útil a su servicio. Si tales silogismos son, gramaticalmente hablando, un trabalenguas indigerible, mucho peor habrá de resultar su incorporación a un cuerpo ideológico medianamente coherente y sustentable; el que perderá de tal modo su autonomía conceptual y comenzará a navegar al garete por los mares de la ajenidad.

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anarquismo cubano y, quizás, dejar planteadas para el futuro algunas suposiciones sobre el papel que todavía tendría la oportunidad de jugar en el escenario actual. Lo primero que habrá que hacer es descartar las dos livianísimas acusaciones que habitualmente han pendido sobre el movimiento libertario isleño: la de su hipotética “prescindencia” respecto a las luchas anti-dictatoriales y la de sus supuestas actividades “contrarrevolucionarias”. Antes de abordar directamente los hechos, y observando ambas cosas desde un ángulo estrictamente doctrinario, habrá que decir que ambas acusaciones son lisa y llanamente inconcebibles desde el momento en que el pensamiento anarquista no puede menos que ser rotunda y radicalmente anti-dictatorial y en la medida que representa una trayectoria singular en el seno de cualquier proceso revolucionario. Esa especificidad del anarquismo en tanto concepción y en cuanto práctica perfectamente bien delimitadas vuelve absurdos los “cargos” formulados pues ni los libertarios tienen por qué sentirse obligados a acompañar estrategias y proyectos que no suscriben del mismo modo que nadie más que ellos habrá de comprometerse profunda y completamente con su propio programa de actuación. Suponer lo contrario es admitir que, en el contexto de un proceso de cambios, una cierta élite de vanguardia cuente con la prerrogativa absoluta de determinar cuáles habrán de ser los caminos puntuales a seguir y los ritmos en que ellos habrán de ser transitados y, por ende, se adjudique también el derecho de distribuir como mejor le parezca las indulgencias y los anatemas que más se ajusten a las situaciones de obediencia o de indisciplina, respectivamente. Esto lleva a reconocer que, en un proceso revolucionario cualquiera, todas las tendencias que éste haya de albergar se ciñen a su propia constelación de conceptos, deseos y hasta intuiciones y sólo podrá exigírseles en aras de su coherencia que respeten los mismos o, a lo sumo, los que correspondan a las organizaciones populares de base de composición amplia e irrestricta; siempre y cuando las mismas cuenten, además, con un marco que garantice la participación plena en sus decisiones de todos y cada uno de sus miembros. Si así no fuera, ahora mismo habría que considerar como “prescindentes” a todos los anarquistas que a lo largo y a lo ancho del mundo se consideran auto-excluidos de un amplísimo universo de proyectos de cambio; ya sea porque los mismos son percibidos como incorregiblemente reformistas, o bien porque delatan los inconfundibles tufos del oscurantismo, ya porque están impregnados de una aureola insoportablemente autoritaria. Y, por supuesto, nosotros mismos también podríamos calificar de “prescindentes” a todos aquellos que no comulguen con nuestros propios proyectos. Sin embargo, la ética revolucionaria, sólo debería ser evaluada dentro del marco de nociones y convicciones de cada cual y nunca desde el punto de vista de los cumplimientos y las lealtades con esos lugares sacrosantos que se pretenden expresivos de alguna unidad artificial que no existe más que en sus enfermizas arbitrariedades. La acusación de “contrarrevolucionario” recibida por el anarquismo cubano, mientras tanto, no merece mejor suerte que la anterior y se extravía fácilmente en el océano de las ambigüedades y las polisemias. En efecto, la misma sólo tiene algún sentido a partir de una cierta concepción de la revolución sobre la que se reclama una suerte de derecho de propiedad o paternidad y sobre la cual se ejerce algún tipo de hegemonía en cuanto a sus orientaciones y a sus derroteros. Es recién luego de esta aceptación que los titulares de tales privilegios gozarán también de la prerrogativa de calificar como “contrarrevolucionarios” a todos aquellos que se opongan a sus designios. Sin embargo, toda vez que se constate -y cualquier ejemplo histórico permite hacerlo- que el campo de la revolución jamás asume

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formas químicamente puras sino las configuraciones características de un abanico de tendencias en el que cada cual defenderá sus propias ideas sobre el asunto, aceptar tales descalificaciones sumarias no equivale a otra cosa que a abrir el lúgubre espacio del monolitismo que inevitablemente habrá de sofocar todas las energías y potencialidades de la insurrección original. En el caso cubano, por ejemplo, si se aceptara sin demasiados remilgos preciosistas la acusación de “contrarrevolucionarios” que su conducción ha prodigado generosamente a diestra y siniestra sobre sus ocasionales adversarios, se llegaría fácilmente a la conclusión infinitamente absurda de que la revolución misma fue un episodio extrañísimo en el cual buena parte de sus protagonistas principales estaba en realidad en contra de su realización. Parece más oportuno, por lo tanto, buscar similitudes y homologaciones en otros procesos y recordar ahora que la eliminación inmediata o gradual de las corrientes que rivalizan con los núcleos hegemónicos de poder revolucionario es una tendencia apreciable ya en las prácticas políticas de corte jacobino y recuperará un inusitado vigor, más de un siglo después, dentro de los patrones leninistas de construcción partidaria y “socialista”. Para los anarquistas, por lo tanto, no se trata más que de evocar lo obvio; aquello que se constituyó en rasgo definitorio en los tiempos de la 1ª. Internacional, que se afirmó luego con los estudios kropotkinianos de la revolución francesa y que se consolidó como saber empírico directo en el marco de la revolución rusa: esto es; que las revoluciones sólo sobreviven y conservan su impulso, su creatividad y su fuerza toda vez que las mismas se niegan a dejarse ahogar por la dictadura -cualquiera sea su signo y con prescindencia de su “contenido de clase”-, por el exclusivismo fraccional y por esa ridícula pero reluctante pretensión de las vanguardias auto-proclamadas, legitimadas por sí y ante sí, de trazar itinerarios que nadie más podrá cuestionar de aquí a la eternidad.57 Ahora bien, en términos históricos concretos: ¿en qué consistieron exactamente la “prescindencia” y el gesto “contrarrevolucionario” del anarquismo cubano, evaluados desde nuestro propio punto de vista y no desde la perspectiva de “los enemigos de nuestros enemigos”? Que el movimiento anarquista cubano era una fuerza de enfrentamiento y lucha contra la dictadura de Batista es algo que está fuera de toda duda; una convicción que, incluso, debería extenderse seriamente a otros grupos libertarios no vinculados directamente, por nacimiento o residencia, con la isla caribeña.58 Pero ese enfrentamiento y esa lucha contra la dictadura de Batista se inscribieron, como era de esperar, en un proyecto autónomo de los anarquistas cubanos, desplegado básicamente a través de las organizaciones sindicales, a las que se concebía como protagónicas, y sin haber 57 Las resoluciones del Congreso de Saint-Imier celebrado por la fracción federalista de la 1ª. Internacional -una de las piedras miliares del movimiento anarquista en cuanto tal- se encuentran perfectamente en línea con esta concepción. Vid., además, Historia de la revolución francesa de Piotr Kropotkin; Editorial Americalee, Buenos Aires, 1944 y, sobre todo, Dictadura y revolución de Luigi Fabbri; Editorial Proyección, Buenos Aires, 1967. 58 Ya hemos mencionado el respaldo de la 1ª. Conferencia Anarquista Americana a las luchas anti-batistianas y ahora corresponderá anotar la colaboración brindada por refugiados españoles a los cubanos que, en los años 50, preparaban en México lo que luego sería la expedición del Granma. Esa colaboración tuvo lugar en el marco de un Frente Juvenil Antidictatorial en el que desarrollaron actividades militantes refugiados de diferentes países -dominicanos, peruanos, venezolanos, etc.- además de españoles y cubanos. Una referencia de dicha colaboración puede encontrarse en el reportaje realizado a Octavio Alberola -en ese entonces, un destacado militante de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias y residente en México- recogido en la revista Polémica, Año XVIII, Nº 70, págs. 42 y sgs.; Barcelona, enero-marzo de 2000.

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aceptado el predominio de ese centro gravitatorio y hegemónico que comenzaba a constituirse en torno a las guerrillas de la Sierra Maestra. Los anarquistas cubanos, autónomamente y de acuerdo a sus propias convicciones, organizaron su resistencia a la dictadura fundamentalmente en aquellos sindicatos en los que mantenían una incidencia cierta -trabajadores gastronómicos, de la construcción, de plantas eléctricas y de transporte- pero también lo hicieron a través de la Asociación Libertaria Cubana con sus propias publicaciones y actividades subversivas. Y, por si fuera necesaria alguna demostración adicional de solidaridad revolucionaria, cedieron sus locales para la realización de reuniones conspirativas del Movimiento 26 de Julio y del Directorio Revolucionario e incluso aportaron a las guerrillas algunos de sus hombres.59 Estas cosas hacen más inexplicable todavía que algunos sectores del movimiento libertario suscribieran sin mayores consideraciones ni análisis la tesis que colocaba al anarquismo cubano en una incómoda posición “prescindente” y “contrarrevolucionaria”. Pero, una vez más, se razonaba aquí de tal modo que Cuba volvía a constituirse en el espacio de incoherencia por antonomasia, extendiéndole el beneficio de la excepción que en ninguna otra parte habría de aplicarse con tanta fiereza. ¿O acaso alguien habría calificado de “prescindentes” y “contrarrevolucionarios” a los anarquistas argentinos que no se integraron plenamente al ERP o a los brasileros que no se plegaron completamente al MR8 o a los bolivianos que no suscribieron enteramente las prácticas del ELN o a los chilenos que no formaron parte totalmente del MIR o a los uruguayos que prefirieron mantener su autonomía ideológica, política y organizativa respecto al MLN? Así las cosas, luego de la conquista del poder por los guerrilleros de la Sierra Maestra, ¿qué se esperaba que hicieran los anarquistas cubanos? ¿solicitar algún ministerio como prenda y cuota de su participación en las luchas contra la dictadura? ¿o acaso concurrir puntualmente a rendir pleitesía al nuevo proyecto gobernante y esperar frente a sus oficinas las directivas del caso? En lugar de tales cosas, lo que hicieron los anarquistas cubanos desde enero de 1959 en adelante fue lo mismo que se espera que hagan los anarquistas de cualquier especie y condición en cualquier otro lugar del mundo y frente a cualquier situación aproximadamente similar: es decir, preservar su autonomía y trabajar en función de un proyecto propio que normalmente se identifica también con la autonomía de las organizaciones populares de base en el específico nivel de actuación que les compete. Fue precisamente el comienzo de la injerencia y el control estatal de las organizaciones sindicales60 uno de los elementos iluminadores de las nuevas actitudes gubernamentales y una de las razones que explican la radicalización opositora que ganó inmediatamente las filas libertarias cubanas. De tal modo, no podía resultar extraño que ya en junio de 1960 se encontrara circulando una Declaración de

59 Las referencias básicas sobre la participación anarquista en el enfrentamiento a la dictadura de Batista están contenidas en el libro de Frank Fernández; El anarquismo en Cuba; esp. págs. 82 y sgs.; Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, 2000. 60 Tal cosa se plasmó en el X Congreso Nacional de la Confederación de Trabajadores de Cuba, celebrado en noviembre de 1959. Allí se produce, en clara actitud “intervencionista”, la participación directa de Fidel Castro, quien incluso llega a marcar el nombre del futuro Secretario General del organismo sindical, “proponiendo” para el cargo a David Salvador -el mismo que luego fuera objeto de la correspondiente purga- pero con el control paralelo y el poder efectivo del militante comunista Lázaro Peña.

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Principios suscrita por el Grupo de Sindicalistas Libertarios61 cuyos puntos básicos se pronunciaban a favor del “trabajo colectivo y cooperativo”, reclamaban un papel protagónico para sindicatos y federaciones en la actividad económica, retomaban la añeja consigna de “tierra para el que la trabaja”, se manifestaban contra “el nacionalismo, el militarismo y el imperialismo”, defendían el federalismo contra el “centralismo burocrático”, proponían el recurso a la libertad individual como camino a la libertad colectiva y acababan proclamando contundentemente que la revolución cubana era “de todos” y condenando “las tendencias autoritarias” que se expresaban ya claramente en el seno mismo del proceso de cambios. Frente al tenor conceptual de este pronunciamiento y de cara a la polémica que inmediatamente ganó al movimiento anarquista internacional cabe plantearse una pregunta que está ya respondida de antemano: ¿alguien puede suponer que, en un momento como el que se vivió en Cuba en 1960 y frente a un cuadro de situación como el que entonces se planteaba, Bakunin, Kropotkin, Malatesta, Fabbri, Makhno, Volin o cualquier otro libertario que se precie de tal habrían suscrito ideas demasiado diferentes a las contenidas en dicha declaración o que, por el contrario, habrían admitido complacientemente que la “transición” al socialismo se extraviara en el territorio minado de la administración estatal, del exclusivismo partidario y del caudillismo; esos laberintos del Minotauro para los que nadie ha sabido encontrar todavía sus correspondientes hilos de Ariadna? Las respuestas desde el poder no se hicieron esperar y las persecuciones consiguientes fueron todo uno con una controversia que ya en nada podría parecerse a un debate ideológico propiamente tal. La campaña de calumnias y el intento por situar cualquier polémica sobre adjetivos hirientes y sospechas indemostrables probablemente haya encontrado una expresión pionera en el artículo de Blas Roca -publicado en Hoy, órgano de prensa de los comunistas pro-soviéticos-que sin demasiados ambages calificaba a los autores de la Declaración de “agentes del Departamento de Estado Yanki”.62 Desde ese momento en adelante, y luego de un breve intento por emprender actividades clandestinas e incluso guerrilleras, el futuro de los anarquistas cubanos estuvo signado por la cárcel, el paredón o el exilio. Largos años de confusión e incomprensión aguardarían a los libertarios isleños, que no siempre habrían de recoger entre sus propios compañeros del ancho mundo las complicidades y coincidencias que hubiera sido de esperar. Los años 60 son, para los anarquistas cubanos, años de dolido aislamiento y abandono por parte de un amplio y significativo segmento del movimiento anarquista63 que se niega a dar crédito a sus versiones, que observa de soslayo las campañas internacionales de salvataje a los libertarios perseguidos y -políticamente más importante todavía- renuncia a polemizar frontalmente con las orientaciones hegemónicas de la 61 Según Frank Fernández, de quien procede la referencia, esa nueva forma de presentación de la Asociación Libertaria Cubana obedeció a la necesidad de evitar represalias directas sobre sus miembros. Vid., de Fernández, op. cit., pág. 94. 62 Una vez más, la referencia puede encontrarse en Frank Fernández, op. cit., pág. 95. Como comentario adicional, permítasenos un breve interrogante: ¿se habrá enterado alguna vez el “chistoso” de Cohn Bendit que la acusación que perpetrara en 1968 contra los anarquistas cubanos exiliados no tenía nada de original y que sólo se limitaba a repetir lo que unos cuantos años antes que él ya había acuñado nada menos que el Secretario General de la organización partidaria de los comunistas pro-soviéticos? 63 Una buena semblanza de este clima puede encontrarse en el artículo de Alfredo Gómez, “Los anarquistas cubanos o la mala conciencia del anarquismo”, publicado en la revista Bicicleta, Nos. 35 y 36 Extra doble; Valencia, enero-febrero de 1981.

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revolución triunfante y, por lo tanto, a dibujar nítidamente un perfil que no puede menos que ser abiertamente contradictorio con las mismas. Es cierto que ello comienza a revertirse hacia fines de esa misma década del 60 y que una reconsideración favorable de la situación del Movimiento Libertario Cubano en el Exilio se hace todavía más fuerte durante los años 70; pero, aún así, no deja de producir cierto malestar doctrinario el hecho de que tales cosas fueran más arduas y trabajosas de lo que hubiera sido deseable y tampoco deja de provocar una cierta sensación de vacío conceptual que todavía hoy carezcamos de una enérgica posición común respecto a la situación política de la isla caribeña. Como supuesto razonable cabe decir que los anarquistas nos acostumbramos, luego de la revolución rusa, a analizar y explicar los procesos de burocratización desde la conformación misma de los partidos de vanguardia que respondían al modelo leninista. En cierto modo, nuestra propia concepción épica de la revolución en abstracto nos impidió captar consecuencias más o menos similares en las configuraciones orgánicas y en las prácticas guerrilleras; las que siempre fueron percibidas con un halo de romanticismo y desinterés que informaba bien poco acerca de sus virtualidades y sus despliegues ulteriores.64 La novedad nos tomó por sorpresa y lo hizo en ese tan especial momento en que, como ya se ha sostenido, el movimiento anarquista se encontraba sumido en un prolongado marasmo, en la defensa nostálgica de su glorioso pasado y en la búsqueda no demasiado entusiasta y convincente de nuevas opciones en materia de organización y acción.65 En ese marco, no podía resultar demasiado extraño que, para un sector del movimiento libertario internacional, la guerrilla de corte castro-guevarista fuera idealmente depurada de sus rasgos menos gratos, no se visualizaran sus tendencialidades evolutivas y se la concibiera, simplificadamente, como una forma radical más de enfrentamiento al enemigo que, por añadidura y desde cierta óptica, hasta llegaría a presentar algunos puntos de contacto con la propia tradición libertaria.66 Muchos anarquistas, al igual que tantos otros, también creyeron durante buena parte de los años 60 que era enteramente preferible plegarse sentimental, política e incluso organizativamente a la entrega generosa propia de esa nueva modalidad revolucionaria en lugar de encarar un debate a fondo con sus rasgos definitorios y con sus derivaciones militaristas. Más aún, incluso una vez que la guerrilla cubana 64 Debemos recordar una vez más que no estamos refiriéndonos aquí a las prácticas guerrilleras en general -de las que los anarquistas mismos han ofrecido abundantes ejemplos- sino de ese tipo peculiar de guerrilla, con fuerte propensión a la militarización interna y que se impuso como modelo en América Latina según los cánones castro-guevaristas. 65 No es del caso ni es posible realizar aquí una justificación mayor de esta afirmación, pero vale sí aclarar que la misma es parte de un marco interpretativo de la historia del movimiento anarquista que la concibe como una sucesión de períodos diversos -anarquismo clásico, de transición y post-clásico- con sus correspondientes modelos de organización y acción -el anarcosindicalista, el de la organización específica y el de los movimientos y las redes. El punto en que aquí nos encontramos es el que consideramos propio del anarquismo de transición; período que se extiende entre 1939 y 1968 y que entendemos caracterizado por una situación “defensiva” y de búsqueda. Este marco interpretativo es objeto de un estudio todavía inconcluso y, por el momento, sólo podemos remitir a una exposición algo más detenida en nuestro trabajo Los sediciosos despertares de la anarquía. 66 Un magnífico ejemplo de este tipo de visiones puede encontrarse en el artículo de Gonzalo García “Mijail Bakunin y Ernesto Guevara: en dos épocas, una misma intransigencia revolucionaria” en la revista Rojo y Negro Nº 2, págs. 107 a 134; Montevideo, diciembre de 1968. El problema planteado por este tipo de abordaje no radica, naturalmente, en el hallazgo de similitudes entre una y otra trayectoria revolucionaria sino en la confusión que se deriva de la omisión o ubicación subalterna de sus diferencias básicas en términos de concepciones y proyectos.

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dejara bien claro que se había transformado en gobierno burocrático vitalicio, entendieron que era más conveniente no resquebrajar la “unidad de la izquierda revolucionaria”, no polemizar directamente con esa estrategia de construcción “socialista” y construir un dibujo de situación según el cual América Latina era un homogéneo campo de batalla contra el “imperialismo” y que en la isla caribeña apenas si se había instalado su destacamento de vanguardia. Tales cosas, sin embargo, miradas desde la perspectiva que da el tiempo transcurrido y los logros reales que Cuba puede presentar en la actual desembocadura de su largo proceso de cambios, no ofrecen demasiado lugar para vacilaciones y reservas ni pueden dejar de ser calificadas como errores históricos pronunciados. Hoy es claramente posible y absolutamente necesario decir a viva voz que el modelo cubano es insostenible como proyecto de construcción socialista y libertaria. Más aún, hoy es políticamente imprescindible sostener que las explicaciones oficiales cubanas sobre “transiciones”, “agresiones imperialistas” y otras yerbas carecen de razón alguna67 y que no merecen nuevas extensiones de los generosos créditos que se le concedieron; porque ya no estamos en los años 60 y, además, porque ya en aquel entonces -también esto hay que decirlo expresamente como reconocimiento excesivamente tardío- tampoco tenían demasiadas razones, argumentos o motivos como para justificar las flagrantes dudas, fintas y silencios del movimiento anarquista internacional. Quizás las orientaciones familiares a adoptar puedan reducirse, entonces, a una enmienda necesaria que cicatrice las heridas del pasado inmediato y a la reafirmación de una enseñanza que nunca debió colocarse en un lugar ideológicamente condicionado y ancilar. La enmienda no puede ser otra que la reincorporación plena de los anarquistas cubanos al movimiento internacional del que nunca debieron ser rechazados y la firme articulación de las solidaridades y respaldos consiguientes. La enseñanza a reafirmar no puede ser más que aquella vieja convicción que nos acompaña desde hace 130 años: que no hay otro camino ni otra transición a la libertad que la libertad misma, vivida y sentida como presente y no como promesa mesiánica ni como programa gubernamental. 6.- Un camino libertario En este punto, parece llegado el momento de los resúmenes y del cierre. Digamos, entonces, a modo de síntesis, que en los dos primeros apartados hemos intentado respondernos los interrogantes que orientaron nuestra discusión y llegado a la conclusión de que en Cuba no se respetan los “derechos humanos” -las libertades más elementales, por lo tanto- tal y como éstos son concebidos por un pensamiento que se reclame de izquierda revolucionaria en cualquier lugar del mundo; que tal extremo no tiene justificación alguna, ni siquiera en función de la realización de fines supuestamente superiores -como podría serlo la muy hipotética y, a esta altura, dentro del actual esquema de poder, francamente improbable construcción del “socialismo a la cubana”-; que ese objetivo manifiesto de legitimación está muy lejos de haberse traducido en marcos de convivencia auténticamente libertarios, igualitarios y solidarios; que, en lugar de ello, el país caribeño ha terminado por edificar una sociedad autoritaria, clasista, 67 No se trata, por supuesto, de negar la existencia, muy real por cierto, del hostigamiento de vocación imperial de los Estados Unidos hacia Cuba sino -tal como ya lo sostuviéramos en su oportunidad- de evitar justificar en él un proceso y una estructuración social que no dependen exclusiva ni decisivamente del mismo.

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fuertemente estatista y hasta totémica que, en el camino del desarrollo económico y de la autonomía relativa en ese nivel, no ha hecho más que favorecer el retorno de relaciones de tipo capitalista; y que, por último, el diseño básico de la situación a la cual se arriba encuentra, en forma larvaria, buena parte de sus explicaciones y raíces antes incluso de la conquista del gobierno por parte de la guerrilla y a partir de las concepciones caudillistas y militaristas que lo impregnaron desde siempre y de las que no ha podido desprenderse en ningún momento de su peculiar recorrido. Nuestras reflexiones adoptaron, acto seguido, en el apartado inmediatamente anterior, una inflexión expositiva necesaria que nos permitió repasar los desenfoques y errores cometidos por el propio movimiento anarquista internacional; una parte del cual creyó -desde una perspectiva proclamadamente crítica pero sin mayor agudeza a largo plazo- que tal vez el proceso cubano albergara en sus propias esferas oficiales de mando algunas tendencias que le permitieran evolucionar en un sentido libertarizante o al menos tolerar tales “extravagancias”. De ello dedujimos la necesidad y la importancia de una reincorporación total y plena de los libertarios cubanos al seno de un movimiento del que nunca debieron ser rechazados y de la adopción de una posición común más clara y más enérgica de la que hasta ahora se ha mantenido. Si la isla caribeña no puede ya, bajo su actual pero vitalicia conducción, ejemplificar un proyecto esperanzado de cambios ni siquiera para quienes defienden su ortodoxia con mayor obcecación, ha llegado, por lo tanto, el momento de precisar los caminos a través de los cuales esto último puede y debe materializarse y, eventualmente, constituir también una excusa de diálogos y de intercambios fecundos con otros ámbitos del pensamiento y la acción socialistas igualmente interesados en recrear una alternativa de izquierda en torno a Cuba; sobre todo, por cuanto ello representará la posibilidad de recrear también un paradigma revolucionario latinoamericano que sustituya con creces y con ventajas los modelos, las estrategias y las prácticas que el tiempo no ha hecho más que agotar y perimir. Digamos, en principio que si hay algo inmediatamente evidente por sí mismo es que los anarquistas, codo a codo con los demás y a la altura de cualquier otro, estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros toda vez que los Estados Unidos intenten poner sus sucias y belicosas manos en territorio cubano; algo que seguramente es el necesario punto de partida en un eventual catálogo de coincidencias con sectores ampliados de la izquierda revolucionaria latinoamericana. Pero, al mismo tiempo, es evidente que dicha eventualidad amenazante tanto como la absurda perpetuación del embargo económico no pueden justificar -ni solas ni acompañadas- los reiterados exabruptos autoritarios de una clase dirigente -o, mejor todavía, de su correspondiente conducción política- que considera estar definitivamente más allá del bien y del mal y que no está dispuesta a tolerar ni siquiera las críticas más tibias que cualquiera esté propenso a realizar. Asumir expresamente y con claridad una postura crítica implica darse un perfil político novedoso que hasta ahora no se ha estado dispuesto a aceptar y, al mismo tiempo, incorporar definitivamente los radicales cambios habidos en el mundo desde los años 60 hasta nuestros días y las enseñanzas que se derivan directamente de la implosión del “socialismo realmente existente”. No hay ni habrá en ello -por mucho que se pretenda lo contrario- ninguna violación al principio de la “autodeterminación de los pueblos”; el que, por otra parte, debe ser hoy entendido de forma bien distinta a su concepción original, oponiendo firmemente la intuición de la libertad para la gente y desde la gente a esa noción equívoca y de doble filo que es la soberanía del Estado. Sí hay y habrá en ello, además, la

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posibilidad renovada y, hoy por hoy, francamente irreversible, de entablar diálogos reales con el pueblo cubano; único y exclusivo lugar de residencia -tanto dentro como fuera de Cuba- de aquellos alientos anti-dictatoriales y libertarios originales y lejanos que alguna vez animaron las luchas contra la tiranía de Batista y los primeros esbozos de edificación auténticamente socialista. Las cosas son hoy demasiado distintas a lo que eran en tiempos de la Organización Latinoamericana de Solidaridad y en los que Cuba fue beatificada y percibida como el faro irradiador de los proyectos y anhelos revolucionarios del continente. Hoy, la izquierda revolucionaria latinoamericana sabe que aquel proyecto que se proclamó como emancipador no cuenta con las mismas referencias, los mismos soportes y las mismas condiciones de contagio que tuvo en su momento. Sabe perfectamente, y aun cuando no lo admita en forma pública, que las realizaciones cubanas ya no pueden conmover los entusiasmos populares de antaño ni pueden agitarse como bandera anticipada del porvenir. Sabe también que sólo una mirada entre nostálgica y condescendiente ha permitido sostener indefinidamente y mucho más allá de cualquier consideración racional un mito que el tiempo no ha hecho otra cosa que oxidar. Lo sabe, lo contrabandea en el rumoroso silencio de las confidencias y lo oculta sigilosamente, para no sentirse cubierta por el oprobioso sentimiento de haber “traicionado” su propio pasado de luchas y de esperanzas y sin percatarse que las únicas cosas que no puede traicionar un revolucionario son sus convicciones nucleares básicas, su potencial de realizaciones y su futuro. Pero, incluso así, no ignora que los reclamos que hoy surcan la isla no son una invención satánica del imperialismo, que los mismos ganan progresivamente legitimidad y terreno y que, tarde o temprano, acelerarán una cuenta regresiva que casi todos intuyen como cercana o inminente.68 La política de sobrevivencia de la conducción cubana ha demostrado ser tenaz y resistente, no obstante lo cual tiene límites obvios: su falta de credibilidad, de atractivos renovados y de horizontes; la extensión de una conciencia adversa y plural; su incapacidad para traducir cuatro décadas largas de gobierno en un esquema que dé cabida a las expectativas de la gente y que de una vez por todas comience a transitar por el ancho e innegociable cauce de una libertad sin cortapisas. En ese marco, la izquierda revolucionaria latinoamericana parece ganada por el temor, la parálisis y la repetición de consignas cada vez más ajadas. En efecto, el temor de un derrumbe cubano al estilo del que ya aconteciera en Europa Oriental o en la mucho más próxima Nicaragua le provoca una auténtica parálisis en su capacidad de alternativas -aunque ya nadie sostendría como tal la vía cubana para sus propios países, por otra parte- y le lleva a repetir una vez más el gastado estribillo de que la revolución cubana no puede dejar de identificarse con Fidel Castro, su liderazgo y sus indiscutibles directivas. De tal modo, inconcientemente y muy a su pesar, no hace otra cosa que volver más próximo ese derrumbe al que tanto se teme y del que 68 Es interesante reparar que las plataformas que agitan hoy las numerosas organizaciones opositoras cubanas son, en líneas muy generales, difícilmente condenables desde una perspectiva reformista de “izquierda” y no están organizadas sobre la base de un retorno al pasado pre-revolucionario o de un embeleso admirativo por modelos de tipo capitalista. Es claro, sin embargo, que no tienen un perfil anarquista ni mucho menos, puesto que difícilmente los libertarios suscribirían con entusiasmo alguno requisitorias para autorizar la formación de empresas a los ciudadanos cubanos, como las del llamado Proyecto Varela, ni harían demasiado énfasis en la Carta Universal de los Derechos Humanos, como es el caso del Partido Popular Joven Cuba, salvo para denunciar las inconsecuencias ajenas. En cambio, resultaría extremadamente rebuscado oponerse a los reclamos que giran en torno a la libertad de expresión y asociación o a la liberación de los presos políticos o al reconocimiento pleno de la sociedad civil y de sus propuestas autónomas.

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todos, de un modo o de otro, habremos de pagar un altísimo precio si el desenlace no es distinto que el de una restauración conservadora. Los anarquistas también sabemos que no podremos tomar como un triunfo de nuestros propios proyectos el hecho de que Cuba regrese sin pena ni gloria al seno materno del capitalismo, de la democracia “representativa” a la usanza “occidental” y de la globalización neoliberal. También sabemos que el embargo comercial y la presencia militar norteamericana en la base de Guantánamo son dos lamentables excrecencias que no contribuyen en nada a mejorar las condiciones de libertad en la isla caribeña. Lo sabemos y estamos dispuestos a aportar nuestro esfuerzo para que ello no sea así. Pero también estamos absolutamente convencidos que los alientos revolucionarios sobrevivientes en el pueblo cubano deben romper de una buena vez la camisa de fuerza que le colocara desde hace cuatro décadas largas esa prodigiosa centralización del poder político que se expresa a través del Partido Comunista, de sus fuerzas armadas y de su cada día más ridículo tótem tribal. Y, para colmo, creemos además que ésa debería ser la convicción ya no sólo de los anarquistas sino incluso de distintas corrientes socialistas que se muestren dispuestas a realizar una consideración mínimamente sensata de la situación y una articulación conjunta de solidaridades y reclamos orientados, precisamente, a la recuperación y el protagonismo de esos alientos revolucionarios sobrevivientes. Ahora bien, se nos dirá, ¿es ello realmente posible? Por lo pronto, cabe imaginar un “programa” mínimo común con el que nadie que siguiera sintiéndose genéricamente revolucionario, socialista o simplemente de “izquierda” en cualquier otro lugar de América Latina tendría demasiados argumentos para discrepar; un “programa” que, de momento, no representara otra cosa que la posibilidad de entablar diálogos abiertos y fecundos con las fuerzas de cambio que todavía animan en Cuba y que se apoyara en tres líneas básicas de trabajo: la desmilitarización de la sociedad cubana, la participación de los trabajadores en la planificación económica y en la gestión de sus asuntos productivos y el establecimiento sin atenuantes ni mediatizaciones de un extenso régimen de libertades. Una lógica maniquea, ramplona y desvencijada seguramente se apresurará en objetar que no es posible ir más allá de ese dibujo despojado y falaz en el que las únicas opciones tienen por emblemas a Fidel Castro y a George Bush junior; una lógica simplista, dicotómica y trivial en la que ambos bandos parecen estar especialmente interesados y en la que hoy, tanto como ayer, se nos quiere obligar a tomar partido entre el augurio de un “comunismo” que nunca habrá de llegar y la promesa “democrática” de una prosperidad para pocos y carente de sentidos vitales. Sin embargo, hace rato ya que es hora de que la izquierda latinoamericana vuelva a pensar autónomamente sus proyectos de cambio; y no reclinándose cómodamente en el plácido posibilismo político de variantes socialdemócratas o populistas que nada nuevo y distinto tienen que aportar sino para recuperar un horizonte de transformaciones reales y profundas hacia el cual orientar las vocaciones revolucionarias que ahora vuelven a latir con renovadas energías. En ese marco de necesidades y de intenciones, Cuba sigue teniendo una significación muy especial, y tanto el triunfo de la “diplomacia” norteamericana como la perpetuación de su actual estado de cosas no pueden menos que operar negativamente sobre el futuro de las corrientes revolucionarias en el continente. Una vez más, como siempre, como nunca se debió haber perdido de vista, se trata de repensar los tiempos por venir a partir de esa fusión indisoluble entre el socialismo y la libertad sin la cual el uno y la otra se vuelven irreconocibles. Y ello no sólo entre los anarquistas, para

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quienes tal cosa no constituye más que el pan de cada día, sino también para aquéllos que en algún momento pensaron que los apetitos libertarios sólo podían ser saciados una vez que se ajustaran las cuentas con el “reino de la necesidad” y con el desarrollo de las fuerzas productivas. Antes que eso, lo que la experiencia histórica ha demostrado contundentemente es que la libertad no sólo es una meta sino también un camino. Eso es lo que las fuerzas de cambio genuino y socializante que bullen en América Latina deberían hacerle saber inmediatamente al Partido Comunista cubano, en tanto una política revolucionaria y auténticamente de izquierda tiene hoy en Cuba su última oportunidad y ello no será por mucho tiempo más. Mañana probablemente habrá de ser demasiado tarde.

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CAPÍTULO 2 CUBA: UN DEBATE EN LA HAINE69

La voz del intelecto es callada, pero no ceja hasta conquistar una audiencia y, en última instancia, después de interminables repudios, consigue su objetivo. Es éste uno de los pocos aspectos en los que cabe un cierto optimismo sobre el futuro de la humanidad

Sigmund Freud El debate entre los revolucionarios era -y es siempre- un ejercicio indispensable para la vida del socialismo, porque la nueva sociedad hay que crearla, exige invenciones, intuiciones, y una combinación rara de rigor y audacia, de principios y herejía, de fidelidad y ejercicio del criterio propio Fernando Martínez Heredia Ha llegado el final de esta prolongada polémica en lo que a nuestra participación respecta y tal vez sea de interés realizar algunas puntualizaciones que clarifiquen el sentido de las intervenciones correspondientes y, al mismo tiempo, presenten ordenadamente los aspectos medulares de las mismas. Ello es así por cuanto el propio desarrollo de la polémica, y el tipo de intervenciones a que el mismo da lugar, raramente permite explicitar el marco de conceptos y articulaciones básicas desde el cual se parte; y, en general, se conforma abrumadoramente de posiciones que parecen inconexas, espasmódicas y cuya coherencia de fondo no siempre es fácil de recomponer. Además, a modo de apreciación contextualizadora y antes de entrar en tema, quizás importaría decir que esta polémica ha sido para nosotros una experiencia inédita, una forma de mostrar un pensamiento no acabado y en el momento mismo de su elaboración; de lo cual no es posible ni deseable deducir un estilo personal de pontificar. Antes bien, la forma misma de la polémica resultó ser una cantera de aprendizajes varios y enseñanzas a atesorar que, en algún momento, habrá que someter también al implacable ejercicio de la crítica. Tal vez resulte excesivamente largo y tedioso pero creemos que es imprescindible realizar una distinción entre los aspectos formales y los sustantivos; y, además, quizás sea oportuno también comenzar haciendo algunas aclaraciones sobre los primeros, en tanto ellos le dan un marco de comprensión a las posiciones concretas que finalmente se enunciarán. Para ello, tomaremos en parte ciertos dichos como referencia; no porque le guardemos una inquina particular a quienes los hayan

69 Discusión librada a propósito de la comunicación Solidaridad con el pueblo de Cuba del Movimiento Libertario Cubano, publicada en la página española La Haine (www.lahaine.org) el 10 de mayo de 2003. Lo que aquí se presenta es la versión reunida y unitaria de varias intervenciones realizadas a lo largo de días sucesivos por entender que este formato facilita considerablemente el seguimiento y la comprensión de un hilo argumental que, de otro modo, sería de muy ardua recomposición.

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volcado ni porque pretendamos perpetuar, innecesariamente, algunos tramos interpersonales de debate -ahora en forma de monólogo- sino porque han sido lo suficientemente repetitivos y representativos como para convertirlos en el eje de una reflexión “metodológica” por oposición. Pasemos, entonces, como primer punto de nuestro desarrollo, a estas consideraciones que nos permitirán contextualizar los posicionamientos políticos que luego se abordarán y las diferentes líneas de actuación en las que es preciso concluir. 1.- El contexto “metodológico” de la discusión En primerísimo lugar: ¿cuál es la importancia real de este debate, al menos para quienes no somos cubanos? Alguien nos ha enrostrado que en él hemos volcado todo nuestro “odio” hacia Cuba y que quizás no sepamos discernir otras problemáticas tanto o más importantes. Pues bien: ese supuesto está doblemente equivocado. Por un lado, y en función de las características del debate a las que inmediatamente nos referiremos, ni el “odio” ni el “amor” pueden ser fehacientemente demostrados sino apenas sospechados o interpretados y, en todo caso, deberemos limitarnos a conjeturar si a través de las palabras se pregona una cosa o la otra. Y, en lo que nos es personal, creemos haber puesto de manifiesto amor hacia Cuba, hacia su pueblo y hacia su vieja revolución -se ha dicho Cuba, pueblo y revolución y no gobierno cubano, por supuesto. Por otro lado, y en cuanto a la importancia del tema, creemos estar absolutamente de acuerdo con quienes han sostenido que éste es, en cierto modo, parcial y de coyuntura y que nuestro destino quizás -y sólo quizás- no se defina totalmente en él; con la lógica exclusión de los compañeros cubanos que, indudablemente, sí se juegan la vida en el mismo. Sin embargo, es importante reparar en que la forma que se le ha dado al asunto configura un espacio de discurso centrado en ese tema y no en otro. Por ejemplo: uno de los participantes intentó disertar sobre el problema palestino-israelí y rápidamente se transformó en un monólogo fuera de lugar y tiempo al que nadie respondió; y pensamos que lo mismo o algo muy similar habría ocurrido si cualquier otro polemista hubiera zafado con o sin elegancia hacia problemas que -por muy importantes que ellos fueran- no guardaran una relación directa con el tema original. Un tema que, de acuerdo a la comunicación sobre la cual estuvo centrado no podía consistir en otra cosa que en acaudalar argumentos que acompañaran o contradijeran su reclamo central: la solidaridad con el pueblo cubano como algo distinto e incluso opuesto a la solidaridad con su gobierno. Pero esto no se agota aquí sino que requiere alguna explicación adicional. Alguien dio a entender que a los anarquistas -siempre “ingenuos”, siempre “primitivos”, siempre “pre-marxistas”- nos basta con localizar vagamente una estructura de poder para agotar rápidamente nuestro arsenal de políticas posibles en el planteo de derribarla. Pues bien: esto tampoco es enteramente así. Naturalmente, a los anarquistas nos interesa localizar cualesquiera configuraciones de poder y, por cierto, habremos de adoptar frente a ellas una actitud de crítica, contestación y antagonismo. Pero esto no quiere decir que no sepamos discernir el escalonamiento, el ordenamiento jerárquico, las singularidades, la importancia y el ámbito territorial propio de cada configuración de poder. Los anarquistas podemos distinguir, por ejemplo, entre un diagrama de poder global y los que corresponden al alcance continental o regional o estatal o simplemente local; y, por

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supuesto, también podemos discriminar entre cualquiera de los anteriores y los que se entablan entre hombres y mujeres, padres e hijos, profesores y alumnos, jueces y juzgados, carceleros y presos e, incluso, entre la raza blanca y las que le han sido tradicionalmente sometidas o entre los afanes predadores de una parte de la especie humana y la entera naturaleza. Corresponderá, entonces, a las preferencias o a las evaluaciones ideológico-políticas de cada individuo o de cada nucleamiento libertario fijar, en consonancia con su peculiar ubicación y con la especificidad de sus análisis, el orden de prioridades y las acciones consiguientes. Cabiendo acotar incluso que este esquema de razonamiento es bastante más complejo y sofisticado que el de algunos marxistas que, todavía hoy, creen que el estudio pertinente y posible se reduce a la apropiación de los misterios de un mecanismo central determinante del cual dependerían todos los demás. En cuanto nos toca como latinoamericanos o como simples habitantes de este mundo, entendemos que la trama de poder más importante que hoy es posible localizar guarda relación con las apetencias hegemónicas de los Estados Unidos y con el ejercicio real de las mismas, y que, en el actual escenario histórico, se vincula con la guerra al “terrorismo” a nivel “global” y con la implantación de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a nivel continental. En ese contexto de análisis, de derivaciones y de problemas, efectivamente, Cuba dista de jugar un papel protagónico, tanto en un sentido como en el otro: sea como cuña pro-imperialista70 -que no lo es, evidentemente- sea como bastión resistente; lo cual, al día de hoy y en niveles no simbólicos, ya no cuenta ni siquiera con una proporción mínimamente significativa de aquella incidencia que tuviera en circunstancias históricas cada vez más lejanas. Pero, finalmente, hemos llegado al punto crucial: la importancia en segundo grado de discutir sobre Cuba radica en que una parte de la izquierda revolucionaria latinoamericana todavía sigue pensando -casi sin variaciones respecto a cómo era en los lejanísimos años 60- que ése es el modelo de la resistencia latinoamericana y, por extensión, también el modelo de construcción de una sociedad socialista; un socialismo que nosotros no sólo desearíamos fuera también libertario sino que entendemos no puede dejar de serlo, por cuanto sus dimensiones económica y política son indisociables e impensables sin su necesario complemento. Entonces, lo que interesa dejar bien claro -en este debate como en tantísimas otras ocasiones- es que ello ya no es así. Si se piensa el asunto desde el punto de vista de la estrategia estadounidense; México, Colombia, Venezuela, Brasil y Argentina son bastante más importantes que Cuba. Y, si se piensa ahora el problema desde el punto de vista de una estrategia latinoamericana revolucionaria de largo plazo, el modelo cubano, defendido a rajatabla y tal cual ha sido y es, no puede constituir ya el horizonte y la utopía para nadie que se encuentre en su sano juicio. Agitar hoy el modelo cubano como el horizonte de las tensiones revolucionarias del continente es hipotecar por anticipado cualquier posibilidad de seducción para el mismo; algo 70 No creemos que la teoría clásica del imperialismo pueda ser enteramente sostenible al día de hoy ni que el concepto mismo constituya la explicación o la descripción más acabada del orden “global”. Sin embargo, es necesario reconocer que tampoco contamos con una elaboración que pueda sustituir a áquella y que resuma con la misma elocuencia la indiscutible posición dominante de los Estados Unidos de América en el (des)concierto internacional. Es obvio que nos oponemos a esa posición dominante y que la concebimos como especialmente peligrosa; algo que, en este contexto, no requiere de fundamentación alguna. Por lo tanto, cada vez que hagamos uso en este trabajo del vocablo “imperialismo” o de cualquiera de sus derivados, nos estaremos refiriendo críticamente a esa posición dominante pero sin la mayor parte de los compromisos teóricos que habitualmente se anexan a la versión clásica de tal concepción.

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en lo cual no sólo han reparado ya las corrientes definidamente libertarias sino también algunas de aquellas que hubieran podido encontrar en Cuba una lejana inspiración. Los zapatistas, que ya no se plantean la toma del poder en su sentido clásico, podrían servirnos de ejemplo, pero, adicionalmente, también podríamos invocar el proceso evolutivo de CLAJADEP y de su principal exponente, el Profesor J, que no nos toca directamente y que es considerablemente familiar a los lectores de La Haine. El Profesor J no es un anarquista y también sostiene -a su modo, muchas veces a media lengua y entre incomprensibles esquives ideológico-políticos que sólo sirven para confundir su lugar frente a procesos y sucesos concretos en el marco de nuestro tema- que el camino seguido por la revolución cubana ya no puede ser el modelo de la revolución latinoamericana. Tanto los zapatistas como CLAJADEP y varios más tendrán sus razones para referirse al tema sólo elusivamente pero también ellos saben que el modelo de la revolución latinoamericana ya no es el trillo gastado de las vanguardias guerrilleras ilustradas sino el nuevo sendero de la inevitable autonomía de las organizaciones sociales de base, la horizontalidad y la autogestión de las luchas. Saben también que la construcción del socialismo ya no pasa por la estatización y la planificación centralizada y que tales cosas no han hecho más que dejar a mano, recurrentemente, la posibilidad de apelar al capitalismo de Estado o al capitalismo a secas. Por todas estas cosas, y por muchas más que sería redundante enumerar ahora, las discusiones sobre Cuba son especialmente importantes para la izquierda revolucionaria latinoamericana -y, seguramente, también para la española- y es precisamente por ellas que hemos emprendido con tanto entusiasmo esta polémica en particular. En segundo término, entendemos que una polémica de este tipo -librada en un espacio virtual; entre personas que mantienen el anonimato; con mensajes cruzados y dirigidos a uno, a varios o a todos los participantes; con un grupo numéricamente impreciso de individuos que se limitan a leer y a mantenerse en silencio; con un objetivo implícito que no consiste en adoptar posiciones comunes sino en extender el campo de reflexión sobre un tema determinado, etc.- sólo puede ser un intercambio de informaciones, de sugerencias de estudio y, sobre todo, de argumentos. Los insultos, los agravios, la sobrecarga de adjetivos y las descalificaciones están de más porque generalmente se dirigen a las personas y al posicionamiento que éstas se han dado en el debate pero no a las líneas argumentales en sí; aparte de que, por añadidura, indemostrables y anónimos como son, sólo provocan nuevos insultos, nuevos agravios, nuevos adjetivos y nuevas descalificaciones en un interminable y estéril viaje de ida y vuelta. Simétricamente, también creeemos que está de más creer que una posición se vuelve sólida a partir del supuesto prestigio o mérito en un área cualquiera de la persona que la ha volcado, unido al hipotético desprestigio o demérito de sus ocasionales oponentes; algo que también debería estar planteado de ese modo cuando los polemistas son de sobra conocidos y, con mayor razón aún, cuando, como en este caso, son sólo sombras en la oscuridad del anonimato. Creemos que todo eso desencaja, desquicia y descentra el tema tal como ha quedado configurado originalmente y distrae la ocupación sensata del espacio virtual que es la página web en polémicas laterales y sin ningún futuro razonablemente sostenible y en el que valga la pena reparar. Animado por estas convicciones, hemos intentado darle a nuestras intervenciones una tónica que se compadeciera con ellas y no nos corresponde a nosotros evaluar

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si lo hemos conseguido total, parcial o nulamente; aunque sí habremos de defender la sinceridad, la autenticidad y la honestidad desde las cuales aquéllas fueron emitidas. Por último, corresponderá decir algunas palabras respecto a las fuentes de información para borrar cualquier sombra de duda sobre el punto. Alguien ha sostenido -una vez más, equivocadamente- que los argumentos básicos han sido adornados “con una infinidad de difamaciones, de pseudoinformaciones provenientes de dudosos colectivos, de tergiversaciones de la realidad, de exageraciones de algunos aspectos y directamente de simples y claras mentiras”. Quien dijo tales cosas nos consoló personalmente diciendo que no nos incluía directamente, aunque inmediatamente sí nos incluyera y en la misma oración, diciendo que buena parte de nuestro análisis le ha dado “demasiado crédito a la gran cantidad de mentiras que diariamente se difunden contra Cuba”; sin que quede claro si esas “mentiras” fueron “compradas” en los últimos tres o cuatro meses o si ello ha ocurrido mucho antes. Pero, en fin, tampoco este tema de las fuentes de información resulta de dilucidación inmediata y siempre tendremos que intentar que las cosas no se reduzcan a actos de confianza ciega y de mera fe. En principio, pensamos que se trata de evaluar la confiabilidad de la fuente, su grado de involucramiento o distanciamiento con la información y las cualidades básicas de la problemática que se aborda; sin que nada de ello sustituya alguna vez a la experiencia directa o intermediada y al análisis que pueda discernir la coherencia y factibilidad de una afirmación cualquiera. Digámoslo drásticamente y para situar casos extremos: nosotros podemos hacer relativa confianza incluso en la CNN, en principio y mientras no nos complique demasiado la vida en cuestiones axiológicas básicas, si lo que se está tratando informativamente71 es un accidente ferroviario en Pensylvannia o cosas similares; pero no podemos creer totalmente ni en esa cadena “noticiosa” ni en el New York Times ni en El País de Madrid ni en el Granma si el tema en cuestión es la situación cubana. Podremos, en el mejor de los casos, dejar en suspenso cualquiera de las informaciones provenientes de esas fuentes; cotejarlas eventualmente con otras que se le oponen y pasar finalmente unas y otras por el tamiz de una reflexión compleja que tendrá ya mucho más que ver con una cierta disciplina analítica que con los datos en bruto que se ubican en el origen de la cuestión. Ahora bien, cualquiera que haya seguido detenidamente esta polémica sabe que, en lo que a nosotros respecta, no sólo hemos intentado sino también conseguido incluir como parte de nuestro acervo informativo y evaluativo las voces procedentes de las fuentes más diversas. ¿Cómo puede sostenerse que le hemos dado demasiado crédito a las “mentiras” y que ellas serían el manantial de nuestras reflexiones luego de que nosotros mismos hubiéramos volcado a la polémica un listado parcial y provisorio de 80 artículos, de los cuales la mayoría era ampliamente favorable a las posiciones del gobierno cubano? ¿Acaso alguien piensa, con inigualable ingenuidad o deliberada mala fe, que la verdad -con mayúscula o con

71 Digámoslo de otro modo: a nuestro entender, no existe un lenguaje observacional neutro a través del cual se pueda transmitir una suerte de facticidad pura, sino que los hechos, los datos, etc., se organizan y se comunican a partir de un conjunto de nociones y de conceptos que les confieren significación y contenido “informativos”. Esperamos que sea innecesario aclarar que no creemos estar inventando nada con esto sino apenas haciéndonos eco de lo sostenido hasta el hartazgo por aquellas corrientes que, en el campo de la teoría del conocimiento, han afirmado contra el positivismo la primacía del concepto.

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minúscula- sólo ha encontrado en Granma y compañía sus insustituíbles residencias? ¡Vamos! eso es el colmo de la credulidad, del fanatismo y de una fe religiosa que ya querría para sí el mismísimo Vaticano.72 La resolución del dilema ha de consistir -insistimos en esto- en asignarle coherencia y credibilidad a la información a partir de un proceso de reflexión que ningún órgano de prensa y ninguna evaluación aislada y sesgada puede sustituir. Si nosotros leemos, por ejemplo, el libro En Cuba de Ernesto Cardenal -exministro de Cultura del gobierno nicaragüense del Frente Sandinista- y sabemos que la intención del mismo es básicamente apologética pero agudamente crítica y sin pasar detalles por alto: ¿cómo dudar, entonces, que debe ser cierto que, en el momento del viaje del sacerdote de Solentiname, estaba mal visto si no prohibido escuchar jazz, usar pantalones ceñidos y que los jóvenes se dejaran la barba? ¿Cómo considerar, entonces, a un gobierno que, en la declarada construcción del “hombre nuevo”, deja establecidas sus irrebatibles directivas sobre cuál ha de ser el comportamiento de sus embrionarias promesas durante las 24 horas del día? Demás está decir que el concepto de “totalitarismo” no nos resulta satisfactorio por la fuerte carga de abusos que pesa sobre sus espaldas pero ¿cómo designar, si prescindimos de su uso, a ese complejo de mecanismos de control que no deja ninguna zona del quehacer social fuera de sus pronunciamientos moralizantes? Pero el proceso de formación de opiniones no se agota aquí. ¿Será necesario además recurrir a lo que han repetido una y otra vez reconocidos guerrilleros de la primera hora y que actualmente viven en el exilio? ¿Será preciso apelar a los testimonios de los numerosos asesores técnicos de diferentes países que trabajaron en Cuba en forma desinteresada y solidaria con un proceso que algunos creyeron se trataba de edificación “socialista”? Pero incluso si nada de esto resultara suficiente, en lo que nos es personal y colectivo, podemos manejar también elementos de primera mano: el movimiento anarquista cuenta en sus filas con testimonios directos de compañeros que discutieron con Fidel Castro en persona si el futuro revolucionario de tal o cual país debía decidirse en La Habana o en el propio “teatro de operaciones” e, incluso, de militantes de origen diverso que, habiendo ido a Cuba a recibir entrenamiento guerrillero, se volvieron libertarios o comenzaron a acercarse a dichas posiciones en las cárceles donde se pretendió re-educarlos y volverlos a la disciplina militar con la cual debía orientarse la revolución latinoamericana73. No; no es posible engañarse ni darse explicaciones que sólo pueden satisfacer la posición original al tiempo que niegan la veracidad de las opiniones adversas: nuestras posiciones actuales no son el producto de una gastritis de medianoche, no son una improvisación repentina y calenturienta ni se elaboraron leyendo a la 72 Estas críticas seguramente serán desmentidas y negadas hasta el hartazgo, pero a nuestro modo de ver se trata de rasgos esenciales en la estructura de razonamiento de quienes reaccionan en forma eruptiva y espasmódica frente a cualquier objeción al gobierno cubano. Vencidas las primeras resistencias, viene luego una cadena de justificaciones que apuntan a reconocer pero también a mediatizar las inclinaciones críticas mediante la convocatoria al silencio. De estas cosas nos ocuparemos más extensamente en el Capítulo 3. 73 Con esta reflexión nos estamos ubicando en el lugar de un anarquista de un país latinoamericano cualquiera, excepto Cuba, y en tren de asignarle credibilidad a los elementos informativos procedentes de la isla. Como es obvio, para un anarquista cubano las dificultades y las dudas son mucho menores, en tanto el movimiento libertario de la isla seguramente inauguró la larga lista de víctimas revolucionarias y de exclusiones a perpetuidad perpetradas por el gobierno de Fidel Castro. Acotemos aquí, de pasada, que, precisamente por esa razón, lo que para los anarquistas cubanos fue una constatación inmediata demoró considerable y desgraciadamente bastante más tiempo en sustanciarse como tal entre el resto de los movimientos libertarios “nacionales”.

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prensa de “derecha” sino que resultan ser el fruto de una reflexión serena, profunda, no siempre tajante, muchas veces dolorosa y que, por cierto, no comenzó ayer ni con esta polémica en particular. Muchas otras precisiones de contexto metodológico podrían seguir haciéndose, pero quizás con éstas resulte circunstancialmente suficiente. A través de ellas esperamos haber dejado medianamente claros algunos de los resortes que nos han guiado a lo largo del debate: el grado de importancia que le asignamos al tema; el estilo adoptado por las intervenciones puntuales y el fundamento del mismo; y, por último, la ubicación de las fuentes informativas y el procesamiento de sus contenidos. Ahora sí estamos en condiciones de intentar un resumen de las posiciones políticas sustantivas. 2.- ¿Qué entendemos por revolución cubana? Continuemos, entonces, con la reflexión iniciada, sabiendo a punto de partida que el marco de elaboración de la misma implica fundamentalmente: 1) una exposición que se explaya dentro de un cierto grado de importancia asumido

expresamente y en el contexto de complejidades y articulaciones que le corresponde; es decir, como parte del proceso de construcción de un nuevo modelo revolucionario latinoamericano;

2) una exposición de elementos informativos, sugerencias de lectura y argumentos -con la correspondiente explicitación de conceptos y enunciados, toda vez que ello fuera necesario- y, finalmente;

3) una exposición construída y avalada a partir de múltiples fuentes, las cuales han sido pasadas por el cedazo de la reflexión y del análisis que permitió asignarles credibilidad y coherencia a los datos “en bruto”.

Vayamos ahora por partes y nos entenderemos mejor. Comencemos por las preguntas y las respuestas que se nos presentan como más obvias y que permitirán encuadrar cualquiera de las posiciones subsiguientes: ¿qué cosa ha sido históricamente la revolución cubana, cuál ha sido su derrotero y cuál es la configuración que actualmente nos ofrece? Una revolución es un movimiento revulsivo y radical de una sociedad cualquiera; un movimiento que se orienta a revisar e interpelar in extenso y en actos las relaciones de poder que atraviesan y reproducen esa sociedad y que se propone una reformulación de la misma sobre nuevas bases de convivencia. Las revoluciones no salen de los libros, según se nos ha recordado con insistencia pero sin necesidad, y por esa razón suelen no ser procesos o acontecimientos químicamente puros en los que habrán de enfrentarse dos y nada más que dos adversarios; nítidos uno y otro en su cegadora luminosidad. Esos movimientos son complejos y multiformes; albergan a clases, fracciones políticas y grupos de la más diversa índole, cada uno de ellos con sus propias expectativas, inclinaciones, horizontes y ritmos de avance; cada uno de ellos, incluso, admitiendo en su seno, de buena o mala gana, contradicciones y pulsiones adversas, caóticas y a veces centrífugas por parte de los individuos que los componen. Las revoluciones tienen historia, por supuesto, pero los historiadores habrán de vérselas en figurillas toda vez que intenten reducirlas a una institución determinada y fijarles un origen inapelable; salvo que, desmereciendo su propia profesión, acaben siendo amanuenses, escribanos,

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mandarines o cagatintas de eso que, despectivamente, ha dado en llamarse “historia oficial”. Las raíces de las revoluciones se pierden en el tiempo y se escabullen entre los enigmáticos y entrañables lodos de la gente pero -como pista investigativa heterodoxa- cabe buscarlas más en las travesuras de los Liborios que en los panegíricos biográficos de los Lenin o los Fidel. En Cuba hubo alguien que entendió todo esto prematuramente: un duende guerrillero que ensordeció a la Sierra Maestra con su risa; que se permitió todas las veces que quiso la desfachatez de hacerle observaciones al caudillo; que capturó y rindió al “Che” Guevara en un combate ficticio; que fue querido como nadie por la gente de esos barrios vivarachos de donde él mismo había salido; que quizás se hiciera eco de las enseñanzas de un padre que alguna vez fue anarquista; que jamás entendió su prestigio “militar” adquirido y salía por las noches a bailar con habaneros sin vocación de poder; que se perdió “misteriosamente” en el mar cuando todavía no había terminado el año 1959 y que llevó el nombre y el apellido condenados a perdurar de Camilo Cienfuegos.74 Las revoluciones, entonces, son movimientos sociales de amplias proporciones y vastos alcances que mal pueden ser reducidas a los actos y decisiones de gobierno que querrán secundarlas durante lapsos generalmente breves. Un gobierno, por ejemplo, podrá resolver la realización de una intensiva campaña de alfabetización y disponer algunos apoyos para que ésta pueda ser exitosa, pero la revolución en tanto tal -en cuanto movimiento social y no como programa de gobierno- es el conjunto de maestros que recorren convencida y convincentemente los más diversos puntos de un país y, por sobre todas las cosas, será la gente misma en sus indeclinables apetencias de educación y habiendo formulado éstas de las formas que mejor le vengan en gana; algo de lo cual las vanguardias absolutas y doctrinarias no suelen percatarse con frecuencia. Las revoluciones reales no habitan los gabinetes ministeriales ni los despachos de los burócratas: existen en la cabeza, en la conciencia, en la voluntad y en los actos de la gente o sencillamente dejan de existir. Si es que valen las imágenes, las comparaciones o las metáforas, podría decirse que las revoluciones son ríos que desbordan su cauce normal y los gobiernos que pretenden ubicarse a su frente no pueden ser mucho más que su dique, su embalse y su acotado canal. Quizás oigamos una vez más que estas reflexiones son sólo teóricas y no tienen más apoyos que sus propias y abstractas creaturas. Sin embargo, estas distinciones son las mismas que se derivan de las diversas interpretaciones de la revolución francesa de 1789, del levantamiento de la Comuna de París de 1871, de la revolución mexicana de 1911, de la rusa de 1917, de la española de 1936 y, por supuesto, también de la cubana que actualmente nos ocupa. Estas distinciones adquirieron la forma de una configuración de corrientes y problemas en el seno del movimiento obrero ya desde los muy lejanos tiempos de la 1ª. Internacional y son todavía lo suficientemente sustanciales y gravitantes como para continuar operando en los tiempos que corren. Para decirlo en pocas palabras y en términos simples: quienes entendemos que las revoluciones radican en la gente y en sus organizaciones autónomas, nos opusimos, nos oponemos y nos opondremos

74 Una de las tantas travesuras retóricas del más incansable de los defensores de la conducción política cubana en la polémica consistió en sostener que esta afirmación era una más de aquéllas en las cuales nos hacíamos eco de las insidias de “la mafia derechista de Miami”. Nos preguntamos ahora, retroactivamente y dándole a la objeción más importancia de la que tiene, si dicho contendiente tendrá en su poder las llaves del misterio y cuáles habrán de ser las razones por las cuales el mismo no fue inmediatamente desvelado.

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a que esas mismas revoluciones sean absorbidas, secuestradas, centralizadas y disciplinadas en una minoría dirigente que, hablando en nombre del pueblo, impide realmente que el pueblo se exprese con su propia voz. Lejos de ser un capricho, esta oposición de base bien puede ser una de las claves interpretativas del proceso seguido por la revolución cubana. Si esto es así, no tendremos mayores dificultades en reconocer una corriente que, apuntando hacia una mayor libertad y una más justa distribución de la riqueza, se caracterizó por apoyarse en la autonomía de las organizaciones populares de base y por albergar una cierta diversidad de opciones ideológico-políticas y, al mismo tiempo, identificar también una corriente que se sustentó en la anterior, nació y creció con ella, para, finalmente, favorecer un proceso de centralización y exclusión, de hegemonización y represión; que, además, acabó absorbiendo y anulando la riqueza del proceso, homogeneizando y estatizando el mismo e institucionalizando a perpetuidad y sin rivales su rol directriz. Esta última corriente, en su incuestionable predominio, subsumió y cooptó las expectativas y las promesas que se encontraban en las raíces mismas de la revolución cubana primigenia, las reorientó y las redujo a partir del poder estatal que detentó rápidamente y que, a la misma velocidad, adquirió también un carácter monolítico. La diversidad de opciones ideológico-políticas fue contrayendo sus colores hasta desembocar en un partido único y de corte caudillista y prácticamente todas las organizaciones populares vieron limitado su accionar a los acotados carriles de la obediencia o a tenues iniciativas que no contradijeran ni objetaran las directivas del poder central. La ideología del núcleo dirigente pasó a ser, por imposición constitucional, el precepto por el que debía regirse la vida de los cubanos todos y, en la versión oficial de las cosas, aquella vieja y rica revolución, que todavía pugna por sobrevivir, se transformó en una homilía reiterativa e impartida siempre por un sacerdote no renovable ni sujeto a revocación. Debería ser claro, entonces, que cuando hablamos de la revolución cubana sólo es dable referirse a los avances procesados en la primera dirección y cuando hablamos del gobierno cubano lo estamos haciendo del factor de freno y obstrucción de aquélla; por mucho que el gobierno se haya proclamado a sí mismo como la vanguardia y la garantía de una revolución que sólo se ha encargado de desmerecer, de desvirtuar y de revertir. Hoy por hoy, ya nadie piensa que Cuba sea el soñado paraíso “socialista” en el que en algún momento se creyó, ya ni la propaganda oficial tiene la audacia sin cuento de anticiparlo y, afortunadamente, ninguno de los participantes en la polémica osó sostener tan colosal disparate. Por añadidura, luego de sucesivos y algunas veces estrepitosos fracasos, después de “rectificaciones” y “períodos especiales”, muchos han comenzado a dudar que se trate del purgatorio. Si es así, entonces: ¿en qué logros, en qué realizaciones, en qué méritos, en qué expectativas de futuro puede sustentarse el crédito indefinido que algunos sectores de la izquierda se empecinan todavía en mantener? Será oportuno que sobre esto intentemos darnos en este desarrollo al menos una módica explicación. 3.- Un paréntesis para la irracionalidad Antes de abordar de lleno el tema, cabe realizar una acotación introductoria sobre un fenómeno que nunca ha dejado de provocarnos cierto asombro y múltiples

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interrogantes al respecto. Si hay algo realmente sorprendente cada vez que se habla de Cuba es la capacidad que tiene el tema de trastornar las formas habituales de pensamiento de la mayor parte de las personas comprometidas política y afectivamente con su gobierno, hasta un punto en que todo se vuelve fantástico, surrealista y, en definitiva, incomprensible y sin raíces lógicas. La confusión, la asimilación y la equivalencia sistemáticas entre Cuba, el pueblo cubano y la revolución cubana con el gobierno cubano y con Fidel Castro -sin distinciones admitidas como válidas en el lenguaje corriente de los partidarios más fanatizados- acaban siendo un dato más, y un dato particularmente molesto, en el paisaje de cualquier discusión sobre el punto; algo de lo cual este debate en particular no ha sido, ni mucho menos, una excepción. Si pusiéramos, por ejemplo, al coro de incondicionales frente a un cuestionario determinado, las respuestas estarían provocando permanentemente nuestro estupor. Si preguntáramos, por ejemplo, a la cuenta de quién deberíamos cargar, en términos de estricta justicia, la producción de la Hewlett-Packard, la Shell o la Toyota, obtendríamos la respuesta ampliamente mayoritaria de que el peso, el esfuerzo y los méritos corresponden inobjetablemente a los trabajadores de tales empresas -o de cualesquiera otras si fuera el caso; una conclusión que los anarquistas suscribiríamos con entusiasmo. Sin embargo, si inmediatamente sustituyéramos esos nombres propios por el de Cuba pero conserváramos la forma de la pregunta, el coro respondería ahora estruendosa y unísonamente: “¡Fi-del, Fi-del, Fi-del!”; quedándonos a nosotros la alternativa de un estupefacto silencio. Si luego inquiriéramos respecto a la seguridad social británica, pocos conocerían y nadie nombraría a William Henry Beveridge, y la gran mayoría remontaría las raíces de tales realizaciones a las seculares luchas obreras -y los anarquistas nos plegaríamos con gusto, por supuesto. Pero, si las conjeturas se afincaran enseguida en Cuba, volveríamos a escuchar con amplificados decibeles el consabido: “¡Fi-del, Fi-del, Fi-del!”; hasta ensordecer y acallar cualquier intento por restablecer la coherencia. Y así sucesivamente y sin que necesitemos apelar a consideración alguna sobre la reciente aplicación de tres penas de muerte y prolongadas condenas a prisión; que, estamos seguros, casi nadie defendería con tan siquiera mínima enjundia en cualquier otro caso concebible, pero a las que siempre habrá de encontrarse alguna excusa o alguna rebuscada explicación de última hora cuando del gobierno cubano se trata. Desde este posicionamiento, y a través de las correspondientes piruetas “argumentales”, toda crítica al gobierno es una crítica a la revolución y todo logro de la revolución es un logro del gobierno.75 Es tan fantástico este régimen de excepcionalidad para el pensamiento crítico -y que sólo parece operar cuando de Cuba se trata- que situaciones capaces de orientar un cuestionamiento en profundidad de una sociedad cualquiera, como la prostitución o la mendicidad por ejemplo, se transforman en problemas circunstanciales que el gobierno ya sabrá cómo revertir o en meras opciones de asunción de la indignidad personal. Las estadísticas de algunos organismos internacionales son mentirosas y fraudulentas a lo largo y a lo ancho del planeta,

75 Nótese que una de las características del pensamiento crítico es o debería ser el discernimiento; el establecimiento de las diferencias que corresponda establecer. Cuando de Cuba se trata, por el contrario, la operación más recurrente consiste en el establecimiento de identidades arbitrarias y sin apelación posible. Fidel Castro es el Partido, el Partido es el Estado, el Estado es la “revolución” y así sucesivamente. De tal modo, cualquier apreciación parcial termina constituyéndose en un delito de lesa “nación”, en una agresión contra el pueblo y en un gesto “contra-revolucionario”. Así, las bases discursivas de la represión quedan a inmediata disposición de los interesados.

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pero dejan de serlo desde el momento mismo en que destacan algún avance en la realidad social cubana y así sucesivamente. Más aún: si se recuerda a los adeptos al culto castrista que cientos de empresas capitalistas multinacionales han sentado sus reales en territorio cubano, sólo habremos de encontrarnos con sinuosas contorsiones “argumentales” que fundamentan, contra toda razonabilidad de análisis, que ello ha sido así por el bien de la “nación” y del pueblo; tal y como si la lógica de actuación de tales empresas estuviera signada por la explotación, la ganancia, las remesas a las casas matrices, etc., en cualquier parte del mundo pero, increíblemente, sólo hubieran llegado a Cuba para fortalecer el proceso de construcción “socialista”. Es cierto, como se nos ha reprochado, que el discurso oficial está cargado de encomios hacia el pueblo cubano y que el propio Fidel Castro no ha ahorrado elogios en esa dirección. Pero esto no es más que una referencia de circunstancias puesto que inmediatamente después es preciso constatar que la opinion predominante sigue siendo que la revolución cubana y su continuidad son casi impensables en ausencia de la figura patriarcal; que el propio Fidel Castro es quien ha acaparado largamente todos los honores y, quizás lo más importante, que las organizaciones populares siguen siendo minorizadas, controladas, tuteladas y contenidas en el desarrollo de su autonomía y de su capacidad protagónica. A tal punto esto es así, y a tal punto este debate ha estado empañado por esa identificación dolosa entre la revolución y el pueblo cubanos con Fidel Castro y su gobierno, que las críticas han sido “contrarrestadas” mediante el sofisma extraordinariamente pueril de que los ataques a estos últimos son necesariamente un agravio a los primeros. Pero ¡basta de ejemplos! porque lo que aquí interesa no es penetrar en el desciframiento del misterio ni garabatear hipótesis en el campo de la psicología de masas y sí realizar un ejercicio de simulación según el cual los logros de la revolución cubana y la administración sucesiva de los mismos no serían imputables a su pueblo sino a su núcleo dirigente y ver hasta qué punto es posible sostener políticamente una defensa a ultranza del mismo; una defensa que, además, justificaría y quizás hasta anularía todos los errores, todas las carencias, todas las contradicciones, todos los abusos, todas las exacciones, en nombre de una verdad superior que habrá de sobreimprimírseles por los siglos de los siglos. 4.- El alcance de la Cuba castrista Entonces, sin entrar en mayores detalles ni incursionar en una enumeración exhaustiva, los atributos, las realizaciones o las esperanzas que habitualmente se computan a favor del gobierno cubano -y que constituyen el fundamento justificatorio por el cual se reclama acallar toda o casi toda crítica- podrían agruparse en tres grandes campos: 1) el del enfrentamiento anti-imperialista, que representaría un radical e

intransigente ejercicio de autodeterminación, soberanía y dignidad nacional en condiciones de hostigamiento permanente por parte de la única superpotencia existente en el mundo actual y entre cuyas manifestaciones sinceras cabría computar también los lineamientos de solidaridad internacionalista;

2) el de los indicadores sociales -fundamentalmente, en materia de empleo, salud y educación-; los cuales demostrarían la raigal preocupación gubernamental por

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elevar las condiciones de vida del pueblo cubano y los éxitos obtenidos en el desarrollo de las políticas correspondientes;

3) el de la construcción “socialista”, que permitiría aprehender los actos de la conducción política cubana no sólo a partir de lo que son en su significación inmediata y en su articulación concreta sino también en función de sus virtualidades y promesas.

Cada uno de esos campos, a su vez, no operaría aisladamente sino que sería necesario apropiarse de sus cristalizaciones y sus potencialidades en la consideración conjunta de los mismos. Como inmediatamente se verá, no habrá mayores inconvenientes en hacer los reconocimientos correspondientes y así se intentará punto por punto; pero también cabrá realizar las relativizaciones oportunas, aproximarse a las conceptualizaciones definitorias del régimen político cubano, reapropiarse de sus significaciones íntimas en el actual escenario histórico y plantear las posiciones que, a nuestro modo de ver, debería sostener la izquierda revolucionaria latinoamericana como proyecto de futuro y como camino de re-elaboración de un modelo socialista y libertario para los pueblos de esta región del mundo. Es con esa intención que ahora cabe emprender una somera discusión de aquellos aspectos del proceso histórico-político cubano que el gobierno acredita en su favor, atesora como base de su legitimidad y propone como la plataforma de lanzamiento de nuevos avances que el futuro habría de confirmar. 5.- El anti-imperialismo Entre los galardones permanentes e imperecederos que se computan a favor del gobierno cubano y no de su gente suele colocarse con relieve propio el de su consecuente anti-imperialismo; y, en relación con ello, lo que este recorrido ha representado y representa en términos de soberanía, dignidad nacional y autodeterminación del pueblo. No habría, en principio y en una observación superficial, mayores problemas en reconocer este mérito prolongado y quizás sostener también que Cuba ha planteado a través de su gobierno e impulsada por él una tenaz resistencia que no ha conocido de claudicaciones; una resistencia, además, enaltecida por la interminable saga de asedios y agresiones de todo tipo perpetrados una y otra vez a lo largo del tiempo por el gobierno de los Estados Unidos, por su Congreso y por las diferentes agencias que, oficial o extra-oficialmente, han tomado cartas en el asunto. Que la política exterior de los Estados Unidos respecto a Cuba se ha situado definitivamente en el plano de la intolerancia, de la soberbia y de la más torpe tozudez es algo que está fuera de toda duda, así como lo está también que la misma se ha verificado tradicionalmente en términos de injerencias y de intromisiones incalificables. Y Cuba, por supuesto, ha sostenido coherentemente el sólido criterio de no admitir esta política ni flaquear frente a ella, de denunciarla sistemáticamente y de enfrentarla con todos los medios a su alcance. Los problemas de Cuba son de los cubanos -según se ha dicho con energía perfectamente compartible-, deben resolverse entre ellos y nada tienen que hacer en el asunto los Estados Unidos; ni a través de burdas e inéditas legislaciones ni por medio de la actividad conspirativa de sus funcionarios gubernamentales. Nadie en su sano juicio puede justificar las leyes Helms-Burton y Torriccelli; ni siquiera las Naciones Unidas han dejado de cuestionar el embargo comercial y, por último, todos queremos -no desde ahora sino desde siempre- que los Estados Unidos abandonen

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Guantánamo de una buena vez y cesen ya mismo de condicionar y presionar a un país que en nada afecta su “seguridad nacional”; ni materialmente ni, a esta altura, tampoco por la vía del ejemplo. Si estas cosas ocurrieran, el gobierno cubano podría flexibilizar los controles sobre su gente, extendería un régimen de libertades hoy severamente postergadas, reduciría drásticamente las funciones de su policía y, tal vez, hasta podría recortar su oneroso presupuesto militar y la gravitación socio-política de sus fuerzas armadas; según se ha afirmado hasta la extenuación y la fatiga y aun cuando a nosotros tales enunciados nos resulten francamente insuficientes. Ahora sí, llegados a este punto, cabrá explicitar cuidadosamente nuestras reservas y salvedades. El anti-imperialismo según la traducción oficial del gobierno cubano ha forjado y mantenido el formato de la guerra y encuentra en este fenómeno la justificación última de su enfoque militarista, hasta un punto en que el anti-imperialismo se vuelve “doctrina de seguridad nacional” y transforma a cualquier disidente con pretensiones de quejarse algo más allá de las demoras de las guaguas o el sabor de las coliflores en un “traidor a la patria” y en un enemigo encubierto o descubierto. La guerra pasa a ser el manifiesto o latente estado de existencia de la “nación” y transforma el control de la población en un mecanismo de defensa, de modo tal que todo aquello que no se percibe como perfectamente alineado con los objetivos estratégicos se vuelve un objeto pasible de desconfianza y resquemor. Reparar en las limitaciones que pueda presentar la vida cotidiana de los cubanos se transforma en una exquisitez barroca, diletante y ajena a la homegeneidad y disciplina necesarias para los permanentes aprestos bélicos. El pensamiento mismo se vuelve sospechoso, se congela en sus convicciones dogmáticas y se convierte en inesperado reservista de una guerra siempre presente. James Petras, por ejemplo, ha sostenido que los críticos que recientemente han osado presentar algunas objeciones a decisiones del gobierno cubano sólo reparan en “factores secundarios”76 cuando lo que está en juego es la propia revolución amenazada. El razonamiento así planteado se vuelve emblemático e ignora que la vida humana y la libertad no son ni pueden ser “factores secundarios” en ningún lugar del mundo -tampoco en Cuba, por supuesto-, que no hay verdades “superiores” que consigan imponérseles indefinidamente y que toda revolución que lo olvide o lo descuide está condenada al fracaso y cavando insensiblemente su propia fosa. Pero el tema es más grave todavía, porque en tales extravíos no llega a repararse que lo que finalmente se ha adoptado es, precisamente, la lógica militar del enemigo. No sólo los “factores secundarios” son extrañamente parecidos a esos “daños colaterales” de que nos habla el Pentágono sino que habría que revisar puntualmente las medidas adoptadas por los Estados Unidos desde el 11 de setiembre de 2001, exacerbando los controles sobre su propia población, para disponer de un completo manual de guerra en lo que respecta a la vigilancia de todos aquellos que viven por fuera de las cadenas militares de mando. Los enemigos -salvando las escalas, naturalmente- comienzan a parecerse en sus respectivos hinterlands y pasan a necesitarse como explicación de sí mismos y de sus decisiones. Y, no por decirlo, ignoramos las diferencias: George Bush puede, según sus propias palabras y amenazas, ostentar sus capacidades policiales “en cualquier oscuro rincón del mundo”, mientras que Fidel Castro sólo tendrá la posibilidad de lograrlo en Cuba; Bush llegó al gobierno luego de un fraude en el Estado de Florida y Castro a través de la lucha guerrillera; etc,. etc. Además, en su 76 Véase la breve reseña de Prensa Latina “James Petras llama a fortalecer solidaridad con Cuba”, publicada el 21 de mayo en Rebelión.

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calidad de tirano “universal”, Bush seguramente y por fortuna no habría sido bien recibido en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.77 Las revoluciones, mientras tanto, no sólo reclaman saber contra quién pelear y por qué proyectos y valores hacerlo sino también cómo hacerlo y de qué modo seguir cultivando ese mismo jardín de proyectos y valores a pesar de la confrontación y gracias a ella. En toda revolución la guerra es un riesgo posible, pero ésta sólo tendrá algún sentido si se aprende a librarla no como soldado sino como compañero. Pero éstas no son las únicas limitaciones del anti-imperialismo a secas. El anti-imperialismo por sí solo, no nos dice todas las cosas que necesitamos saber a propósito de una configuración social concreta para decidirnos a adoptar una actitud de defensa o una de contestación. Anti-imperialista fue el Kuomintang, y no por ello los comunistas chinos dejaron de restarle su apoyo cuando ello les pareció políticamente adecuado, y también lo fue Kemal Ataturk en Turquía sin que eso evitara su condición de régimen militar. Anti-imperialistas fueron Nasser en Egipto y Sukarno en Indonesia e, incluso, podría decirse que, a su modo, hasta Charles De Gaulle trazó lineamientos de política internacional que se opusieron al hegemonismo norteamericano y contradijeron la estrategia de la OTAN. La historia latinoamericana del siglo XX es pródiga en pensamiento y experiencia anti-imperialistas y bien podría esbozarse una densa corriente de acción política que incluyera al primer Perón en Argentina, al primer Getulio Vargas en Brasil, al primer Paz Estenssoro en Bolivia, a Lázaro Cárdenas en México, etc., etc., etc. Quizás hasta podríamos incluir en el concepto a descaradas tiranías como las de Idi Amin en Uganda o la más reciente y conocida de Sadam Hussein en Irak. El dilema, entonces, es que el anti-imperialismo no constituye una voz de mando que por sí misma nos pueda llamar a silencio por cuanto no resulta ser tampoco una opción teórica, ideológica y políticamente completa y puede dar lugar, además, a situaciones sociales absolutamente indeseables. La recuperación “nacional” del excedente económico y el no alineamiento en materia de política internacional nos informan bien poco acerca de las relaciones de explotación y dominación que atraviesan y organizan una sociedad dada y, por esa razón, es un error ideológico mayúsculo pensar que la condición anti-imperialista suponga, por sí y ante sí, una exoneración sin crítica posible ni plazo de finalización. Esto se vincula con un tema que -en este debate, al menos- sólo los anarquistas parecen estar en condiciones de entender y es que la bandera de la autodeterminación de los pueblos no puede ni debe ser confundida con la autodeterminación de los gobiernos. Es precisamente la identificación fraudulenta entre ambos niveles de consideración lo que lleva a pensar que las críticas al gobierno cubano representan un ataque a, o un menoscabo de, la autodeterminación de los pueblos, siendo como es exactamente a la inversa. En esto pensamos que es posible trazar sin mayores traumas un punto de unión entre todos quienes hemos participado en esta polémica: los problemas de Cuba sólo pueden ser resueltos en última instancia entre cubanos y es inadmisible alentar, permitir o no combatir cualquier intento de intromisión estadounidense. Después de haber afirmado esta convicción, y sólo después de ella, es que los anarquistas del mundo entero habremos de permitirnos ser solidarios con nuestros compañeros cubanos y -ya en el terreno más propiamente ideológico y de revisión histórica- recordar también que en materia de autodeterminación de los 77 Nos referimos aquí al discurso pronunciado por Fidel Castro el 26 de mayo del 2003 en la mencionada sede académica y en ocasión de su visita a Argentina. El discurso fue reproducido íntegramente en la edición de Juventud Rebelde del 29 de mayo inmediatamente siguiente.

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pueblos nuestras credenciales son bastante más abultadas que las del gobierno de la isla; ya que, entre otros ejemplos, nosotros no estamos entre quienes justificaron la invasión a Checoslovaquia en agosto de 1968, no elaboramos expectativas “nacionalistas” positivas respecto a la dictadura argentina luego de la recuperación de las Malvinas en 1982 ni tampoco le entregamos condecoraciones a Fujimori en 1999. Por eso es que jamás podremos entender cómo es posible que para defender la revolución no se encuentre nada mejor que sofocarla y separarla sine die de sus pulsiones libertarias básicas. ¡No, de ningún modo! Según concebimos la militancia anarquista, no es posible ser un anti-imperialista consecuente -incluso en las condiciones de la guerra- si, al mismo tiempo, no se es también radicalmente anti-capitalista, anti-estatista y anti-autoritario. Porque el anti-imperialismo a secas, como ideología de Estado hegemónica y excluyente, podrá llegar a ser progresista en el plano de las relaciones internacionales, pero no necesariamente lo es en términos de las relaciones de dominación internas a la sociedad en cuestión. Porque el problema es que, cuando la “nación” se vuelve la unidad de análisis privilegiada, frecuentemente se olvida que los individuos que están por debajo y la componen también existen y tienen necesidades que ni son asimilables ni pueden ser reducidas o explicadas a partir del nivel “superior”. La vieja revolución cubana triunfó en 1959 porque la gente de ese país fue capaz en carne, sangre y hueso de vibrar, exaltarse y ponerse en estado de levantamiento frente a la tiranía y el sojuzgamiento batistianos; y esa misma revolución sólo puede seguir existiendo en la conciencia y en la práctica de las nuevas generaciones si vuelve a reanimarse con los mismos apetitos libertarios de aquel entonces. 6.- Las realizaciones sociales Un análisis frío, neutral y desapasionado del comportamiento en Cuba de algunos indicadores sociales relevantes quizás nos presentaría como resultado un saldo ampliamente favorable a su conducción política; siempre y cuando nos ubiquemos en ese extremo ya manifiesto según el cual nada de ello debe ser acreditado al trabajo de su gente sino a las orientaciones y al talento de su gobierno. Así, si creyéramos a pies juntillas y sin mayor análisis crítico en las fuentes estadísticas disponibles, podríamos toparnos de buenas a primeras con cifras más o menos rotundas que perfectamente darían cuenta de la realidad social cubana actual, ya sea que las cotejemos con las propias de la Cuba batistiana ya si las comparamos con los valores promedio que en idénticos rubros presenta el conjunto de América Latina. Las cifras de desempleo son, efectivamente, de las más bajas del continente, sólo por encima de las de México, según datos de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe). También resultan ser más que aceptables, en términos comparativos, las cifras que presenta Cuba en el área de la educación: bajos porcentajes de población analfabeta, altas tasas de maestros por cantidad de alumnos tanto en la enseñanza primaria como en la secundaria, etc. Y también lo son, por supuesto y quizás con mayor fuerza todavía, en el campo de la salud, prácticamente en cualquiera de las dimensiones en que se resuelva apreciar el tema: expectativa de vida al nacer, camas hospitalarias y cantidad de médicos por habitante, tasas de asistencia al embarazo y el parto, etc. En cualquiera de estos campos, la situación que presenta Cuba da cuenta de una política distributista de largo plazo que ha permitido la canalización de ingentes recursos productivos hacia

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los mismos y, por lo tanto, la utilización de un cierto excedente económico en aras de un conjunto de objetivos sociales que nos resultan enteramente compartibles y que estarían destinados a producir beneficiosos efectos en la calidad de vida de la población.78 Ahora bien; este tipo de enfoques no deja de presentar múltiples inconvenientes. En algún momento, en el contexto de un intercambio puntual con otro de los polemistas hemos planteado algunas de las limitaciones que tiene la adopción de este marco. Por lo pronto, el mismo deja de lado la crítica de corte anti-capitalista y se despreocupa por completo de la apropiación antagonista de las relaciones de dominación. Tanto es de ese modo que el enfoque no puede considerarse como un argumento justificatorio en sí mismo, puesto que, si así fuera, en este preciso instante deberíamos ponernos a aplaudir a rabiar a algunos países latinoamericanos con registros aproximadamente similares a los cubanos: notoriamente en los casos de Argentina, Chile, Costa Rica y Uruguay, en tren de realizar comparaciones globales sobre ese misterio que ha dado en llamarse “índice de desarrollo humano”, y de algunos otros países en el caso de que el cotejo se efectuara rubro por rubro.79 Además, no parece oportuno dejar abierto un flanco de este tipo a conservadores, desarrollistas y reformistas que bien podrían apelar en este terreno a datos que pudieran no ser precisamente favorables a Cuba como es el caso de la calidad de la vivienda, los ingresos por habitante, la cantidad de calorías disponibles80 o -ya ubicados en el terreno de las tonterías- el acceso a la electricidad, los kilómetros de carreteras asfaltadas y la cantidad de televisores, computadoras o teléfonos celulares como preclaros símbolos de la “modernidad”. Y, por añadidura, hasta podría señalarse que, en Cuba, en el llamado “período especial”, algunos indicadores han comenzado a deteriorarse sensiblemente, como parece estar ocurriendo en torno a la cantidad de alumnos en cualquiera de las tres ramas de la enseñanza y a la calidad de la atención médica. Lo importante, por lo tanto, es ubicarse relativamente por fuera de análisis cuantitativos que informan muy poco respecto a la calidad y a las articulaciones de esos “indicadores sociales” que los organismos internacionales nos proponen como de valor absoluto. ¿Alguien puede dudar -en esta polémica, al menos- que no es lo mismo hablar de bajas tasas de desempleo que hacerlo de una alta calidad ocupacional? ¿Algún lector asiduo de La Haine habrá de sostener que es lo mismo estar ocupado que ser dueño de su trabajo? ¿Tendrá algún sentido invocar las matrículas en enseñanza primaria, secundaria y terciaria si, al mismo tiempo, las modalidades educativas son fuertemente autoritarias -y hasta con inflexiones militaristas en algunos casos- y los contenidos son reconocidamente pobres y con muy bajo acento en el desarrollo del 78 Para una oportuna comparación de datos entre la situación cubana y la del resto de los países latinoamericanos es del caso recurrir a la página http://www.cepal.org/publicaciones/. 79 Paraguay, por ejemplo y por no mencionar a Surinam que no es estrictamente latinoamericano, tenía en 1997 la misma tasa de profesores secundarios por alumno que Cuba y no conocemos a nadie que estuviera dispuesto a extenderle una felicitación por ello. 80 Debería resultar obvio que con esta mención queremos referirnos a la disponibilidad alimentaria de la población cubana y a sus eventuales limitaciones. No obstante, es preciso aclararlo aquí, por cuanto un polemista que pretendió justificarlo absolutamente todo se empeñó en sostener que la mención carecía de valor en la medida que en Cuba existe una distribución justa de los alimentos; un dato que está más allá de nuestro alcance informativo y que no pretendimos discutir aunque sea ampliamente conocido el hecho de que las tarjetas de racionamiento cuentan con su propia estratificación clasista.

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pensamiento crítico propiamente dicho? ¿Cuál será el significado exacto del aumento de la expectativa de vida al nacer si la gente no puede apropiarse de su propia vida en la más amplia acepción del término y prácticamente no se admiten experiencias de autogestión y autodeterminación de la salud sino que la atención sanitaria se vuelve un registro obligatorio de Estado y un mecanismo de control y disciplinamiento? Los interrogantes -y los ejemplos que los abonan y les sirven de fundamento- podrían multiplicarse; pero, en homenaje a la brevedad y para no abusar más todavía de este espacio, creemos que es oportuno sostener, a modo de conclusión a mitad de camino, que el comportamiento positivo en términos convencionales de ciertos indicadores sociales no puede justificar en modo alguno la ausencia de libertades ni las políticas represivas del Estado cubano. Nadie está dispuesto a justificarlas en ninguna otra parte por mucho que esos indicadores muestren registros iguales o superiores a los cubanos y es completamente irracional y propio de una fe iniciática, privada y sectaria que el Partido Comunista de Cuba se constituya en una excepción que carece de excusa argumental alguna. Aun así, habremos de intentar que este campo de consideraciones se empalme también -tal como lo hicimos en el caso del anti-imperialismo- con el de la construcción “socialista”; para ver si ello, ahora sí, nos aporta alguna justificación que pueda reputarse como medianamente sostenible. 7.- La construcción “socialista” Hemos llegado ahora a uno de los puntos definitorios de nuestro análisis. Ya vimos que los resultados comparativamente buenos y hasta muy buenos en algunos indicadores sociales, así como el tenaz anti-imperialismo sostenido durante décadas por la conducción política cubana, pueden y deben ser relativizados y analizados en un contexto de derivaciones más complejo; y vimos también que, por sí mismos, no resultan ser justificación suficiente de su igualmente apasionada y persistente estrategia de exclusión política y represión. Desde nuestro punto de vista es necesario unir ambas cosas con un tercer elemento de consideración que es el que los redondea y les confiere un sentido distinto: esto es; si bien ya nadie sostiene seriamente que Cuba sea el paraíso “socialista” en el que alguna vez se pensó, para ciertos sectores de opinión y acción revolucionaria -en consonancia con el pensamiento oficial en la materia- continúa siendo una experiencia confiable de construcción “socialista” y un lugar en el que depositar o identificar las esperanzas de un mundo mejor. Permítasenos que nos defendamos anticipadamente de quienes dirán que nuestras interpretaciones son caprichosas y hablemos ahora por boca de un ilustre pensador oficialista, Fernando Martínez Heredia, en el momento de decirnos: “Más cercana en cuanto a los ideales está la sana preocupación de que Cuba no actúe en ningún campo como los capitalistas, porque Cuba es como un pedacito de futuro en el mundo de hoy, que aporta la esperanza en que el porvenir es posible”.81 Esta es la clave que permite -cada vez más débilmente, por cierto- presentar a toda la oposición cubana y a sus críticos de todo tiempo y todo lugar como irredimibles saboteadores de ese futuro hecho realidad y esbozo en miniatura y como enemigos de una esperanza que muchos sustentan todavía y seguirán sosteniendo durante un tiempo más. Esta es la clave, entonces, y ahora habrá que 81 Ver su artículo “Los intelectuales y la dominación”, publicado en Rebelión del 29 de abril, en el que Fernando Martínez Heredia desarrolla algunas ideas en torno al punto.

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intentar desarticularla; y no porque disecar la falta de fundamentos de la esperanza “cubana” nos produzca un placer morboso, sádico y destructivo, sino porque el objetivo de fondo -y nos repetimos una vez más, pero es preciso hacerlo- es recrear un nuevo modelo para la revolución latinoamericana y, por lo tanto, una nueva base material y libertaria para la esperanza. Desde un primer o segundo momento nos propusimos asumir una cierta empatía con respecto a las realizaciones y el recorrido seguido por la conducción política cubana a efectos de analizar racionalmente si tales cosas eran efectivamente sostenibles y podían acallar o llevar a postergar las críticas que el tiempo ha ido madurando cada vez con mayores convicción y fortaleza. En ese plan, habría que comenzar admitiendo que Cuba se ha configurado desde 1959 hasta nuestros días como una economía en la cual el eje de la acumulación de capital es el Estado, el que, a través de una planificación rigurosamente centralizada, ha operado como mecanismo de redistribución efectiva del producto. ¿Qué ha querido decir esto efectivamente en el plano económico? Básicamente dos cosas: en primer lugar, que el funcionamiento de la economía cubana no se apoyó, durante décadas, en la rentabilidad y en la ganancia privadas sino básicamente en la apropiación estatal del excedente y, en segundo término, que el uso de éste fue objeto de una planificación central rigurosa y, en buena o gran medida, se orientó hacia inversiones de incidencia directa en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población. Esto, además, se vio favorecido y ensanchado en sus posibilidades, hasta el segundo lustro de los años 80, por la condición de economía subsidiada de que gozó Cuba en el marco de su inscripción en el COMECON y por su vinculación relativamente privilegiada con la URSS; lo cual le permitió contar con precios favorables para su principal producto de exportación -el azúcar- y también, en condiciones más accesibles que las del mercado internacional, con petróleo y maquinarias de los que carecía. Desde un punto de vista estrecho, limitándonos a lo antedicho y confundiendo socialismo con estatismo, entonces, quizás podría decirse que Cuba tuvo algunos rasgos socializantes, emprendió un camino favorecedor de una distribución más equitativa de la riqueza y universalizó el acceso a ciertos bienes y servicios sociales básicos; algo particularmente notorio, como se ha sostenido, en el caso del empleo, la salud y la educación. Incluso, haciendo abstracción de la implosión del bloque soviético, quizás hasta cabría entender su falta de diversificación productiva y las notorias ineficiencias de su economía para la reproducción ampliada no como limitaciones endógenas e insalvables sino como una apuesta fuerte por una división internacional “socialista” del trabajo que, en el segundo lustro de los años 80, quedó definitivamente hipotecada. Pero un análisis más a fondo nos informará rápidamente de cosas bien distintas. Por lo pronto, la apropiación y la canalización estatal del excedente no sólo financiaron el acceso del conjunto de la población a los bienes y servicios mencionados sino que también permitieron la formación primero y el engrosamiento después de capas tecnoburocráticas afectadas a la planificación central así como la hipertrofia de un aparato militar desproporcionado y de altísimo costo. Este proceso tuvo lugar en el contexto de una institucionalidad excluyente que preservó el privilegio de la actividad política admitida para una y sólo una de las corrientes que participaron en los albores de la peripecia revolucionaria y, asimismo, se vio acompañado por otros múltiples procesos de depuración, selección y centralización que confluyeron y acabaron confirmando un régimen de naturaleza caudillista, cuya lógica se fundó permanentemente en la exaltación de la gesta guerrillera, en su decodificación personalizada y, concomitantemente, en la apropiación de los réditos

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que ésta habría de legitimar. La trama de poder así constituída fue y es todavía formal y declarativamente “socialista” pero no por ello dejó y deja de articularse realmente como un obstáculo insalvable y como un bloqueo a cualquier avance de envergadura que auténticamente pueda reclamar ese signo para sí; afirmación ésta que requiere ser fundamentada algo más extensamente y a través de una observación más detenida. En primer lugar, es necesario volver a insistir en dos cosas absolutamente deslumbrantes y que han sido confirmadas una y otra vez por la experiencia histórica, sin excepción disponible, pero que, así y todo, siguen permaneciendo ocultas, opacas y hasta invisibles para las mentes más obcecadas: 1) la construcción del socialismo no está en modo alguno garantizada por ninguna

“toma del poder” y por ninguna ley de la historia sino que depende de la conciencia y de la voluntad colectivas para refundar una sociedad cualquiera sobre nuevas relaciones de convivencia; y

2) la construcción del socialismo no es un proceso exclusivamente económico sino que una de sus facetas más gravitantes habrá de encontrarse en el plano ideológico-político.

Si esto es así -y estamos absolutamente convencidos que lo es- parece claro que la concentración de los mecanismos de expresión y decisión, la centralización estatal, el patriarcalismo, el exclusivismo partidario, el silenciamiento de la discrepancia, la identificación de la “masa” con el “líder”, el autoritarismo, el paternalismo, el disciplinamiento, el fetichismo caudillista, la coacción, las influencias unilaterales perpetuas, la represión, etc. son, sin importar demasiado cuan crueles o cuan tenues puedan ser, políticas anti-socialistas por definición. Esa conciencia y esa voluntad colectiva de construir una sociedad distinta y sobre nuevas bases no pueden ser confundidas con la obediencia, con la pasividad y con el acatamiento “seguidista” sino que sólo pueden resultar de una densa y abierta trama de reflexiones cruzadas y mutuamente enriquecidas que nada tienen que ver con las vanguardias institucionalizadas. En el plano ideológico-político, entonces, el socialismo sólo puede sustanciarse como un prolongado y reiterativo proceso de ruptura con las relaciones de poder que las sociedades instituyen y recomponen permanentemente. No hay ni puede haber otra institucionalidad socialista concebible que no sea aquélla, proteiforme y cambiante, de la gente convocándose a sí misma de modo abierto y sin exclusiones, formando las organizaciones de base que le plazcan, regulándose según una cultura asamblearia, opinando y decidiendo en los ámbitos que correspondan sin limitación de especie alguna. O, para decirlo en términos más clásicos y ya conocidos hasta la extenuación, no puede haber socialismo sin libertad y sin igualdad política; y toda vez que se pretenda lo contrario habremos de encontrar que los privilegios detentados en este ámbito se traducirán también, más temprano que tarde, en privilegios económicos de la más pura estirpe. En segundo término, se hace preciso constatar todo esto en sus manifestaciones concretas y en sus derivaciones de clase. La tradición conceptual más arraigada en el movimiento socialista ha consistido en el supuesto de que las clases sociales se forman sola o básicamente a partir de relaciones específicas con los medios de producción y su régimen jurídico de propiedad. Ergo: en una sociedad en la que la propiedad sobre los medios de producción ha sido estatizada, la operación lógica subsecuente consistirá en suponer que las clases sociales han desaparecido como tales o han sido reducidas a remanentes atávicos que sólo

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permiten tener alguna idea sobre su existencia pasada o han limado aquellas aristas que las conducen a situaciones de confrontación. Esto ha impedido, normalmente, visualizar dos elementos de la mayor importancia: en primer lugar, que la propiedad estatal es también la propiedad privada de la clase en el poder y, en segundo término, que el Estado mismo -o cualquier forma política centralizada que le resulte equivalente- también debe ser concebido como el más importante de los medios de producción; nada menos que el medio que permite que una sociedad se produzca y reproduzca en su institucionalidad y en sus configuraciones básicas. La explotación capitalista convencional del trabajo, entonces, ya no abarca por completo ni absorbe totalmente el campo de análisis sino que ahora formará parte del amplio concepto de dominación; un concepto que no sólo la contiene sino que permite tener una comprensión más amplia y rotunda del conjunto de relaciones de convivencia. Y no cabe duda que, en Cuba, ése es el perfil requerido de análisis para dar cuenta de las relaciones sociales generadas a partir de esa peculiar conmixtión entre el Estado y el Partido único. Es en ese nivel que habrá de conformarse un cuadro institucionalizado de distribución asimétrica de posibilidades y de atribuciones; un esquema permanente de contingencias y de derechos diferenciales, inequitativos, desigualitarios y, por lo tanto, de formación de clases. En Cuba hay, entonces, una clase dominante e internamente estratificada que se ha formado en el marco de la planificación estatal centralizada, de las sucesivas campañas militares y de las carreras partidarias no sujetas a la revalidación popular. La alta tecno-burocracia estatal, las jerarquías militares y las capas superiores del Partido Comunista pueblan, entonces, ese espacio de posibilidades y de atribuciones; un espacio de privilegios, en suma, que ya en la década de los 60 había sido reconocido incluso por el “Che” Guevara cuando protagonizó el conocidísimo episodio en el que rompió su propia tarjeta de racionamiento frente a un grupo de obreros, luego de que éstos le demostraran que los bienes a los que se podía acceder a través de ella eran mayores de los que ellos mismos podían disfrutar. Privilegios que pudieron haber sido tenues en algunos casos y más abultados en otros, pero privilegios al fin, cuya significación macroeconómica no puede interpretarse de otro modo que como una transferencia social de ingresos sustraídos al consumo y a la retribución del trabajo productivo propiamente dicho y empleados en el mantenimiento de la novel pero onerosa clase dominante. Las cosas transcurrieron de ese modo mientras el subsidio soviético lo permitió, pero la implosión de la URSS y la desaparición del COMECON pusieron en el orden del día necesidades nuevas frente a la drástica disminución del ingreso nacional. Fue entonces que la clase dominante necesitó recomponer un esquema de “alianzas” que permitiera cubrir los vacíos del modelo de construcción “socialista” imperante y fue ése el momento en que, sin modificar las relaciones internas de trabajo ni mucho menos el esquema institucionalizado de poder, el gobierno cubano comenzó a incorporar modalidades propias del capitalismo clásico; todo lo cual fue debidamente refrendado en las modificaciones constitucionales de 1992, en un conjunto de instrumentos normativos -como la ley de inversiones extranjeras82, la posibilidad de tenencia de dólares para los particulares o las Bases Generales del Perfeccionamiento Empresarial- y, ahora en el plano de tipo más doctrinario, por la definición del llamado “período especial”. La composición social de Cuba comenzó a 82 Nos referimos a la Ley 77 cuyo articulado completo puede encontrarse en la siguiente dirección web: http://www.cubaindustria.cu/Juridica/Ley%2077.htm.

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cambiar por distintos conductos y esos cambios no puede decirse que sean precisamente de signo socialista. La inversión extranjera y la venta de activos serán uno de los elementos de dinamización económica a los que recurrió la conducción política cubana. Alan Woods y Roberto Sarti -dos articulistas no precisamente libertarios- han sostenido recientemente que la cantidad de empresas multinacionales actualmente presentes en la isla ascendería a la cantidad de 600.83 Mientras tanto, la economía estatizada -supuesto embrión socializante- ya no permite asegurar condiciones enteramente aceptables de vida para el conjunto de la población y ésta ha pasado a contar con un alivio relativo a través de las enormes remesas de dólares procedentes de sus familias en el exterior. Para tener una idea aproximada de la incidencia de éstas cabrá decir que las mismas están oficialmente consideradas como uno de los tres principales canales de ingreso de divisas, junto con el turismo y las clásicas exportaciones de azúcar. El cálculo de las mismas sólo puede ser aproximativo, naturalmente, y se supone que actualmente ascienden a unos 800 millones de dólares por año. Si el Estado cubano parte de la base de que la financiación y manipulación de sectores opositores por agencias norteamericanas ha requerido desde un mínimo de 8 millones y medio entre 1997 y nuestros días84 hasta un máximo de 22 millones de dólares según otras fuentes, es fácil imaginar los efectos sociales que puede provocar una cifra que, aun en el cálculo más conservador, es abrumadoramente más alta. La consecuencia de estos flujos financieros en términos de clase no ha sido otra que una progresiva injerencia en la economía cubana de la burguesía transnacional, la formación de una débil pequeña burguesía autóctona, la dedicación a los negocios propiamente dichos de una fracción de la élite dirigente y, muy probablemente, un anticipo del desembarco empresarial de la “derecha” de Miami. ¿Es posible seguir sosteniendo que esto tiene algo que ver con el socialismo? ¿Será éste el “pedacito de futuro” de que nos habla Martínez Heredia? ¿Estos movimientos continuarán fundando la esperanza y funcionando como la retaguardia discursiva de la represión? De momento, la impresión de conjunto que nos provocan estos elementos de análisis es que la visión estilizada y de folletín que todavía predican los pensadores más incondicionales -dentro y fuera de Cuba- se encuentra cada vez más huérfana de apoyo argumental y de bases sólidas sobre las cuales desplegarse. De modo que, cuando se defiende al gobierno cubano a capa y espada y se reacciona con indisposición automática a cualquier intento de reflexión, lo que se está defendiendo no es precisamente la vieja e interrumpida pero renovable gesta libertaria de su pueblo sino a una cierta estructura de poder; y, para colmo, extendiéndole a la misma un infundado crédito de esperanza de indefinida duración. Quizás haya que comenzar a cifrar otro tipo de expectativas en una versión heterodoxa e inesperada de la vieja lucha de clases, travestida hoy en lucha

83 En el artículo “Cuba: ejecuciones y represión. Un punto de vista de clase”, publicado en Rebelión del 16 de mayo y originalmente en El Militante. Es oportuno recordar que hay una cierta discordancia entre estas cifras y las oficiales y también que recientemente el ministro del ramo, Ibrahim Ferradaz, señalara en las páginas de Granma que las “asociaciones económicas” con capital extranjero ascienden a 340. Otras informaciones oficiales, procedentes del mismo ministerio, sitúan el total en la cifra de 392. Quizás las discordancias se expliquen por cuanto una misma “asociación económica” puede dar lugar a más de una empresa; pero, si ése fuera el caso, se trata de algo que nosotros no estamos en condiciones de determinar con precisión. 84 Ésa es la cifra manejada por Petras en el artículo recogido el 6 de mayo de 2003 en Rebelión, ya citado y volcado en su momento como aporte informativo a la propia polémica.

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combinada de viejos y nuevos movimientos sociales que comienzan a expresarse en Cuba -muy débilmente todavía- y que también pueden llegar a encarnar allí en un futuro no demasiado lejano las mismas esperanzas que hoy encarnan a lo largo y a lo ancho del planeta. 8.- Las claves políticas Los elementos vertidos hasta ahora tal vez hagan posible tener una visión de conjunto de la sociedad cubana y permitan también interpretar su actual encrucijada histórica. Por lo pronto, ya sabemos que no nos encontramos frente a una sociedad socialista y sabemos, incluso, que su declarado proceso de construcción ha sufrido un reconocible retroceso desde los años 60 a nuestros días: un retroceso que consolida el ejercicio del poder de una nueva clase dominante -de composición básicamente militar y tecno-burocrática- y que da lugar también a la progresiva injerencia de prácticas capitalistas de corte clásico con su correspondiente secuela a nivel de la configuración de poder y de su reestructuración interna. Ello no ha disminuído -¡por cierto que no!- la decisión histórica de retener los excedentes económicos en la órbita nacional, de denunciar consistente y solidariamente el proyecto de globalización neoliberal que se le opone y de mantener un proyecto parcial de redistribución de la riqueza que ha tenido logros reconocibles en los campos del empleo, la salud y la educación.85 Los rankings siempre tienen algo de absurdo pero, si ahora nos viéramos obligados a confeccionar uno, no tendríamos mayores inconvenientes en sostener que los logros acumulados por el proceso cubano, en los rubros mencionados y sólo en ellos, colocan a la isla caribeña en una situación favorable con respecto a cualquier otro país latinoamericano. Incluso, tampoco habría inconveniente alguno en reconocer que el núcleo de esas políticas sostenidas a lo largo del tiempo por la élite dirigente cubana cuenta con un amplio respaldo popular y que -afortunadamente- no parecen existir actores políticos relevantes y dignos de crédito capaces de proponer una alternativa orientada a revertir tales logros y que pueda contar con una audiencia social significativa. Precisamente, la posibilidad de extender y amplificar los logros de la vieja revolución cubana consiste en la confianza en ese pueblo maravilloso, capaz de aferrarse tenazmente a sus conquistas y capaz también de recuperar para sí la conducción del proceso, de reorientarlo y expurgarlo de sus lastres, de proyectarlo más allá y mucho más allá de los diques y las esclusas en que lo ha retenido una conducción política a la que se le ha terminado hace rato largo su tiempo histórico. Pero, la posibilidad de extender y amplificar los logros de la vieja revolución cubana se juega en el plano ideológico-político y encuentra en ese nivel sus claves fundamentales. Habrá quienes crean, naturalmente, que la revolución sólo puede concebirse a partir de una identificación personal o de pequeña secta y que todo aquello que contradiga los designios de Fidel, Raúl y obsecuente compañía será bien una conjura “contra-revolucionaria” o ya un enajenado cuento de hadas; pero

85 Decimos que no ha disminuído “la decisión histórica” -haciendo quizás también nosotros un acto de fe-, pero es un hecho que sí ha habido un retroceso en los logros: una parte del excedente se fuga en la forma de remesas de capital de las empresas extranjeras, la denuncia del proyecto de globalización neoliberal no se sustancia como desconexión con el mismo sino en tanto modelo alternativo de integración continental de signo capitalista, las políticas distributistas son asediadas por el mantenimiento de una tecnoburocracia desmesurada y parasitaria, etc., etc.

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también habrá quienes se manejen bajo el supuesto infinitamente más realista de que una revolución es un proceso histórico extraordinariamente complejo que alberga múltiples tendencias y contradicciones que jamás podrán ser totalmente suprimidas por el arrebato histérico de la purga o el decreto presidencial. No: las revoluciones no son cuentos de Collodi, Andersen o los hermanos Grimm; los “buenos” tal vez no lo sean enteramente y los “malos” seguramente habrán de tener algo oportuno para decir. No hay ningún cuento de hadas ni ninguna fantasía libresca en los milicianos de la CNT-FAI peleando en las calles de Barcelona o de Madrid así como tampoco hubo una cosa o la otra en las guerrillas makhnovistas que enfrentaron simultáneamente a los reaccionarios de todos los pelos y al hegemonismo del poder central bolchevique. Y tampoco hay cuentos de hadas en las diferencias habidas entre Camilo Cienfuegos y Fidel o en el punzante discurso del Che en Argel en 1965 que tanto excitara las pragmáticas y pro-soviéticas iras del caudillo; por no hablar de las diferencias bastante más claras entre el centralismo todavía no consolidado y los afanes autonomistas que los anarquistas defendieron en los sindicatos cubanos. No; no hay cuentos de hadas sino acontecimientos históricos reales que, desgraciadamente, han desembocado en la más fantástica de las fantasías: suponer que la revolución es un monolito unitario en el que habrán de ahogarse, ayer, hoy y siempre, las desafinadas polifonías de la gente, toda vez que quiera hacer sentir sin correcciones ni tutelas su propia voluntad colectiva. Pero hay algo que todavía puede empeorar las cosas aún más y es lo que ocurre cuando el poder distorsiona el pensamiento y el lenguaje para expresar exactamente lo contrario de aquello que nos dicen los referentes empíricos. Recuas de asnos en procesión, de pollinos devotos, de onagros uniformados, de burros obedientes o de jumentos bailando al compás redactarán un nuevo diccionario político para consumo de los iniciados y en el que el vocablo “revolución” será un cubanismo admitido por la Real Academia Española por el cual sólo podrá aludirse a la vida, la obra y los planes de futuro del Partido Comunista y de su inmarcesible conductor. Más aún: semánticamente “contra-revolucionarios” habrán de ser quienes se opongan o introduzcan matices en dicha definición y serán calificados de “sectarios” todos aquellos que quieran respirar, hablar, dibujar, editar periódicos, emitir audiciones de radio, ir a la playa sin pasar por los puestos de control y otro sinfín de cosas que pueden llegar a distinguir a la especie humana y se resistan a que todo eso sólo sea posible cuando el Partido Comunista considere que no existe peligro alguno y les haya extendido el correspondiente brevet. La “revolución” será la potestad de empujar al exilio, encarcelar, silenciar, prohibir, censurar y hasta fusilar mientras que “sectarios” y “divisionistas” serán aquellos exiliados, encarcelados, silenciados, prohibidos, censurados y hasta fusilados. ¡La retórica al poder y la sofística al Ministerio del Interior! ¡Viva la pepa, viva la patria y viva Fidel! La clave de la situación, decíamos, es ideológico-política y la posibilidad de recuperar el viejo impulso revolucionario se juega en ese terreno: no para despilfarrar el trabajo de los cubanos y permitir que su traducción financiera se transfiera alegremente a manos de las transnacionales; no para que los cubanos sean menos educados, más enfermos y con menos posibilidades de trabajo. No; nada de eso: recuperar el viejo impulso revolucionario sólo puede querer decir desprenderlo del estrangulamiento provocado por las fosilizadas, escleróticas y mohosas manos del Partido Comunista y permitirle que retome la senda libertaria que en algún momento se le cerró. Recuperar el viejo impulso revolucionario exige, fundamentalmente, interpelar, cuestionar y abatir las características básicas del

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régimen político: su exclusivismo partidario y su monopolio caudillista, sus reiteradas prácticas de represión y coacción, sus omnipotentes dispositivos de control y disciplinamiento. Y en el plano ideológico-político lo primero que se hace necesario constatar es la acentuación del proceso de descomposición que ha ganado a la élite dirigente; algo de lo cual hay un alud de evidencias deslumbradoras desde por lo menos el caso Ochoa en adelante. Fidel Castro ya ha comenzado a exhibir en público los síntomas de su deterioro, aun cuando la claque de incondicionales todavía siga descubriendo destellos de genialidad en las entrelíneas de sus erráticos monólogos; hasta un punto en que no sería extraño que la situación comience a parecerse de un momento a otro a la del grotesco personaje que Jerzy Kosinski nos dibujara en su novela Desde el jardín. La conducción política perpetua carece de alientos oxigenadores, no hay posibilidad alguna ni siquiera de carreras medianamente autónomas y creativas que se libren por fuera de los circuitos de intimidad y de confianza y un mediocre lazarillo sin vuelo propio como Felipe Pérez Roque puede llegar tranquilamente al Ministerio de Relaciones Exteriores. La renovación y el recambio no están planteados ni siquiera como remota posibilidad y el régimen ha terminado por asumir complacidamente su condición totémica y dinástica. En ese contexto, las ideas de fondo, las críticas profundas y los giros audaces quedan totalmente excluídos de un espacio sin aireación y abortados in statu nascendi. Para colmo, parece estar cobrando descarado cuerpo una corriente integrada por miembros de número de los círculos de poder cuyas políticas básicas consisten en asegurar las prerrogativas adquiridas al tiempo que auspician una transición negociada y en la que nadie debería confiar.86 El régimen, entonces, se encuentra en un impasse flagrante, se ha quedado sin sueños para administrar y ya no tiene condiciones de generar un discurso con un mínimo espesor ideológico: su única apelación es defensiva y conservadora y consiste en agitar las virtualidades de la guerra para justificarse a sí mismo como el escudo de la dignidad nacional y justificar también una impronta de exclusión política y represión que, una y otra vez, ocupa el primer plano de su actuación gubernamental. Por añadidura, ha sellado a cal y canto su capacidad de escucha y de diálogo con el movimiento revolucionario internacional, reincide en presentar señas de autosuficiencia y absolutismo y ha terminado perdiendo, en el último trimestre, a muchos de sus mejores y más incondicionales amigos. El futuro del régimen, por lo tanto, no puede ser otro que el de una lenta pero inexorable decadencia y la única apuesta revolucionaria real, entonces, no puede radicar en otra parte que en la apertura consistente de espacios de libertad que el gobierno no ha hecho más que escamotear sistemáticamente. Es precisamente esta apertura de espacios de libertad la que puede darle a la vieja revolución cubana una ventilación de la que actualmente carece. Las ideas nuevas, el empuje político y el aliento revolucionario sólo son posibles en un contexto donde el pensamiento se despoje de su cautividad y la acción social pueda manifestarse de modos distintos a los propios de la regimentación estatal. Ello exige que los cubanos mismos, sin distinciones ni privilegios, sin lineamientos partidarios ni curatelas patriarcales, haga suyos en forma autogestionaria todos los canales de expresión social de base habidos y por 86 Los testimonios en tal sentido son múltiples y puede recurrirse, por ejemplo, a las recientes declaraciones de Jorge Masetti, realizadas en reportaje de Marc Saint-Upéry y publicadas el 5 de junio en La Insignia. Masetti no es ningún santo, por supuesto, y sus denuncias bien pueden estar animadas por el rencor y la revancha personal; pero éstas tienen la enorme ventaja, respecto a nuestras propias disquisiciones, que son las de un conocedor directo del entorno central de poder.

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haber; desde los sindicatos hasta las paredes, pasando por los hospitales y los centros de enseñanza. La revolución no necesita de exclusiones políticas ni de campañas represivas ni de ejercicios contínuos de control y disciplinamiento; las revoluciones reales, por mucho que se pretenda lo contrario, sólo sobreviven cuando se les permite desarrollarse en libertad. No haberlo comprendido todavía es acelerar el suicidio y es no haber entendido absolutamente nada de la historia revolucionaria del siglo XX. 9.- La amenaza exterior Hemos repasado brevemente en estas notas los elementos permanentes y articuladores que distinguen a la sociedad cubana: 1) su condición de sociedad fuertemente estatizada y organizada económicamente

en torno a la planificación central, de lo cual se deriva su atípica naturaleza clasista y su específico régimen de privilegios; acentuado y diversificado en la última década larga por una fuerte reincorporación de la producción capitalista propiamente dicha;

2) su condición de sociedad distributista que ha buscado un disfrute más extendido de la riqueza generada y que, en ese proyecto de largo plazo, ha obtenido logros reconocibles y ubicados por encima de los propios al resto de los países latinoamericanos en una lista de rubros limitados y perfectamente identificables;

3) su condición de sociedad con un Estado independiente y “soberano” que ha resistido tenazmente los intentos de recuperación de su proyecto “nacional” por parte de las estrategias de corte “imperial” y que, en ese plano, ha procurado respaldarse en y respaldar a los países que mínimamente se orientaran hacia ese objetivo.

Así y todo, hemos sostenido también que Cuba no es socialista ni presenta condiciones -en términos gubernamentales, naturalmente- que permitan albergar demasiadas expectativas de futuro en cuanto a la continuación de su vieja peripecia revolucionaria. Hemos dicho que ello obedece al extravío o a la contención de las propensiones libertarias en la vasta telaraña militarista y burocrática en la que se empantanó y se institucionalizó penosamente su aliento revolucionario. Y hemos dicho enfáticamente que la clave de comprensión de tales extremos se sitúa en el terreno ideológico-político, en tanto la naturaleza básica del régimen cubano se distingue por su exclusivismo partidario y su monopolio caudillista, por su sistemática apelación a prácticas de represión y coacción, por su prolongada estrategia de control y disciplinamiento de la gente. Algo que, por cierto, no está referido solamente a los acontecimientos más recientes sino que es impronta, rasgo y señal desde tiempos de los cuales sólo los más viejos pueden tener memoria.87 Frente a esto, las ocurrencias de la hora han consistido en definir un discurso justificatorio que explica tales prácticas en la amenaza de la guerra inminente. Sin embargo, quienes hablamos de un período de 44 años largos y no de los últimos tres meses sostenemos que la naturaleza del régimen político no encuentra en la guerra su explicación última sino que ésta radica en una concepción fuertemente autoritaria que está en la base de las prácticas del Estado cubano y de su omnipresente Partido Comunista con su igualmente ubicuo caudillo e inspirador. 87 Para una justificación más detenida de esta afirmación, así como para la fundamentación de que las características del régimen político cubano no obedecen ni exclusiva ni prioritariamente al asedio externo, véase el Capítulo 1.

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Ahora, por lo tanto, ha llegado el momento de demostrar que los últimos movimientos de los Estados Unidos en el tablero geopolítico son tomados como excusa de una práctica que, en realidad, es también una articulación permanente del Estado cubano con su sociedad y algo propio de la dinámica política interna que, aun cuando no esté totalmente desvinculada de la amenaza imperial y de hecho la incorpore a sus entrañas, no guarda una asociación estricta con sus viscisitudes ni es directamente proporcional con las mismas. También ahora se impone, entonces y a punto de partida, un reconocimiento que habrá que tener presente en las reflexiones subsiguientes. La amenaza de los Estados Unidos sobre Cuba no es sólo circunstancial sino que existen razones históricas y geográficas que la vuelven permanente, pese a sus altas y bajas, a sus oscilaciones, a sus cambios y a sus matices. Además, es necesario percatarse que los Estados Unidos acaban volviéndose no sólo una cuestión ubicable en el plano de las relaciones internacionales sino también un elemento más de la dinámica interna de la sociedad cubana. Y esto es así, entre otras cosas, desde su antigua condición de principal inversor extranjero, de principal comprador de azúcar y de principal receptor de corrientes migratorias de todo tipo; desde José Martí hasta marielitos y balseros pasando por Camilo Cienfuegos que también fue de los que vivieron allí.88 Pero, aun así, es bastante distinto concebir a Estados Unidos como un importante elemento más a tener en cuenta que erigirlo en el principal vector explicativo, por acción o por omisión, por exceso o por defecto, de todos los movimientos que se definan en la esfera política cubana. Esto último es un absurdo analítico incalificable sin ninguna base teórica o política y que desmentiría hasta la propia concepción oficial de Cuba como Estado libre y soberano. Las relaciones Cuba-EE.UU., entonces, están jalonadas, desde 1959 hasta nuestros días, por situaciones que resulta francamente ridículo y miope no visualizar en su variabilidad y no asociar con los movimientos concretos de uno y de otro. La historia es cualquier cosa menos la congelada estatuaria de una relación siempre igual a sí misma, aunque siempre haya que reparar en algunos sustratos básicos que le confieren sentido a períodos históricos más o menos prolongados: el Fidel Castro que saludó a Nixon en 1959 no es exactamente el mismo que hubo de re-pensar sus relaciones con EE.UU en la segunda mitad de los setenta bajo la presidencia de Carter ni el que años más tarde hubo de cruzarse con Clinton ni el que hoy tiene cerrada toda posibilidad de entendimiento con Bush. Los escenarios históricos en los que han ocurrido tales cosas deben ser objeto de lecturas distintas y deben ser pensados en su especificidad: las apetencias hegemónicas de EE.UU. sobre Cuba han revelado ser permanentes pero sus posibilidades concretas de ejecutarlas y el grado en que se ejercen sus amenazas no establecen necesariamente relaciones de identidad a todo lo largo de un período histórico. Y, del mismo modo, los elementos de variabilidad y de permanencia del régimen político cubano deben ser interpretados en su significación íntima e históricamente condicionada, en su complejidad y en su densa trama de relaciones y no simplemente como una respuesta refleja que sólo guarda vínculos evidentes con las disposiciones de la Casa Blanca o del Congreso de los EE.UU. En Cuba hay, entonces, elementos indiscutibles de permanencia que no pueden ser captados a partir de las variaciones en la política exterior del enemigo de 88 En efecto, Camilo Cienfuegos obtuvo la residencia estadounidense al casarse con Isabel Blandón; de origen salvadoreño pero ciudadana norteamericana. Antes de eso, vivió bajo la condición de trabajador ilegal y también fue deportado de los Estados Unidos. Vid. de Carlos Franqui, Camilo Cienfuegos; Seix Barral; Buenos Aires, 2002.

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todas las horas. Por ejemplo, un historiador simplemente preocupado por coleccionar curiosidades diría que no puede ser casual ni coyuntural ni episódico que Fidel Castro sea el cuarto jefe de Estado más antiguo del planeta; sólo superado por Bhumibol Adulyadej, rey de Tailandia, por el príncipe Rainiero de Mónaco y por la reina Isabel de Inglaterra. Ese historiador se encargaría luego de repasar el periplo de la América Latina “independiente” y se encontraría ahora que Fidel Castro -en los últimos casi dos siglos- trepa al segundo lugar en el ranking y, si la biología y la política lo permiten aunque nosotros esperemos que no, llegará a disputar el primer puesto con Pedro II de Brasil, que permaneció en el trono entre 1831 y 1889.89 Suponer que esa larguísima, insufrible o interminable permanencia tiene algo que ver con las variaciones o las estabilidades de política exterior del enemigo juramentado -recuérdese, en un Estado libre y soberano como es Cuba- es un contrasentido que nos exonera de más ampliaciones sobre el punto. Y, además, una cosa es la amenaza -de grado variable, según hemos visto- y otra cosa es la guerra propiamente dicha; aunque nunca faltará algún ignorante al que sea necesario explicarle que no es lo mismo, desde el punto de vista de las exigencias militares, contrarrestar un sabotaje a la producción agrícola que un bombardeo de la aviación estadounidense. La conducción política cubana, embarcada de lleno en sus campañas militares africanas, se percató de esto rápidamente cuando el 25 de octubre de 1983 los Estados Unidos invadieron Granada, depusieron a Maurice Bishop e hicieron prisioneros a los 600 técnicos y militares cubanos que trabajaban en apoyo a su gobierno. Contrariamente a lo que pueden suponer algunos aficionados -siempre dispuestos a perorar sobre temas que desconocen y que se regulan según el dicho popular de que “no hay mejor defensa que un buen ataque”- la conducción política cubana consideró llegado el momento de revertir su decisión de enviar no unos pocos cientos sino decenas de miles de soldados a los campos de batalla africanos. Fue en ese momento -y no sólo por razones militares sino también económicas y de política internacional- que sobrevino el repliegue general; el que sólo habría de completarse el 25 de mayo de 1991, en ocasión del retorno de las últimas unidades destacadas en Angola y cuando ya el bloque soviético se había hecho trizas definitivamente. Sobre estas cosas, la élite dirigente cubana mostró una extraordinaria ductilidad y una enorme capacidad de adaptación a los diseños siempre cambiantes de la actuación militar pero, aun así, y puesto que se trataba de planos diferentes de actuación, en ningún momento se le ocurrió acompañar esas mutaciones con un aflojamiento del control sobre su propia gente. ¿Por qué será que tales cosas se plantean como recíprocamente independientes? Tal vez de ello no haya duda posible y la respuesta sea que una cosa son las acciones de defensa externa de la soberanía estatal y otra bien distinta la preservación a todo precio de la portentosa centralización, del exclusivismo partidario y del monopolio caudillista con las correspondientes acciones de represión, coacción, control y disciplinamiento que ello requiere. Digámoslo más claramente todavía: si las políticas militares cubanas han tenido a lo largo de los últimos 44 años notorias y demostrables variaciones acordes con las modificaciones del escenario histórico mundial y con la forma concreta en que se sustanciaban las amenazas del “gran vecino” al tiempo que el marco de exclusivismo partidario, de monopolio caudillista y de control represivo continuaba más o menos imperturbablemente, entonces sólo es posible concluir que éste último goza de 89 Vale la pena aclarar, sin embargar, que el monarca lusitano debió soportar alguna que otra regencia en el transcurso de su prolongadísimo reinado; unas tristes sobreimpresiones a su poder soberano que Fidel Castro nunca tuvo la desgracia de verse obligado a tolerar.

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una autonomía cierta y que sus resortes explicativos no pueden ser buscados y mucho menos encontrados en el lugar donde no habrán de estar. No: la represión en Cuba no se ubica en el plano de la defensa externa sino en el plano del control de su propia población y de sofocamiento de toda oposición. Pero, por si hacía falta alguna demostración, es la propia Constitución cubana la que nos da pautas claras al respecto. No es la amenaza estadounidense la que redactó el artículo 5º. de la Constitución ni la que estableció que el Partido Comunista fuera el conductor único y excluyente de la construcción “socialista”; no es la amenaza estadounidense la que estableció que ese mismo Partido, en régimen de monopolio, tuviera el control de todas las organizaciones populares habidas y por haber, desde las universidades y sus respectivos programas de estudio hasta los Comités de Defensa de la Revolución, pasando por la Central de Trabajadores y las corporaciones de estudiantes, literatos, boxeadores o saxofonistas; no es la amenaza estadounidense la que definió que la emisión legítima del pensamiento quedara permanentemente aherrojada en la órbita estatal y así hasta el infinito. Lo que hay allí es una concepción de la sociedad y del cambio social absolutamente autoritaria y que todavía -¡en el comienzo del siglo XXI y luego de la experiencia en contra acumulada!- sigue suponiendo que el “socialismo” habrá de resultar de una operación de ingeniería ilustrada, de un omnipotente disciplinamiento o, peor aún, de los designios caudillistas de un iluminado demencial que hace medio siglo se convenció a sí mismo que, haga lo que haga, la historia lo absolverá. Para decirlo de otro modo y en forma más acorde con lo que aquí pretendemos situar: es absolutamente insostenible, pueril y desfachatado, y además una burla a la inteligencia ajena, que la estructura política básica de un cierto régimen sea justificada en su naturaleza, en sus prácticas y en los sucesos que provoca a partir de la coyuntura delimitada por las intenciones de su principal enemigo. Distinguir estructura y coyuntura es distinguir también entre la configuración estable de un régimen, tal como fue definiéndose quizás desde antes del 1º. de enero de 1959, y las políticas defensivas que adopta en el escenario histórico concreto que se forma a partir del 11 de setiembre de 2001. Ahora bien, en ese escenario histórico concreto: ¿cuáles son las probabilidades reales de que se produzca una agresión militar norteamericana similar a las que ya se han producido en Afganistán y en Irak? Nosotros, en principio, no las ridiculizaríamos pero tampoco las magnificaríamos y, de momento, deberemos contentarnos con deslizar algunas hipótesis más o menos razonables. Lo primero que nos parece importante visualizar es que ni siquiera la derecha cubana más abstrusa y más cerril puede ser enteramente partidaria del modus operandi que se impuso en las dos últimas campañas militares yankees; y seguramente sus tarzanescos reclamos -del estilo “Irak ahora, Cuba después”- no sean más que una bravuconada fantasiosa que elucubra con la posibilidad de una resolución “limpia” e inmediata del conflicto, con una suerte de desembarco aséptico y disuasorio, una rendición instantánea dada la disparidad de fuerzas y una marcha triunfal hacia La Habana que recogería flores y aplausos a su paso. Pero, de momento, nada de eso tiene visos realistas y los “duros” de Miami deberán seguir cargándose de paciencia. Mientras tanto, y por diferentes motivos, una campaña al estilo Afganistán o Irak es menos viable todavía; y lo es más desde el punto de vista político que desde el militar.90 Por lo pronto, Cuba no puede ocupar en el discurso diplomático el mismo 90 El esquema seguido por los Estados Unidos en Afganistán e Irak consistió en la imposición inicial de su abrumadora superioridad aérea, encargada de las tareas de desgaste y demolición. Pero en

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lugar que antes ocuparan Afganistán e Irak puesto que no sólo no expresa las mismas características que antes se le imputaran a esos dos países sino que su misma integración cultural al área latinoamericana volvería indigerible tal cosa en Brasil, en México, en Argentina y hasta entre la propia opinión pública norteamericana; por muy idiota, patriótica y reaccionaria que ésta haya demostrado ser. Además, los objetivos estratégicos por los cuales se regula hoy la política exterior norteamericana hacia América Latina son otros, en ellos Cuba no ocupa un papel de relevancia y cualquier desfasaje en esa dirección -con agresión militar abierta y asumida como tal- resultaría ser más un obstáculo y una distracción que un elemento favorable a la obtención de aquéllos. Algunas consideraciones de esta índole han sido hechas incluso por voceros del gobierno cubano y así lo anunció el propio Angel Guerra Cabrera: “Primero -y esto es fundamental-, el gobierno cubano logró frenar por ahora la escalada en preparación conducente a la invasión de la isla, que ya estaba muy avanzada.91 Segundo, la Casa Blanca no pudo obtener un consenso sobre posibles medidas a tomar contra Cuba, dadas la firme oposición a ellas en el Congreso y la disputa por las asignaciones presupuestarias en apoyo a la ‘disidencia’, que impide llegar a acuerdos a las distintas facciones de la mafia”.92 Pero, además, en líneas generales y muy a pesar de ciertos arranques megalomaníacos de la élite dirigente cubana que bien querría ubicarse en la primera línea de fuego de las controversias diplomáticas, lo cierto es que, en el cuadro de prioridades de la Administración Bush, Cuba juega un papel muy menor y sólo reclama un esfuerzo económico y militar ínfimo. ¿Será necesario recordar, por ejemplo, que los gastos de apoyo a la estrategia de influencia en la isla, desde 1997 hasta hoy, son inferiores a los gastos originados por una hora de bombardeo sobre Bagdad?. La prioridad geoestratégica norteamericana, por lo tanto, no está situada en el Caribe sino en Asia: es allí donde los Estados Unidos han localizado recursos vitales, es allí donde están en disputa mercados con miles de millones de potenciales consumidores, es allí donde puede y debe contrarrestarse la eventual expansión china -que, para el caso, es un contrapeso a sus intereses bastante más tangible que el inminente ocaso intelectual de Fidel- etc., etc. Pero, por si esto fuera poco, cabe recordar también que, en el círculo de psicópatas e inescrupulosos bucaneros que compone el actual elenco de gobierno de los EE.UU., la “derecha” israelí tiene una gravitación y un poderío económico mucho mayores que la “derecha” cubana y aquélla no admite otras prioridades que no estén localizadas fuera del mundo árabe, al tiempo que a esta última se le reserva un espacio de influencia en el entorno de Jeb Bush -que no de George, aunque sean hermanos- y del servicio exterior en América Latina. Entonces, si estos razonamientos son correctos, las amenazas concretas, en el actual escenario histórico y hasta nuevo aviso, seguramente habrán de quedar circunscritas a lo que conocemos actualmente: líneas de financiación a los sectores más afines de la oposición cubana, respaldo a las acciones de sabotaje, regateos en torno a los permisos de migración y algunas otras formas de actuación que no demanden mayores esfuerzos que los volcados cualquier de los dos casos, el remate de las operaciones exigió el avance de las fuerzas de tierra desde países limítrofes; algo que obviamente es absolutamente imposible en el caso cubano. 91 Léase bien: Cuba no detuvo la “invasión” sino la “escalada en preparación”; que obviamente está varios grados por debajo. 92 Véase, de Angel Guerra Cabrera, “Errores de cálculo”, publicado originalmente en La Jornada de México y reproducido el 23 de mayo en las páginas de Rebelión.

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hasta ahora y en las que el protagonismo norteamericano propiamente dicho aparezca más o menos maquillado. La situación actual de Cuba y la disposición estratégica de fuerzas es tal que, en lo inmediato, el único misil contundente y de máxima destrucción que los EE.UU enviarían no sería otro que el bloqueo real a las remesas de divisas desde el exterior; las que, como se ha dicho, ascienden actualmente a aproximadamente 800 millones de dólares. De cualquier manera, si se nos preguntara acerca de si los peligros de intervención norteamericana son mayores en el 2003 de lo que pudieran haberlo sido, por ejemplo, en 1999, responderíamos que sí. Sin embargo, esto no quiere decir que lo sean porque hoy haya una fuerte crítica de “izquierda” a la conducción política cubana sino porque ésa es una posibilidad abierta por las tendencias a la unipolaridad, el hegemonismo y el belicismo intrínsecos a la Administración Bush. Y, por supuesto, nada de ello quiere decir que la mejor forma de conjurar esos peligros sea a través de la perpetuación de la élite dirigente cubana; y, por lo tanto, perpetuando también el exclusivismo partidario, el caudillismo, la represión, el control y el disciplinamiento. Antes bien, quizás ésa sea la peor forma de hacerlo; y la idea que debe ir abriéndose paso en las cabezas de los militantes revolucionarios es que el mejor y único modo de enfrentar la amenaza militar norteamericana -en Cuba y en cualquier otra parte de América Latina- no es a través de pueblos maniatados a la arbitrariedad de sus caudillos sino a través de pueblos capaces de protagonizar y autogestionar libremente la historia desde sus organizaciones de base. Según tenemos entendido, algunos nucleamientos españoles han levantado una consigna que ahora podemos hacer nuestra: “otra guerra es posible”. Y, en efecto, ya se ha insinuado y ahora es preciso repetirlo en este contexto particular, esa otra guerra no sólo es posible sino que es la única que vale la pena y la única que es factible ganar. 10.- La crítica Entre las muchas conclusiones que ha sido posible extraer en este largo desarrollo, hay una que nos interesa destacar especialmente y es que ni el supuesto pero realmente interrumpido y desviado proceso cubano de construcción “socialista” ni su tenaz compromiso anti-imperialista ni sus inobjetables logros en el terreno de ciertos indicadores sociales alcanzan para justificar lo que han sido y son unas prácticas constantes del Estado ya reiteradamente caracterizadas como de exclusivismo partidario y monopolio caudillista, de represión y coacción, de control y disciplinamiento. Esas prácticas tampoco podrían justificarse en ese plano más sentimental en el que las mismas se presentan como un “derecho” adquirido; ya sea en el semi-plano de la nostalgia y donde se recurre a la evocación del heroico pasado guerrillero ya en el semi-plano de la esperanza y suponiendo todavía que sigue habiendo razones para pensar que allí se encuentran los embriones de la sociedad futura, de la cual sólo el Partido Comunista cubano, poseedor de algún arcano indescifrable, podría reclamar su condición de incuestionable arquitecto. Y, por último, tampoco podrían encontrarse justificaciones ante la eventualidad de un crescendo bélico, puesto que éste no explica por sí mismo la naturaleza del régimen político, no tiene por qué ser enfrentado con redobladas muestras de autoritarismo y reclama, para su neutralización efectiva, un extendido compromiso social y un fuerte respaldo internacional que la élite dirigente cubana ya no está en condiciones de generar. En

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una palabra: las justificaciones que pretenden perpetuar la configuración y las prácticas del Estado cubano, y ponerlas a resguardo de la crítica, han caído una a una a lo largo del tiempo y ubican en el orden del día el problema de su urgente reversión. De ello se han percatado tanto individuos aislados como colectivos políticamente conformados que antiguamente constituían el séquito de retaguardia y el estribillo ilustrado de cuanto disparate supiera perpetrar la conducción política cubana. Si algo distingue, entonces, a la actual coyuntura y en lo que a Cuba respecta, es precisamente la apertura de un espacio más que ensanchado para flujos de criticidad a los que es necesario prestar una redoblada atención: guste o no a la élite dirigente cubana, ha llegado el momento de la crítica y ha llegado para establecerse sin medias tintas ni complejos de culpabilidad; y no porque se trate de su inauguración formal -que como tal se remonta a tiempos de muy larga data- sino porque la fuerza y el vigor con el que se ha planteado recientemente, así como por la personificación de quienes la han asumido como propia, introducen elementos de novedad que no pueden ser alegremente pasados por alto. El motivo detonante de la reciente oleada crítica desde la “izquierda” tal vez parezca menor, conocido y consabido -aunque la disposición estatal de la vida y la muerte ajenas y la posibilidad institucionalizada de reclusión de lo incontrolable nunca dejen de provocar estremecimientos que la costumbre no debería adormecer- y, por lo tanto, tal vez haya que buscar las razones de su torrencial irrupción en profundidades no tan evidentes y en silencios prolongados que, repentinamente, se volvieron insoportables. En principio, se nos ocurren tres hipótesis explicativas bastante consistentes, cuya pertinencia habrá que explorar más hondamente y que no podremos abordar enteramente en esta circunstancia: 1) los cambios procesados por la “izquierda” desde la implosión del bloque soviético

han acabado produciendo una constelación de ideas que expresan un desplazamiento teórico, ideológico y político cierto con respecto a las que eran ampliamente predominantes hasta hace 20 años y, frente a las mismas, la conducción política cubana aparece como voluntaria y tercamente retrasada, desfasada e impermeable a cualquier intento de autocrítica y actualización en serio;

2) el crédito que antiguamente se le extendía a la conducción política cubana ha sido parcialmente agotado por el paso de los años y aquello que, hasta apenas ayer, merecía justificaciones varias hoy no puede desfilar tan impunemente por las indulgentes pasarelas del optimismo “revolucionario” y es afectado por el efecto negativo de la repetición y el aburrimiento;

3) el discurso desde el cual se sostuvieron las movilizaciones contra la guerra en Irak -como fuerte antecedente inmediato- estuvo animado por una impronta que hizo innecesario y aun indeseable defender las políticas internas y el propio régimen de Sadam Hussein como condición de legitimación y coherencia a sostener en el futuro y, por simple asimilación formal, hacía innecesaria e indeseable también la defensa irracional y a rajatabla del régimen político cubano.93

Lejos de percibir estos rasgos del escenario histórico en los términos políticos que hubieran sido de esperar en un grupo experimentado y auto-convencido de su 93 No obstante estas observaciones, es necesario reconocer que la conducción política cubana ha demostrado ser especialmente ingeniosa para revertir condiciones ideológicamente adversas. No sería de extrañar, por lo tanto, que una vez más encontrara la forma no de superar pero sí de reducir a su mínima expresión estos rasgos que le son desfavorables.

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lucidez, la élite dirigente cubana -y, por inercia, sus seguidores más leales a nivel internacional- se abroqueló detrás de una defensa torpe y cada vez con menos fundamentos. Los esclerotizados mecanismos del aparato propagandístico cubano reaccionaron cual si el mundo no hubiera cambiado nada entre 1971 y el 2003 y sólo se tratara de contrarrestar un arrebato crítico pasajero como el que en aquel entonces se vivió a propósito del caso Padilla. Quizás cinco meses atrás Fidel Castro y sus pupilos pensaran que sólo se trataría de una tormenta primaveral que habría de resolverse con muy pocas “bajas” o ninguna, para percatarse casi enseguida que el error de cálculo había sido mayúsculo, que sólo podría disimularse con reacciones simiescas y haciendo que la enmienda fuera todavía peor que el soneto. ¿Qué sentido puede tener, en efecto, que Fidel Castro luego proclamara que él mismo experimenta una repulsa filosófica por la pena de muerte? ¡Un disparate para corregir el disparate! ¿Acaso considera que su vida y sus decisiones están exceptuadas de las reglas que su majestad se formula a la hora de las entrevistas y las proclamas? ¿Es creíble, si no fuera así, que haya vivido los últimos 44 años repudiándose a sí mismo? ¿Por qué, entonces, si la repulsa filosófica es sincera, la pena de muerte es parte del ordenamiento legal y, por lo tanto, parte también de un menú político permanente de opciones? ¿Será que la élite dirigente cubana se ha resignado a soportar la escisión esquizofrénica entre sus actos de gobierno y sus convicciones declaradas y ha transformado tal cosa en un principio de su gestión política? Aparentemente, la conducción política cubana ha preferido hacer como que las críticas de “izquierda” no existen o no son entendidas, optó por mirar hacia un costado y sólo atinó a desatar, cual reflejo pavloviano, su tradicional contra-ofensiva propagandística. Se insistió hasta el hartazgo en que las críticas eran cínicas, hipócritas y hacían gala de un “doble rasero” pero se olvidó que ello sólo era cierto en el caso de la “derecha” pero absolutamente inaplicable para los llamados de atención procedentes desde el campo revolucionario. ¿Cómo puede sostenerse que se aplica un “doble rasero” a quienes criticamos la pena de muerte o la represión en Cuba pero también lo hacemos -y con mucha mayor fuerza todavía- cuando tales cosas ocurren en el Estado de Texas? Se peroró hasta la saciedad que los críticos de “izquierda” le hacían y le hacen el juego a los intereses de los EE.UU. pero se pasó por alto que esos mismos críticos están dispuestos -y así lo han demostrado repetidamente- a ganar las calles de las más variadas ciudades del mundo toda vez que las amenazas de agresión vayan apenas más allá de las simples bravatas. ¿Hasta qué punto y hasta cuándo habrá de mantenerse ese adagio falaz según el cual el combate al imperialismo es un conocimiento hermético e inaccesible y de cuyas claves fundamentales sólo han podido apropiarse los miembros de la alta dirigencia del Partido Comunista cubano al tiempo que los demás no tienen otra opción que seguir los lineamientos y las orientaciones definidas en los despachos de La Habana?94 No, definitivamente no: la conducción política cubana debería convencerse a sí misma que las orientaciones críticas respecto a las inflexiones adoptadas y seguidas por el proceso de cambios en la isla caribeña han llegado para quedarse y ya no pueden ser tranquila e inconcientemente asimiladas a los pujos episódicos y puntuales que se manifestaron en distintos momentos del pasado. Y debería 94 Despachos en los que, dicho sea de pasada, no se han encontrado recientemente sobre el punto propuestas más “creativas” que la reedición de los frentes antifascistas al mejor estilo de los que pergeñara Dimitrov en 1935 o el supuesto extraordinariamente fantasioso de que el MERCOSUR y sus burguesías nacionales constituyen uno de los arietes del combate.

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convencerse también que esa crítica, pese a no ser enteramente novedosa, es hoy mucho más profunda, más perdurable y con mayores bases de sustentación que en cualquier otro momento de los últimos 44 años. Porque ya no sólo se habla de los últimos fusilamientos y encarcelamientos sino que se habla también del divorcio entre la “justicia” y la “libertad”, se habla de “burocracia”, se habla de restauración capitalista y se habla de la desvirtuación del viejo proceso revolucionario; y no sólo hablan de ello los anarquistas sino que también han comenzado a hacerlo -sin someterse a chantajes emocionales que demostraron ser abiertamente inconducentes- algunos de los más antiguos “amigos” de la élite dirigente; y lo hacen no en forma aislada y fuera de contexto sino en relación con la actual coyuntura y en tropel. La situación, entonces, es cualitativamente distinta y las reacciones arrogantes, absolutistas y cerradas que pretenden responder a ella como si nada hubiera cambiado no pueden ser mucho más que un manotón de ahogado que no habrá de lograr otra cosa que nuevos cortocircuitos; aunque la conducción política cubana, sus operadores propagandísticos y sus seguidores de siempre se empeñen en sostener -en un nuevo e irreal desplante exitista- que todo ha sido ya resuelto y que un nuevo triunfo ideológico deberá computarse en su nutrido haber. No, definitivamente no: ya ni siquiera sirve el viejo recurso a la desacreditación, según el cual las orientaciones críticas sólo procederían de las turbias maniobras confusionistas de la CIA, de las liviandades pequeño-burguesas o lisa y llanamente de la imbecilidad.95 Tampoco han prestado un buen servicio otro tipo de ocurrencias que en algún momento pudieron dar resultados positivos y consiguieron derivar las cosas hacia lugares más manejables. No hay duda, por ejemplo, que hay temas más importantes si se lo piensa desde el punto de vista del orden global, pero un nutrido contingente de colectivos y de individuos no quiere postergar más el tratamiento a fondo de este tema en particular. No hay duda tampoco que las amenazas de los EE.UU. no son un suceso aislado y que habrá que tenerlas permanentemente presentes como un elemento destacado de análisis, pero ya no se puede seguir invocándolas como excusa recurrente para acallar los contumaces llamamientos a la lucidez. No hay duda, por supuesto, que son muchos los intereses en juego alrededor de Cuba y que no todos ellos están bendecidos por los santos óleos de la revolución pero cada vez gana más fuerza el rescate de la autonomía y del trabajo ideológico-político a partir de la identidad propia y no desde la opción fácilmente optimista, timorata, cómoda, popular y simpática que otrora condujo a muchos a un “prudente” silencio o a adoptar la absurda estrategia del “mal menor”. No, las razones para el resignado consenso que antiguamente aplacaban ocasionales estruendos han ido agotándose lentamente, es cada vez más difícil el intento por resucitarlas y el formidable aparato propagandístico del régimen cubano,96 que tan eficaz fuera durante décadas, ha comenzado a experimentar y mostrar grietas y fisuras que parecían impensables hasta hace unos pocos meses atrás: ése también es un nuevo dato de la realidad 95 Un análisis más juicioso de los diferentes mecanismos con los que se maneja la conducción política cubana para la neutralización de los embates críticos se encontrará en el Capítulo 3. 96 Cuando hablamos del “formidable” aparato propagandístico del régimen cubano, es obvio que estamos haciendo una comparación con las posibilidades del resto de las corrientes de “izquierda” y no con la logística disponible por la “derecha” a nivel mundial. Debe tenerse en cuenta, además, que ese aparato propagandístico no está constituído solamente por las agencias específicas del Estado cubano sino por una vasta retaguardia de intelectuales especialmente afectos a su gobierno y que han demostrado estar siempre bien dispuestos a reaccionar favorablemente frente a la primer clarinada.

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del que el Partido Comunista de la isla, so pena de verse atrapado en sus propias telarañas, deberá tomar debida nota. Y si todavía está en condiciones de aprender mínimamente alguna lección, la primera de ellas debe ser que todo aquel que no ha sido convencido por la razón y los argumentos será inexorablemente conmovido luego por el curso de los acontecimientos. No obstante ello, hay dos “hallazgos” en particular, buscadores de una emocionalidad extendida y capaces de tocar las fibras de nuestra propia sensibilidad pero tendenciosos y falaces, que se manejan a modo de ultima ratio y a los que ahora nos gustaría dedicar un par de frases: ellos son la apelación a la unidad del campo revolucionario frente al enemigo y la apelación al reconocimiento del “hacer”. ¿Quién puede estar, si se lo plantea de ese modo, en contra de la unidad del campo revolucionario y en contra de los que hacen cosas orientadas a la construcción de un mundo nuevo? Sin embargo, una observación menos “emotiva” y menos “sensible” pero mejor contextualizada y más juiciosa, ubicada en el escenario histórico que le corresponde y más realista, nos mostrará rápidamente que dichas invocaciones no resisten un mínimo análisis. Veamos primeramente lo que ocurre con el tema de la “unidad”. Por lo pronto, es necesario decir a punto de partida que los llamados a la unidad del campo revolucionario en el año 2003 y luego de que en Cuba se hubieran eliminado a todas las corrientes que tenían ideas distintas para aportar -lo cual abarca incluso tibios intentos de disonancia en el seno del propio Partido Comunista- y de cooptar en el regazo estatal la autonomía de todas las organizaciones populares, es por lo menos sospechoso. Si esa unidad fuera sentida realmente y si se tratara de algo más que de una nueva pirotecnia propagandística, lo primero que debería hacer la conducción política cubana sería habilitar inmediatamente formas de actuación pública para todas las corrientes revolucionarias que desearan organizarse, expresarse y actuar dentro de la propia Cuba así como permitir que los movimientos populares de base rompieran los corsets del control y del alineamiento partidario. Si no fuera así, habría que comenzar a pensar ipso facto que la “unidad” que se reclama es muy poco más que un argumento de última hora para deslegitimar la diversidad y que, en los hechos, se la está confundiendo con el monolitismo, con un pensamiento único de entrecasa y, en definitiva, con el silencio y la obediencia. No hay ni puede haber “unidad”, entonces, puesto que el gobierno cubano mismo comenzó a sofocarla y a ridiculizarla desde el mismo año 1959 y no parece tener ningún interés en revertir la larga cadena de decisiones que la vuelven imposible. Pero pensemos el asunto desde un ángulo y en un ámbito de aplicación distintos: la “unidad” que se reclama es entre los revolucionarios cubanos -es decir, el gobierno de la isla, según la traducción oficial- y el resto de los revolucionarios del mundo. En ese caso, el Partido Comunista habría extendido su generosa autorización para que, por ejemplo, existieran nucleamientos anarquistas, trotskistas, maoístas, autonomistas, feministas, ecologistas, pro-liberación animal, etc. en cualquier otro lugar del planeta salvo en Cuba y a condición de coordinar una estrategia de lucha contra el “enemigo principal”. Esos movimientos podrían, en aras de la “unidad”, decir y hacer lo que les viniera en gana, salvo vincularse en forma solidaria con sus pares de la isla caribeña y luego de haber prometido que no habrán de referirse críticamente al gobierno cubano y seguramente tampoco a sus aliados de turno. En caso de darse este último extremo, se entendería que el pacto “unitario” ha sido flagrantemente traicionado, puesto que el Partido Comunista se habría reservado para sí los “derechos de autor” y la administración estratégico-política de

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tan extraordinaria confluencia. Como se ve, las cosas no habrían cambiado demasiado y, al igual que en el caso anterior, lo que parece constituir el objetivo prioritario no es la “unidad” en ese sentido casi místico que pretende dársele sino asegurarse que nada habrá de obstaculizar los rumbos trazados por quien se ha auto-designado como el administrador vitalicio de esa convergencia revolucionaria universal. Pero hay todavía un plano profundo del análisis que le confiere sentido a todo esto y que merece nuestra mayor atención. La apelación a la “unidad” y la “unidad” misma contra el “enemigo principal”, tal como se las ha concebido tradicionalmente, son un recurso político cuyas bases teóricas caducaron ya en forma irremisible. En efecto, el sustrato teórico no es otro que la vieja concepción marxista que asocia los períodos revolucionarios con el conflicto que se entabla entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, luego condimentado con la inflexión leninista acerca del eslabón más débil de la cadena imperialista. Tales cosas están basadas en una concepción determinista y mecanicista de la historia que ya no tiene más nada que hacer entre nosotros y que supone que el socialismo es algo así como un advenimiento mágico, inevitable y que responde a leyes que en algún momento se creyó conocer. Esa concepción, precisamente, una de las cosas que deja libradas a la acción política propiamente dicha consiste en el arte de acumular fuerzas “unitariamente” en torno al “enemigo principal”, de modo que podamos estar absolutamente seguros que tras su derrota sólo podrá sobrevenir la aurora de un mundo nuevo. Hoy sabemos que todo esto no es más que un monumental e ingenuo disparate y que la construcción de un mundo nuevo no depende de ninguna ley de la historia sino que sólo es posible definirla tautológicamente: es decir; saber cuál es el proyecto de esa edificación y contar con las fuerzas y la voluntad revolucionaria capaces de ponerlo en práctica, de echarlo a andar. Si esto es así -como creemos rotundamente que lo es- la única forma con sentido de hablar de la “unidad” es a partir de un proyecto común y no sobre la base de un mecanismo histórico de dudosa existencia. Entonces ¿estará la conducción política cubana dispuesta a resignar, en aras de ese proyecto común, sus manifiestas decisiones de exclusivismo partidario y monopolio caudillista, de represión y coacción, de control y disciplinamiento? ¡Por favor! dejemos las credulidades y la magia a un lado y planteémonos las cosas según lo que son las prácticas políticas reales de cada quien y no a partir de declaraciones de buena voluntad que sólo sirven para confundir. Digámoslo con franqueza: ese proyecto común no existe, y no existe no porque haya seres malévolos y vocacionalmente “divisionistas” que pertinazmente se encargan de sabotearlo sino porque hay diferencias básicas de concepción que lo vuelven decididamente inviable; ese proyecto común no existe, y no existe, entre otras múltiples razones, porque muchos siguen pensando que la usina productora de la justicia radica en un aparato de vanguardia de corte jacobino mientras que otros continuamos entendiendo que la construcción de un mundo nuevo sólo es posible y tiene sentido en un marco de libertad a raudales y sin cortapisas. Ahora resulta posible abordar más claramente el problema del “hacer” revolucionario. Porque no se trata de criticar al que “hace” por el escueto hecho de “hacerlo”: se trata de establecer qué es lo que “hace” y por qué lo “hace”; se trata de conocer su proyecto y la forma en que lo lleva a cabo; se trata de saber quién “hace” y a quién se le impide “hacer” las mismas cosas u otras distintas. Y esto no es un trabalenguas -¡por cierto que no!- sino que tiene referentes empíricos bien precisos y

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circunstancias políticas perfectamente ubicables. Para decirlo más claramente: nadie critica a la conducción política cubana por asegurar la provisión de leche o la atención de los menesterosos ni por tener que tomar decisiones todos los días sino que se la critica porque esas decisiones no son compartidas con el pueblo cubano actuando a través de organizaciones de base y probadamente autónomas; se la critica por haber resuelto, por sí y ante sí, que nadie más podrá tener opiniones válidas sobre ningún asunto; se la critica porque es la única instancia -prepotente, totalizante y represora- que se considera con “derecho” a determinar qué es lo más conveniente para la gente en cada momento y cuál es el camino que se habrá de recorrer; se la critica no tanto o no sólo por “hacer” sino por impedir “hacer” y por creer que ese “hacer” comenzó a pertenecerle en 1959 y nadie habrá de arrebatárselo de ahí a la eternidad. También en este plano, entonces, el momento histórico no cierra el paso de los cuestionamientos sino que les abre un amplio cauce para su despliegue: también por “hacer”, por no “hacer” o por impedir “hacer”, la élite dirigente cubana tendrá que acostumbrarse a la crítica, a la disidencia, a la controversia y a la oposición. En ella y no en nosotros queda de aquí en más la responsabilidad de percibirlo a tiempo o no. 11.- Un repaso antes del final Antes de abordar de lleno nuestras consideraciones finales, intentemos un nuevo repaso de nuestro recorrido, de modo que sea posible formarse una visión de conjunto del mismo y destacar aquellos trazos fundamentales que lo vuelven más comprensible y más pertinente. Cabe decir, entonces y para empezar, que hemos librado esta discusión ampliamente convencidos de que lo que ocurra en Cuba de aquí en más es extraordinariamente importante para el futuro de las corrientes revolucionarias y socialistas en América Latina;97 las que, necesitadas de un nuevo modelo de cambios, no tienen otra alternativa que marcar distancias con respecto al rumbo seguido por la conducción política de aquel viejo proceso. En este sentido, hemos asumido esta polémica siguiendo el principio metodológico de que se trataba de un debate entre diferentes enfoques del movimiento revolucionario internacional; que debía aceptarse, a punto de partida y sin dudas prejuiciosas, que las posiciones recogidas eran derivaciones diferentes de anhelos aproximadamente orientados, al menos en términos muy amplios, en la misma dirección; y que, ello hacía preciso manejar múltiples fuentes informativas y puntos de vista que acaudalaran -pero no que sustituyeran- el imprescindible proceso de reflexión y sus correspondientes conclusiones. Un proceso de reflexión

97 Como es evidente, las distintas corrientes revolucionarias no son afectadas de la misma forma por las viscisitudes que experimente el régimen político cubano. Por lo pronto, un cambio desde adentro mismo del régimen, en un sentido parecido al que ya experimentó la Unión Soviética, puede representar para los anarquistas una confirmación de sus posturas históricas, en el sentido de demostrar una vez más que no hay caminos estatistas, centralizadores y vanguardistas de construcción del socialismo. Una forma tal de admisión del fracaso, entonces, puede representar un rédito teórico-ideológico. Sin embargo, ese tipo de cambios también ha demostrado tener consecuencias sociales profundamente negativas: implantación de un capitalismo salvaje, extensión del desempleo, aumento de los niveles de pobreza, deterioro de los servicios públicos, etc. Y, quizás más importante todavía en cuanto a su proyección externa y a lo que han mostrado los ejemplos precedentes, ese tipo de cambios abren períodos prolongados de remisión de los proyectos socialistas y del entusiasmo revolucionario en general; algo que también afecta negativamente al movimiento libertario, así sea por el contagio de una dilatada frustración.

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que, a su vez, no puede prescindir de los específicos contextos teórico-ideológicos en que tiene lugar y que siempre habrán de condicionarlo fuertemente. Acto seguido, procuramos definir a la revolución cubana más allá de ese devoto simplismo que la ha reducido al conjunto de orientaciones de su élite dirigente y que, por un posterior y falaz prodigio de lenguaje, nos convierte en “contrarrevolucionarios” o en “tontos útiles” a todos aquellos que tengamos alguna mínima idea diferente sobre el punto. Fue así que concebimos a la revolución cubana como un proceso de larga duración, complejo, multiforme y contradictorio, cuyas orientaciones iniciales básicas apuntaron hacia una transformación social caracterizada por una ampliación del campo de libertades y por una más equitativa distribución de la riqueza. Y es a partir de esa definición que se hace posible concluir que aquella revolución fue rápidamente apropiada por una élite centralizadora, exclusivista, militarista y caudillista que le imprimió su signo, la vació de buena parte de su contenido original y se encargó de eliminar meticulosa y persistentemente a todo vestigio que interpusiera una alternativa cualquiera. Y fue a partir de ello que se generó una fusión-confusión de efectos devastadores y que todavía hoy subsiste a nivel internacional en un segmento significativo del movimiento revolucionario: la fusión-confusión entre Cuba, pueblo cubano, revolución cubana, gobierno cubano y Fidel Castro; una fusión-confusión que hace virtualmente imposible a ese mismo segmento pensar el tema en términos racionales y responder críticas y objeciones en el plano en que éstas realmente se formulan. Aun así, hemos intentado conducirnos con el máximo posible de ponderación y reconocimos un conjunto de logros y realizaciones que expresarían el grado de avance de aquella vieja e institucionalizada revolución y la base material acumulada que permitiría pensar en la posibilidad cierta de un nuevo impulso: la tenaz defensa de esa idea constitutiva que quiere pensar a Cuba como una sociedad independiente y soberana, capaz incluso de presentar, complementariamente, rasgos ciertos de solidaridad internacionalista; la aplicación de un porcentaje significativo del excedente en el área social con resultados más que aceptables en materia de empleo, salud y educación; una distribución más igualitaria del ingreso que en algún momento pudo llevar a pensar que se seguía un rumbo socialista y que éste habría de ser irreversible. Pero, a nuestro juicio, nada de ello puede justificar el perfil político adoptado por el proceso revolucionario; nada de ello permite extender un crédito indefinido a la élite dirigente cubana por el cual ésta podría mantener a perpetuidad las condiciones de exclusivismo partidario y monopolio caudillista, de represión y coacción, de control y disciplinamiento. Tales cosas ni se justifican ni se canjean por aquellas realizaciones: y no sólo eso, sino que son precisamente esas condiciones las que impusieron un freno al proceso revolucionario, lo desviaron de su curso libertario original y lo condujeron al borde del precipicio frente al que se encuentra desde hace ya largo tiempo. La situación cubana actual se explica, entonces, a partir de sus claves ideológico-políticas y vuelve imprescindible desmontar un mecanismo poderoso pero enmohecido, incapaz de producir ya ideas nuevas o de conmover esa generalizada atonía social que se mueve entre la resignación, la indiferencia y la espera cuando no por medio de la desesperación o del miedo. Lo que se vuelve imprescindible es, por tanto, volver a depositar confianza y protagonismo no en vanguardias auto-impuestas sino en los cubanos mismos, dejar de ver conspiraciones del enemigo detrás de cada persona con ideas distintas y hacer que que aquella vieja revolución inconclusa e institucionalizada pueda reeditarse, ahora

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sin sus lastres, y respirar nuevamente en libertad: un proyecto histórico que, está ya visto y demostrado, no podrá explayarse con los auspicios o la tolerancia de la élite dirigente sino a pesar de ella. Pero la conducción política cubana dista todavía de convencerse de su radical caducidad, desata repetidos estertores represivos como única demostración de “creatividad” e intenta justificar sus exacciones más recientes en la lógica de una guerra convencional y de larga duración que nunca se ha producido y que tal vez nunca llegue a producirse. Sin embargo, hemos intentado también poner al desnudo las falacias que encubre ese presupuesto estratégico y las razones por las cuales es meramente caricaturesco intentar explicar la configuración política cubana a partir de las virtualidades de la guerra. Esa configuración política ha demostrado tener una alta estabilidad que en nada se condice con las variabilidades del escenario internacional y con los sucesivos esquemas de “seguridad nacional” por los que ha pasado Cuba en sus últimos 44 años; y, por lo tanto, es un mayúsculo dislate teórico y político suponer que aquélla puede ser una respuesta punto por punto a las alternativas de una “guerra” que, hasta ahora, sólo ha demostrado funcionar como la mejor excusa de retaguardia para sostener la “razón de Estado”. Y no sólo hay buenos motivos para suponer que esa guerra no es inminente ni mucho menos sino que las medidas internas adoptadas por el gobierno cubano para el control y el disciplinamiento de su población no necesariamente guardan una relación lógica con apresto bélico alguno ni pueden guarecerse bajo ese tipo de justificación. Es precisamente por esa innegable caducidad de todas las justificaciones dadas hasta la fecha por la élite dirigente cubana que hoy vemos abierta con anchura mucho mayor que en cualquier otro momento de los últimos 44 años la senda de la crítica; una crítica que ha ganado para sus filas a muchos de los viejos “amigos” de la imperturbable institucionalidad política de la isla caribeña, a los que los últimos acontecimientos parecen haberles terminado una paciencia que en tiempos ya idos se creyó infinita. Estamos, en efecto, frente a un escenario histórico distinto y, sobre todo, ante un cuadro político que no es comparable a ninguno de los precedentes: las explicaciones que en otros momentos -de cara a otros escenarios y otros cuadros- pudo brindar la conducción política cubana de muchas de sus orientaciones fundamentales eran recibidas con confianza y se les abría un amplio crédito de expectativas y de credulidades sin límite; pero nada de ello es exactamente así en los tiempos que corren. Los años no vienen solos, desgastan y se cargan de enseñanzas, y lo que ayer era pasado por la criba del encanto y la frescura de la primera época hoy sólo provoca cansancio y aburrimiento en sectores revolucionarios cada vez más extendidos: ha llegado el tiempo de la crítica y el tiempo de pensar en los cursos de acción que mejor se ajusten a la inminente era post-Fidel; cursos de acción que no pueden menos que estar predominantemente centrados en las claves ideológico-políticas de la configuración social cubana. 12.- La era post-Fidel El maniqueísmo al uso nos dice que no hay más que dos opciones: la continuidad de la actual configuración institucional, con el correspondiente exclusivismo del Partido Comunista, o el imperialismo y el retorno de la derecha de Miami; un diagrama simplificado, falaz y chabacano en el que sólo pueden tener

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interés los dos polos consagrados de la controversia y que deja enteramente fuera de foco y circunstancia a todos aquellos que anhelamos recuperar en un sentido libertario el impulso de la vieja revolución cubana. Sin embargo, ni siquiera los partidarios más conspicuos de la conducción política de la isla caribeña dejan de especular con diferentes variantes o con distintos caminos de evolución que puedan suceder al inevitable mutis por el foro de Fidel Castro. Hasta James Petras se permitió hacer conjeturas sobre las alternativas posibles y en un reportaje que se le realizara recientemente en Argentina98 esbozó algunas de las líneas más probables de cambio. Preguntado sobre las evoluciones factibles, Petras no vaciló en responder: "No hay una sola posibilidad sino son varias cosas las que pueden pasar”. E inmediatamente, en el desarrollo correspondiente, Petras conjeturó, en primer lugar, con la formación de una dirección colectiva entre viejos cuadros militantes y la nueva generación de “tecnócratas de izquierda”; en segundo término, con una combinación de mayor liberalización y espacios políticos ampliados; y, por último, más sobresaltadamente que en la actualidad por ausencia de carisma de su principal protagonista, con una cierta continuidad pura y sin demasiadas modificaciones bajo el liderazgo de Raúl Castro. Además, según Petras, el esquema que finalmente se imponga dependerá de la atenuación real de los problemas de “seguridad nacional” planteados desde los Estados Unidos. Como es obvio, pueden y deben mantenerse con Petras dos diferencias sustanciales: en primer lugar, que no hay por qué subordinar el ensanchamiento de espacios políticos a la temática de la “seguridad nacional” en su monótona versión oficial y, en segundo término, que no hay por qué esperar a la desaparición de Fidel Castro. Pero, aun así, llama poderosamente la atención que, toda vez que se permiten razonar sin las irritaciones y las urticarias de los intercambios polémicos, también los más leales seguidores de la conducción política cubana se ven necesitados de recurrir a especulaciones terrenales que sólo los fanáticos más enajenados desearían proscribir. Pero, antes de continuar con nuestras propias elucubraciones, formulémonos dos preguntas clave y sus respectivas respuestas de modo de tranquilizar a los adversarios más enconados y a los postreros exponentes de la doctrina del “mal menor” así como de disipar sus últimas sospechas. ¿Es la desembocadura histórica real de la vieja revolución cubana -pese a su secuestro y su obstrucción- mejor que una completa restauración capitalista y “democrática” encabezada por los Estados Unidos, los organismos multilaterales de crédito y la más cerril derecha cubana, cuyas consecuencias no serían demasiado diferentes en términos de miseria y desintegración social de las que ya hemos visto en la Unión Soviética y Europa Oriental o en la propia Nicaragua? Sí, en un sentido acotado a las prestaciones públicas, seguramente lo es. ¿Es preferible la perpetuación de esta situación a una invasión norteamericana tan sanguinaria, cruel y criminal como las que ya tuvimos oportunidad de conocer en Afganistán y en Irak? Sí, sin duda que sí. Pero, incluso así, lo franca y definitivamente absurdo en la línea argumental de los más enconados defensores de la conducción política cubana es suponer que ésas son las posibilidades excluyentes más allá del castrismo y negarse a visualizar que lo realmente mejor y preferible son los caminos alternativos; los únicos que hoy por hoy pueden representar una continuación de la vieja travesía revolucionaria. Ello es así por múltiples razones que ya se han volcado abundantemente en esta polémica pero, sobre todo, es así también porque la 98 Reportaje realizado por Elio Brat en la sureña localidad de Neuquén y reproducido en dos entregas por Rebelión. El tramo que aquí se comenta fue publicado en www.rebelion.org el 30 de mayo de 2003.

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continuación sin más de la situación presente y, en ella, la inmodificable institucionalidad del actual esquema de poder no pueden conducir a otro lugar que a un progresivo deterioro de la perspectiva y las posibilidades revolucionarias, socialistas y libertarias. Esa es la constatación inevitable que hoy se impone a todos aquellos que han respondido a las críticas con calumnias indemostrables, con insultos destemplados y con clausuras mentales que nada le aportan ni a Cuba ni a su pueblo ni a su vieja revolución. Y, en los tiempos que corren, esa constatación no sólo es inevitable sino que también debe ser inmediata; puesto que mañana, probablemente, habrá de ser demasiado tarde. Lo cierto es que la era post-Fidel ha comenzado con su protagonista por defecto vivito y coleando y el tiempo histórico de la conducción política cubana se ha agotado ya sin posibilidad de “rectificación” alguna. Un mínimo de lucidez crítica y tan siquiera un atisbo de capacidad analítica obligan a reconocerlo ahora mismo y a definir orientaciones político-prácticas sobre los primeros o segundos fermentos del cambio. Pero esto no quiere decir que se haya agotado el tiempo histórico de la revolución cubana sino que se trata de volver a pensar urgidamente en los caminos de su recuperación y de su superación a partir del trabajo sobre sus claves propiamente políticas. Ha llegado, con mayor claridad que nunca antes, el tiempo de elegir entre la revolución y sus viejas orientaciones augurales o el gobierno y las suyas: la ingenuidad ya no es posible y quienes opten por el gobierno deben asumir la responsabilidad de arriesgarse involuntariamente a acompañar a los sepultureros de la revolución. Porque si hay algo absolutamente evidente es que la perpetuación de la actual configuración política sólo puede ponerse al servicio de su inexorable derrota, por mucho que se nos “demuestre” que, si ésta no ha llegado, es porque jamás llegará. La solidez del régimen y la “unidad” inquebrantable del pueblo cubano detrás de sus dirigentes no son más que recursos propagandísticos en los que cree cada vez menos gente y, mientras tanto, entre bambalinas y en voz baja, son algunos de esos mismos dirigentes los que vienen urdiendo una transición negociada que preserve al menos una parte de sus actuales prerrogativas. Frente a esta situación, no hay otro modo de pensar revolucionariamente esa “transición” y esa “era post-Fidel” que desde las raíces mismas del pueblo cubano; desde sus necesidades, sus expectativas, sus anhelos y sus reservas de lucha. Lo mejor -y quizás lo único- que podría hacer la conducción política cubana es devolverle sin costo alguno a su pueblo la revolución que alguna vez secuestró y luego contabilizó como parte de su patrimonio partidario y de su biografía caudillista. Pero, desgraciadamente, nada de ello ocurrirá y es casi seguro que la recuperación del aliento revolucionario será cualquier cosa menos un parto sin dolor. Ello es así por las propias características del régimen político, las que vuelven impensable una transición hecha en base a prácticas de diálogo “civilizado”, de negociación y de colaboración entre fracciones, divergentes pero “hermanas”, de una misma familia revolucionaria; ello es así porque uno de los cauces de la transición no puede ser otro que la lucha de clases y de movimientos librada dentro de un diagrama en el que la élite dirigente ocupa el lugar de clase y estructura partidaria dominante y constituye su componente definitorio; ello es así porque lo que hay que abatir es el exclusivismo partidario y el monopolio caudillista, la pesada carga de dispositivos y mecanismos de represión y coacción, las consuetudinarias prácticas estatales de control y disciplinamiento de la gente. Nada de esto puede resolverse en una ronda de “amigos” bien dispuestos unos con otros y capaces de entenderse en el intercambio de sus respectivos bagajes argumentales

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sino que el diseño estratégico básico sólo puede integrarse razonablemente desde la perspectiva de la necesidad de arrancarle a la élite dirigente sus privilegios y prerrogativas de todo tipo. En esa perspectiva, entonces, no hay duda que habrá que tener en cuenta la lenta pero aluvional multiplicación de organizaciones políticas, proyectos transicionales y publicaciones de tinte partidario así como el engrosamiento cuantitativo y la diversificación del exilio cubano. Pero ello exige un análisis detenido y especialmente cuidadoso por cuanto un posicionamiento despojadamente anti-castrista no garantiza en modo alguno intencionalidades revolucionarias y corre el riesgo de transformarse en aquello que nosotros mismos nos hemos preocupado de objetar: una mera acumulación de fuerzas frente al “enemigo principal” y una absurda creencia en que su derrota produce por sí misma condiciones de avance en un sentido socialista y libertario. Antes bien, lo que interesa implantar en la dinámica social cubana es un proyecto específico de cambios y no sólo el desplazamiento de su conducción política; lo que interesa es definir claramente una orientación y un sentido que no dejen lugar a dudas y que permitan establecer distinciones dentro de una oposición variopinta que en muchos de sus segmentos es portadora de sospechosos intereses que nada tienen que ver con los caminos emancipatorios del pueblo cubano. La asignación de protagonismos y la construcción de los sujetos del cambio, por tanto, no pasa por una alianza de “partidos opositores” en la que regatear puntos de un fantasioso “programa común” con demócrata-cristianos, socialdemócratas o liberales sino que debe ser pensada a partir de la más completa autonomía de las organizaciones populares de base; un punto absolutamente definitorio y en el que sólo las corrientes de intención revolucionaria pueden tener algún interés. Y autonomía es libertad aquí y ahora, sin excusas ni mediatizaciones, por cuanto la sola intuición de que las organizaciones populares de base puedan definir sus propias reglas reclama imaginar el abatimiento de todas las formas de control y disciplinamiento que actualmente recaen sobre ellas: libertad para organizarse de acuerdo a sus propios criterios, libertad para emitir de la forma que se les ocurra los productos de su deliberación colectiva, libertad para decidir su propia vida cotidiana, los valores que le dan forma y los horizontes hacia los cuales se proyecta. Y esto ya no puede pensarse como una concesión graciosa proveniente de las alturas del poder sino necesariamente como una conquista que habrá que refrendar palmo a palmo contra la omnipresente tutela del partido único, que ha controlado y anulado sin fisuras ni descansos cualquier asomo autonómico de esas mismas organizaciones populares de base, imponiéndoles su propia visión del mundo, sus estrategias y sus intereses inmediatos. Autonomía y libertad, entonces, como forma de contraponer la diversidad y la circulación de ideas nuevas y removedoras al infatigable y cansador monolitismo centralizador que ha subordinado la vitalidad de la sociedad cubana a su propia ausencia de creatividad y de colores. Esa oleada libertaria debe, necesariamente, nacer y crecer desde las profundidades mismas del pueblo cubano y abarcar nuevas y autónomas formas de organización sindical, comisiones de barrio, bibliotecas independientes, colectivos de mujeres, emprendimientos culturales, centros de investigación social, universidades, etc., junto con cualquier otra subjetividad colectiva que quiera hacer su propia puesta en escena. Y no puede menos que agitar las banderas de la diversidad y el pluralismo, reuniendo en su seno todos aquellos impulsos que escapen al disciplinamiento consuetudinario del poder central y a las cadenas de mando del partido único. Y esa oleada, finalmente, reclama por su propia lógica de desarrollo

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desembocar en formas autogestionarias de existencia, de modo que sean esas mismas organizaciones populares de base las que se ubiquen decididamente y a través de sus vinculaciones reticulares en condiciones de contrarrestar la hegemonía decisoria excluyente que hoy se ejerce desde un Estado omnipresente y parasitario. Un Estado al que es necesario arrebatarle espacios, en el que hay que desarticular urgentemente su onerosa impronta militar y policial y al que habrá que desplazar sin demasiados remilgos en beneficio de formas participativas, autónomas y con capacidad de decisión política que realmente expresen a la base misma de la sociedad cubana. En cierto sentido, puede decirse que el tiempo juega a favor de planteos libertarios y socializantes así especificados, pero ello no puede hacernos olvidar que la senda por la cual el gobierno está haciendo transitar a Cuba también conduce aceleradamente a una descomposición social y política generalizada de la que nada podemos esperar. Seguimos pensando que la recuperación de aquella revolución cubana que se topó con su callejón sin salida todavía es posible; pero es un hecho también que a esa posibilidad no le sobra nada y que es mucho todavía lo que queda por hacer. No obstante, y más allá de nuestras dudas y aprensiones, de lo que sí estamos absolutamente seguros es que, en ese quehacer revolucionario inmediato, los anarquistas cubanos habrán de tener más de una trinchera para ocupar y que sabrán hacerlo a plenitud.

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CAPÍTULO 3 CUBA: UNA POLÉMICA ENTRE LA CRÍTICA Y LA CONTRA-CRÍTICA

Podéis llamaros como gustéis: Sultano, Perico, Zutano, Palotes. Quisiera alguna vez entrevistar tan sólo a uno de estos defensores de la ética y la moral de tejas arriba, para recordarles, a mis 55 años, que en la sociedad de clases la ética y la moral son los mejores polizontes de la gendarmería.

José Steinsleger En todo caso, no se trata de definir hasta dónde acompañar a Cuba. Se trata de saber hasta dónde se está comprometido en la lucha por abolir el capitalismo. Luis Bilbao

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres...

Miguel de Cervantes Saavedra Durante meses nuestro entendimiento y nuestra sensibilidad vivieron constantemente asediados por la más inconcebible e incontenible constelación de estupideces, brutalidades y contrasentidos con que alguna vez hubieran tenido que enfrentarse. En ese lapso, los incesantes estrategas, los locuaces speakers de George Bush y él mismo en persona intentaron -acompañados por el indigno coro de fantasmas que los rodeó de silenciosas anuencias o infames complicidades- ocultar bajo una pátina ingrávida de pretendidos argumentos lo que no fue ni es ni será más que un insoportable torrente de arrogancia “imperial” y un ilimitado afán de dominación y control sobre el universo abarcable por su criminal maquinaria militar. Esa andanada de ofensas y de burlas a la inteligencia de la gente -sin perjuicio ni olvido, obviamente, de las mucho más importantes muertes sin cuento y agresiones que laceran la piel- ha continuado sin descansos ni retrocesos, incluso luego de cumplidos los principales objetivos bélicos del gobierno de los Estados Unidos en territorio iraquí; a un punto tal que, mientras los misiles “libertadores” entran en receso y han dejado de surcar los cielos, los mandamases del mundo se afanan todavía en atribuirle misteriosos escondites, sea en la histórica Mesopotamia sea en sus inmediaciones, a las supuestas armas químicas, bacteriológicas y hasta

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nucleares que constituyeron la principal excusa y el único pretexto de su guerra. El discurso del poder quiere rubricar y completar así una vez más la victoria de la fuerza. Porque la fuerza puede alcanzar para vencer pero no es suficiente para convencer y las formas contemporáneas de ejercicio del poder requieren, en buena parte del planeta y de un modo o de otro, del consentimiento expreso de sus súbditos o, por lo menos, de su descuidada miastenia. Pero siempre es arduo explicar, justificar y secundar los incalificables desafueros del poder; y, en esa empresa, es normal encontrar no una lógica capaz de presentar prolijamente sus premisas, no unos razonamientos sobrios y ajustados y no unos fundamentos materiales mostrables o demostrables que abonen los dichos correspondientes sino su vertiginosa sustitución por intrincadas prestidigitaciones verbales, por inconfesables confianzas cuasi-religiosas y por una inventiva en materia de coartadas capaz de resistir las pruebas más exigentes. Bush y los suyos acaban de brindarle al mundo una lección magistral en tal sentido. Sin embargo, nada de ello nos sorprende ni nos defrauda como sí nos sorprende y nos defrauda que -salvando apresuradamente escalas, distancias y hasta diferencias cualitativas que no desconocemos- también incurra en los mismos vicios un sector todavía importante de los movimientos revolucionarios y resistentes que se encrespa y pierde la brújula toda vez que la polémica de turno se inclina en forma crítica, así sea ligeramente, hacia alguna decisión del gobierno cubano. Un sector todavía importante pero paulatinamente disminuído de los movimientos revolucionarios y resistentes del ancho mundo ha resuelto hace décadas creer a pies juntillas en todas o casi todas las explicaciones que la conducción política cubana se digne a ofrecer, tanto sobre sus orientaciones de largo plazo como respecto a los acontecimientos puntuales que protagoniza y/o provoca. Así, las referencias del análisis se extravían lastimosamente y las controversias pierden ejes y horizontes en una densa periferia de confusiones en la que resulta casi imposible restituir la compostura original del debate; si es que ella pudo ver la luz alguna vez. Por inasibles motivos, cada vez menos comprensibles y con menos bases de sustentación, la vara de medida que se utiliza para evaluar las proyecciones y las acciones concretas de la conducción política cubana se sitúa en un orden diferente de magnitud y se está dispuesto a aceptar, a justificar o a mediatizar aquello que jamás se aceptaría, justificaría o mediatizaría en casi cualquier otro caso concebible. La elegancia argumental se viste de harapos en esos casos y el campo del discurso queda inmediatamente ocupado por una irremediable retahíla de disparates en los que ahora mismo importará reparar. La polémica desatada y las decenas de artículos intercambiados durante los meses de abril y mayo de 200399 en torno a las prolongadas penas de prisión y a las tres ejecuciones

99 En este trabajo habremos de concentrarnos fundamental pero no exclusivamente en las opiniones producidas y difundidas en el correr de esos dos meses. Esto no quiere decir que la polémica en torno al punto haya remitido -aunque quizás sí perdiera intensidad- sino que las posiciones básicas quedaron aproximadamente definidas en ese entonces y parece de orden hacer énfasis en ellas. En lo esencial, entendemos que la polémica queda situada en torno a la legitimidad y la oportunidad de criticar las orientaciones y decisiones del gobierno cubano y, naturalmente, en cuanto a cuáles deberían ser los contenidos pertinentes de dichas críticas. Como es obvio, el punto de vista que adoptaremos nos exige limitar los apoyos bibliográficos y los articulistas seleccionados al campo de la “izquierda”. Nadie podrá decir, por lo tanto, que en este artículo se recogen los puntos de vista y las informaciones que la “derecha” se ha encargado de divulgar profusamente sino que lo que aquí se intentará reflejar es el tenor de un debate tal como éste se ha puesto de manifiesto en las publicaciones de “izquierda”. Quizás sea innecesario aclarar, además, que no estamos en condiciones de abordar las expresiones de la polémica más allá de lo que son las

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habidas en Cuba sirvieron de remozado escenario para dichos extremos y en ella los más acérrimos defensores de la conducción política isleña pudieron ubicarse nítidamente dentro de esa tónica. Y, naturalmente, ello nos empuja en estos momentos, vistas sus innegables repercusiones en el seno de los movimientos revolucionarios y resistentes y en sus orientaciones de futuro, a una reflexión urgida e imprescindible.100 1.- El ejercicio de la crítica: un territorio imposible Más allá de las palabras y de las intenciones, los defensores de la conducción política cubana acaban diagramando un espacio inaccesible para las inflexiones críticas; un espacio cercado por altos y bien pertrechados muros, cuya impermeabilidad se encarga por sí sola de definir proscripciones varias y exclusiones flagrantes. Es proscribir y excluir, por ejemplo, defenestrar las críticas como impertinentes porque no tienen en cuenta el sentido de las proporciones; lo es, también, desacreditarlas en tanto desafortunadas toda vez que pasan por alto las nociones de tiempo y oportunidad; lo es, además, rechazarlas cuando molesta su procedencia personal y por una o varias de las características de quien las formula; lo es, por supuesto, descartarlas por entender que sus conclusiones son demasiado generales y abstractas; lo es, por último, descalificarlas sumariamente por la presencia de tal o cual centro teórico o ideológico de preocupación. Es extraordinariamente raro encontrar en un mismo contra-crítico la presencia simultánea de todos estos tipos de proscripciones, pero no hay duda que, sumadas una por una las diferentes estrategias de defensa de la conducción política cubana y de sus corifeos, los efectos de conjunto no resultan ser mucho más que una prodigiosa y vastísima exclusión.101 Esto es así a tal extremo que bien cabe preguntarnos ahora: ¿quiénes son los críticos admitidos como legítimos? ¿en qué momento habrán de poder desplegar libremente sus elucubraciones? ¿sobre qué tópicos tendrán admitido pronunciarse? ¿de qué modo habrán de presentar públicamente sus conclusiones? ¿en qué nivel de análisis se las considerará dignas de consideración y mérito? ¿Y, por último, quién estará autorizado para dar respuesta a tantas y tan molestas preguntas? Ninguna de estas cosas, ciertamente, es el producto febril de nuestra exageración, de nuestra fantasía o de nuestras decepciones y ya mismo estaremos en condiciones de incursionar en la correspondiente ejemplificación. Primer tipo de exclusión: no es válido criticar a la conducción política cubana puesto que, en otras partes del mundo, se incurre en criminales

publicaciones de “izquierda” del mundo de habla hispana y a ellas quedarán limitados nuestros respaldos y nuestras citas. 100 Como debería ser obvio, el hecho de que nos concentremos en un período determinado sólo responde a que en el mismo puede situarse quizás un relevante momento de quiebre respecto a las corrientes precedentes. Sin embargo, es de hacer notar que, desde el punto de vista formal, ubicaciones similares podrían rastrearse tanto antes como después de los sucesos de marzo de 2003 que dieron lugar a la polémica. 101 Estamos simplificando aquí los efectos de conjunto, aun cuando una lectura atenta revela perfectamente las múltiples contradicciones existentes en el campo de la contra-crítica. Por ejemplo, es notorio que algunos sostienen que no debe repararse en aspectos éticos y de principios mientras que otros reconocen la legitimidad de esa invocación o la hacen ellos mismos.

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exabruptos y violaciones y se lo hace en una escala inmensamente mayor. Así, por ejemplo, Miguel Urbano Rodrigues nos dice que:

Es indecorosa esta campaña anticubana cuando cientos de cadáveres de civiles iraquíes destrozados por la metralla de los EEUU se acumulan todavía en las calles de Bagdad, cuando periodistas europeos y árabes -esos sí, auténticos- han sido deliberadamente blanco de los cañones inteligentes de los tanques de la US Army, cuando 2000 prisioneros afganos siguen siendo tratados como animales en la Base de Guantánamo, cuando hay más de 2000 prisioneros en las cárceles de los EEUU cuyos nombres ni siquiera son conocidos. Es una actitud no ética, de complicidad con el neofascismo de la Administración Bush, inventar pretextos para atacar a Cuba revolucionaria, ofreciendo solidaridad a mercenarios que desearían ver la patria de Martí recolonizada.102

Y sus afirmaciones con referencia empírica son, por supuesto, indiscutiblemente ciertas. Pero ello no puede querer decir que las atrocidades cometidas por el más fuerte funcionen como excusa de las persecuciones perpetradas por los comparativamente débiles; entre múltiples razones porque tal cosa conduciría al desarme ideológico-político de los movimientos resistentes del ancho mundo, cuya lógica de actuación se funda en asumir la posición de los perseguidos y no la de los perseguidores, la de los reprimidos y no la de los represores, lo cual exige reparar en la naturaleza de la relación entre unos y otros y no en la fortaleza o la debilidad relativa de los últimos toda vez que asumen dicho rol. Y, naturalmente, es mucho menos digerible que Rodrigues vaya más allá todavía y acuse a los críticos “en campaña” de “indecorosos”, “no éticos” y “cómplices del neofascismo de la Administración Bush”: un procedimiento retórico harto sospechoso que -con voluntad o sin ella- tiende a confundir en el mismo saco las aviesas intenciones de la más pura y dura “derecha” universal con las propias de una “izquierda” que se orienta precisamente en la dirección opuesta. ¿Acaso Rodrigues nunca habrá pensado que es posible dedicarle tiempo crítico a todas las persecuciones habidas y por haber, por muy “irrelevantes” que puedan parecerle algunas de ellas, y sólo reparar en el porte de las mismas a los únicos efectos de discriminar las correspondientes prioridades o la duración, la secuencia y la intensidad con que habremos de utilizar nuestra energía militante? Supongamos, por ejemplo, que un militar que se excusa en la defensa de la soberanía de su país, aun para otorgar penas draconianas, emite desde la ciudad de Lagos un comunicado que comenzara diciendo que “es indecorosa esta campaña anti-nigeriana cuando cientos de cadáveres de civiles iraquíes, etc, etc..” ¿Querría eso significar el vacío argumental de quienes a lo ancho del mundo protestaron en su momento por la amenazante lapidación de Amina como antes lo hicieron por la pena similar que recayera sobre Safiya? ¡No!: el disparate perpetrado por Miguel Urbano Rodrigues es mayúsculo y no se puede pasar por alto. Los crímenes perpetrados por EE.UU. son los crímenes perpetrados por EE.UU. y ellos no pueden constituirse -por sus dimensiones y su importancia- en carta blanca y cortina de humo para barbaridades de nivel inferior. El razonamiento que aquí impugnamos es tan inconsistente que también permitiría descalificar a la propia conducción política cubana a la que se pretende defender pues, ¡paradoja entre las paradojas!, habría que considerar como “indecorosa” su “campaña” contra los 102 Miguel Urbano Rodrigues en “La inaceptable campaña contra los juicios en Cuba”; publicada en resistir.info y recogida el 11 de abril en www.rebelion.org, a la que, en adelante, nos referiremos simplemente como Rebelión; publicación ésta que constituirá nuestra referencia bibliográfica básica. Esta elección no es casual, pues de este modo nos evitamos, a punto de partida, el reproche de manejarnos con los medios de comunicación de la “derecha”.

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secuestradores del Baraguá, sindicalistas, periodistas y bibliotecarios independientes -y no contra James Cason; su supuesto instigador universal- “cuando cientos de cadáveres de civiles iraquíes, etc., etc.” Segundo tipo de exclusión: no es éste el momento de criticar a la conducción política cubana pues en las actuales circunstancias ello equivaldría a hacerle el juego a las más que demostradas apetencias “imperiales”. Una muestra resonante de esta postura es seguramente la carta abierta que emitiera el 19 de abril de 2003 un grupo de destacados intelectuales cubanos, de la cual vale la pena extractar algunos párrafos:

Nuestro pequeño país está hoy más amenazado que nunca antes por la superpotencia que pretende imponer una dictadura fascista a escala planetaria. Para defenderse, Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba. No se le debe juzgar por esas medidas arrancándolas de su contexto. Resulta elocuente que la única manifestación en el mundo que apoyó el reciente genocidio haya tenido lugar en Miami, bajo la consigna 'Iraq ahora, Cuba después', a lo que se suman amenazas explícitas de miembros de la cúpula fascista gobernante en Estados Unidos. Son momentos de nuevas pruebas para la revolución cubana y para la humanidad toda, y no basta combatir las agresiones cuando son inminentes o están ya en marcha.103

Una vez más, el procedimiento es por lo menos ingenioso y cuenta a su favor con el beneficio de la duda. Nadie puede saber con exactitud y certeza si Cuba habrá de ser o no víctima inmediata de la barbarie militarista de los Estados Unidos, pero el posicionamiento adoptado por el gobierno de George W. Bush en materia de política internacional bien permite suponer que la isla caribeña es un miembro de número todavía no reconocido oficialmente del “Eje del Mal”; y, en tanto tal, uno de los probables aunque lejanos objetivos bélicos del Pentágono. De todas maneras, el problema no parece ser de resolución tan esquemática como la que proponen los intelectuales cubanos. Por un lado, no es para nada claro que las críticas de “izquierda” favorezcan o alienten al gobierno de Bush más de lo que puedan hacerlo las persecuciones y fusilamientos y, por el otro, cabe preguntarse cuándo considerarán esos mismos intelectuales cubanos que ha llegado el momento apropiado de usar a fondo el bisturí para la meticulosa disección del gobierno que ellos apoyan tan fervorosamente. Por ahora, lo que sí es claro es que 27 individualidades cubanas del mundo del arte y la cultura le han solicitado a sus “amigos” que se llamen a silencio durante un lapso cuya duración sólo el gobierno cubano habrá de fijar. La especie argumental vuelve a ser extraordinariamente frágil por cuanto ni siquiera se molesta en afrontar los contenidos sustantivos de las críticas sino que se limita a sostener que es inoportuno en el actual escenario histórico admitir su despliegue. Además, a poco que se repase la reiterada, persistente e infatigable apelación a la amenaza “imperial” a lo largo de casi 45 años -más allá incluso de sus variaciones y altibajos- y la bajísima probabilidad de que ésta desaparezca en un futuro más o menos próximo, la conclusión que se impone rápidamente es que el momento de la crítica no habrá de llegar nunca. Como luego veremos, el enemigo identificado funciona en tanto chivo expiatorio: él es amo y señor del tiempo histórico y su sola presencia justifica todas las debilidades y carencias volviendo

103 En “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”; carta pública firmada por 27 personalidades cubanas del mundo del arte y la cultura; recogida en www.jornada.unam.mx -en adelante, La Jornada- el 20 de abril; subrayados nuestros.

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extemporáneo cualquier intento por encararlas con un mínimo vigor crítico; seriamente, sin indulgencias a priori y en profundidad. Tercer tipo de exclusión: no es aceptable criticar a la conducción política cubana por parte de quienes están alejados de los campos de batalla y cuyas ocupaciones se distinguen por comodidades y halagos más que por padecimientos y repudios. Tema éste en el que parece adecuado convocar las expresiones de María Toledano:

...si él lo decía -tan alto y claro- todo estaba permitido. Saramago, por tanto, investido del poder simbólico que la izquierda le otorgó no hace demasiados años (detalle éste a tener en consideración en la creación de su figura universal como símbolo moral de resistencia anticapitalista, al margen de los indiscutibles méritos literarios del escritor) ha usado, atendiendo su criterio personal y a su conciencia libre, la tribuna de su magnífico pedestal para alimentar -quiero creer que él no es consciente- los peores demonios de nuestro jardín particular.104

Por lo visto, María Toledano, como tantos otros, solamente es capaz de enterarse del “poder simbólico” que la “izquierda” otorga a algunos escritores en el momento en que éstos resuelven asumir como propias y contra sus viejos partis pris las faenas de la crítica. Sus ironías, dirigidas al “magnífico pedestal”, al “criterio personal” y a la “conciencia libre” de Saramago, por lo pronto, no pueden menos que traslucir la amargura que sus gestos políticos le provocan o el desprecio profundo que le genera una “indisciplinada” reflexión individual. Algo que también parece repudiar Heinz Dieterich Steffan cuando nos habla de “la posición del intelectual principista parapetado en la fortaleza de las verdades metafísicas abstractas”.105 El resultado indiscutible y no admitido es que, sobre la situación cubana, pueden seguir hablando hasta por los codos todos aquellos intelectuales que lo hagan a favor y desde el encomio, pero ya no los descarriados de José Saramago y Eduardo Galeano; aun cuando estos dos últimos estuvieran abonados al ruedo de las elocuencias celebradas hasta apenas ayer. Pero el desplazamiento que aquí se nos propone es más grave y más pueril todavía desde el punto de vista de la sobriedad del razonamiento. Ya los retóricos de la antigüedad sabían distinguir entre la persona y el hecho -entre el quis y el quid- así como los lingüistas modernos pueden discriminar entre la semántica, la sintáctica y la pragmática; y, por ende, si se está discutiendo sobre Cuba, se está discutiendo sobre Cuba a partir de la fuerza argumental que cada cual sepa convocar y no sobre la idoneidad política o ética de la fuente emisora de los discursos correspondientes. Por lo tanto, Saramago y Galeano pueden tener todas las flaquezas y comodidades que admitan sus recorridos existenciales de escritores halagados y famosos que ello no afectará en nada, en el plano puramente argumental, la pertinencia o la ausencia de pertinencia de sus propios y asumidos dichos; algo que sí cobraría relevancia si sus vidas particulares e intransferibles se constituyeran alguna vez en el tema en cuestión. Lo que deberían aceptar María Toledano y Heinz Dieterich Steffan, entonces, es que, desde nuestro punto de vista, aunque sigan despachándose a gusto sobre Saramago y Galeano, ello no será más que una

104 María Toledano en “Saramago y Cuba: Sobre conciencia y revolución”; publicado en Rebelión del 25 de abril; subrayados nuestros y cursivas de la autora. 105 Vid. Heinz Dieterich Steffan en “Saramago, Galeano y Fidel Castro”; publicado en Rebelión del 19 de abril.

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crítica dolida hacia dichos personajes pero nunca una justificación aceptable y centrada del gobierno cubano mismo.106 Cuarto tipo de exclusión: no es posible criticar a la conducción política cubana desde nociones generales y abstractas que no llegan a abarcar y comprender las especificidades del proceso. Una vez más, Heinz Dieterich Steffan puede sernos un razonable apoyo para ilustrar esta categoría contra-crítica al tiempo que Galeano primero y Saramago después se transforman en el blanco de sus invectivas:

Al igual que el congénito aforismo de Voltaire sobre la libertad, 150 años antes, y el imperativo categórico de Immanuel Kant, se trata de enunciados prescriptivos abstractos y generales que no sirven para resolver una dificultad concreta. Para actuar ante un problema concreto, se requiere de una ética material, es decir, una ética de contenidos, no de una axiología formal-abstracta.... ...No, la verdad es concreta y, si se afirma que la "libertad es siempre la libertad del otro", hay que decir si este axioma vale cuando el otro se llama Adolf Hitler o Ariel Sharon o George Bush y sus ejecutores subalternos. Esta es la esencia de la discusión sobre los fusilamientos en Cuba, porque es el quid de la praxis. Saramago se ha quedado en el reino de la axiología abstracta, fiel a sus verdades absolutas, no carcomidas por las incertidumbres, contradicciones y tragedias de la vida real. "Hasta aquí he llegado", dice, en una reminiscencia del consummatum est del nazareno: "Cuba seguirá su camino, yo me quedo"107.

No obstante la “finura” y la “elevación” de los razonamientos de Heinz Dieterich Steffan, nos seguirá quedando el interrogante de si una posición política es o no el reflejo de una “ética material” según sus conveniencias y afinidades o si sólo podrá merecer el calificativo de “axiología abstracta” toda vez que se aparte de las trincheras que él ha resuelto ocupar. Y, además, creemos que, muy a pesar de sus rodeos y circunvoluciones pretendidamente inteligentes, si hay algo que nuestro contra-crítico ha conseguido escamotear, eso es, precisamente, la “esencia de la discusión” y el “quid de la praxis”. Para ello, no ha podido menos que retrotraer sus intentos teóricos “renovadores” al siglo XIX, cuanto todavía se creía que lo único material eran las relaciones de producción, mientras que las relaciones de poder sólo constituían una mera forma sin contenido propio; interpretable y evaluable según sus hipóteticos y economicistas referentes “de clase”. Más aún: Dieterich Steffan debería haberse tomado la molestia de aclararnos en qué momento se produce ese quiebre y cambio de estado teóricamente tan relevante entre la ética de contenidos y la axiología formal-abstracta. Su análisis es tan tajante, tan despojado de complejidades y paradojas, que él mismo se vuelve sospechoso de ubicarse por encima de las personas concretas. Las “brillanteces” de Dieterich Steffan son tan penosas, tan fuera de lugar y tan extravagantes que también aquí encontramos cómo el razonamiento se vuelve contra sus propias bases. ¿O acaso puede sostenerse, toda vez que se enfrentan la “razón de 106 Un ejemplo más patético todavía de fugas tangenciales puede encontrarse, aunque fuera del breve período que analizamos, en Carlo Frabetti; “Ricas y famosas”; Rebelión del 13 de octubre de 2003. A través de este tipo de artículos es posible percatarse de cómo se comienza discutiendo sobre la represión en Cuba y se termina reflexionando ya no sobre las personas de Saramago o Galeano sino a propósito de la trayectoria de Joan Manuel Serrat o Catherine Deneuve. A este nivel, los contracríticos encuentran una de las ocasiones inmejorables para practicar sin demasiados rubores el clásico juego de la mosqueta. 107 Heinz Dieterich, idem, ibidem; subrayados nuestros.

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Estado” y un condenado a muerte, que la primera se construye sobre una “ética de contenidos” y el segundo no puede apoyarse más que en abstracciones inasibles que no respetan las especificidades culturales, históricas y políticas? ¿No será, quizás, que para Dieterich Steffan el gobierno cubano y sus designios son una suerte de contenido absoluto y que no hay lugar, ni por encima ni por debajo, para críticas de especie alguna? Quinto tipo de exclusión: no es tal o cual base de elaboración -por ejemplo, los principios, la ética o la moral, nada menos- el lugar teórico o ideológico desde el cual criticar a la conducción política cubana. Veamos un ejemplo moderado de esta posición en Fernando Martínez Heredia, ejemplo en el cual el principismo político apenas si se encuentra mediatizado pero no eliminado:

Es muy justo hacer intervenir en los análisis de estrategia y táctica los principios que se comparten; sin éstos, los actos se desvían, o se pervierten. Pero esos análisis están obligados a considerar todos los datos principales del problema, que en este caso incluyen las actuaciones y la fuerza descomunal del enemigo mortal de Cuba, el imperialismo norteamericano, en un mundo en que predomina el capitalismo. No se trata de disculpar o no a la revolución cubana porque su enemigo es perverso y su situación es difícil; la cuestión es asumir el problema concreto, requerir más elementos si se necesitan, para tener criterios propios desde el compromiso, y no contraponer algunos hechos dentro de un cuadro con una abstracción acerca del deber ser de una sociedad socialista.108

Si bien aquí se le reconoce a los principios un espacio de legitimidad como recurso argumental, en definitiva también se los releva y desplaza en tanto se acota y restringe su vigencia y aplicabilidad. Buena parte de los contra-críticos van más allá aún, aunque nadie, sin embargo, haya llegado tan lejos ni obtenido registros tan altos como José Steinsleger, que ha resuelto depositar la ética y la moral en el bote de la basura; incluyendo -no hay más alternativa que suponerlo, salvo que él mismo reviste en filas policiales- las suyas propias. Ya lo vimos en el acápite: para Steinsleger109 invocar la ética y la moral es adoptar inconcientemente el lugar de la gendarmería; una proscripción poco menos que definitiva. Y, sin embargo, maquiavelismos a un lado, la única forma aceptable de conducirse en un cierto cuadro político de situación -y con mayor razón todavía cuando está en juego el “deber ser” de una sociedad socialista- es de acuerdo a un proyecto, a las reglas de construcción de la utopía y, en definitiva, a una ética de la práctica revolucionaria. Suponer lo contrario es erigir el ejercicio del poder y sus necesidades de sobrevivencia y despliegue en una moral por omisión o por defecto. No a otra cosa conducen los supuestamente atildados razonamientos de Martínez Heredia -para no hablar de Steinsleger- pues en su planteo, inadvertidamente o no, las acciones de gobierno se proponen como el derrotero inexorable que no requiere de otros fundamentos que la propia asunción y el propio desarrollo de su “soberanía” como fuente implícita de eticidad.

108 Fernando Martínez Heredia; “Los intelectuales y la dominación”; en Rebelión del 29 de abril; subrayados nuestros. 109 Este artículo de José Steinleger -“Cuba y la pena de muerte”; Rebelión del 22 de abril- no tiene realmente desperdicio y bien podría figuar en una antología del absurdo; razón por la cual lo recomendamos enfáticamente.

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Sobre cada uno de estos tipos de exclusión se podrían multiplicar los ejemplos, aunque a nuestros efectos alcance y sobre con las ilustraciones precedentes. Como ya lo dijimos, el resultado de conjunto consiste en que se acaba acotando de tal modo el espacio crítico posible que éste se reduce a un territorio infinitesimal e inaccesible; reservado a las confidencias y susurros de los leales, íntimos y conversos. Sería interesante que los contra-críticos se percataran que si no se puede hablar de tales y cuales cosas porque hay otras más importantes o porque no es éste el mejor momento para hacerlo; que si tampoco pueden hablar Fulanos y Menganos porque no resultan ser los portavoces más indicados para las causas x o y; que si deben desecharse todos aquellos discursos cuyo grado de generalidad se ubique por encima de lo cotidiano o cuya base de elaboración consista en pompas y boatos tan subjetivos y prescindibles como la ética, entonces, muy poco de penetrante, agudo y subversivo tendrían para decir los movimientos revolucionarios, aquí, allá y acullá, sobre Cuba como sobre cualquier otra cosa. Ni siquiera podría ser pronunciada esta frase, recientemente suscrita por un importante núcleo de intelectuales; entre los cuales Gabriel García Márquez, Adolfo Pérez Esquivel y el propio Eduardo Galeano:

Nosotros sólo poseemos nuestra autoridad moral y desde ella hacemos un llamado a la conciencia del mundo para evitar un nuevo atropello a los principios que nos rigen. Hoy existe una dura campaña en contra de una nación de América Latina. El acoso de que es objeto Cuba puede ser el pretexto para una invasión. Frente a esto, oponemos los principios universales de soberanía nacional, de respeto a la integridad territorial y el derecho a la autodeterminación, imprescindibles para la justa convivencia de las naciones.110

Seguramente nuestra irritada María Toledano debería reconsiderar sus eruptivas reacciones frente a los intelectuales que hablan desde su “magnífico pedestal” y el “inocente” de Heinz Dieterich quizás se llamaría a silencio ante este hemorrágico despliegue de una “axiología formal-abstracta”; salvo que uno y otro, en sus delirantes inconsecuencias, realmente piensen que el “criterio personal” y la “conciencia libre” solamente pueden ponerse de manifiesto así como los “principios universales” invocarse toda vez que ello no resulte desafecto a los intereses del gobierno cubano. Sería interesante, entonces, que los contra-críticos se convocaran a sí mismos a un ejercicio de coherencia e intentaran -al menos furtivamente y por un instante- aplicar a la realidad cubana las mismas herramientas conceptuales, los mismos valores y las mismas propuestas de acción que aplicarían sin vacilaciones ni cargos de conciencia en cualquier otra parte de las vastedades planetarias. Los resultados de ese ejercicio, seguramente, no dejarían de resultarles por lo menos curiosos ni de invitarles a una reflexión y a una praxis de hondura bastante mayor. Ese momento seguramente no está próximo; pero lo que sí es evidente es que los contra-críticos tendrán que acostumbrarse a que algo o mucho ha cambiado respecto a la conducción política cubana; a que ahora exista una sólida, fundamentada y cada vez más extendida crítica de “izquierda” en torno a ella y a que los viejos mitos y los viejos augurios ya no convoquen las mismas e incondicionales disciplinas ni lo hagan con aquella vieja facilidad. 110 En “Premios Nobel e intelectuales denuncian intentos de EEUU de agredir a Cuba”; reproducido el 2 de mayo en www.rodelu.net; en adelante Rodelú en Suecia; subrayados nuestros.

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2.- El “imperio” como explicación y coartada Hay que repetirlo en todos los lugares y en todos los momentos; una y otra vez; mil veces, diez mil veces, quinientas mil veces, un millón de veces, infinitas veces: todo cuanto ocurra en Cuba es responsabilidad del “imperialismo”,111 de su interminable bloqueo y de sus amenazas permanentes. Un imaginario colectivo largamente cincelado se despliega o se enrolla según los casos y las necesidades a partir de una épica nacional de diseño dicotómico, necesitada de un enemigo externo poderoso y ubicado al otro lado de toda acción y toda reacción. Cuba es soberana, independiente y no habrá de renunciar jamás a su auto-determinación, pero, aun así, cualquier exacción que se le atribuya a su gobierno se transformará inmediatamente en un gesto de defensa frente al agresor y se presentará casi como un reflejo condicionado y virtualmente heterónomo ante las acciones del enemigo principal e identificado. Así, incluso fuera de Cuba, el colectivo Andalucía Libre podrá decir sin matización alguna: “Sabemos que los errores, carencias y frustraciones cubanas son ininteligibles sin la actuación contrarrevolucionaria permanente del imperialismo yanqui desde el mismo inicio de su proceso”.112 Y un no menos terminante Julio Yao confirmará sin ambages que “nada o casi nada de lo que ocurre en Cuba en su orden externo está orgánicamente desligado de lo que EE.UU. ha hecho y hace en Cuba”.113 Cualquier crítica, entonces, se estrellará contra una muralla de discursos justificatorios y monotemáticos: el “imperio” será antes, ahora, después y siempre la explicación primera y última de procesos y sub-procesos, trascendentes o irrelevantes, de gran escala o de orden familiar. El “imperio” funciona casi como demiurgo absoluto e incuestionable en cuanto a su maléfico papel, es demonio omnipresente y protagonista de las más diversas calamidades, pero también chivo expiatorio en el que es posible descargar todas o casi todas las responsabilidades habidas y por haber. Esta posición cuenta con bases materiales y fundamentos históricos innegables que es importante reconocer a punto de partida para evitar indeseables confusiones. Las sucesivas administraciones gubernamentales de los Estados Unidos, desde 1959 hasta nuestros días, no sólo no han mostrado simpatía alguna por el proceso iniciado en Cuba en aquel entonces sino que han realizado todas las maniobras a su alcance para neutralizar o aniquilar, si fuera preciso, los logros y los rumbos de aquella revolución. No obstante: ¿puede la presencia del “imperialismo” explicar la formación de una nueva clase dominante? ¿puede esa situación dar cuenta de las interminables prohibiciones, censuras y exclusiones? ¿puede justificar por sí misma que la única forma reconocida de hacer política sea la que se establece en torno al partido del poder? ¿puede ofrecernos, con prescindencia de toda otra consideración, justificaciones precisas y terminantes

111 Como debería ser obvio, las comillas no pretenden aquí negar el papel de la potencia hegemónica sino relativizar los alcances de una concepción de invocación leninista a la que se recurre con mucho mayor frecuencia de la debida. 112 “Seguimos con Cuba”, en Rebelión del 20 de abril. Nótese que el colectivo Andalucía Libre reconoce la existencia de “errores”, “carencias” y “frustraciones”; pero, aun así, descarga todo el peso de las responsabilidades hacia fuera y se niega a reconocer que el gobierno cubano pueda tener algo que ver con el asunto. En ese sentido, el razonamiento es completamente paradigmático e ilustra a las mil maravillas los extravíos de los análisis de este tipo. 113 Vid. de Julio Yao, “Cuba y el doble discurso de los derechos humanos”; en Rebelión del 27 de abril.

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sobre un abanico de cosas cuya variedad va desde un liderazgo a perpetuidad hasta el restablecimiento del turismo sexual? ¡No y mil veces no!: la injerencia norteamericana existe y bien querría manifestarse también en sus formas más extremas y destructivas -¿qué duda cabe?- pero una respuesta positiva a todas estas interrogantes sólo puede estar animada por una pobreza teórica inadmisible que no sólo pone de manifiesto sus limitaciones en lo que a Cuba respecta sino que queda automáticamente desacreditada por la vía del ridículo para analizar cualquier sociedad concebible, en tanto no existe ejemplo histórico medianamente sostenible de colectivos humanos que resulten ser completamente moldeados a partir de una influencia externa que pueda sobreimprimirse, fuera de sí y en el cuerpo de sus víctimas, sin más escollos ni reservas que los de su propia voluntad. Este maniqueísmo escueto, despojado y caricaturesco sólo puede deslizarse hacia la elaboración de teorías cuyo principal recurso heurístico consiste en explicar los movimientos y procesos sociales como el efecto de una conspiración del enemigo o de la guerra que con él se libra y -lo que es peor todavía desde el punto de vista de sus consecuencias prácticas- sólo puede traducir las clásicas “razones de Estado” en una remozada “doctrina de la seguridad nacional”. Creer que las pulsiones, tendencias y arrebatos incontrolables que se agitan en un cuerpo vivo -y la sociedad cubana lo es, sin duda alguna- sólo pueden resultar de las intrigas y conjuras del adversario de todas las horas no sólo es una demostración de obcecado y pertinaz autoritarismo: es también, en el plano del pensamiento, una impúdica exhibición de ignorancia, de enajenación y de estupidez. Es, lisa y llanamente, no haber aprendido absolutamente nada de los vertiginosos procesos de cambio que afectaron en su momento al bloque soviético y creer con inigualable religiosidad que Cuba ha recibido algún tipo de exoneración divina y que fue, es y será un organismo homogéneo y sin fisuras, cuyas perturbaciones nunca son endógenas y siempre habrán de tener en Miami su casa matriz. Es no recordar, por ejemplo, que también se dijo en 1979 y en 1980 que la agitación en los astilleros de Gdansk no era más que una maniobra de la CIA, para constatar casi de inmediato la insensatez que significa conjeturar que los servicios de inteligencia norteamericanos contaran en Polonia con 10 millones de afiliados o pudieran estimular con éxito el culto a la virgen negra de Czestochowa. Es también suponer que -sólo por poner uno entre miles de ejemplos posibles-, los derroteros históricos diferenciales recientes de Argentina y Chile han sido diseñados en alguna oscura oficina de Wall Street, sin que en ello hayan tenido algo que ver los propios argentinos y los propios chilenos. Esta concepción lleva de la mano hacia un esquema bipolar de las opciones políticas posibles respecto a Cuba: se está con el gobierno cubano y sus decisiones -todas sus decisiones, cualesquiera sean- o se está irremisiblemente del lado del “imperialismo”. No hay más alternativas ni nada para pensar y quienes todavía crean que es posible una elaboración autónoma fuera de ese corral de ramas es un inmediato acreedor al mayor escarnio público. Jesús Prieto lo expresa en forma meridianamente clara: “aceptar el juego del ni-ni es un insulto a la inteligencia además de una inconmensurable cobardía”.114 De este modo, Prieto nos informa que los talentosos y valientes sólo podrán vestirse de verde oliva con el mismo sastre que Fidel Castro o -así parece, puesto que la formulación lógica es exactamente igual- adquirir sus atuendos estratégico-políticos en las mismas tiendas en que lo hace George W. Bush. 114 En “¿Quieren hablar sobre Cuba? Hablemos, pues, hasta que se nos sequen las gargantas”, publicado en Cádiz Rebelde y reproducido en Rebelión del 5 de mayo.

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Sin perjuicio de tanta simplicidad, las cotas de delirante insolencia a las que ha llegado James Petras son difíciles de igualar, por lo menos cuando nos habla de “las amenazas explícitas de Saramago de abandonar a sus amigos cubanos y de abrazar la causa de los funcionarios a sueldo de los Estados Unidos”.115 ¿Pero acaso Petras pensará que la causa de la libertad está encarnada por los funcionarios a sueldo de los Estados Unidos y que éstos levantan genuinamente esa bandera? ¿Será posible que haya que explicarle que es exactamente al revés? ¿Dónde ha dicho Saramago o cuál de sus gestos políticos permite suponer que es un amigo de la CIA o que ha “abrazado su causa”?¿Pero puede ser cierto que una exasperada, densa e impenetrable tiniebla política le impida a Petras reconocer la inconfundible silueta de Saramago detrás de sus mismas barricadas durante la mayor parte del tiempo? ¿Cuando Petras habla de la libertad, nos está queriendo decir que excluye de sus consideraciones a los cubanos, que deberán sacrificarla en el altar de la “seguridad nacional” y la “soberanía popular”? Es no sólo decepcionante sino también increíble que un debate sobre este tema cuente todavía con estas demostraciones de fanatismo, de ceguera y de intolerancia que no deberían esperarse de un pensador que, como Petras, al menos parece lúcido en algunos otros e importantes aspectos. Entonces, así como el “imperialismo” funciona en tanto factor de obnubilación que impide toda elaboración compleja y en concreto de la realidad cubana, adoptará también el aspecto típico del chantaje. Los críticos son y serán, por definición, “traidores”, y sólo se podrá aceptar en el campo de la “revolución” a quienes demuestren en todo momento fidelidad y obsecuencia o, a lo sumo, a quienes reserven sus objeciones a la mayor de las intimidades, sea bajo la forma de un voto de silenciosa castidad sea musitando las mismas cual secreto de confesión. La conducción política cubana sólo aceptará al coro de los incondicionales y quienes no lo integren serán condenados al ostracismo moral en el campo del enemigo. Pero, en esto como en lo demás, también se razona distinto a cómo se lo hace en otras situaciones; y, para colmo, se razona rotundamente mal. Prácticamente nadie osó defender públicamente a Sadam Hussein y a su opresivo régimen político sino que, antes bien, en los umbrales mismos del reciente conflicto bélico, casi todo el mundo se preocupó por marcar diferencias y guardar distancias; y no por ello se pensó que se estaba contribuyendo con el gobierno de los Estados Unidos o haciéndole el juego. No obstante, sí habrá que defender públicamente y con el máximo de decibeles posibles al gobierno de Fidel Castro, so pena de que la más mínima vacilación o la más insignificante reserva nos transforme en involuntarios reclutas del ejército de los Estados Unidos o -en el más tenue y apaciguado de los anatemas- en ingenuos boy scouts de los cuerpos expedicionarios de avanzada de esa invasión siempre inminente pero que nunca acaba de producirse. Pero la omnipresencia del “imperio” no sólo da lugar a tonterías y chantajes sino también a una “sofisticada” operación del pensamiento que mediante la aplicación indiscriminada de metáforas, metonimias y sinécdoques de pretensión teórico-política ha confundido los objetos de análisis en un flagrante revoltijo conceptual y en una ostensible mezcolanza doctrinaria. Cuba y su revolución ya no son un espacio complejo y multidimensional de diversidades, de alternativas, de policromías y de bifurcaciones sino una unidad indisoluble, homogénea y sin grietas. Cuba y su revolución ya no pueden estar expresadas por una sociedad agitada y vital, capaz de sintetizar por sí misma, autónomamente y en un marco de libertad 115 En “La responsabilidad de los intelectuales: Cuba, los Estados Unidos y los derechos humanos”; publicado en Rebelión del 6 de mayo.

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irrestricta, sus propias opciones concientes sino que se manifestarán como una mónada sin divisiones ni diferencias internas que sólo puede responder sin disonancias a los dictámenes y caprichos de su vanguardia “ilustrada”. Si del lado opuesto no hay ni se admite que haya otra cosa que el “imperio”, del lado de acá no puede haber más que una nación soberana, una entidad inescindible y en el más pleno despliegue de su esencialidad; reservándose el estigma del “agusanamiento” a todos aquellos connacionales de los que se presuma una definición de recorridos en el sentido contrario al de las agujas del reloj. Se trata de un reduccionismo que -con sus Unidades Militares de Apoyo a la Producción de antaño y los encierros por “peligrosidad pre-delictiva” de hoy mismo- encarna una concepción sobre la unicidad del Estado que sólo muy forzadamente puede ser distinguida de su matriz fascistoide. Es extraño que Heinz Dieterich Stefan, que ha sido tan perspicaz en detectar en cacúmenes ajenos “axiologías formal-abstractas” y contraponerlas a su propia “ética de contenidos”, no se haya percatado que estamos aquí también en presencia de un constructo detrás del que se ocultan las inasibles y caóticas diferencias entre algunos millones de cubanos y tampoco que el análisis más elemental podrá informarnos inmediatamente que los pretendidos monolitismos no pueden resultar más que de una vasta y permanente estrategia de disciplinamiento y uniformización. Estrategia hecha posible en el plano del pensamiento y la propaganda gracias a una cadena de identificaciones espurias por la cual el pueblo cubano y su vieja revolución han sido asimilados a su actual expresión estatal militarizada; por la cual el Estado e inmediatamente después las Fuerzas Armadas, sólo pueden existir en relación de fusión con el Partido y éste, a su vez, no sea mucho más que la expresión orgánica formal y colectiva de su liderazgo inmarcesible. De tal modo, los interminables y extenuantes discursos de Fidel Castro, y sus ahora intermitentes declaraciones periodísticas y personales, operan como un auténtico régimen de producción de verdad sobre el pueblo cubano y su revolución primigenia sin que otros recursos de conocimiento cuenten con posibilidad alguna de merecer un mínimo de credibilidad. Así, la guerra contra el “imperio” podrá despuntar en todo su fulgor, ninguna interpretación será posible y legítima fuera de la misma y todo adquirirá en ella la significación singular y “concreta” que la conducción política cubana le haya querido dar. Así, también, conocer la Cuba real se volverá imposible, al tiempo que una impenetrable estructura de dominación se ocultará y difuminará detrás de los siempre próximos estruendos bélicos. En Cuba no habrá otra cosa que “autodeterminación”, “patria”, “independencia” o “soberanía”: el poder no se aplicará sobre o contra la voluntad de los cubanos comunes y corrientes sino que será “popular”, provisorio, transitorio, de emergencia, y sólo habrá de ejercerse como mecanismo de defensa frente al “imperio”. 3.- La contra-crítica y la defensa de la “revolución” Pocos han defendido realmente la pena de muerte116 e, incluso, muchos la han criticado o dicen criticarla en su fuero íntimo, aunque luego hayan de encontrarle explicaciones o justificaciones ad hoc en el caso de Cuba; que pasa a ser, entonces, un caso concretísimo y excepcional. Incluso, sostener, como se ha sostenido, que su aplicación es parte del ordenamiento legal cubano ni siquiera debe ser elevado a la 116 El propio Fidel Castro dijo, en la reciente entrevista que le realizara Miguel Bonasso para Página 12 de Argentina, compartir “la repulsa filosófica” por la misma.

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categoría de defensa en tanto las críticas de fondo no se detienen en la sanción específica sino precisamente en el marco normativo que la vuelve posible. Menos polemizadas han sido las largas condenas de prisión, pero prácticamente nadie ha osado sostener que las mismas fueran una condición necesaria del socialismo sino que se las ha visto como una desgracia inevitable y derivada del hostigamiento “imperial”. Y, en este último caso, una vez más, la apelación a la legalidad cubana discurre por el mismo camino que el anterior. La polémica, por lo tanto, ha sido descentrada y se ha vuelto objeto de un claro desplazamiento por parte de los contra-críticos; los que, hasta cierto punto, han conseguido ubicar algunos de sus tramos no en los orígenes y en el carácter real de la continuada organización represiva del Estado cubano sino decididamente en otro lugar. Ese lugar, por supuesto, no es homogéneo en sus manifestaciones ni puede ufanarse de ser una polifonía sin disonancias; pero, de algún modo, puede aceptarse condicionalmente la síntesis propuesta por el militar de carrera Ángel Guerra Cabrera:

El debate, me atrevo a afirmar, llevó a generalizar tres conceptos entre los más concientes políticamente, sobre todo en América Latina: uno, Cuba es el país con más importantes logros sociales en nuestra América y el foco de resistencia principal a la dominación imperialista y a las políticas neoliberales en una región donde la mayoría de los gobiernos han sucumbido ante ellas, lo que explica la prioridad concedida por la pandilla fascista de Bush a la supresión de su régimen social; dos, el Estado revolucionario cubano ha demostrado durante décadas su capacidad para derrotar con mayoritaria adhesión popular y un uso mínimo de la fuerza las agresiones estadounidenses y no hay ningún dato objetivo nuevo para pensar que las drásticas medidas tomadas recientemente señalen un cambio en esa conducta; tres, Cuba -con sus virtudes y defectos- es una hermana en peligro y defenderla es defender a toda América Latina de la actual política estadounidense de recolonización del continente.117

El debate llevó a generalizar muchos más conceptos que éstos, por supuesto, y Ángel Guerra sólo se limita a la pobre enumeración de los que él mismo suscribe; pero, llevémosle provisoriamente el apunte. Parece evidente, entonces, que, al menos en ciertos niveles de discurso, el proyecto y el modelo cubanos de construcción del “socialismo” han sido también mediatizados y desplazados a un plano de implicitud y subyacencia; el que puede operar como sustento básico de todos modos, pero ya sin hacer una expresa aparición en escena. Ahora, el contenido supuestamente “socialista” -de acuerdo con las viejas afirmaciones e intenciones de la conducción política cubana- funciona más como esperanza y como promesa de imprecisa concreción pero ya no como realización efectiva y digna de las defensas más encendidas. De cualquier manera, si la conducción política cubana sigue contando con una vasta retaguardia distribuída por el ancho mundo -un beneficio de confianza que no a cualquier otro se estaría dispuesto a conceder- no es sólo por su enfrentamiento “anti-imperialista”118 sino también porque el proceso que hegemoniza cuenta con una inspiración y una orientación “socialistas” explícitas 117 En “Cuba bajo amenaza”; publicado originalmente en La Jornada de México y recogido en Rebelión del 9 de mayo. 118 Sería relativamente fácil enumerar múltiples experiencias, expresa y convencidamente “anti-imperialistas” o de simple enfrentamiento con los intereses estratégicos de los Estados Unidos, que no han merecido tantos beneficios de expectativa y complacencia como los recibidos por el gobierno cubano. El punto que aquí queremos volver a ubicar es que la organización represiva del Estado cubano se sitúa, para buena parte de la opinión de izquierda, en un régimen de excepcionalidad del pensamiento crítico y de sus derivaciones políticas.

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y múltiples insinuaciones materiales en esa dirección. Fernando Martínez Heredia es bastante elocuente en ese sentido cuando nos dice que:

Más cercana en cuanto a los ideales está la sana preocupación de que Cuba no actúe en ningún campo como los capitalistas, porque Cuba es como un pedacito de futuro en el mundo de hoy, que aporta la esperanza en que el porvenir es posible.119

Este dibujo de la polémica es relativamente nuevo y tiene sus pro y sus contra. Por lo pronto, el “socialismo” cubano ha dejado de ser ideal y paradisíaco y ello contribuye consistentemente a la simplificación de los debates respectivos. Ahora será posible que algunos de los críticos recientes avancen análisis y conclusiones que van mucho más allá de la actual oleada represiva y perfectamente puedan considerarse con independencia de la misma. Ahora, también, Eduardo Galeano podrá despacharse a gusto, elípticamente a veces y directamente otras, sobre la falta de libertad, la burocracia y el poder centralizado, en frases cuyas consecuencias y ondas expansivas todavía no han sido debidamente aquilatadas:

Rosa Luxemburg, que dio la vida por la revolución socialista, discrepaba con Lenin en el proyecto de una nueva sociedad. Ella escribió palabras proféticas sobre lo que no quería. Fue asesinada en Alemania, hace 85 años, pero sigue teniendo razón: "La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido, por numerosos que ellos sean, no es libertad. La libertad es siempre libertad para el que piensa diferente". Y también: "Sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y una libertad de reunión ilimitadas, sin una lucha de opiniones libres, la vida vegeta y se marchita en todas las instituciones públicas, y la burocracia llega a ser el único elemento activo". ...Si la revolución no le hubiera hecho el favor de reprimirla, y si en Cuba hubiera plena libertad de prensa y de opinión, esta presunta disidencia se descalificaría a sí misma. ...Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan....desde las cumbres.120

Pero, en lugar de mesuradas reflexiones sobre el punto, estos hallazgos -no importa cuán nuevos o cuán antiguos puedan ser- sólo han conseguido desatar las más bajas pasiones de los contra-críticos incondicionales. Si se llega a reconocer que en Cuba la justicia y la libertad han seguido evoluciones y caminos separados, la respuesta inmediata de sus portavoces oficiales y oficiosos exaltará sin vacilaciones los logros imputables al campo de la primera y observará con el desdén y el conformismo con que se observan los delirios quiméricos las notorias insuficiencias detectadas -e incluso admitidas- en el dilatado territorio de la segunda. Así, Fernando Silva podrá tentar la siguiente respuesta a Galeano:

Cuando dice: “…pero también creemos que la libertad y la justicia marchan juntas o no marchan…” le regala al “superpoder universal” un argumento valioso desde un prestigioso y reconocido intelectual, por más señas, de posición “no a la derecha” del régimen. No calculó Galeano que su palabra tiene el peso que tiene para los que tratamos de abrir nuestras mentes, para los más viejos que intentamos consolidarla a pesar de los balances en rojo de cada día, para los más jóvenes que se abren a un pensamiento potente y creador con ilusiones de que sea posible???

119 Fernando Martínez Heredia; op. cit. 120 Eduardo Galeano en “Cuba duele”; publicado originalmente en Brecha de Uruguay el día 18 de abril.

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No pensó E. Galeano que esta afirmación, amén de ser aprovechable por los amos rubios, es además hueca y en realidad no expresa más que una respetable utopía??? Cuál es el ejemplo histórico, de qué época, en qué país, en qué sistema de gobierno “la libertad y la justicia” han marchado juntas??? Que por favor Galeano despeje mi ignorancia así comprendo este planteo suyo tan peligroso a nuestros ideales. Porque si es cierto, si existe un modelo de régimen, de forma de gobierno, de organización social, cultural o religiosa, donde la libertad y la justicia marchan juntas, entonces, si eso existe como parámetro y modelo, sólo entonces, su afirmación es aplicable como crítica constructiva a la revolución cubana. Y si no es cierto, como creo que no lo es, la frase de Galeano es al menos y en lo mínimo, infeliz, desacertada y generadora de confusiones.121

Y aquí Silva acaba de hacer trizas la utopía: o justicia o libertad, pero de ninguna forma seguirá siendo razonable pensar en que ambas puedan ser armonizadas de algún modo o formen parte de un recíproco requerimiento, salvo el día del juicio final. Tales cosas ya ni se defienden ni se excusan y ahora lo que parece importar sobremanera es sólo la “justicia”. Los “justos”, entonces, acaban de adquirir el derecho de pasarse la libertad por el quinto forro del escroto y sólo los incautos o los idiotas podrán pedirles cuentas por ello. De todos modos, todavía creemos que vale la pena suplicarle a Silva, así como él le reprocha a Galeano un planteo “tan peligroso a (sus) ideales”, que repare en la alta peligrosidad de sus propios análisis. ¿O acaso no se ha percatado que no hay revolución posible ni justicia posible ni socialismo posible que amenacen anticipadamente o dictaminen ex post que habrán de prescindir per saecula saeculorum de la libertad? Sin embargo, esta inesperada hipoteca, este condescendiente abandono de la libertad como horizonte y como problema es tan inconsistente y tan insostenible, ya no en el largo plazo sino en el más cortísimo e inmediato que se nos ocurra, que bien podemos prescindir ahora de una consideración más detenida. El tema en discusión es, pues, la “justicia”. Y la justicia en Cuba -retomando ahora los logros sociales de que nos habla Ángel Guerra Cabrera- es un catálogo finito, numerable y tangible de realizaciones que ahora mismo será posible ponderar. No hay ni puede haber al respecto discrepancia alguna por cuanto los logros sociales del proceso cubano han sido oficialmente vociferados, reconocidos por organismos internacionales hipotéticamente “neutrales” y admitidos como tales incluso en el campo de la crítica en que nosotros nos inscribimos. Simplifiquemos el trámite y demos por buenas las cifras en materia de empleo, salud y educación oficialmente asumidas por el gobierno cubano y adoptadas como propias -con elaboración y correcciones o sin ellas- por distintos organismos internacionales. No se trata, pues, de desconocerlas y sí de considerarlas como los logros sociales de que nos habla Ángel Guerra. Pero, al mismo tiempo, también se trata de ubicarlas en su significación real y no de pensar que la existencia de dichos logros puede acallar por sí misma las inflexiones críticas de fondo que el cuadro político general cubano nos merece; en tanto situación cristalizada y en cuanto proceso con orientaciones bien definidas. Y esa significación real nos dice que ninguno de los contra-críticos acallaría sus embates contra cualquier otro país que presentara registros estadísticos similares así como tampoco ni uno solo de ellos sería capaz de fundamentar teórica e ideológicamente que todo país que muestre algún grado de preocupación pastoral por el empleo, la salud y la educación de sus habitantes

121 Fernando Silva en “Galeano duele”; publicado en Rodelú en Suecia del 19 de abril; subrayados del articulista.

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puede conculcar -según compensaciones directamente proporcionales- las libertades básicas de sus gentes. Pero, a su vez, los logros habidos en esas materias122 tienen que ser relativizados en la comparación y no pueden opacar los déficits también notorios en otros renglones que hacen a la cobertura de las necesidades materiales básicas en los términos en que suele hacérselo en las sociedades de nuestro tiempo. Sigamos aquí las reflexiones de Manuel David Orrio, pensando la situación cubana a la luz de los resultados del llamado Índice de Desarrollo Humano:

Pese a sus carencias externas e internas, la Isla se presenta a la altura del 2003 como el octavo país de la región en materia de Desarrollo Humano. Por encima de ella se encuentran, por ese orden, Barbados, Argentina, Uruguay, Costa Rica, Chile, Bahamas y Saint Kitts y Nevis. Como se observa, ninguna de esas naciones está sujeta a una política de sanciones económicas que impide a Cuba acceder plenamente al mercado norteamericano, aparte de que todos son países de potenciales económicos reconocidos o paraísos turístico-fiscales de población ínfima, donde los problemas sociales son relativamente fáciles de solucionar.123

O sea, si Orrio considera que el Índice de Desarrollo Humano es una fuente por lo menos aceptable y medianamente ilustrativa de los logros sociales de la “revolución” cubana y admite que otros siete países del área latinoamericana se ubican por encima en el ranking respectivo124 ¿eso también quiere decir que los mismos tienen derecho a establecer un régimen de partido único y de cercenamiento de todas y cada una de las libertades populares? ¿o, en su caso, dichas prerrogativas quedarían en suspenso por sus “potenciales económicos reconocidos” o por ser “paraísos turístico-fiscales”? Como es evidente, Orrio debe estar muy extraviado en su elaboración conceptual o piensa que Cuba carece de todo potencial económico y además ignora que, precisamente, el turismo es una de las principales materias en cuanto a ingreso de divisas. Sin embargo, una vez quedan atrás los indicadores sanitario-educativos, Orrio se permite algunas cavilaciones que vale la pena tener en cuenta, como las siguientes:

Si por un lado es cierto que los avances femeninos en la igualdad de géneros son incuestionables, también lo es que la mujer cubana no ha avanzado todo cuanto pudiera en alcanzar una plenitud comparable a los índices de los países de más alto desarrollo humano,

122 Tal como lo hemos advertido en otras ocasiones, esta afirmación se sostiene toda vez que no incursionemos en un análisis crítico en profundidad del significado que los organismos internacionales -como la UNESCO o la OMS- le dan a sus registros; los que, por cierto, son exhaustivamente discutibles en cuanto a sus alcances reales. No deja de ser llamativo que la propaganda oficial cubana se sustente en las comparaciones y en los rankings de ese tipo de instituciones, lo cual no permite aquilatar completamente los aspectos cualitativos y la significación social, en términos relacionales, de los mismos. 123 Manuel David Orrio en “Desarrollo humano: evaluando a Cuba” en Rebelión del 25 de agosto. De nuestra parte, dejamos constancia una vez más de la desconfianza que nos merecen estos indicadores e índices manejados por los organismos internacionales; en este caso, el PNUD. En cuanto a Orrio, cabe señalar que su destaque obedece al papel cumplido como colaborador activo y efectivo de la Seguridad del Estado cubana. 124 En el reporte de este año 2003, Cuba se ubica en el lugar 52 sobre un total de 175 países estudiados. Como lo hace notar Orrio, su ubicación en 1990, antes de la debacle del bloque soviético, ascendía al lugar 39, habiendo descendido al puesto 86 en 1997. En el caso cubano, el talón de Aquiles de su Índice de Desarrollo Humano es el PBI per cápita; el que sólo asciende al lugar 87.

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pese a contar de hecho con todos los instrumentos jurídicos y participativos necesarios para ello.125 Las estadísticas del más reciente Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) avalan a los chistosos, al aparecer la Isla como uno de los países latinoamericano-caribeños de menor avance en materia de comunicaciones y acceso a la información por parte de sus ciudadanos, no obstante presentarse como una de las naciones donde el interés por el desarrollo científico-técnico es inobjetable.126 Describir el problema pasa por mencionar lo siguiente: al cierre del 2001, la Isla sólo aventajaba en líneas telefónicas por mil habitantes a Saint Kitts y Nevis, Honduras, Nicaragua y Haití; era la última de la región en celulares por millar de personas y 20 países de 33 la aventajaban en teléfonos públicos por cada mil residentes, mientras que en usuarios de Internet ocupaba el penúltimo lugar regional, para nada más estar por encima de Haití. De idéntico modo, en todos estos índices se encontraba por debajo del promedio para América Latina y el Caribe, así como en la tenencia de televisores.127

No hay duda, entonces, que una ligera penetración más allá de las realizaciones educativo-sanitarias, lleva a mediatizar las afirmaciones de Ángel Guerra Cabrera; incluso para alguien “oficialista” y escasamente crítico como lo es Manuel David Orrio y aunque apenas se sobrevuele sobre carencias tan relevantes como los abastecimientos de alimentos o el estado de las viviendas. Pero, a nuestros actuales efectos, no es esto lo más importante. Vayamos, pues, más allá todavía y pongámonos a delirar. Supongamos que mañana se produce un milagro y que el subsuelo cubano ha encubierto hasta ahora los más ricos yacimientos vírgenes de oro o de petróleo que la imaginación pueda barruntar. Supongamos también que dichos yacimientos proporcionan a Cuba, del modo que sea, una riqueza inconcebible y que la misma permite financiar los más altos niveles de alimentación, salud, vivienda, educación y seguridad social. Supongamos además que esos niveles -así como el acceso a los artículos de confort que se le antojen a cada uno de los cubanos- reflejan también una distribución equitativa sin excepciones.128 Supongámoslo y preguntémonos: ¿eso sí justifica los excesos autoritarios por parte de un caudillo y un partido únicos e irrefutables? ¿eso sí supone que la libertad de la gente podrá seguir siendo secuestrada según las necesidades del poder central? ¿eso sí excusa la ausencia de autonomía de las organizaciones populares y la falta absoluta de posibilidades autogestionarias? Desde nuestro punto de vista y definitivamente, la respuesta es no. El nudo básico de las controversias es, pues, fundamentalmente político. En tal sentido, bien puede decirse que han sido escasos, divagantes, vanos y desnorteados los intentos por defender las características del régimen político imperante en Cuba y -las raras veces en que se los reconoce- los problemas forzadamente detectados se remiten una vez más al diseño dicotómico de una nación monolítica y no segmentada en brega permanente por la afirmación de su soberanía frente al enemigo imperial. Roberto Cobas Avivar nos proporciona un ejemplo en tal sentido:

125 Orrio en “Evaluando a Cuba (II)”; en Rebelión del 27 de agosto. 126 Orrio en “Evaluando a Cuba (VI); en Rebelión del 24 de setiembre. 127 Idem, ibidem. 128 Evidentemente, no se trata más que de un ejercicio de sociología-ficción y ello por dos razones: en primer lugar, porque es sabido que la distribución de bienes y servicios nunca ha sido equitativa en Cuba y, en segundo término, porque la asignación de privilegios diferenciales ha sido siempre una prerrogativa inherente al ejercicio del poder.

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Insuficiencias del modelo de ciudadanía cubano como las expuestas -por tomar dos ejemplos que agitan una vez más las opiniones enemigas del Proyecto cubano y sensibilizan las que abogan por su viabilidad- no constituyen atributos del Proyecto Socio-Político cubano, sino problemas circunstanciales a ser enteramente superados.129

Pero lo que aquí nos dice Cobas no es más que el colmo de la desfachatez. ¿Cómo puede calificarse de “problemas circunstanciales” a rasgos del sistema político que llevan 44 años de rozagante vida?130 ¿Pero es que la religiosidad llegará a tal extremo que se haga imposible percibir como connaturales al mismo pautas que han atravesado todas las coyunturas concebibles; y no en los últimos seis meses sino en las últimas cuatro décadas largas? El propio Cobas nos dirá inmediatamente que Cuba tiene derecho a establecer “un sistema político monopartidista que se instituye a partir de los legados independentistas de su propia experiencia histórica.” ¡Los legados independentistas! ¿Es que Cobas desconoce tan profunda y supinamente la historia latinoamericana y no se percata que, si por eso fuera, habría que reconocer en todos y cada uno de los países un régimen de partido único; el que, además, no podría menos que apoyarse en aquellos viejos ejércitos fundacionales y “emancipatorios”? ¿Hasta qué extremo del ridículo se sostendrán estas cosas tan extraordinariamente grotescas que ya no son sólo una ofensa a la inteligencia sino incluso un agravio al más tosco sentido común? Por mucho que la contra-crítica levante una densa cortina de humo en dirección contraria, lo cierto es que la defensa del régimen político no puede menos que ser tenue, vacilante y culposa: no puede justificarse en el anti-imperialismo, ni en las realizaciones sociales, ni en excepcionalidades derivadas de las tradiciones independentistas sino que reclama ser aprehendida en su nivel propio y específico. El régimen político cubano no es el último y único recurso disponible de un país en guerra sino la condensación de sus lejanas opciones militaristas y caudillistas y de su formato de partido único y excluyente. Un liderazgo absorbente y eterno que no puede ser explicado como el resultado de una reflexión política colectiva sino como un curioso fenómeno de la psicología de masas; un partido calificado a sí mismo de vanguardia de la nación; una élite militar y policial de poder abroquelada a cal y canto detrás de sus prerrogativas constitucionales; una situación de exclusión que transforma a toda voz autónoma en una agencia del enemigo; y, por último, una sutilísima y extendida trama disciplinaria que regula la vida de los cubanos al compás del Estado no son medidas transitorias o de excepción ni responden a la lógica del bloqueo o a la amenaza de una invasión inminente sino que son parte constitutiva y definitoria de un “proceso” que alguna vez fue auroral y acabó fortaleciendo 129 Roberto Cobas Avivar en “¿Qué es lo que realmente se quiere de Cuba?” en Rebelión del 23 de abril. Los dos ejemplos a que se refiere son la pena de muerte y “las limitaciones del derecho ciudadano a la libre opinión, expresión y defensa de las convicciones políticas propias, específicamente las contrarias al orden socio político establecido” que aquí quedan expresamente reconocidas como tales. 130 Este tipo de afirmaciones son, entre otras cosas, uno de los colmos de la irracionalidad. Nótese que en las mismas llega a perderse incluso la propia noción del tiempo: un extravío donde lo permanente se vuelve “circunstancial”. Éste es uno de los efectos -perverso y sublime a la vez- que permite seguir hablando de la “revolución cubana” como si fuera un acontecimiento en tiempo presente. Por extensión: ésta sería también una de las razones por las cuales no se llega a aprehender, ni siquiera de soslayo, todo cuanto tenga que ver con la institucionalización de esa misma “revolución” en una concreta trama de relaciones de dominación.

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puntualmente las pautas esenciales de su propia destrucción. Eso es lo que la contra-crítica se niega a aceptar, extraviándose en una tupida red de justificaciones ad hoc y cercenándose a sí misma cualquier posibilidad de entendimiento mínimamente razonable; y no sólo del entendimiento presente sino también de aquel, quizás más importante, que le permitiría leer ahora mismo su futuro. 4.- ¿El genial estratega o el frustrado demiurgo? Se trata, en definitiva, de un esquema de dominación cuya clave de bóveda y también su talón de Aquiles tienen nombre y apellido: Fidel Castro; el hombre cuyos inexplicables carisma y magnetismo hacen misteriosamente perdurable un régimen político -léase y entiéndase bien: no cualquier cosa sino un régimen político- que no puede sostenerse ni tolerarse sobre ninguna base de mínima sensatez. Algo que, por supuesto, convendrá repasar a la luz de los rezos contra-críticos. Se sabe, desde tiempos inmemoriales, que la fe es el último reducto de los fanáticos y los ingenuos, y circunstancias como la actual no hacen más que reactualizar el adagio. Así, con la apariencia de reflexiones estilizadas, se recurre a la confianza ciega y se sustituye con la misma cualquier intento de explicación. ¿No se entiende muy bien cuáles fueron las razones exactas por las cuales el gobierno cubano resolvió en el mes de marzo desatar un nuevo alud represivo? ¡No importa! ¡Nada de elucubraciones ni preguntas molestas! ¡Fidel seguramente sabe por qué y su divinidad es infalible para los creyentes! Observemos, por ejemplo, el himno de encomios y alabanzas que le ha dedicado Heinz Dieterich Steffan:

“Fidel Castro es uno de los mejores analistas estratégicos del mundo, con una gran inteligencia, una enorme capacidad de síntesis de lo esencial, una amplia cultura general, una aguda comprensión del vector tiempo, una extraordinaria experiencia de vida, una asombrosa capacidad para hacer alianzas y una voluminosa base de datos”. “Ojalá que el establishment estadounidense entienda que en Cuba se enfrenta a uno de los mayores estrategas militares de la historia y no a un inepto burócrata con ínfulas de estratega militar, como en Irak.”131

Fidel Castro funciona como sortilegio, conjuro y ensalmo frente a todos los interrogantes y todas las complicaciones. ¿Se sospecha que pueda haber en torno a su papel acentuadas trazas de megalomanía, infalibilidad papal y sordera? ¡No interesa en absoluto! ¡Nada puede ensombrecer su trayectoria y sólo es “políticamente correcto” responder atizando el mito con nuevos redobles! James Petras también convoca a apartar criticidades y agudezas, cerrando filas alrededor del celestial maestro:

“Es en tiempos como los actuales –con guerras permanentes, genocidios y agresiones militares–, cuando Cuba necesita la solidaridad de los intelectuales críticos, solidaridad que está recibiendo de todas partes de Europa y, en particular, de América Latina. Ya va siendo hora de que nosotros, en los Estados Unidos, con nuestros ilustres y prestigiosos intelectuales progresistas, de sensibilidades morales majestuosas, reconozcamos que hay una revolución vital, heroica, que lucha para defenderse contra el gigante del norte y, modestamente, dejemos de lado nuestras importantes declaraciones, apoyemos esa revolución y nos unamos al millón de cubanos que acaban de celebrar el 1º de mayo con su líder, Fidel Castro”132

131 Heinz Dieterich Steffan en “Tres fusilados en Cuba”; Rebelión, 14 de abril de 2003. 132 James Petras; op. cit.

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Quizás a alguien pueda parecerle increíble, pero el gobierno cubano ha resuelto que hasta el 77º aniversario de Fidel es un acontecimiento político y lo celebra dando difusión a las cartas de felicitación de Eliancito y algunos otros niños de menor cartel; y lo que en cualquier otro caso parecería ser una nueva cota de cursilería y ridiculez deviene ahora, repentinamente, en una muestra más de convicción y fervor “revolucionarios”. Y así hasta el infinito o, al menos, hasta dejar exhaustas las paciencias más templadas; paciencias que, además, deberán robustecerse soportando la reiterada afirmación de que en Cuba no hay estatuas ni demasiadas fotos de Fidel y que, por lo tanto, para los contra-críticos, no hay nada que se parezca al culto de la personalidad. Para los contracríticos, el autoritarismo no está planteado ni siquiera como hipótesis o como remotísima suposición. Son maravillosos los malabarismos verbales de Miguel Urbano Rodrigues al incursionar en el tema. Algunas de sus expresiones, como por ejemplo “oposición ilegal tolerada”,133 nos invitan rápidamente a preguntarnos cuál sería la oposición ilegal no tolerada, la oposición legal tolerada o la muy fácticamente improbable oposición legal no tolerada; lo cual no sería más que un ejercicio puramente formal y sin consecuencias, en tanto la tolerancia siempre estará en relación con la construcción de las pruebas oportunas para la demostración de ilegalismos construídos desde el poder y aunque sea al sólo efecto de la represión consiguiente. Pero, para respondernos tales interrogantes, tal vez podríamos introducirnos en el mundo del revés y recurrir a ese escritor particularmente creativo, a ese mago del lenguaje que ha demostrado ser José Steinsleger: “En este sentido, puede que la vigencia de la revolución obedezca a que el primer disidente y líder indiscutido de la oposición de izquierda en Cuba se llame Fidel Castro”.134 Se lo busque por donde se lo busque, Fidel Castro está a la cabeza del gobierno y también de la oposición, por lo cual no podrán caber dudas que en Cuba hay oposición, que ésta es legal y que además no sólo es tolerada sino hasta admirada. Fidel Castro ha logrado una proeza geométrica que la humanidad no había sido capaz de revivir desde los lejanos tiempos bíblicos de la santísima trinidad: si Jesús -que era dios- podía sentarse a la derecha de sí mismo, el “comandante en jefe” -que es la reencarnación de Jesús- también puede encabezar la oposición a su propio gobierno. Pero, ¿acaso estas cotas de adoración estarán basadas en hazañas homéricas capaces de opacar el cabal cumplimiento de las doce tareas de Hércules? ¿será posible que no nos hayamos podido percatar de los elementos materiales en que se fundamenta este culto tan negado como realmente existente? Desde nuestro punto de vista, la aureola militar y política de Fidel Castro y la adoración consiguiente no se fundamentan en una sucesión de victorias inobjetables sino precisamente en lo contrario; más allá, naturalmente, de la caída de Batista y quizás la defensa de Playa Girón así como de los logros educativo-sanitarios ya reconocidos.135 Convendrá que desglosemos algunos aspectos en la trayectoria de Fidel Castro a efectos de calibrar la misma con mayor detenimiento.

133 En “Galeano: de la coherencia a la incoherencia”; publicado en resistir.info y reproducido en Rebelión del 29 de abril. 134 En La Jornada de México, reproducido también el 22 de abril en Rebelión de España y en Rodelú en Suecia. 135 Aun cuando desde el punto de vista militar es evidente que los episodios de Bahía de los Cochinos deben computarse como una victoria bélica de las Fuerzas Armadas cubanas, también es obvio que

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En primer lugar, parece claro que el genial estratega se concibió a sí mismo, desde los albores de la revolución cubana, cual si fuera el destello ígneo capaz de encender las praderas del anti-imperialismo en América Latina, África y, en menor medida, Asia; y no como un “soldado” cualquiera sino en tanto el más iluminado de los mariscales de campo. No se trata de desacreditar aquí lo que las empresas militares cubanas puedan haber tenido de respaldo internacionalista ni mucho menos cuestionar la pertinencia de ciertas luchas, pero sí de preguntarnos -a la luz de los resultados de corto, mediano y largo plazo- exactamente en dónde reside el talento estratégico de quien se situó en tanto inspirador, promotor y diseñador de tantos y tan profundos fracasos. Basta recordar, por ejemplo, el desatino de creer en una revolución exportable y la amplificación de dicho despropósito en el supuesto de que en la élite guerrillera cubana se encontraba la flor y nata y la sede desde la cual podía ejercerse una suerte de superintendencia tácita de la insurgencia continental. Allí están para demostrarlo desde los tempranos tropezones en República Dominicana y en Venezuela hasta los auspicios a la guerrilla chilena que enfrentó a la dictadura de Pinochet, pasando nada menos que por el desafortunado descalabro del foco armado de Ernesto Guevara en Bolivia. Allí están, también, las decenas de miles de soldados cubanos enviados al África; en misiones que bien podrían ser reputadas de solidarias cuando se trató de Argelia y el Congo en la década de los 60 pero que ya estuvieron a disposición del ajedrez soviético en Angola, en Etiopía y hasta en la Uganda de Idi Amin desde los años 70 en adelante.136 ¿Obtuvo en esas empresas algún resultado tangible el genial estratega en términos de revolución y socialismo? Parece evidente que no; aunque una respuesta generosa quizás podría decirnos que efectivamente aprendió que las revoluciones no se exportan, que sólo un mayúsuculo tozudo podría seguir confundiendo la geografía del mundo con la de la Sierra Maestra luego de tres décadas largas de fracasos y que más valdría desconfiar de los focos armados que pretenden ubicarse a la cabeza de los pueblos sin que esos mismos pueblos lo aceptaran de tal modo.137 En segundo término, atendiendo a una cierta e innegable sucesión de despropósitos, también parece evidente que el genial estratega se pensó largamente a sí mismo como un erudito de todos los temas. Sin perjuicio de la planificación centralizada y de los procesos de “rectificación de errores”, la peripecia histórica cubana ofrece la impresión de que la construcción “socialista” ha sido una sucesión de raptos de inspiración y arranques de opereta del perenne caudillo. La lista de alocadas e indiscutibles ocurrencias de Fidel Castro sería probablemente interminable y nos alcanzará ahora con mencionar su “destreza” para dejar exhausta a la centenaria industria azucarera luego de su caprichosa persecución de un record

la invasión fue un mamarracho sin futuro que difícilmente pueda configurar una proeza digna de ser celebrada en la historia universal de la guerra. 136 Un interesante relato de primera mano de esta faceta puede encontrarse en Dariel Alarcón Ramírez (“Benigno”); Memorias de un soldado cubano; Tusquets Editores, Barcelona, 2003. Alarcón participó, en su carácter de oficial de las Fuerzas Armadas cubanas en distintas misiones fuera del país, es uno de los pocos sobrevivientes de la guerrilla del “Che” en Bolivia y actualmente reside en Francia, donde se exilió en el año 1996. 137 Una vez más habrá que sostener aquí -cansadora y fatigosamente- que no estamos criticando las opciones insurreccionales ni el recurso a la violencia sino una concepción específica apoyada en nociones vanguardistas y militaristas que no ha hecho otra cosa que producir una inacabable serie de estrepitosas derrotas.

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Guinness completamente prescindible; o el prematuro intento de desecación de la laguna de Zapata con su esperable desquicio ecológico; o sus intentos en obtener destaque mundial cubano con la producción de café, cocodrilos, quesos, pimientos y escarbadientes sin más sustento científico que su “infalible” intuición; o su empecinamiento en “biotecnología de vanguardia” para producir supervacas lecheras, de lo cual no resultó otra cosa que el ridículo monumento de homenaje, en la Isla de la Juventud, en recuerdo del asesinato por ordeño de la impar Ubre Blanca. En este terreno, y en el pintoresco vodevil que tiene lugar en él, es francamente sorprendente que Augusto Roa Bastos no se hubiera percatado en ningún momento de los extraños parecidos entre el Gaspar Rodríguez de Francia que novelara en Yo el supremo y la majestad “revolucionaria” de este desfacedor de entuertos ajenos que permanece ciego, sordo y mudo frente a sus propios despropósitos megalómanos mientras que la Cuba “socialista” sigue sin resolver problemas absolutamente elementales: autosuficiencia alimentaria, canalización del agua, transportes, energía y vivienda. Por último, pero no menos importante, el frustrado demiurgo no sólo no es ni será un estratega militar de fuste, no sólo no es ni será un orientador de la construcción socialista sino que además se erigió en el límite insuperable para la autonomización de los sujetos correspondientes. Basta pensar en el principio leninista de la “dirección colectiva” para percatarse que Fidel Castro no ha sido comunista ni siquiera en ese sentido restringido. Autor de una obra teatral en la cual hay un solo protagonista e innumerables actores de reparto, Fidel Castro se ha presentado y representado a sí mismo como un héroe homérico más allá de lo humano. Caprichoso y tozudo hasta lo inverosímil, obcecado en su monólogo perpetuo, obsesivo de su presencia estelar en todos los acontecimientos habidos y por haber, Fidel Castro se consumó como un obstáculo insalvable y absoluto ya no de virtualidades autogestionarias sino incluso de las iniciativas más modestas. El tejido social cubano no está compuesto por organizaciones capaces de un accionar autónomo sino que puede ser visto como un disciplinado panal a la espera de las omnipresentes orientaciones de su abeja reina e incapaz de contradecirlas una vez que éstas han sido emitidas. El Partido Comunista, la central sindical, las instituciones educativas y científicas, las organizaciones juveniles, los nucleamientos culturales, la federación de mujeres y hasta las propias fuerzas armadas carecen de una textura propia más allá de las veleidades del “comandante en jefe” y la mayor parte de su vida útil se limita a rendirle un tributo tras otro.138 Así las cosas, cabe preguntarse: ¿puede haber socialismo sin sociedad? Porque, en definitiva, por muy trillada e hiriente que resulte la imagen, casi no cabe otra comparación que la del pastor y su rebaño; algo que, increíblemente, llega a proponerse encomiásticamente aunque en forma elíptica y como si se tratara de un mérito y de una directiva moralmente insoslayable. Ése y no otro es el significado de las palabras de James Petras, cuando nos invita a que “nos unamos al millón de cubanos que acaban de celebrar el 1º de mayo con su líder, Fidel Castro”.

138 Con cierta probabilidad, esta afirmación debería ser matizada en lo que a las fuerzas armadas respecta. Por lo pronto, sus propias funciones y naturaleza les exigen imperativamente una organicidad que trascienda el amorfismo. Incluso más: se sabe, por ejemplo, sin perjuicio de las tradicionales opacidades de que hace gala el gobierno cubano, que las fuerzas armadas se han transformado en uno de los ejes de la actividad empresarial del Estado. Sin perjuicio de ello, parece claro que ni siquiera en su caso es posible desarrollar -por lo menos, no en términos de presentación pública- una estrategia que contradiga los designios del “comandante en jefe”.

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Pero, después de todo, algún mérito habrá que concederle a este prodigioso encantador de serpientes en su proeza de ocultar, con la “irresistible” fascinación de su verborragia, la distancia sideral entre las palabras y las cosas. ¿Qué misterios se esconden detrás de este Antonio Conselheiro situado más acá del milenio139 que en lugar de recluirse en Canudos ha conseguido que una vasta hueste de seguidores desigualmente distribuídos por el mundo crea a pies juntillas que en Cuba hay todavía una revolución y allí se está construyendo el socialismo? ¿qué extraños fluídos emana este Houdini de la lengua castellana capaz de liberarse de las cadenas de la lógica y hasta de respirar bajo el agua? ¿qué encantos inexplicables irradia esta Madre Teresa de los pobres del mundo a la que le bastó retratarse de cuando en vez con un machete y cortando caña para que nadie recordara luego su pasión por la pesca submarina y todos pensaran que nadie más que él tenía “derecho” a ser el orador principal en las celebraciones oficiales del 1º de mayo?140 Ésa es pues la extraña e inexplicable hazaña del “genial estratega”: el increíble ejercicio seductor de haber mantenido durante casi medio siglo y entre millones de personas una identificación espuria entre su trayectoria personal, el pueblo cubano, la revolución cubana, el socialismo cubano, el “proceso” cubano, las fuerzas armadas cubanas, el partido cubano y el Estado cubano. No hay que restarle méritos, pues: después de todo, en el dominio religioso sólo los papas y muy pocos más consiguen emular y superar un registro de esas proporciones y es muy probable que nadie lo haya logrado, durante tanto tiempo y luego de tantos fracasos, en el dominio secular. Y, sin embargo, las cosas han cambiado lo suficiente, tanto en América Latina cuanto en el mundo entero, y el gobierno cubano encabezado por Fidel Castro ya no puede seguir pensando -si es que pudo alguna vez- que toda la izquierda habrá de cerrar filas inmediatamente detrás de sus decisiones; incluso si esas mismas decisiones respondieran a razones endógenas comprensibles. La conducción política cubana ya debería haberse hecho a la idea de que los movimientos revolucionarios y resistentes se forjan hoy no a partir de relaciones de dependencia respecto a algún centro universal de “vanguardia” -sea por la vía de la acumulación de poder como en el caso de la Unión Soviética o por medio del “ejemplo” según se lo pretende en la peripecia cubana- sino todo lo contrario: la revalorización de la autonomía, la tendencia a la descentralización, la admisión de protagonismos múltiples, la importancia creciente de lo local y la búsqueda de perfiles nuevos en las luchas “globales” se han transformado en pautas que no articulan fácilmente con una concepción que, sin consulta previa, sin aviso y sin consideración por las necesidades y estrategias ajenas, espera que cualquiera de sus manifestaciones sea inmediatamente acompañada sin reservas ni suspiros por sus viejos y leales destacamentos de antaño.141

139 El juicio es discutible, desde luego, y las ínfulas milenaristas ocasionalmente asomaron sus narices. Los aires de grandeza de Fidel Castro alguna vez lo expresaron con impar elocuencia: “¿Qué importan los sacrificios de un hombre o de un pueblo cuando está en juego el destino de la humanidad”? 140 La comparación con la fascistoide iconografía peronista es inevitable: Perón también fue el orador excluyente en los actos “sindicales” del 1º de mayo y las estrofas del himno justicialista también lo consagraron de una vez y para siempre como “el primer trabajador”. 141 Entre otros, Guillermo Almeyra ha visualizado bastante bien algunas de estas cosas; ver su artículo “La disputa por la hegemonía”; aparecido en La Jornada primero y reproducido luego por Rebelión el 30 de abril.

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El gobierno cubano tendría que ser más dúctil en cuanto a entender ahora y siempre que, si determinadas organizaciones se conforman en base a ciertos principios, deberán aplicar coherentemente los mismos en todas partes donde las circunstancias los convoquen; so pena, en caso contrario, de contribuir a deslegitimar su propio discurso. No parece una reacción lógica ni demasiado feliz apelar a Amnistía Internacional o a la española Plataforma Cultura contra la Guerra cuando estas organizaciones realizan pronunciamientos alineados con los propios y denostarlas cuando aplican también a situaciones cubanas el tipo de razonamientos, objetivos y sensibilidades que han resuelto adoptar y que definen su silueta y su práctica. Si el gobierno cubano pensara no sólo en sí mismo y en su extraviado prestigio sino, por ejemplo y sin ir más allá de México, en el perfil renovado que han intentado darse los zapatistas -por no hablar de la Acción Global de los Pueblos, Direct Action Network, la Plataforma No-border de Strasbourg, Reclaim the Streets y decenas de otros nucleamientos “anti-globalizadores”-, se percataría rápidamente de las dificultades que depara a los movimientos revolucionarios y resistentes hacerse cargo de algunos desaguisados que no les pertenecen y de los que no pueden ni deben responsabilizarse. El genial estratega, el frustrado demiurgo que ha sido Fidel Castro ¿será capaz de entenderlo alguna vez? 5.- Una conclusión necesaria: la crítica legitimada Hemos visto hasta aquí que la contra-crítica desplegada por el gobierno cubano y sus seguidores más refractarios ha seguido dos caminos simultáneos y complementarios: por un lado, ha insistido en destacar los logros del proceso originalmente revolucionario y la persistencia de su enfrentamiento anti-imperialista, haciendo confianza una vez más en las intenciones y en la irreductible sabiduría que incansablemente se le atribuyen a su liderazgo; y, por el otro, ha intentado deslegitimar absurdamente, con invocaciones rebuscadas y laberínticas, cualquier intento de reflexión en profundidad sobre la situación política de la isla caribeña y, más aún, sobre las razones básicas que permitirían abordar y explicar sus recorridos y su quizás inminente devenir. Defensa y contra-ataque, entonces, como operaciones propagandísticas desgastadas por el uso, la repetición y el aburrimiento; pero que todavía hoy representan un admirable esfuerzo numantino por demostrar lo indemostrable y por perpetuar una mística hecha jirones y cada vez menos capaz de asentarse en procesos reales y en argumentos de peso. Sin perjuicio de ese esfuerzo siempre prorrogado, la contra-crítica ya no es más que una vana operación consuetudinaria y casi gimnástica que intenta oponerse a lo irrefrenable con movimientos francamente distantes de lo coherente y de lo racional. Quizás cabría solicitarles a sus exponentes que al menos detuvieran ese torrente de estupideces devotas que consiste en asimilar las críticas de izquierda con las estrategias de la Casa Blanca y de la CIA, puesto que, mientras ello no ocurra, los contra-críticos seguirán revistando -conciente o inconcientemente, se crean animados o no por afanes calumniosos- en el campo de la idiotez; incluso aunque se convenzan a sí mismos de todo lo contrario. Pero incluso una solicitud tan elemental ha demostrado ser estéril y no encuentra otra respuesta que alguna versión más o menos sofisticada de la excusa y la justificación en la forma de la inminente pero nunca producida agresión militar real de los Estados Unidos.142 Sobre este tema, en los términos de su formulación 142 Es innecesario aclararlo a todo buen entendedor, pero ése no es el caso de los prejuiciosos y monotemáticos contra-críticos. Agresiones de los Estados Unidos y de los más diversos tipos se han

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más abstracta, hay un texto de James Petras que ya hemos mencionado -“La responsabilidad de los intelectuales”- y que bien merece ser tomado aquí y ahora como representativo del montón por cuanto establece una suerte de canon prescriptivo y pontificial sobre el perfil que debería darse el pensamiento crítico respecto a las cosas cubanas.143 A ese escrito, entonces, habremos de limitarnos en esta ocasión. Una de las primeras apelaciones de Petras bordea la estulticia y hace gala de un planteo absolutamente retorcido y fraudulento del problema: “Los intelectuales tienen la responsabilidad de distinguir entre las medidas defensivas tomadas por países y pueblos sometidos al ataque imperial y los métodos ofensivos del poder imperial en su campaña de conquista”. Por un lado, debe suponerse que dicha distinción no es exclusiva de un intelectual más o menos reputado de tal sino apenas una operación del sentido común y hasta un niño sabría establecer diferencias entre un refugio anti-aéreo de Irak y un bombardeo de Estados Unidos. El problema es -y Petras no parece percatarse del asunto- que el pensamiento crítico que no se detiene en las puertas de la credulidad también debe estar al tanto que cada vez que un gobierno habla de “medidas defensivas” no siempre se trata de tales cosas sino del control represivo de la población sometida a la jurisdicción soberana de un cierto Estado; algo de lo cual hay pruebas más que suficientes por lo menos desde el Código de Hammurabí hasta nuestros días. Por otra parte, ese mismo intelectual crítico al que se dirige Petras tendría que intentar sopesar la naturaleza y el grado del “ataque imperial” y saber precisar la relación entre medios y fines, determinando con la mayor precisión posible si esas mentadas “medidas defensivas” tienen que ver o no con los peligros que dicen conjurar. Pero, como ya vamos viendo, la intención de Petras no es la de penetrar en estas sutilezas ni la de invocar una responsabilidad real sino la de censurar a sus pares descarriados y convocar a un gesto de masiva disciplina a favor de sus propias opciones políticas. Y es así que continúa en lo suyo: “El establecimiento de equivalencias morales entre la violencia y la represión de los países imperiales conquistadores y los del Tercer Mundo sometidos a ataques militares y terroristas es el colmo de la doblez y de la hipocresía. Los intelectuales responsables examinan críticamente el contexto político y analizan las relaciones entre el poder imperial y sus funcionarios locales a sueldo -los denominados ‘disidentes’-, en vez de otorgar un fiat moral basado en sus pocas luces y en sus imperativos políticos”. Por cierto que primero habría que ver y demostrar si alguien estableció “equivalencias morales” entre una cosa y la otra, pero eso es algo que a Petras parece preocuparle muy poco. Luego, disipado el temor de las “equivalencias morales”, habría que justificar que los países del llamado Tercer Mundo sí tienen prerrogativas de violencia y represión contra su propia población como estrategia “defensiva”; algo que, mirado con ojo crítico, transforma a Petras en un sorpresivo defensor de la “doctrina de la seguridad nacional”, pues ni más ni menos que eso fue lo que argumentaron las dictaduras de Brasil, Chile, Argentina y compañía frente a una hipotética agresión imperial

producido y se producen por racimos a lo largo de las décadas, pero muy que le pese a las fantasías napoleónicas de Fidel Castro, nada de eso se parece a la guerra real que sí acaban de sufrir en carne propia Afganistán e Irak tal como antes lo experimentara Vietnam. 143 Véase el ya citado artículo de James Petras, “La responsabilidad de los intelectuales: Cuba, los Estados Unidos y los derechos humanos”; publicado en Rebelión del 6 de mayo. Todas las citas subsiguientes pertenecen a dicho trabajo.

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soviética. Los protagonistas han de ser permutados, naturalmente, pero la estructura del razonamiento de Petras no es demasiado diferente a la de Golbery do Couto e Silva; y es, por supuesto, profundamente reaccionaria. Ni qué hablar de las “pocas luces” que atribuye a los demás un Petras atolondrado en su propia crisis de luminosidad. Y a los dobleces e hipocresías es mejor ni siquiera mencionarlos. ¿Será ésta la responsabilidad de los intelectuales? Pero las biliosas descargas de Petras están muy lejos de detenerse y así nos espeta que “intelectuales prestigiosos” (…) “comparan la detención en Cuba de funcionarios pagados por el Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense y la ejecución de tres secuestradores terroristas con los crímenes de guerra del imperialismo estadounidense”. Personalmente, no nos constan tales comparaciones y Petras tampoco las cita textualmente abaratando de tal modo su argumentación con disparates de magnitudes que ya se han vuelto colosales. Además, sorprende la conceptualización de “terroristas” que Petras aplica a tres jóvenes desesperados que intentan fugarse de su país. Por lo visto, si se trata de regímenes políticos con los cuales Petras tenga una simpatía a ciegas, la calificación de “terrorista” se encuentra a disposición en la mesa de saldos y en esos casos ya no se cuenta en lo más mínimo con la capacidad de rebelarse. ¡Menudo e inconciente favor le hace Petras con su errático manejo conceptual a quienes ubican en el mismo casillero categorial a organizaciones como las FARC, a cuyos detenidos -siguiendo esa extraviada línea de razonamientos- Uribe debería pasar inmediatamente por las armas! Y la cantinela prosigue sin que Petras se haya dado espacio para el más exiguo suspiro: “Los practicantes de equivalencias morales aplican un microscopio a Cuba y un telescopio a Estados Unidos, lo cual les presta una cierta aceptabilidad entre los sectores liberales del imperio.” Una vez más, Petras no ejemplifica sus afirmaciones, pero nosotros podemos perfectamente manejar un caso que por sí solo desmiente un juicio tan rotundo y temerario. Entre los firmantes del manifiesto de protesta y condena que tanto ha irritado a Petras se encuentra, junto a muchos otros, Noam Chomsky.144 ¡¿Chomsky le aplica un microscopio a Cuba y un telescopio a Estados Unidos?! ¡Pero si es exactamente al revés! Repase Petras con tres segundos de detenimiento la obra de Chomsky y apreciará sin lugar a la más mínima vacilación que el grueso de la misma está abrumadoramente dedicado a criticar con penetración y fundamentos la política exterior estadounidense. Y si algo debe reprochársele a Chomsky -al menos en tanto anarquista declarado- es exactamente lo contrario: la ligera condescendencia que ha puesto de manifiesto en la mayor parte de las ocasiones respecto a las distintas versiones del autoritarismo “revolucionario” tercermundista.145 Pero, además ¡qué disparate!: ¿Chomsky aceptado por los sectores liberales? Este tipo de aseveraciones vuelve incomprensible el hecho de que algunos lectores apresurados consideren a Petras un crítico bien informado; siendo que, como se ve, ni siquiera está al tanto -o se

144 La declaración, firmada por Chomsky, Howard Zinn, Michael Albert, Naomi Klein y muchos más, puede encontrarse en “Intelectuales critican políticas de Washington y La Habana”, publicado por Rebelión el 1º de mayo inmediatamente anterior al artículo de Petras. 145 Debería ser innecesario aclarar que no estamos criticando la magnífica y documentada acumulación de denuncias contra los Estados Unidos que configura la obra política de Chomsky sino la poco libertaria superficialidad con la cual ha tratado a los movimientos anti-imperialistas; ya estén éstos encabezados por Fidel Castro como por Pol Pot.

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hace el distraído- de que Chomsky es precisamente uno de los blancos preferidos de las diatribas liberales.146 Un disparate detrás del otro y Petras no se arredra para decirnos, acto seguido, que la moralidad es igual a la falta de honradez. ¿Por qué? Pues porque “la moralidad basada en la propaganda es una mezcla mortal –en particular cuando los juicios morales provienen de prestigiosos intelectuales izquierdistas y la propaganda emana de la administración ultraderechista de Bush.” ¡Ya está! ¡Todos los problemas acaban de ser resueltos invocando al responsable de todos los males! Por lo visto, Petras cree a pies juntillas que un grupo de personas, que normalmente se opone en forma terminante a casi todas las decisiones tomadas no por el gobierno de Bush en particular sino por las sucesivas administraciones gubernamentales estadounidenses, ahora acaba de sumirse en un estado de miopía concertada para actuar en el sentido contrario al de su trayectoria regular. Una vez más, tenemos la puesta en escena de “la excepción cubana”, puesto que eso ocurre en el caso de Cuba y sólo en el caso de Cuba. Y, por cierto, los encarcelamientos y las ejecuciones no forman parte del orden material de las cosas sino que se trata de uno más de los mil despliegues propagandísticos de la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA y Wall Street. ¿Pero es que alguien puede tomarse en serio una fundamentación tan ramplona y tan vulgarmente disparatada? Por supuesto que inmediatamente aflorará el infaltable punto fuerte del discurso: la financiación estadounidense a las actividades conspirativas de los opositores cubanos, sean los recientemente encarcelados o cualesquiera otros; una financiación que sin duda existe, que no es de hoy y que tampoco se detendrá. Pero, aun reconociendo la misma, llama la atención que Petras no se pregunte en ningún momento cómo es posible que en Cuba la mera publicación de un periódico independiente o la simple creación de una biblioteca colectiva sean tratadas como delitos de “lesa nación”. En lugar de ello, prefiere continuar con su arremetida e imputarle a los “irresponsables” intelectuales estadounidenses “acusaciones infundadas” y “falsificaciones desprovistas de cualquier contexto especial que hubiera podido servir para clarificar las cuestiones y proporcionar una base razonada a... ‘los imperativos morales’.” Sin preocuparse en absoluto, claro está, por poner aunque más no sea un ejemplo de cuáles son esas acusaciones infundadas y esas falsificaciones que luego él intentará devolver a su estado de verdad virginal. Pero el punto fuerte y real no es sucedido más que por una retahíla de exageraciones y fantasías; todo ello a horcajadas del consabido diseño bélico que ya lleva algunas décadas de retraso en los términos de una conflagración efectiva. Así, nos dice Petras que “el gobierno de Bush ha declarado que el país está en la lista de objetivos militares susceptibles de invasión y de destrucción masiva. Y, por si acaso nuestros intelectuales moralistas no están al corriente, Bush, Rumsfeld y los halcones sionistas de la Administración cumplen lo que dicen. La total falta de seriedad de Chomsky, Zinn, Sontag y los dictados morales de Wallerstein se deben a que no logran reconocer la amenaza inminente de una guerra estadounidense con armas de destrucción masiva, anunciada por adelantado”. Con lo cual, al compás de sus espasmódicas conveniencias, Petras termina invirtiendo los papeles y ocupando ahora el lugar de quienes piensan que cuanto proviene del gobierno de los Estados Unidos -al menos en los términos de las advertencias castrenses- es irrefutablemente cierto. Una vez más, Petras omite cualquier procedimiento demostrativo de sus osados pronósticos y, de nuestra parte, nos atrevemos a 146 Véase, por ejemplo, la página http://www.liberalismo.org/4/ donde Chomsky es ubicado en la “oprobiosa” categoría de “propagandistas anti-liberales” junto a Michael Moore y Rigoberta Menchú.

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manejar la hipótesis de que, en realidad, los Estados Unidos consuman en los hechos -afortunadamente, por cierto- una parte bastante menor de sus beligerantes insinuaciones. Concretamente, en lo que a Cuba respecta, las cuatro décadas largas de reprimendas sin correlato bélico, permiten suponer que no habrá invasiones ni cosas que se le parezcan. En cuanto a Petras y al respecto, lo habrá de despeinar el viento o la historia por venir. Pero, como ese momento todavía no ha llegado, Petras se permite la continuación imperturbable de su “sermón de la montaña”; aunque ahora sea en nombre de la “revolución” y el “socialismo”. Así es que nos dice cosas como la siguiente: “La pena de muerte para los tres terroristas que secuestraron un bote es un duro tratamiento, pero igual de dura era la amenaza que pesó sobre las vidas de cuarenta pasajeros cubanos que afrontaron la muerte a manos de los secuestradores”. ¿Igual de “dura”? Repárese en que Petras -un pensador de lo concreto, de acuerdo a la apresurada preceptiva que ya señaláramos en el caso de Heinz Dieterich- no llega a percibir las diferencias entre una “amenaza” de muerte y una muerte efectiva; no llega a percatarse de las distancias existentes entre tres humildes aspirantes a la fuga y el soliviantado rigor de un aparato de Estado; no llega a captar cuan distinta es una posibilidad de un hecho consumado. Repárese también en que si el Estado en cuestión es del agrado de Petras, entonces quienes se rebelan contra él del modo que sea pasan a ser conservadores, reaccionarios, conspiradores contra el progreso, potenciales aliados de las agencias gubernamentales del enemigo y todo un rosario adicional de descalificaciones sumarias. ¿La “responsabilidad de los intelectuales” consistirá entonces en producir ideas en este mundo simplificado, maniqueo, en blanco y negro; un mundo en el que el pensamiento crítico debe asumir algunas limitaciones “políticamente correctas” y quedar ominosamente reservado a aquellas ocasiones que estén a salvo de las andanadas de anatemas de James Petras? Y, en el remate de sus exabruptos, Petras habrá de intentar una codificación sobre “el papel del intelectual en la actualidad”. La primera frase que llega a articular no podía ser menos feliz: “Muchos críticos de Cuba hablan de ‘principios’ como si fuesen algo único y aplicable a todas las situaciones, con independencia de quién esté implicado y de las consecuencias”. Pero, ¿a alguien que no sea Petras, puede caberle alguna duda que los “principios” -precisamente por serlo- constituyen una forma de orientación genérica; no rígida ni dogmática pero sí acotada a un margen de escasas variaciones? ¿De qué forma criticar a los “principios” si no es desde el paradójico “principio” de no tenerlos? ¿Petras no llega a darse cuenta que él también se maneja según el “principio” de que el gobierno cubano debe ser defendido contra viento y marea? Es decir; de acuerdo a “principios” que se aplicarán según “quién esté implicado”; de modo que aquello que se condena en un caso habrá de silenciarse o celebrarse según la oportuna permutación de los protagonismos. Y, sin embargo, el propio hecho de pensar -pensar, no divagar- tiene sus presupuestos, sus códigos y sus puntos de lanzamiento: no importa que se trate de los intereses de una cierta clase social, la certeza en la construcción del socialismo o una toma de partido cualquiera; así como nosotros lo hacemos desde una crítica radical del poder y una ética de la libertad. Y Petras, por supuesto, tiene los suyos, aunque intente ocultarlos enturbiando los ejes del debate. El problema es que los principios de Petras implican la defensa a ultranza de un sujeto-objeto bien definido en el cual

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depositar todas las confianzas; ese momento del pensamiento para nada sublime en el cual los principios pasan a asumir la forma perversa del fanatismo.147 Petras lo señala inmediatamente y con especial crudeza: “Hay principios más básicos que la libertad para funcionarios cubanos a sueldo del imperio, y son la seguridad nacional y la soberanía popular.” El mismo pensador “coherente” que acaba de despotricar contra los “principios” demora apenas segundos en poner en evidencia los suyos; especialmente aquel principio que los pueblos latinoamericanos que sufrieron crueles dictaduras durante los años 70 y 80 del siglo pasado reconocerán inmediatamente en la forma de la “seguridad nacional”. Pero, además, ¿qué intrincados recorridos sigue el pensamiento de Petras en el momento de oponer la “soberanía popular” a la libertad? ¿acaso nos está diciendo que su concepto de la libertad sólo se aplica en forma increíblemente discriminatoria a los partidarios del gobierno? ¿en qué consiste esa “soberanía popular” a la que no todos tienen la libertad de acceder? Con presteza, Petras disipa nuestras dudas, exponiendo con su habitual “claridad” conceptual las imprescindibles nociones complementarias para entender a sus denostados intelectuales estadounidenses: “Sus conceptos políticos, los criterios que esgrimen para condenar o aprobar cualquier actividad política, no existen en ninguna parte excepto en sus cabezas, en su agradable y progresista entorno universitario, donde disfrutan de todos los privilegios de la libertad capitalista y no corren ninguno de los riesgos contra los que los revolucionarios del Tercer Mundo deben defenderse.” Es decir: el concepto de la libertad no es más que una ocurrencia de Chomsky, Sontag, Wallerstein y compañía que apenas si existe en su extraviada imaginación. ¿Y por qué? Porque ellos disfrutan de todos los privilegios de ¡¡la “libertad capitalista”!!: un régimen de trabajo al que, por supuesto, el propio Petras ha tenido el gusto de acceder pero que, aparentemente, no lo afecta en la misma y triste medida que a los demás. Los privilegios son ciertamente reales, pero el hecho de que Petras los asimile y los ilustre a través de una expresión tan confusa, tan reaccionaria y tan carente de sentido -“libertad capitalista”- lleva nuestra paciencia al colmo de sus limitadas posibilidades. Afortunadamente, no es mucho más lo que Petras habrá de decirnos en su desaforada homilía. Sólo le queda dar una serie de 6 edulcorantes recomendaciones a los intelectuales con los que polemiza: oponerse, en primer lugar, a sus propios dirigentes; clarificar las cuestiones morales implicadas en el enfrentamiento; establecer normas de integridad política y personal; resistir a las tentaciones de convertirse en “héroes morales del imperio”; negarse a ser juez, fiscal y jurado de otros intelectuales progresistas que sí defienden las causas justas; y, finalmente, no confundir “su propia inutilidad política” con la de los comprometidos intelectuales latinoamericanos. Y, ¡claro! aparentemente no deberían confundir tampoco su tranquila cobardía con el coraje de James Petras; un “moralista” que cree no hacer recomendaciones morales y un “principista” que demora en admitir y presentar sus 147 Expliquémonos un poco más respecto a este punto. Lo que estamos queriendo decir es que, desde el punto de vista que hemos adoptado, el pensamiento crítico puede y debe condenar con la misma fiereza tanto el antisemitismo como las sucesivas incursiones del Estado de Israel en Palestina y en Líbano; puede y debe mostrar su preocupación solidaria por las persecuciones en el País Vasco pero no por ello suscribir declaraciones de apoyo a ETA. La forma de operar del fanatismo, mientras tanto, es decididamente contraria en la medida que ubica de una vez y para siempre el sujeto-objeto de sus simpatías, diluyendo así a su mínima expresión todo juicio político fundamentado en valores y en las prácticas correspondientes. Es precisamente esta forma de operar la que distingue a quienes son incapaces de elevar una voz de protesta contra las acciones del gobierno cubano y a justificarlas a todas ellas, en bloque, de una vez y para siempre.

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propios principios. Pero las recomendaciones de Petras terminan siendo, a pesar de su perfil combativo y justiciero no demasiado más que una invocación al alineamiento y a la disciplina; una ofuscada arenga política que nada tiene que ver con el pensamiento crítico y con la irrefrenable libertad que debe distinguirlo. En definitiva, todo esto no es otra cosa que una polémica doméstica entre intelectuales y, más allá de ella, lo que importa sobremanera es la libertad de la gente común y corriente, en Cuba y en cualquier otro lugar, como forma imprescindible de ejercicio de su propia capacidad crítica y de su propia responsabilidad. Curiosamente, son afirmaciones ubicadas en este nivel de abstracción las únicas que pueden adquirir el inequívoco estatuto de su verificación concreta. En sentido contrario, el supuesto rechazo de la abstracción y la supuesta preferencia por la concreción de que pretenden hacer gala teorizantes al garete del estilo de James Petras acaban extraviándose en categorías que se sobreponen y se imponen a la gente misma, sustituyéndola por agregados que sin ella carecen de sustancia y de calor: la nación, el Estado, el Partido, la vanguardia y hasta el destino de la humanidad en su conjunto. Son estas abstracciones, hechas en medio de dolosas invocaciones a la concreción, las que apuntan de hecho a cambiar y desechar valores según cuales sean los protagonismos y sus promesas así como las conveniencias ocasionales de sus expositores: en esos casos, parecen justificarse la concreta conculcación de la libertad, las represiones concretas, las super-explotaciones concretas, las prohibiciones concretas, las cárceles concretas y hasta las concretísimas penas de muerte. En todo caso, y suponiendo que no se tratara más que de un debate intelectual, librado en el grado de abstracción que los distingue, seguimos prefiriendo, antes que las lamentables parrafadas de James Petras, aquellas reflexiones siempre actuales de Albert Camus que bien pueden enrostrarse hoy nuevamente como divisa de una crítica legitimada: “No podemos perdonarnos el ceder hoy, en previsión de posibles debilidades, a la única debilidad imposible a intelectuales responsables: el no luchar sin reservas contra el abuso de las palabras y el poder”148 6.- Una orientación revolucionaria Tal como hemos intentado fundamentarlo, parece obvio que las operaciones de la contra-crítica no salen bien paradas de estas escaramuzas y que ni el anti-imperialismo sobreviviente ni los logros que pueda haber acumulado la conducción política cubana ni una promesa “socialista” cada vez más borrosa alcanzan ya para acallar una crítica que tiene frente a sí un dilatado territorio de actuación. Sin embargo, todo esto no puede quedar limitado a una esgrima retórica sin consecuencias sino que reclama ser trasladado al orden material de las cosas; allí donde las razones se transforman en un proyecto militante, dentro y fuera de Cuba según lo que corresponda a cada caso particular. En tal sentido, y para disipar a punto de partida cualquier duda malintencionada de las que nunca faltan, habrá que decir con la mayor energía que no se trata de retroceder a una hipotética situación cuasi batistiana sino de avanzar; no se trata de despilfarrar las legítimas preocupaciones y los logros de la revolución original 148 Albert Camus en respuesta a Domenach aparecida en Temoins durante 1955 y reproducida en el prólogo de Luis Di Filippo a Ni víctimas ni verdugos, pág. 22; Editorial Reconstruir, Buenos Aires, 1976.

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sino de profundizarlos: se trata, por lo tanto y en lo inmediato, ya no de confirmar sino de volver real la autodeterminación del pueblo cubano; de proceder a una mayor y más justa distribución de la riqueza; de atender más intensamente todavía las necesidades de alimentación, de trabajo, de salud, de vivienda, de educación; de acentuar la participación autogestionaria de la gente en sus propios asuntos;149 y, por sobre todas las cosas, de abrir -sin complejos ni coartadas, sin mediatizaciones ni prórrogas indefinidas, sin excusas ni justificaciones- el ancho cauce de la libertad; aunque para esto último fuera necesario ahora apelar absurdamente al recuerdo de que fue bajo su invocación que se produjo aquel añejo levantamiento anti-batistiano. Frente a estos dilemas, la falacia que los contra-críticos no han conseguido desmontar ni poner fuera de servicio consiste en haber asimilado sin mayores miramientos la revolución cubana con quienes se asignaron el papel de conducción política vitalicia, siendo que ésta no es realmente el motor de aquélla sino su límite infranqueable, su obstáculo sin solución y su interminable agonía. Será transitando por el estrecho sendero de tales retruécanos teóricos que Luis Toledo Sande se permitirá ubicar del lado contrario al de las orientaciones revolucionarias a todos aquellos que recientemente han adoptado posturas concienzudamente críticas:

...tal actitud podría parar, sobre todo, en renunciar al camino de firme lealtad que demandan las venas abiertas de la América Latina y de otros pueblos del mundo. Sería ingrato esperar algo así de Galeano, y de algún otro amigo de la Revolución Cubana a quien la irritación o el exabrupto, acaso tanto como la complacencia con el criterio propio, hayan llevado incluso más lejos.150

En efecto, en esta línea de razonamientos la “firme lealtad” con la revolución, con “las venas abiertas de América Latina”, no puede ser concebida más que como lealtad con el gobierno cubano y cualesquiera decisiones haya tomado o esté por tomar. Contraponiendo esa lealtad, obsesivamente además, con el tan denostado “criterio propio”; esa especie de privilegio “pequeño-burgués” al que los “buenos” revolucionarios deberían renunciar, por cuanto la “conciencia” que se espera de ellos está por encima y por fuera de los ejercicios individuales de reflexión y no puede aceptarse más que como un fenómeno político corporativo que se impondría a las personas casi sin que éstas se percataran de ello. Lealtad y no crítica, obediencia y no conciencia: la única forma posible de mantenerse en el campo de la revolución consiste, según las voces de mando de la ortodoxia, en aceptar que la posición legítima excluyente es aquella que se corresponde con las directivas del Partido Comunista cubano y de su totémico liderazgo. Sin embargo ya sabemos que no; algunos desde hace mucho tiempo y otros en este nuevo cuadro de situación que ahora acaba de dibujarse. De tal modo, sólo la crítica puede reclamar para sí un objetivo revolucionario y recrear una perspectiva que lo secunde en forma indisoluble sin ceder a ninguna clase de

149 Desde un punto de vista libertario, esta condición no sólo es indistinguible de la “autodeterminación de los pueblos” sino que constituye su esencia misma. No obstante, la mención a ésta la hemos tomado como una suerte de peaje obligatorio a efectos de disipar esas dudas tontas que normalmente sitúan ciertas alternativas como “al servicio de la derecha”, “aliadas objetivas del imperialismo” y sandeces del mismo estilo. 150 Luis Toledo Sande en “Con las venas abiertas”, publicado en La Jiribilla y reproducido en Rebelión del 25 de abril.

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chantajes y sin deslizarnos silenciosamente en esa modalidad espuria de la actividad racional que tan certeramente Czeslaw Milosz denominó “pensamiento cautivo”. Sólo un pensamiento cautivo puede incurrir en afirmaciones tan desnorteadas como las de Fernando Silva al separar la justicia de la libertad en su intento por refutar a Galeano. Es el pensamiento crítico, mientras tanto, el que debe recordarle a Silva y a cualquier otro que, históricamente, esas posiciones han sido profundamente conservadoras, retrógradas y hasta troglodíticas. Tomemos, a título de comparación, la siguiente frase de Othmar Spann: “El principio básico de una comunidad universalista es la justicia en lugar de la libertad”;151 un pensamiento éste que fácilmente puede encontrar, más de un siglo antes, similitudes y parentescos con Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Edmund Burke y cuanto reaccionario europeo supo levantarse airado contra los supuestos de la revolución francesa de 1789. Lo que se impone, entonces, es comenzar por los imprescindibles puntos de sutura para soldar nuevamente los principios de justicia y libertad; o, más aún, para devolverle al problema de la libertad el papel estelar que le corresponde, que le compete y que ningún otro principio le puede arrebatar. La crítica es, pues, una crítica de “izquierda” y una crítica revolucionaria, mal que les pese a quienes, como es el caso de Ángel Guerra Cabrera, siguen perpetrando este tipo de desatinos:

la izquierda "políticamente correcta" que aboga por el cambio para que todo siga igual y que simpatiza con los movimientos sociales mientras no rompan con las reglas de la dominación.152

Por lo visto, para Angel Guerra, las críticas a la conducción política cubana sólo pueden provenir de quienes no quieren romper con las reglas de la dominación. Y, por extensión lógica, todos aquellos que, de un modo o de otro, puedan demostrar realmente que están frontalmente enfrentados a tales reglas no pueden menos que ser leales seguidores de las orientaciones diseñadas en La Habana por Fidel Castro y su Estado Mayor. Pero Guerra no se percata que hay entre los críticos quienes no sólo quieren romper con las reglas de la dominación sino con la dominación a secas; en sus respectivos países y también en Cuba. ¿O acaso pretende que en Cuba no hay reglas de dominación o tan siquiera dominación? ¿Hasta cuando será posible perpetuar estos extravíos del pensamiento que ni siquiera son capaces de dar cuenta de la realidad inmediata y circundante? La “derecha” sí puede complacerse y servirse de las interminables privaciones del pueblo cubano pero su gobierno debería entender de una vez por todas que ése no es el caso de quienes observamos esa trama de dominación desde una óptica revolucionaria y libertaria; incluso si pensamos que esas mismas privaciones y debilidades no pueden funcionar como un salvoconducto sine die para su conducción política. Es cierto que al gobierno cubano le asiste plena razón cuando sostiene que los organismos internacionales aplican una política de doble rasero y

151 Othmar Spann en Der wahre Staat (El verdadero Estado); citado en Harry Barnes y Howard Becker, Historia del pensamiento social, Tomo II, pág. 111; Fondo de Cultura Económica, México, 1984. Debe añadirse, además, que Othmar Spann establece sus propias familiaridades con pensadores como Martin Heidegger, Carl Schmitt, Oswald Spengler y Ernst Jünger en Alemania o Alain de Benoist en Francia. Todos ellos y muchos más han sido agrupados recientemente dentro de la corriente conocida, paradójicamente, como Revolución Conservadora; cosas de las cuales, casi seguramente, Fernando Silva no debe tener la menor idea. 152 Angel Guerra Cabrera en “¿Qué pasa en Cuba?”; publicado en La Jornada y reproducido en Rebelión del 11 de abril de 2003.

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se niegan a analizar las violaciones a los “derechos humanos” en países más gratos a la estructura de poder mundial o los innegables crímenes de guerra cometidos por los Estados Unidos aquí y allá. Pero, para decirlo una vez más, el liderazgo cubano debería recordar que el tema de las libertades es también una preocupación de la “izquierda” a nivel mundial y que no es precisamente a los sectores revolucionarios y resistentes a quienes se puede acusar de doble moral o indignaciones hemipléjicas; debería recordar que no puede extenderse a sí mismo reiteradas y penosas indulgencias, considerándose exonerado de rendir cuentas en ese plano en el que, tal como se ha repetido hasta la saciedad, los errores y horrores del adversario jamás podrán justificar los propios. Porque, en definitiva, si algo ha quedado sobradamente claro es que, pese a su inconcebible y perenne obstinación, la dirigencia cubana ya no representa, ni por asomo, la opción excluyente de las corrientes revolucionarias ni el faro en la tormenta que alguna vez creyó ser. Uno de los grandes méritos ideológicos cubanos quizás consista en haber mantenido una presentación mística que todavía lleva a algunos sectores a hablar de revolución cuando en realidad nos encontramos frente a la institucionalización absolutamente evidente de una cierta trama de poder que ha sobrevivido airosamente a todas las “rectificaciones” internas que se le ocurrió propiciar. Tanto eso es así que, para decirlo enigmáticamente, la revolución cubana es -observando a su gobierno- un tema del pasado, pero también, sin lugar a dudas -ahora observando a su pueblo-, un tema del futuro. Casi podría aseverarse, nada menos que con José Martí y haciendo a un lado nuestras propias salvedades ideológicas, que “una revolución es necesaria todavía: la que no haga presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones". Ya no el gobierno cubano sino los cubanos todos pueden estar plenamente confiados y seguros que, de repetirse el insoportable proceso de amenazas primero y agresiones materiales después que recientemente se abatió sobre Irak como antes sobre Afganistán, habrán de contar con una solidaridad tanto o más vasta que la recibida por esos países.153 Pero el gobierno cubano en particular también debe saber que no hay lugar a confusiones: oponerse enérgicamente, por proyección revolucionaria, por opción política y hasta por elementales razones humanitarias al avasallamiento despótico del gobierno de los Estados Unidos no significará extender -como no lo significó respecto a Afganistán y a Irak- un cheque en blanco contra la libertad. Retomemos una vez más la elocuencia pueril y a la deriva de Heinz Dieterich Steffan; uno de los contra-críticos más tenaces y recurrentes:

El futuro de Cuba no está en la podrida institucionalidad de la civilización burguesa, ni en el control de sus corruptas élites. Su futuro está en la apertura hacia la democracia participativa postcapitalista y de ésta no hablan Galeano y Saramago.154

En esta ocasión, y quizás por única vez, estamos a unas pocas palabras de distancia de Heinz Dieterich. No sabemos ni nos interesa demasiado saber qué es lo que piensan Galeano y Saramago de la democracia participativa postcapitalista 153 Es claro que esta afirmación cumple nada más que un papel tranquilizador. De nuestra parte, insistimos en que una cosa es el apoyo en dinero y equipos que puedan recibir las corrientes opositoras afines al gobierno estadounidense y otra bien distinta la agresión militar directa; la que, desde nuestra lógica de razonamiento, es una eventualidad altamente improbable. 154 Heinz Dieterich Steffan en su texto “Saramago, Galeano y Fidel Castro”; publicado en Rebelión y citado en su oportunidad.

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y, por lo tanto, no tenemos demasiados empachos en compartir ese punto de vista según el cual no se habrían esforzado demasiado por hablar de ella. Pero ése no es el tema, puesto que ni uno ni otro inciden más que cualquiera en los avances, en los estancamientos o en los retrocesos producidos en torno a ese objetivo. En torno a ello, el gran problema es lo que embrollada y ladinamente dice Fidel Castro sobre el tema y, fundamentalmente, lo que hace; el gran problema es que por ese camino el futuro de Cuba jamás verá florecer esa democracia participativa postcapitalista o como quiera que se llame ese régimen político capaz de contraponerse al poder ejercido por unos individuos sobre otros: y de esto quien no habla una sola palabra es el propio Heinz Dieterich Steffan. Como también podrían compartirse, casi textualmente y con las salvedades del caso, estas otras invocaciones:

Pero hay algo más profundo aún, que nos preocupa más allá del simple debate. El derecho soberano de los pueblos, de un pueblo pequeño, pobre, bloqueado, decidido a defender su soberanía. El derecho soberano de este pueblo a decidir su destino, su modo de vida, su sistema de distribución de la riqueza. Eso es lo que está en juego desde hace 44 años en Cuba.155

O estas otras, más rebuscadas, equívocas y anfractuosas, de Julio César Guanche:

El autor de Margarita, está linda la mar (Sergio Ramírez, exvicepresidente sandinista de Nicaragua) debe saber que es falsa la alternativa entre aceptar en bloque todo el actuar de la Revolución o negarle la solidaridad en estas circunstancias.156

Pero, nos preguntamos nosotros -habiéndonos explicado ya sobre el impropio uso del concepto de “revolución” a configuraciones como la cubana- ¿Julio César Guanche no debería saber también que es completamente falsa esa asociación espuria, mezquina y de pretensión totalizante que supone que es lo mismo realizar una vivisección crítica en profundidad que tolerar, auspiciar o silenciar las acometidas de la diplomacia norteamericana? Para decirlo en pocas palabras y por última vez: la contra-crítica ha quedado sin asunto toda vez que se trata de polemizar con una orientación revolucionaria. Muy a pesar de las pretensiones de la conducción política cubana y de su insistente machacar en sentido contrario, los alientos revolucionarios más genuinos ya no residen en sus tiendas sino bien lejos de las mismas. Ahora se trata, una vez más y como siempre, de restablecer esa relación impostergable de la justicia y la libertad; una relación extraviada entre ominosas enajenaciones teóricas y reprobables des-memorias que acaban volviendo irreconocibles a la una y a la otra. Es absurdo interpretar que tal aleación pueda estar al servicio de la “derecha” y el “imperialismo” cuando la “izquierda” misma se encarga hoy de sostener lo contrario en cualquier otro lugar del mundo. Siendo así: en Cuba, una orientación revolucionaria real no puede menos que partir del cuestionamiento a fondo y sin cortapisas de un régimen político basado en el caudillismo, el militarismo y el 155 En “No ayuden a arrojar más piedras”; carta de una declaración de profesionales extranjeros residentes en Cuba publicada el 1º de mayo en Rodelú en Suecia. 156 En “¿Por qué callar?”; Julio César Guanche, publicado en Cubaliteraria y reproducido en Rebelión del 1º de mayo.

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monopolio partidario así como en la concentración inapelable de todos los mecanismos de expresión y decisión, de represión y coacción. Ya no es posible liquidar cuentas con los cargos de conciencia apelando a la imagen bíblica de un David cubano en lucha a muerte, feroz y maniquea con el Goliath estadounidense; puesto que, si de cubanos se trata, los papeles ya no son los mismos y los oprimidos y agredidos del escenario internacional pasan a ser los opresores y agresores del reducido y acotado escenario isleño. En ese trazado doméstico, hay muchas más cosas en las qué pensar y sólo una acendrada vocación por el ridículo puede mantener indefinidamente la omisión indisculpable respecto al pueblo cubano mismo: a sus trabajadores, a sus mujeres, a sus jóvenes, a sus negros y a todos aquellos que han sido condenados de por vida a conformarse con papeles sin relieve y a secundar, sin miramientos ni remilgos, los designios de su inexorable pastor. Una vez más -como antes, como siempre- una orientación revolucionaria sólo puede partir no de las declaraciones rimbombantes que se elaboran en los círculos cubanos de poder sino de las condiciones reales de vida de la gente misma; de sus necesidades insatisfechas y de sus deseos por satisfacer, de sus frustraciones, de sus sueños y de sus peleas por venir. A nuestro entender, el gobierno cubano seguramente seguirá ganando ante una opinión de “izquierda” sus polémicas con las sucesivas administraciones estadounidenses; tal como lo ha hecho desde tiempos inmemoriales hasta la fecha. Pero no sólo se trata de reconocer lo obvio y acompañar con este asentimiento nuestra militancia de todos los años, todos los meses, todas las semanas y todos los días, sino de proclamar bien alto también que el gobierno cubano está perdiendo sistemáticamente y desde hace rato largo sus polémicas con la utopía. Se trata, por lo tanto, de elaborar, en todas sus dimensiones concebibles, un nuevo modelo revolucionario, sustancial y conceptualmente distinto de aquel que fuera hegemónico durante los años 60; y en ese terreno -guste o no y por muy fuerte que sea la sensación de pérdida y de abandono- la experiencia cubana, el proceso cubano, ya no pueden, al menos mientras perdure la hegemonía de su conducción política, continuar siendo el faro irradiador de recomendaciones, de esperanzas y de caminos a seguir. Una vez más deberemos declararnos huérfanos, sin religión, sin patria y sin partido, sin conductores expertos o derroteros infalibles; porque una vez más lo tenemos todo o casi todo por inventar.

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ANEXO LA “LEYENDA NEGRA” DE LOS ANARQUISTAS CUBANOS: UN ATAQUE MÁS Y VAN..... 1.- Es probable que no haya demasiadas ni demasiado razonables dudas en cuanto a que la trayectoria del movimiento anarquista cubano, por lo menos desde los años 50 del siglo pasado hasta nuestros días, se ha transformado en una de las mayores intrigas y controversias en la historiografía de la isla caribeña. Los círculos oficiales y oficialistas -con su infaltable periferia cortesana- han construído sobre el punto una “leyenda negra” poco creíble y sin correspondencia alguna con lo que se conoce del movimiento anarquista internacional de aquí, de allá y de acullá. Esa “leyenda negra” no sabe de desmayos y nace prácticamente con la revolución misma; momento en el que se genera, bajo los auspicios de la corriente hegemónica, una tradición según la cual los anarquistas cubanos serían una, o más de una, de tres, y sólo tres, cosas posibles: en primer lugar, criaturas altamente sugestionables y sin ideas propias que sucumbieron ideológicamente bajo los irresistibles encantos del “pensamiento único” isleño en formación; y/o, en segundo término, los últimos ejemplares de una especie en extinción, ausentes, desconocidos, irrelevantes y quizás inexistentes; y/o, por último, sujetos decididamente ubicados en el campo de la “contra-revolución” y que, en tanto tales, fueron barridos por la historia subsiguiente. Cada una de esas “exploraciones” conduce a una misma e inevitable conclusión: en el proceso cubano de cambios no se habría presentado en ningún momento una corriente definida de pensamiento y acción que interpretara y expresara a su modo un recorrido revolucionario, socialista y libertario y que representara, aunque en forma modesta y minoritaria, una alternativa reconocible, admitida y respetada como tal; esa corriente no habría sido necesaria ni pertinente en los mitificados tiempos fundacionales y, por extensión mecánica, tampoco lo sería ahora, medio siglo después. Así, la “leyenda negra” acaba siendo perfectamente funcional al discurso del poder político centralizado y de su partido único, monopólico y excluyente. La “leyenda negra”, por tanto, no es más que una creación ficcional, a tientas y a locas, que purga la historia real de sus complejidades, sinuosidades y variantes posibles; que acompaña y justifica -entre los fulgores rutilantes de operaciones supuestamente intelectuales- lo que no es más que una intervención quirúrgica de extirpación: la represión y la supresión de lo incontrolable, lo incomprensible, lo molesto y lo distinto. Esa “leyenda negra” tuvo su momento de mayor gloria y su máxima fuerza de irradiación hacia fines de 1961. En esa fecha, Manuel Gaona Sousa, miembro del secretariado de relaciones de la Asociación Libertaria de Cuba, redacta y firma -junto con cinco anarquistas reconocidos y otras 16 personas que ninguna vinculación tenían con dicha organización- un documento llamado “Una aclaración y una declaración de los libertarios cubanos”. Allí, Gaona intenta, contra toda lógica y con un sentido excepcional del humor negro, asimilar las orientaciones del gobierno cubano y las centenarias posiciones anarquistas; sentenciando, por añadidura, que aquellos libertarios que no lo secundaran no eran más que “agentes del imperialismo”.157 Sea como sea, lo cierto es que, por la propia posición de Gaona en

157 Sobre la declaración de Gaona debe consultarse imperativamente el libro de Frank Fernández: El anarquismo en Cuba; Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, 2000.

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la Asociación Libertaria de Cuba, su declaración tiene una amplísima difusión internacional y provoca un zafarrancho ideológico-político de considerables proporciones que se extiende durante casi toda la década de los 60. Nadie creyó, por cierto, que Fidel Castro pudiera ser algo así como el eximio auriga del carro de la anarquía; pero sí se supuso, por parte de no pocas agrupaciones anarquistas, que aquel proceso de cambios todavía incipiente podía acunar perspectivas libertarias no entre los libertarios mismos sino casualmente entre quienes no se reconocían como tales. Los anarquistas cubanos -es decir; no Gaona sino los anarquistas de tomo y lomo- vivieron a partir de allí años extremadamente duros: perseguidos internamente por su indocilidad y su independencia de criterios, se encontraron con la desagradable sorpresa de que, en el ancho mundo, un sector importante del movimiento al que pertenecían les daba la espalda; y, aunque no todos los trataran como “agentes del imperialismo”, lo menos que se suponía de ellos era que se habían vuelto incapaces de apreciar las posibilidades emancipatorias e incluso libertarias que se abrían en la Cuba de los años 60 y, por lo tanto, perdido también la brújula de la revolución. Muchos de ellos marcharon hacia el exilio, algunos fueron eliminados sumariamente y otros tantos vieron pudrir sus huesos entre rejas al compás de una extendida indiferencia. Quienes obligados por las circunstancias constituyeron, en el mismo año de 1961 y en la ciudad de Nueva York, el Movimiento Libertario Cubano en el Exilio (MLCE; hoy simplemente MLC) se volvieron desde entonces los destinatarios casi exclusivos de la “leyenda negra”. Una “leyenda negra” extremadamente persistente; que se tornó maltrecha, desvencijada e insostenible con el correr del tiempo, pero que, aun así, no deja de producir exabruptos cada vez más pobres y que apenas ayer acaba de obsequiarnos con un ínfimo y supernumerario libelo: “¿Libertarios en Cuba? Las páginas web sobre Cuba no dejan de deparar sorpresas” de J. Vallés.158 2.- No parece que el MLC y el obsesionadamente aludido Frank Fernández se tomen la molestia de responder a las destempladas municiones de Vallés; y, en efecto, parece prudente y razonable de su parte no distraer en tan poca cosa sus reflexiones colectivas e individuales, respectivamente. Sin embargo, nuestro tiempo personal se regula según un plan diferente y sí nos permitiremos ocupar breve y circunstancialmente el lugar vacante. Hay que decir, entonces, a punto de partida y deteniéndonos de momento en cuestiones exclusivamente metodológicas, que Vallés es un maestro en el arte del birlibirloque y un verdadero prodigio literario. Por lo pronto, es necesario reparar en su capacidad de seducción puesta de manifiesto a través de un título en el que se realiza una pregunta que no da demasiado lugar a dobles interpretaciones y en cuya respuesta será él mismo quien muestre luego el más completo desinterés, pues sobre el enigma inicial no hay ni tan siquiera el más mínimo asomo de conclusión, replanteo o puesta a punto. Pero, para ello, lejos está Vallés de cometer la torpeza de reconocerlo sino que luego no hará otra cosa que explayarse como al descuido a partir de una triple sinécdoque expositiva, tomando sucesivas partes en lugar del 158 El “trabajo” de J. Vallés fue publicado el 15 de marzo en el blog Perspectivas en movimiento (perspectivas.wordpress.com/tag/cuba/) y, simultáneamente, en La Haine (www.lahaine.org) y en Rebelión (www.rebelion.org).

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todo que las precede: el total de los libertarios en Cuba y fuera de ella será sustituido por el MLC, el MLC por Frank Fernández y Frank Fernández casi enteramente por una entrevista del año 2004 originalmente publicada en el periódico de la CNT española. Y, para rematar su inventiva y su genialidad, Vallés nos demuestra larga y rotundamente que también es capaz de disponer citas reales de dicho reportaje haciéndoles decir aproximadamente lo contrario de lo que originalmente decían. Vallés no demostrará absolutamente nada pero su vocación calumniadora tiene un despliegue -lo reconocemos sin pudores- ¡sencillamente magistral! Vale la pena, por lo tanto, seguir detenidamente el mismo y poner en evidencia los escamoteos y sustracciones que tan hábilmente practica Vallés. Digamos antes que Vallés es, además de magistral, una persona honesta. Seguramente por eso es que nos anuncia sinceramente que “con tiempo y con ganas se podría debatir de ideología y de las cuestiones que plantean”. O sea: Vallés no nos engaña y nos advierte que no tiene ni tiempo ni ganas de debatir los temas más importantes sino apenas poner sobre el tapete no sus propias carencias sino la falta de “honestidad intelectual” de los demás y muy especialmente de Frank Fernández, constituido como el blanco preferido de sus descargas. Para nosotros, es de lamentar que Vallés sea tan ahorrativo con su talento y no nos dé tan maravillosa oportunidad, aunque no por ello dejaremos de perseverar en nuestro asunto confiando en que un futuro difícilmente precisable nos habrá de deparar la suerte de una discusión de la que ahora no podremos disfrutar. 3.- Vallés comienza diciendo -y para ello parece manejarse con los contenidos de la página web del Movimiento Libertario Cubano- que “supuestamente” existiría un movimiento anarquista en Cuba y que éste estaría “agrupado en el denominado MLC”. Pues bien; de guiarnos por las apariencias, Vallés es muy probablemente una persona extraordinariamente ocupada que no le dedica demasiado tiempo a la lectura y no se ha enterado que el MLC no se ubica “en” Cuba sino expresamente “fuera” de la isla. Así, en el apartado “Quiénes somos” de su página web159, el MLC se reconoce como “una red de colectivos e individuos con secciones en diferentes ciudades del mundo, que intenta una coordinación más efectiva entre las distintas corrientes que hoy conforman el anarquismo cubano”; es decir, salvo mejor opinión, no el anarquismo dentro de Cuba sino el anarquismo de los cubanos. Aclarando además que ello se hace de tal modo sin pretender “acaparar o adjudicarse la representación” respectiva. Por añadidura, y por si existiera alguna duda, en las conclusiones de la “Declaración de principios” se insiste: “estimamos necesario cerrar filas contra el despotismo totalitario que padece Cuba, tanto con los compañeros en la isla como con los anarquistas en el resto del mundo”. Por lo tanto, no se entiende muy bien por qué extraña confusión el MLC se sentiría obligado a manifestar su solidaridad con los compañeros que residen en Cuba si dicho agrupamiento intentara presentarse como actuante, estrictamente hablando, en el territorio de ese Estado. Así, Vallés pone en marcha su primera sinécdoque sin

159 A cualquier investigador se le ocurriría consultar a y citar directamente desde las fuentes; un criterio prácticamente universal que, obviamente, no parece aplicable a las repetidas inspiraciones de Vallés. No obstante esa demostración de genial intuición, recomendamos a todo interesado más o menos serio recurrir a la página web del Movimiento Libertario Cubano: www.movimientolibertariocubano.org.

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aclararnos nada al respecto y sin que medie ni tan siquiera una fugaz justificación de sus operaciones intelectuales. Y luego de su primera constatación fallida, Vallés continúa en la casi pornográfica exhibición de su ignorancia. Así, nos dice que las consideraciones del MLC “sobre el régimen socialista actual no difieren ni una coma de los manifiestos de la extrema derecha de Miami” y también que sus materiales “adornan su discurso con soflamas incendiarias propias de la literatura anarquista”. ¿Cómo es posible que ocurra tal cosa? ¿acaso la extrema derecha cubana también se inspira en la literatura anarquista -incluídos puntos y comas- sin que nadie en el mundo se haya enterado? Por lo visto, la agudeza y la profundidad analíticas de Vallés son tan portentosas que él y sólo él se ha percatado de las similitudes existentes entre dos cuerpos de doctrina y entre dos prácticas tan diferentes. El hecho de que Vallés no presente el más mínimo ejemplo en apoyo de su afirmación parece ser un detalle sin importancia pues lo suyo es todo seducción; y, naturalmente, confianza en la credulidad de sus lectores. Además, aportar ejemplos, desmenuzarlos y fundamentar su pertinencia como tales sería incursionar en una farragosa discusión teórico-ideológica para la que Vallés nos dice que no tiene tiempo ni ganas. ¡Qué fácil es conquistar diez minutos de fama! 4.- Pero, según se nos ocurre, Vallés tampoco tiene tiempo y ganas para dedicarse con demasiada intensidad al MLC y, con sus botas de siete leguas, pasa rápidamente, en una nueva sinécdoque expositiva, a lo que sería su objetivo predilecto -Frank Fernández- no sin antes agregar a ritmo de vértigo algunos errores más a las cuentas de su rosario. En primer lugar, Vallés nos informa -en una de sus tantas ostentaciones de ese alquímico talento periodístico capaz de transformar lo falso en “verdadero”-, que en 1982 el MLC salió, a través de su órgano de prensa, “en defensa de la dictadura militar argentina durante la guerra de las Malvinas”. Pues bien: no fue así. Lo cierto es que, en coincidencia con el conflicto entre Argentina e Inglaterra, un número de “Guángara Libertaria” da cabida a un “Dossier Malvinas”. En dicho dossier, uno de los artículos se deja llevar por ese anti-imperialismo vulgar y recurrente tan caro a buena parte de la izquierda latinoamericana y toma posición a favor no de la dictadura militar argentina en tanto tal sino de los derechos del Estado argentino a recuperar un territorio que históricamente le había pertenecido; algo que analíticamente debe ser distinguido del régimen político circunstancial. Huelga decir, de nuestra parte, que se trató de un gazapo que no compartimos y que tampoco es rescatado por el MLC en su forma actual; pero lo más interesante -algo que Vallés se guarda muy bien de mencionar- es que aquella posición fallida fue similar a la que entonces sostuviera el mismísimo y “revolucionario” gobierno cubano junto a la mayor parte de la izquierda latinoamericana. Y también es interesante recordar que el mencionado dossier contiene igualmente otros dos artículos que se oponen rotundamente a aquella desgraciada aventura militar condenada desde sus distractivos inicios al más estruendoso fracaso. En segundo término, Vallés nos habla de una invitación al MLC a concurrir a una reunión realizada en Madrid, en octubre del 2005, convocada por el Movimiento Cubano Unidad Democrática. Fue así que, azuzados por la curiosidad, consultamos la página web de dicho movimiento y lo único que pudimos encontrar fue una serie

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de fotos que documentan gráficamente la gira que realizara en esas fechas quien al parecer es su principal dirigente.160 Nada se dice allí de que el fantasmal evento se hubiera realizado y nada se encuentra en esa página que permita tan siquiera suponer que los anarquistas cubanos de que estamos hablando asomaran sus narices por el lugar. Hay sí -entre varias decenas de invitaciones- una que menciona a un Movimiento Libertario Cubano; pero lo seguro es que no se trata de este MLC que ahora nos ocupa sino del Cuban Libertarian Movement161; dos agrupamientos distintos y que no mantienen precisamente una relación de amistad.162 ¿Cuáles son, entonces, los misteriosos procedimientos cognitivos que le permiten a Vallés acceder a certezas inequívocas que le están vedadas al resto de la humanidad? Pero Vallés es una persona honesta y confiamos en que seguramente habrá de demostrarnos en el futuro que no padeció de error alguno ni de ligereza en la información; que tampoco se confundió con el Cuban Libertarian Movement -que, como fácilmente se puede constatar, nada tiene que ver con el MLC original ni con el anarquismo ni con nada que se le parezca- o que la tarjeta de invitación mencionada llegó equivocadamente a su casilla postal. Por último, Vallés sostiene también que el contacto del MLC está en Miami y que Frank Fernández -designado por él como “el Pope”, en algo que quizás quiso ser un rapto de ironía- es el administrador de su página web. Nada de ello es pecaminoso, por cierto; pero ¿de dónde extrajo Vallés estas “informaciones” asincrónicas y extemporáneas si es que no definitivamente falsas? ¿cuáles fueron sus erráticas búsquedas por el espacio virtual? ¿en qué caminos racionales o empíricos se orientaron sus pasos? ¿qué puede decirnos en apoyo de sus intrépidas afirmaciones que se aproxime a lo que habitualmente se considera como una demostración? No hay duda que Vallés no habrá de inspirar ningún personaje de los epígonos modernos de Edgar Allan Poe o Conan Doyle pero al menos no deja de ser un alivio saber que tampoco revista en ningún servicio de inteligencia que pueda preciarse de tal. Redondeamos con esto el conocimiento personal que hemos obtenido de él a través de su escueta comunicación “revolucionaria” sabiendo, entonces, que es un maestro en el arte del birlibirloque, un prodigio literario, una persona honesta, un sujeto magistral, un seductor de la palabra, un no-policía y, por último, también alguien especialmente dotado para las (malas) obras de ficción. 5.- Y, puesto que Frank Fernández es “el Pope” y todo él se exhibe cristalinamente en cada una de sus apariciones públicas, Vallés completará tanto su última sinécdoque como su temeraria y esforzada investigación sobre el anarquismo cubano con el único auxilio expreso del reportaje ya mencionado. Tampoco en esto se tomará demasiado trabajo y le bastarán cinco frases extraídas sin ton ni son para sacar las siguientes conclusiones sobre Frank Fernández:

160 Estas afirmaciones pueden ser exhaustivamente contrastadas en la página web del mencionado Movimiento: http://www.cubamcud.org/. 161 Los más desconfiados deberán verificar la existencia del mismo en su web oficial, la que radica en la siguiente dirección: http://www.libertario.uni.cc/. 162 Cf. ahora en la web del MLC primigenio y anarquista el documento “A propósito de una usurpación. Carta abierta al Movimiento Libertariano Cubano”.

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1) “No demuestra tener mucho conocimiento, ni mucho respeto, de qué ni cómo piensan los cubanos de Cuba”, extrapolando “su visión divertida y violenta del exilio cubano de Miami, para descalificar a quienes residen en la isla”;

2) “Pese a denominarse anarquista, no cree en las revoluciones y manipula la

historia a su antojo”;

3) “Valora positivamente la transición española, pasando por alto que no fue más que la adaptación de una monarquía heredera del franquismo”;

4) “Razones de peso le llevan a elegir capitalismo frente a socialismo” y,

además, se muestra partidario ‘de la semidemocracia, de la seudolibertad de los dos partidos políticos, porque da cierto espacio político para poder destruirlo o cambiarlo y el otro no’”;

5) Reconoce encontrarse en el “sectarismo”, aunque con ganas de huir del

mismo y quizás -ahora entre prudentes y vallesianos signos de interrogación- con la expectativa de hacerlo junto a sus “compadres de Miami”; tomados aquí seguramente como metáfora de las posiciones de extrema derecha. El mago extrajo así los conejos de su galera y en su cinematografía de final

abierto deja todas las conclusiones en manos del lector, el que ahora podrá recordar la pregunta inicial y responderse que no hay “verdaderos” anarquistas cubanos; ni en Cuba ni fuera de ella. Afortunadamente, y como persona honesta que es, Vallés coloca en su inigualable e imaginativo libelo un link con el reportaje163 y todo interesado habrá podido consultarlo -así lo esperamos- en la exacta medida de su interés. 6.- Quien lo haya consultado seguramente se percató que las conclusiones a extraer son bien diferentes e incluso opuestas a las chabacanerías fáciles y descalificadoras de Vallés. De nuestra parte, estamos persuadidos que el reportaje de marras permite articular por lo menos las siguientes réplicas:

1) Sólo la imaginación de Vallés puede permitirse presuponer una visión “divertida y violenta” del pueblo cubano; y la imagen que usa Frank Fernández ni está directamente referida al exilio ni pretende descalificar a quienes residen en la isla. Antes bien -siempre y cuando Vallés nos permita una interpretación- lo que Frank Fernández transmite a su modo es el cariño que le merecen algunos rasgos básicos de comportamiento de una gente entrañable que sigue siendo la suya;

2) Frank Fernández no descree en ningún momento de las revoluciones en

abstracto sino que afirma que, al menos hasta la fecha, no ha habido ninguna que merezca ese nombre. Ciertamente se trata de un criterio discutible y que nosotros no compartimos, aunque bien podríamos suscribirlo si lo que en realidad se dijera es que ninguna de las revoluciones conocidas ha sabido encontrar el camino del socialismo y de la libertad;

163 No podemos menos que secundar a Vallés y aportar también nosotros un link absolutamente clave para la apreciación directa del asunto: http://www.ainfos.ca/04/nov/ainfos00299.html.

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3) En el reportaje se realizan algunas afirmaciones sobre el régimen político

imperante en España pero la única referencia que hace Frank Fernández a la “transición” como tal es a propósito de la opinión de terceros y no de la suya, por lo cual las afirmaciones de Vallés al respecto son una nueva muestra de su falta de tiempo para la lectura cuidadosa y de su ilimitada capacidad de fantasear;

4) Frank Fernández no halla preferible el capitalismo al socialismo y sólo en la

cabeza de Vallés puede caber una lectura tan alocada. El entrevistado ni siquiera usa esos términos sino que apenas si compara regímenes políticos en los que es posible una actuación anarquista colectiva de aquellos que no ofrecen esa eventualidad. ¿Será que acaso Vallés prefiere una configuración sobrecargada de prohibiciones y es a eso que él le llama “socialismo”?

5) La “bête noire” de las diatribas vallesianas no se define como sectario sino

que se lamenta de que el movimiento anarquista esté atravesando una situación de divisiones y querellas que no aportan ninguna contribución real. Lo único que insinúa en la entrevista es el carácter sectario de las relaciones internas al movimiento anarquista pero no las aplaude sino que las critica.

Pero incluso estas objeciones nuestras son triviales, le asignan al pic-nic analítico de Vallés una seriedad que no tiene y están muy por debajo del recurso al reportaje mismo. En definitiva, comparadas con las acusaciones de narcotráfico y pedofilia que se le realizaran en el pasado a modo de sublime confrontación “ideológica”, Frank Fernández debe estar pensando que las excursiones campestres de Vallés son casi un piropo. 7.- A todo esto: ¿a qué debemos esta inquina en grado de ensañamiento contra Frank Fernández? ¿a qué insondable designio atribuir esta preocupada dedicación que cada tanto vuelve por sus fueros con algún ataque a la bartola? La respuesta es bien simple y requiere regresar al principio de nuestras reflexiones: el “pecado mortal” cometido por Frank Fernández consiste en que sus trabajos historiográficos desmienten documentadamente la “leyenda negra” que el gobierno “revolucionario” ha construído en torno al anarquismo cubano; muy especialmente con su texto “El anarquismo en Cuba.164 Guste o no, esa reconstrucción historiográfica no sólo rescata en forma mesurada y sin exageraciones el papel jugado por el movimiento anarquista en la lucha anti-batistiana, no sólo pone en evidencia las orientaciones básicas de ese movimiento, no sólo deja en claro su autonomía ideológica, política y organizativa así como las iniciativas correspondientes sino que también permite rastrear en los años inmediatamente posteriores a la caída de Fulgencio Batista el proceso de centralización de poder; de asimilación, de desarticulación y de represión sobre las corrientes alternativas: un proceso que, en definitiva, acabó desbaratando las expectativas y las intenciones libertarizantes que entonces conmovían a un pueblo al que se le impuso con calzador una tutela vitalicia. Es esa reconstrucción historiográfica situada en la vereda de enfrente de la “leyenda negra”, elaborada sin

164 Vid. de Frank Fernández, op. cit.

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la dispendiosa apelación a los recursos estatales y en medio de la pobreza franciscana que normalmente caracteriza a los circuitos anarquistas, la que convoca a una discusión seria que no se ha querido ni se quiere dar. En lugar de eso, el estilo preferido de la “leyenda negra” y los caminos seguidos por sus primeros y sus tardíos exponentes no es más que una mezcolanza de insultos y de sospechas, de acusaciones indemostrables y de insinuaciones sibilinas, de simplismos y facilidades que no hacen más que conducir cualquier debate posible a las catacumbas de la racionalidad. 8.- Simple entre todas las simplezas, la “leyenda negra” resulta ser, entonces, un maniqueísmo exasperante; aun cuando se revista a sí misma de esa pátina grotesca, pero con pretensiones de elegancia, constituída por una dialéctica para escolares y una concepción de la historia holgadamente periclitada y de la que la historia misma se ha desentendido hace rato largo. Según esa dialéctica y esa concepción de la historia, los derroteros del “progreso” se resuelven en el enfrentamiento de resultados irreversibles entre una y sólo una tesis contra una y sólo una antítesis, unidas indisolublemente, sin distinciones ni fisuras en el interior de cada cual y definitivamente contrarias. Siendo así, no resulta extraño que la comprensión histórica quede reducida a una falacia fundamental: en uno de los campos -dígase lo que se diga y hágase lo que se haga- siempre estarán la “revolución” y el “socialismo”, mientras que en el campo opuesto -les guste o no a sus pobladores involuntarios y sea cual sea la justificación de los mismos- no hay lugar más que para los “gusanos”, la “extrema derecha” y los “agentes del imperialismo”. Ya no hay demasiados problemas para resolver y todo aquello que escape a la esfera de la “unidad” compulsiva será interpretado como una acción de guerra del enemigo, como la injerencia de una potencia extranjera o como un gesto de la “contra-revolución”; aunque sólo se trate de formar un sindicato autónomo, montar una biblioteca abierta al barrio o publicar un modesto fanzine. E incluso veremos, en casos extremos, aquellos destellos de “sabiduría revolucionaria” del anciano caudillo, calificando de “nuevos ricos” a todo aquel que intente comer un poco mejor durante los próximos días y equiparando teóricamente el intercambio de chorizos por fuera de las redes estatales con la acumulación primitiva del capital. Así, el pensamiento posible queda reducido a los límites impuestos por el discurso del poder; y sus sostenedores podrán dormir plácidamente, en un tranquilo acto de fe y con las más completas garantías de que no habrán de entender nada de nada; por las décadas de las décadas, amén. Vallés podrá no haberse percatado de estos complejos asuntos y podrá no percatarse jamás, pero lo cierto es que los denostados anarquistas cubanos lo anticiparon lúcidamente hace ya mucho tiempo. Sólo a título de ejemplo, conviene tener presentes las siguientes palabras de Abelardo Iglesias, uno de los más notorios militantes de aquel viejo MLC: “…sabemos perfectamente bien que esta lucha está más preñada de peligros morales e ideológicos que de peligros físicos. Bajo ningún concepto nos aliaremos a las fuerzas retrógradas que luchan contra Castro para recobrar sus perdidos privilegios ni hipotecaremos la libertad y la independencia del movimiento libertario ni del pueblo cubano. Mantendremos el pabellón de combate en alto y no lo mancharemos con ningún acto inconfesable.

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Seremos fieles hasta el final a nuestros principios y nuestra moral revolucionaria.”165 O estas otras, contenidas en el mensaje enviado por el MLC al V Congreso General de Agrupaciones de la Federación Libertaria Argentina, en diciembre de 1961: “…apoyamos el fenómeno revolucionario cubano en cuanto éste significa un esfuerzo popular por resolver los grandes problemas del país y liquidar seculares privilegios y abusos irritantes e injustos. Nos oponemos resueltamente a que las fuerzas reaccionarias que hoy combaten al castrocomunismo, simplemente porque añoran el retorno a un pasado de corrupción y de vergüenza, recapturen el poder político”166. Mientras tanto, y como muestra ejemplar de esa forma de pensamiento a la que aludíamos, Gaona trataba a aquellos viejos luchadores como “agentes del imperialismo” y Vallés les espeta hoy a sus “herederos” que sus palabras “no difieren ni una coma de los manifiestos de la extrema derecha de Miami”. 9.- Pero Vallés y su desprolija adenda a la “leyenda negra” han llegado a la cita con una demora de por lo menos 35 años y ello por dos razones diversas y confluyentes. Por un lado, la carátula de “contra-revolucionarios”, que desde sus comienzos la conducción cubana prodigara tan generosamente, ya en los años 70 del siglo pasado comenzó a mostrar síntomas de desgaste y a provocar aburrimientos múltiples. Como en un remedo de aquellas conocidas palabras atribuídas a Bertolt Brecht, primero fueron contra-revolucionarios los contra-revolucionarios y luego el mote fue extendiéndose al barrer a cualquier insinuación de disidencia que pretendiera trascender el círculo de las amistades más íntimas; llegando a travestirse en “conducta impropia” y “peligrosidad”, recorriendo campañas de re-educación en “apoyo a la producción” y pasando por sobre las cabezas de generales, ministros y poetas. Es cierto que todavía hay aquí y allá sectores de izquierda dispuestos a extenderle sus créditos indefinidamente a la élite dirigente cubana y a silenciar con los ajados anatemas de ayer cualquier expresión de crítica en profundidad; pero también es cierto que esa ciega obcecación convence cada vez menos, ya no tiene ni por asomo la fuerza arrolladora de los años 60, está permanentemente ubicada a la defensiva y carece de un modelo que realmente pueda ser presentado como tal. Para colmo, hasta el propio Fidel Castro, en su enésimo arranque de megalomanía, padecido en su discurso del 17 de noviembre pasado, ha vaticinado, casualmente en el momento en que ha comenzado a pensarse públicamente en el relevo, que la “revolución” y el “socialismo” no son irreversibles; y que -agregamos nosotros, aunque el inefable caudillo no haya llegado expresamente a tanto- bien podrían extinguirse con su propia vida. Por otra parte, Vallés se equivoca de medio a medio si piensa que al día de la fecha alcanza con sus módicas cuartillas para enlodar al MLC en su actual situación. Cabe decir, en tal sentido, que basta un ligero rastreo a sus publicaciones para percatarse que el MLC de nuestro tiempo resulta, sin perjuicio del obvio rescate de sus orígenes y del destacado papel que en él le cabe a la reconstrucción historiográfica de Frank Fernández, de un proceso de reorganización que se intensifica hacia el año 2002 y que al año siguiente -en plena tormenta represiva en

165 Vid., Abelardo Iglesias; Revolución y dictadura en Cuba, pág. 79; Editorial Reconstruir, Buenos Aires, 1963. 166 Op. cit., pág. 93.

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la isla- halla nuevos motivos de reforzamiento. Este MLC, a diferencia de lo que ocurriera en los años 60, encuentra una hospitalaria y reiterada acogida en múltiples publicaciones del movimiento anarquista internacional y ha generado un interés y un respeto que probablemente estén por encima de lo inicialmente esperado. Es en setiembre del 2003 que circula a nivel de un amplio circuito militante un llamamiento de respaldo a los libertarios cubanos que es finalmente suscrito por compañeros de Argentina, Bolivia, Chile, España, Francia, Escocia, Suiza y Suecia, dando lugar inmediatamente a la constitución del Grupo de Apoyo a los Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba.167 Por último, este MLC se siente partícipe pleno de las actividades y problemas del movimiento anarquista internacional y acaba de suscribir hace apenas dos meses, junto a libertarios de otros 17 países, la llamada Declaración de Caracas. ¿Vallés también se atreverá a sostener que toda esta trama de relaciones tampoco se distancia tan siquiera una coma de las posiciones de la extrema derecha cubana? Pero hay más aún y más allá de las “fronteras” del movimiento anarquista. El actual MLC también es atendido y considerado en publicaciones de la izquierda anticapitalista en sentido amplio. Lo menos que cabe suponer es que ello obedece a que el MLC mismo, tal como lo ha sostenido expresamente, se siente formando parte de una nueva izquierda revolucionaria latinoamericana y de las luchas sociales en general; cualquiera sea el lugar del mundo en que le haya tocado estar. Tanto es así que, por ejemplo, bien puede encontrarse a alguno de sus integrantes en Estados Unidos vinculándose a protestas contra la pena de muerte y la ley anti-inmigratoria o en México interesándose por seguir la marcha de “la otra campaña”. Sobre estas cosas, es el propio MLC el que ha sostenido lo siguiente en sus “Reflexiones en torno a la VI y la nueva izquierda latinoamericana”: “Es la conformación, el perfil y las orientaciones de esa constelación de agrupaciones y prácticas rebeldes lo que constituye una de nuestras preocupaciones básicas”. O, más todavía: “Es allí donde están los ‘forajidos’ ecuatorianos, la resistencia mapuche, los regantes cochabambinos, las fábricas recuperadas en Argentina, las ocupaciones de tierras en Brasil y, por supuesto, también las búsquedas y ensayos que hoy mismo tienen lugar en la Selva Lacandona”.168 ¿Será en estas afirmaciones que Vallés no encuentra una coma de diferencia con el talante de la extrema derecha cubana? 10.- Queda por decir todavía lo más importante. Desde nuestro punto de vista, lo realmente gravitante e imperecedero no son las expresiones orgánicas formales ni las siglas sino que las mismas han de ser concebidas como el vehículo y la agencia de corrientes históricas profundas que las trascienden holgadamente. En tal sentido, nos gustaría pensar al actual Movimiento Libertario Cubano como un vector y como un fuelle, como una línea de fuerza y como una respiración que apuntan al centro mismo del problema: la reanimación de una corriente y una perspectiva revolucionaria anarquistas que recorran de norte a sur y de este a oeste la isla

167 Vid. la información correspondiente en http://www.ainfos.ca/03/oct/ainfos00056.html. 168 A título demostrativo de lo que hemos estado sosteniendo, cabe decir aquí que la posición del MLC sobre la VI Declaración de la Selva Lacandona estuvo alojada durante largo tiempo en la página web de la Revista Rebeldía (www.revistarebeldia.org).

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caribeña; una corriente y una perspectiva de arraigo creciente en América Latina y que no se entiende muy bien por qué debería continuar en Cuba en estado de tácita proscripción. Sobre el punto, entendemos que Vallés plantea el problema en forma profundamente errónea al partir del interrogante casi policial de si hay o no anarquistas en Cuba, en lugar de complejizar y jerarquizar el asunto del modo que corresponde: ¿hay o no razones suficientes para que en Cuba emerja una corriente libertaria completamente autónoma, con rasgos nítidos y caracteres propios? Desde un ángulo anarquista, habría que estar rematadamente enajenado para pensar que la élite dirigente cubana pueda albergar alguna intención mínima en esa dirección al tiempo que sus excusas habituales para prorrogar un relajamiento de las presiones gubernamentales son ya largamente un gastado sonsonete para el que los años pasan sin consecuencia alguna. No se trata, por lo tanto, de discutir cuestiones accesorias sino el diseño mismo de dominación: la omnipresencia del Estado, el Partido único y excluyente, el caudillismo, la ausencia de libertades elementales, la restauración capitalista, la militarización, el carácter de clase de la sociedad cubana, etc. Se trata de constatar el fracaso de un proyecto de largo plazo y con pretensiones de eternidad; un fracaso que ya no puede encontrar sus coartadas en la política criminal de los Estados Unidos; un fracaso, no obstante, negado en un lado y el otro por incondicionales que serían incapaces de proponerlo como modelo en sus respectivos países, ya sea en España, en Francia, en México, en Guatemala o en República Dominicana. Se trata, por sobre todas las cosas, de reanimar en lo más profundo del tejido social cubano el aliento de la utopía, de la rebelión, de la crítica a fondo; de las pulsiones socialistas y libertarias asumidas como propias por la gente misma, en sus prácticas cotidianas y no en tanto referendo constitucional controlado por una autoridad sin restricciones. Ésa es la única agenda revolucionaria que tiene algún sentido en la Cuba de nuestros días; una agenda que sólo puede nutrirse y desarrollarse en ese espacio en blanco y de contornos todavía borrosos que se dibuja más allá de la continuidad del statu quo y su insostenible trama de poder y, por supuesto, más allá también de los planes restauradores acariciados con fruición y deleite por la derecha cubana y por los apetitos hegemónicos de los Estados Unidos. En ese espacio en blanco germinarán seguramente, tarde o temprano, proyectos autogestionarios largamente soterrados y también se abrirán las condiciones de posibilidad para que la gente cubana pueda apropiarse de su propia vida sin úcases ni mandamientos. Ciertamente, es un espacio pequeño y sin demasiadas virtualidades victoriosas en su horizonte más próximo, pero es ahí donde quedan abonadas las razones y las tendencias para el resurgimiento de una vigorosa corriente libertaria. Entonces se habrá extinguido definitivamente y sin atenuantes el tiempo de la “leyenda negra” y Vallés podrá encontrar sin sobresaltos ni sorpresas las respuestas que su “investigación” no se supo dar: sí hay anarquistas en Cuba, los hay ahora mismo y están condenados a multiplicarse en el futuro inmediato.